ENVEJECIMIENTO LÍCITO

Por Oscar Dominguez

Siento que estoy empezando a desaparecer, dice un personaje de una película que siente los primeros rumores del alzhéimer. Diría algo parecido pero desde mi estatura: en 76 años ya perdí un centímetro.

A estas alturas, se me pierden las llaves pero sé para qué sirven. El doctor me recetó pepas para que me parezca al borgesiano Funes, el memorioso, pero olvido tomármelas. Guardo las cosas tan bien que no las encuentro.

Eso sí, todavía recuerdo a mi primera novia con su madre a pocos metros monitoreándonos. Y tosiendo “in crescendo” para poner fin al encuentro.
A un cuñado, su suegra alemana lo espiaba a través del agujero que le hacía a la vocal O de El Tiempo. Este telescopio James Webb de pedal impedía cualquier cuasi-semi-exgozquejo de caricia.

Los primeros síntomas de vejez los sentí cuando empezaron a cederme el puesto en el bus. Me hacía el loco como exigiéndole respetico al samaritano urbano que me graduaba de mueble viejo. Hoy me ningunean la silla y electrocuto al insolidario con la mirada.

Algunas presas con las que me divertía kamasútricamente las utilizo ahora para menesteres que nadie puede hacer por mí. Peco con el espejo retrovisor. Los jardines colgantes de mi Babilonia sexual le coquetean al bisturí del urólogo de la EPS.

Estoy en la privilegiada fase en la que escojo fiesta; le saco más gusto a ver pasar una tractomula que a trasnocharme.
Lo viví con ocasión del pasado 31 de diciembre. Me agarró con los pies en agua tibia, acompañado del indisoluble matrimonio de buñuelos con natilla en vez de espirituoso licor, o de yerbas afines.

Me aprestaba a llenar el crucigrama de Teseo en este diario cuando “una voz varonil dijo de pronto” presente a través del correo electrónico. Era la voz del poeta Jotamario, desparchado a morir por deserción fugaz de la Jaramillo de todas sus vidas. En su correo, Jotica, como le dice su red de afectos, compartía sus iluminaciones de fin de año y pedía reacciones.

De inmediato respondí: (En la columna de El Tiempo, este texto fue recortado por razones de espacio. Aquí va completo): Poeta Jotamario, salud. Hace 20 años no habría pasado del párrafo en que cuentas, “uribe et orbi”, que tienes el mismo número de libros que quien redujo la honestidad a sus justas proporciones. Pero esta noche, frente al pelotón de fusilamiento de la vejez, me leí encantado toda tu “iluminación” , incluidos los retratos de Salvador, tu Daniel Mordzinki de cabecera.

Qué alegría no estar pariendo borugos para ver a qué fiesta me pego. In illo tempore sería una derrota social decir, como lo hago esta noche, que voy a resolver el crucigrama de El Tiempo que hoy le tocó a Teseo, o que voy escoger entre el programa de siempre de Jorge Barón televisión con patadita de la buena suerte incluida, o que buscaré en una emisora el Faltan cinco pa las doce…

Suena música en el vecindario, tampoco me invitaron. Me ahorré oír de cerca vallenatos jartos. Los tendré que oír de lejitos. Espero que las gotas pa dormir que me empaco todas las noches, me den una mano.

En fin, digamos que a los 76 abriles que me siguen con fidelidad de perrito de la Victor, me alegra estar relajado sin nada más que hacer que no hacer un carajo.

Me sobra cuerda para desearte a ti y a tus contactos un feliz año pero con el agregado de que no te voy a desear que se te cumplan todos tus deseos porque la vida sería demasiado aburrida sin pendientes. Orino y me acuesto. Tuyo hasta el capullo. Od (Y como yo también tengo mi propia Daniela Mordzinski, mi señora, te castigo con mi pinta y viandas para despedir este impar año sin par. Nótese que no se ve trago ni yerbas afines por parte alguna. Vale)

Insólita forma de darle la “baronil” patadita de la buena suerte al 2021, y los buenos días al 2022.
Mi estrella de Belén
Jotamario Arbeláez
A Salomé
Recibí de mi hija Salomé como regalo de Navidad un Smart Watch, cuyo cuadrante puede además proyectar un potente chorro de luz.
Como el día de Navidad mi mujer salió hacia Chía donde se celebra la reunión de Jaramillones,
decidí aislarme en mi estudio a exprimir de mi ya exhausta cabeza algunos de esos pensamientos episódicos, entre trascendentales y juguetones, que me asaltan como ladrones nocturnos.
No soy un pensador a la manera de Pascal, quien expresó que “toda la desgracia de la humanidad reside en una sola cosa, no saber estarse quietos en un cuarto”.
Yo he procurado permanecer en ese cuarto, pero no quieto, y de allí mi problemática existencial.

