SEÑORES, SENTÉMONOS

Por Oscar Dominguez
Hay que decirlo de una vez: señores, ahora que hacemos las veces de santísimo expuesto todo el día en casa por cuenta del C-19, mejor nos sentamos. La taza se llenó. No es posible seguir callando el acoso de que es víctima el macho alfa debido a la antiquísima y bien ganada condición de homo erectus que nos permite hacer pipí de pie. Con la cuarentena la agresividad aumenta.

La campaña que no se atreve a decir su nombre, no aparece ni en el pasa del periódico. Pero la beligerancia crece hasta el punto de que cada vez es mayor el número de varones domados, obligados a hacer pipí sentados. ¿Envidia o caridad?, me pregunto.

¿Qué nos pasa, colegas, que no desatamos palabra para defender uno de los últimos bastiones de la liberación masculina? ¿No es hora de hacer valer la pequeña diferencia para ejecutar erectos esos nada endosables menesteres?

Feministas de raca mandaca la han emprendido contra sus perplejos Olafos, Panchos y Lorenzos, y han lanzado el grito de independencia, que consiste en exigirnos que mejoremos sustancialmente la puntería, nos sentemos, o nos vayamos a aligerar el riñón al atrio, así nos claven un comparendo por salir de casa en días que no nos corresponden según la dictadura del pico y cédula.

Hasta hace poco, el mundo marchaba sensatamente bien: el hombre se extrovertía riñónmente de acuerdo con la costumbre y la fisiología, y todos tan contentos. De un tiempo para acá, las mujeres, jartas de soportar el desaseo en que encuentran el excusado, se han salido de sus estrías y se han dado a la tarea de hostilizarnos con el cuento de la correcta orinada.

El argumento es contundente: si el hombre le está respirando en la nuca a las estrellas y está enviando cachivaches costosos a 500 años luz de nuestra arrogancia para averiguar si hay agua y/o corruptos, ¿por qué no ha sido capaz de domesticar el chorro en las fases de apertura, medio juego y final?
Todo nos llega tarde, hasta campañas como éstas. Las primeras en hacerle al macho la exigencia de mear sentados, fueron las furiosas feministas alemanas grandotas, de ojos azules y cachetes blancos como la nieve, capaces de poner en fuga una mapaná de una simple malacara.

Todo hay que admitirlo: Las ingeniosas teutonas hicieron un aporte que la humanidad está en mora de reconocerles: idearon prácticos embudos que muchas han colocado en el baño para canalizar el minúsculo Nilo hecho en casa y evitar anárquicos regueros dentro y fuera de la taza.

Las mujeres de esta parte del charco aprendieron la lección y hoy por hoy no se paran en pelos para exigir que el chorro esté adecuada y equitativamente dirigido contra el epicentro del retrete. Simplemente, nuestras paisanas se cansaron de que el bobo sapiens haga pipí como si utilizara escopeta de regadera. Y que de remate, no limpie.

Aunque pensándolo dos veces, la paz doméstica, la urbanidad, la estética y la higiene, merecen una segunda oportunidad sobre el inodoro: señores, mejor nos sentamos.
Es más cómodo, no paga impuestos, se puede leer el periódico y de paso nos ahorramos las calumniadas tres sacudidas… que si pasan de ese cabalístico número, nos matriculan en las filas del calumniado Onán.

Dijo Napoleón en su forzoso sabático en la cárcel de alta comodidad de Santa Helena que «las batallas contra la mujer son las únicas que se ganan huyendo». Seamos más prácticos que el solitario corso, ciudadanos, y ganemos batallas sentándonos. (Líneas sometidas a latonería y pintura)

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Originally posted on 17 octubre, 2020 @ 8:27 am

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