Mea culpa

Por Oscar Dominguez / Columna Otraparte, El Tiempo,

Menos mal Sartre puso orden en el sala y estableció que “el infierno son los demás”. De otra forma, yo podría figurar en varios círculos de la llamada paila mocha.

De algunos pecados de infancia vivo arrepentido. No me refiero a los pecadillos derivados de consumir revistas Playboy mirando a las amigas del director, Hugh Hefner, ligeras de equipaje.

Mi primer pecado es como depredador ecológico. Formé parte de los paseos a los cerros de Medellín a recoger musgo para el pesebre donde el Niño Jesús se aburría y bostezaba entre unas pobres y humildes pajas.

Eran paseos de día entero, sancocho de olla, pelota de números y pantaloneta en la cabeza. Los mayores aprovechaban para beber pipo (gaseosa con alcohol). De noche, de regreso a casa, acosaban a las chicas con cuidado de no dejarlas ligeramente embarazadas con algún beso.

En el barrio cometíamos otro pecado ecológico colectivo: el Domingo de Ramos los platos rotos los pagaban las palmas de cera del Quindío, jirafas del paisaje. Esos ramos iban a dar debajo del Banco de la República casero, el colchón, donde se guardaban para quemar cuando había tormentas.

Para quemar pólvora de niños estábamos solos en el patio. En el municipio de La Estrella tuve la fortuna de vivir cerca del polvorero más famoso de Antioquia, don Rubén Ramírez. Gracias a las papeletas que quemaba desarrollé oído de polvorero. Cuando me tocó hacer el master en periodismo, oyendo, leyendo y cortando cables en las salas de teletipos, el ruido infernal que allí se producía era un arrullo.

Crecer es cambiar de médicos y de pecados. En diciembre era simultáneamente pajaricida y marranicida. Cauchera en mano reducía sin piedad la población alada.

Años después me pareció que este verso del poeta caldense Antonio Mejía Gutiérrez, había sido escrito para mí: “La cauchera es traición. Es alevosa/tiene el sigilo de los criminales/. Es una bomba atómica lanzada/ sobre los Hiroshimas de los árboles”.

También me lucí como marranicida decembrino. Con el perdón de los Granados, Lombanas y De la Espriellas, era el abogado defensor de cerdos que iban a ser sacrificados con todo el horror de que éramos capaces adultos y chicos.

Nunca gané un juicio pero como buen abogado, cobraba los honorarios en especie: no con el prestigio que da defender malandros, sino entrándole de primero al chicharrón y demás delicias que nos deparaban estos reyes del colesterol. Mea culpa.
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Originally posted on 11 diciembre, 2021 @ 9:06 pm

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