LOS VIEJOS QUE CASTIGABAN CON CORREA

Hubo un tiempo cuando los hijos preguntaban a los padres. Hoy los padres preguntan a los hijos.

Hubo un tiempo cuando el padre sabía más que el hijo. Hoy el hijo cree que sabe más que el padre. Y en verdad tiene mas información. Pero la sabiduría es otra cosa.

En ese tiempo, los padres mandaban a callar a sus hijos. Hoy los hijos mandan a callar a sus padres.
En nuestra casa las obligaciones de cada miembro estaban bien definidas: los hijos estudiábamos y ayudábamos en lo que se necesitara, papá no se metía en la cocina ni mamá en decisiones de dinero; papá era quien otorgaba los permisos, mamá decidía temas de casa, mamá repartía los alimentos y papá repartía correa porque era él quien velaba por el cumplimiento de las normas familiares.
Papá castigaba sin temor a traumatizar porque ni siquiera conocía esa palabra.
Un hijo se ganaba el castigo con gran facilidad: bastaba con desobedecer una orden, responder con descortesía o no responder. Hasta lanzar una simple mirada retadora era un motivo para ser corregido en el acto. Si la norma se incumplía en público no significaba que uno se salvara. En este caso el castigo se aplazaba y al infractor se le anunciaba la decisión con una simple mirada. Esa mirada del papá que uno ya reconocía y que significaba: Cuando lleguemos a la casa ya sabes lo que te espera.
Una vez en casa, papá siempre cumplía su compromiso porque era un hombre que actuaba en consecuencia con lo que hablaba. Cuando yo escuchaba que papá decía mi nombre, ya sabía a qué atenerme. Cuando entraba a la sala él ya tenía el cinto en la mano. Pero primero aclaraba: “Esto me va a doler mas a mí que a Usted”.
Entonces empezaba el concierto. Por cada correazo pronunciaba una sílaba para que la lección quedara bien aprendida:
ES-TO-ES-PA-RA-QUE-RES-PE-TE-Y-A-PREN-DA-A-O-BE-DE-CER.
18 sílabas= 18 correazos.
A veces cuando parecía que había terminado el castigo, empezaba otra frase:
-EN-TEN-DIO-O-NO-EN-TEN-DIO?. Esto añadía 7 correazos.
Y si algún correazo no llegaba a la nalga porque se quedaba en el aire, ese te lo reponía para que el castigo fuera completo.
Terminado el castigo, yo salía sollozando y resentido pero diez minutos mas tarde estaba jugando como si nada hubiera sucedido pero eso sí con la lección bien aprendida.
Quien mas tardaba en reponerse era papá. Permanecía callado por largo rato. Se lo veía meditabundo y con los ojos tristes. Me parecía que era cierto que el castigo le dolía mas a él Pobrecito mi viejo. Era un buen hombre que simplemente estaba haciendo lo que creía correcto para educar a sus hijos.
Pasó el tiempo, me convertí en padre y rompí la cadena. Jamás castigué físicamente a mis hijos ni recomiendo a nadie que lo haga. Pero tampoco satanizo a los viejos que lo hacían.
A veces el maltrato verbal deja mas huellas en el alma que la palmadita o el correazo en la nalga.

Originally posted on 15 febrero, 2021 @ 1:16 am

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