Menos mal Sartre puso orden en el sala y estableció que “el infierno son los demás”. De otra forma, yo podría figurar en varios círculos de la llamada paila mocha.
Mi primer pecado es como depredador ecológico. Formé parte de los paseos a los cerros de Medellín a recoger musgo para el pesebre donde el Niño Jesús se aburría y bostezaba entre unas pobres y humildes pajas.
Eran paseos de día entero, sancocho de olla, pelota de números y pantaloneta en la cabeza. Los mayores aprovechaban para beber pipo (gaseosa con alcohol). De noche, de regreso a casa, acosaban a las chicas con cuidado de no dejarlas ligeramente embarazadas con algún beso.
En el barrio cometíamos otro pecado ecológico colectivo: el Domingo de Ramos los platos rotos los pagaban las palmas de cera del Quindío, jirafas del paisaje. Esos ramos iban a dar debajo del Banco de la República casero, el colchón, donde se guardaban para quemar cuando había tormentas.
Crecer es cambiar de médicos y de pecados. En diciembre era simultáneamente pajaricida y marranicida. Cauchera en mano reducía sin piedad la población alada.
Años después me pareció que este verso del poeta caldense Antonio Mejía Gutiérrez, había sido escrito para mí: “La cauchera es traición. Es alevosa/tiene el sigilo de los criminales/. Es una bomba atómica lanzada/ sobre los Hiroshimas de los árboles”.
Originally posted on 11 diciembre, 2021 @ 9:06 pm