No mandaba el sabio a mover la cadera, supongo, pues eso más conflictos puede traer al pretendido ermitaño con la ermitaña.

Él decía que en un cuarto, no en un hospedaje. Bien quietos, se sobreentendía en el subrayado.

Me encuentro recluido con mis siete mil volúmenes empastados, dedicado a verificar cuáles y en qué circunstancia se perdieron en tanto trasteo.

En una voluminosa biblioteca es una tragedia espiritual ir a buscar el libro que titiló en la cabeza y encontrar el huequito.

La tumba sin sosiego, por ejemplo, de Cyril Connolly, donde recordé que figura la cita de Pascal, que felizmente me quedó registrada.

Ya De León Fray Luis se había adelantado con eso de que “qué descansada vida / la del que huye del mundanal rugido (cito de memoria) / y sigue la escondida / senda por la que han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”.

Muy bien, ahora uno de esos pocos sabios soy yo. No por lo que haya estudiado, que fue muy poco, pues no soy ilustrado sino iletrado, ni porque haya tomado las de Villadiego hacia la localidad de Villa de Leyva.

sino por la iluminación que me conceden unos maestros perfectos que a través del espiritismo me dictan lo que debo poner a leer al mundo en vísperas de la segunda venida.

Recién ahora lo vengo a confesar, así no se me crea, por confundírseme con un autor ficcionante. Y hasta razón tendrán, pues si no he hecho más que narrar mis gilipolleces, éstas parecerían pertenecer al reino de la inventiva.

No paro de leer De planetas y ángeles de Emanuel Swedenbog y La geografía del cielo del doctor Eben Alexander, para no llegar a terreno desconocido.
Contemplador de estrellas me he vuelto, pero ya no de cine sino del oscuro cielo, principalmente las que llevan nombres de mujeres; con ellas me solazo en las noches tendido sobre la hierba, sintiendo que me guiñan el ojo; con Bellatrix, Hedar, Altair, Deneb, Mimosa y Alrescha. Para qué más.

Tuve un pálpito místico y percibí que iba a recibir una seña del club de arriba.

Salí pues la noche del 24 con mis perros guardianes Dina y León a recorrer la vereda, de pocas casas y bastante alejadas unas de otras. A ver de otear el lucero que guio a los magos de Oriente.

Iba enfundado en mi túnica mexicana, asido a mi báculo como a un lábaro, con las gafas enfocadas al firmamento, el chorro de luz facilitando mis pasos.

Las estrellas fijas me eran bastante familiares, Venus y Mercurio y creí distinguir a Casiopea y Eridano.
Y entreví una luminosa variante que se venía noticiando, el cometa Leonard, proveniente de la nube de Oort, que atraviesa el horizonte celeste oeste-suroeste a 465 millones de millas de la tierra, que pasó por última vez hace 80 mil años, y que fatalmente en plena Navidad se desintegraría en el espacio.

Estaba pues frente a frente con este fenómeno sideral que le concedía a un humano el privilegio de la mutua despedida con la mirada.

¿Sería la luz de los magos que se coló ese 24 de diciembre a la medianoche?
Le clavé los lentes aumentativos en el momento en que detuvo su marcha. Supuse que también él se fijaba en mí.

Un bólido estelar que llevaba millones de años dando vueltas por entre las 200 mil millones de estrellas de la galaxia.

Me arrodillé con mis perros. Percibí que en ese momento se estaba desintegrando. La visión real tardará no sé cuántos años a la lenta velocidad de la luz. Pero en mi corazón y en mis gafas de luna sentí que colapsó y yo caí fulminado. Era la señal final entre dos entidades cósmicas.
Los perros aterrados me levantaron. Ya casi nadie se da cuenta de las señales del cielo. Era mi estrella de Belén que me acordaba la despedida, pues nadie la volverá a ver jamás. Ni será necesario. Antes de que mi luz agonice deberé dejar preparado el retorno del Redentor.

La montaña mágica. Dic. 17-21

Por Oscar Dominguez

Columna Otraparte, El Tiempo,enero 6 2022
(Seguido de Mi estrella de Belén
por Jotamario Arbeláez, texto que inspiró esta columna)
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Originally posted on 7 enero, 2022 @ 7:40 pm

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