EL AGUILA
DESCALZA
El mito de Gardel vuelto carcajada
Con su característico humor, irreverencia y magnífico talento
en escena, el Aguila Descalza vuelve a mofarse de situaciones y personajes
que hacen parte de nuestra cultura. Esta vez le tocó el turno a
"San Gardel".
Con su característico humor, irreverencia y magnífico talento
en escena, el Aguila Descalza vuelve a mofarse de situaciones y personajes
que hacen parte de nuestra cultura. Esta vez le tocó el turno a
"San Gardel".
Ricardo Aricapa
Hace más de quince años que los del "Aguila Descalza"
vienen haciendo humor y burlándose de todo, o de casi todo. Carlos
Gardel era de las pocas cosas sagradas que les faltaba. Pero ya se lo
coronaron, ya lo cogieron de minga y ya lo están presentando. "San
Gardel de Medellín" es el título de su última
obra, título que ya prefigura un disparate completo, porque, que
se sepa, Gardel no era santo ni era de Medellín, y hay quienes
sostienen que ni siquiera era Gardel.
"San Gardel de Medellín" es una mirada al mito de Gardel,
pero con los anteojos del Aguila Descalza, es decir, desde la carcajada.
Y es, de todas maneras y con baile incluido, un homenaje a este personaje
del tango, de tan hondo calado en la cultura popular de América
Latina en general y en la de Medellín en particular.
Aire de tango
Supuestamente se basa en la novela "Aire de Tango", de Manuel
Mejía Vallejo; y supuestamente transcurre en el mismo ámbito
de la novela: el Guayaquil de los años cincuenta, un barrio lleno
de vida y carácter, de estruendo ferroviario, de tiendas de abarrote,
puestos de mercado y bares que no tenían puerta porque nunca cerraban;
donde se amañaban los guapos cuchilleros, hacían nido las
putas y pululaban los fulleros; un lugar sin límites donde entre
tangos y sobresaltos transcurría una buena parte de la vida del
Medellín de entonces.
Y hay que decir supuestamente porque lo que en realidad vemos sobre las
tablas del bello teatro del Aguila Descalza, es un notable esfuerzo por
pasarse a Mejía Vallejo por la faja y volver el mito de Gardel
ropa de trabajo, que viene a ser la principal intención de la obra;
aparte de hacer reír, por supuesto. Porque, a despecho de lo que
de ella pueda decir la crítica teatral especializada, es una obra
desbordante de humor y desparpajo, en la que todo el tiempo uno se ríe
como si le estuvieran haciendo cosquillas.
La obra se desarrolla sobre un escenario en el que, de un lado, hay un
altar con muchos velones alumbrando las carátulas de los discos
de Gardel; y de otro hay un piano con los discos de Gardel y una mesa
de burdel, donde un par de putas veteranas hacen un poco de sociología
y ven pasar los días aburridas, añorando los tiempos en
que la clientela les caía a manos llenas; tiempos en que las mujeres
decentes se acostaban con tantos pudores que no les cabía el marido
en la cama, y entonces éstos tenían que ir a buscarlas a
ellas, que eran las únicas que lo daban sin tapujos ni remordimientos.
Humor característico
Como en todas sus obras, en ésta el Aguila Descalza apela a toda
esa artillería de trucos y artilugios humorísticos a que
nos tiene acostumbrados, siempre eficaz y bien engrasada, surtida de ocurrencias
y frases agudas; generosa en procacidades, dobles sentidos y falsos rigores;
crispada de sátira social y crítica acerba, de perogrulladas
y cantinfladas, y de la sorpresa del chiste inédito. En fin, de
todo eso que bien conocen los buenos humoristas para descuadernarle a
uno el sentido.
Con un ingrediente adicional: en esta obra el gran actor que es Carlos
Mario Aguirre lleva a un alto punto estilístico ese humor que se
vale de la carantoña y el gesto. Con su camaleónico talento
para imitar exagerando, resuelve toda la camándula de personajes
que representa sobre las tablas, especialmente a Jairo, el personaje central
de la novela de Mejía Vallejo, un vividor de cantina, un caficho
milonguero con la identidad prestada, que vive tan enamorado de Gardel
que él mismo se cree Gardel redivivo; un guapo que en su vida llegó
a tener más de ochenta peleas a cuchillo, pero al que Carlos Mario
Aguirre tergiversa y en un momento de la obra le cambia su naturaleza:
lo convierte en homosexual. O ni siquiera en eso, en un marica a secas.
Es más, exagera su drama imposibilitándolo para el canto,
pues Jairo no canta ni los pollitos dicen pío, pío, pío.
Por lo que no es descabellado pensar que allá en su tumba debe
estar don Manuel Mejía revolcándose...de la risa.
Fuente: Periódico EL MUNDO de Medellin |