CANTAR
DE AMIGOS Y DE COPAS
Notas sobre el Medellín bohemio.
Modernidad, sentido urbano y periodización
de la bohemia
Por: Manuel Bernardo Rojas López
Tomado de: Revista
Credencial Historia.
Pienso que es viernes cultural,
y al punto oigo un cantar de amigos y de copas.
CIRO MEDINA
MODERNIDAD
Y CAMBIO DE COSTUMBRES
Desde
fines del siglo XIX, la ciudad de Medellín entró a consolidar
muchos de los procesos socioeconómicos que se venían gestando
de tiempo atrás. Resultaba evidente que, a lo largo de la centuria
decimonónica, las élites de la ciudad habían establecido
una denodada lucha con las de Santafé de Antioquia (al noroeste)
y con las de Rionegro (al oriente) para determinar cuál sería
el eje económico de la región antioqueña. De hecho,
Santafé de Antioquia vivía más del relativo esplendor
del pasado colonial y desde 1826 había perdido el título
de capital del Estado de Antioquia; en ese año, Medellín
entró a ocupar dicha distinción que, más que un evento
honorario, implicaba un reconocimiento de la dinámica política,
económica y social que venía mostrando. En efecto, muchos
de los caminos de la colonización antioqueña, en particular
los que llevaban al sur y suroeste, arrancaban de Medellín. Este
hecho prohijó el que la ciudad se volviese un centro comercial
y un lugar de paso obligado para muchos de los viajeros que, por entonces,
se aventuraban a transitar por la complicada topografía antioqueña.
Frente a Rionegro, si bien
ésta era (y es) una ciudad también con una gran dinámica,
la ciudad de Medellín también se impuso. Ello, en buena
parte, gracias a que desde fines del XIX y sobre todo en la primera parte
del siglo XX el negocio del café permitió crear un corredor
comercial que, arrancando de las poblaciones del suroeste pasaba por Medellín
para llegar al río Magdalena, y de aquí a la Costa Atlántica.
Este hecho, aunado a la aparición, en las primeras décadas
del siglo XX, de incipientes industrias textiles --fruto de un dinero
excedentario de la actividad comercial-- propiciaron el que se dieran
transformaciones profundas en la vida cotidiana y en las costumbres medellinenses.
Esos procesos modernizadores,
en últimas, lo que motivan son transformaciones vitales, las cuales
resultan incalculables, así se intente, para ello, construir un
discurso regulador que funja como ethos o deber ser de los moradores urbanos.
Una de esas transformaciones vitales –junto con los cambios en el
comportamiento de las mujeres, en el de los hombres, en la manera de entender
la familia, etc. --y que tan bien presentara Tomás Carrasquilla
en novelas como Frutos de mi tierra y Grandeza-- es, precisamente, el
del comportamiento bohemio y el de la aparición de la bohemia.
DE LA BOHEMIA
A LAS BOHEMIAS
La
bohemia, pues, no puede entenderse por fuera de ese proceso modernizador
y, si acaso nos atuviésemos a las distinciones que se han manejado
en el ámbito de las ciencias humanas y sociales en los últimos
años, diríamos que esa bohemia es una forma modernista de
asumir esos proceso de transformación económica, política
y social. La queja del bohemio, ya que ello resulta inocultable, es, muchas
veces, en contra de un mundo que se está mecanizando, que se hace
esclavo del reloj y que quiere regular todos los órdenes de la
existencia. El bohemio hace una resistencia, más o menos consciente,
frente a todos estos cambios, y para ello lleva una vida que parece contradecir
esos presupuestos modernizadores. No es por ende fortuito que un aire
de decadencia acompañe estas manifestaciones y que sus referencias
vitales y bibliográficas estén en Europa, y sobre todo en
Francia. De hecho, lo que resulta sorprendente --para quienes piensan
que siempre hemos sido un país, y en particular una región
como la antioqueña, encerrado y sin apertura frente al mundo--,
es que muchos de estos personajes que formaron la bohemia de Medellín
a principios de siglo estaban al tanto de los movimientos literarios y
artísticos del viejo continente, que conocían autores en
sus lenguas originales (casi todos leían francés y muchos
inglés) y que accedían a traducciones actualizadas de autores
como Nietzsche, Schopenhauer, Sartre (en lo filosófico), Baudelaire,
Rimbaud, Verlaine, Dostoievski, Wilde, Camus, entre otros (en lo literario),
y que discutían temas de estética como el de si era bueno
hacer o no una literatura en donde las palabras fueran objetos en sí
(al estilo Mallarmé), o si era necesario que éstas sirvieran
para hablar al hombre común (es el debate de Carrasquilla con Max
Grillo en sus "Homilías" de 1906, publicadas en la revista
Alpha).
Dicha bohemia no fue un evento
más o menos folclórico o curioso; más bien fue una
alternativa vital, asumida desde lo estético, con los riesgos que
ello implica. Esto nos lleva tomar a estos hombres bajo una serie de características
generales:
El escándalo es consustancial
a su accionar; escándalo que no tiene tanto que ver con el hecho
de vivir alterando permanentemente la vida cotidiana, cuanto el de que
su existencia misma es escandalosa. Por escándalo, tal como hemos
anotado en otros trabajos, entendemos esa mezcla molesta de lo público
y lo privado, que resulta insoportable para los defensores a ultranza
de un proyecto moderno. En otras palabras, el poder en la modernidad se
articula en esa distinción, y lo que procura es mantenerla a toda
costa; sin embargo, estos bohemios parecían no tener barreras en
esa dimensión y su vida "privada" era exhibida en público:
sus amoríos, sus borracheras de alcohol y alucinógenos,
sus opiniones. De hecho, ellos parecían comportarse como el contraejemplo
de lo que desde otros discursos (en particular el del civismo) era el
modo correcto de vivir.
Eran seres paradójicos.
En lo que toca a la transformación urbana de la ciudad, a veces
parecían estar en desacuerdo, y en otras, estaban conformes y hasta
entusiastas. Es decir, frente a la modernización eran contradictorios:
un día podían criticar el progreso material y en otras hablar
cual si fuesen autores futuristas y enamorados de la máquina. Esto
hacía que fueran, por un lado, grandes nostálgicos, y por
otro, que fueran entusiastas del presente y el futuro. De ahí que,
mientras añoran el campo y la vida rural que se está perdiendo,
también encontremos en ellos las primeras formas de poesía
urbana moderna. Claro está que esta situación hace que luego
se tome un partido por la vida urbana, tal como ocurrirá con la
tercera generación de bohemios, la Nadaísta, cuyo hacer
poético y literario es desde y sobre la ciudad.
Entre ellos no formaban una
unidad. De hecho, al hablar de bohemia podemos pensar que se trata de
un grupo coherente de escritores e intelectuales que actuaban al unísono.
Sin embargo, ello es falaz y, más bien, lo que descubrimos en esa
vida bohemia es una multiplicidad y una diversidad de comportamientos,
incluso bien podría hablarse de bohemias. Muchos de ellos han pasado
a formar parte de lo que hoy llamaríamos una élite intelectual
y literaria del país (el caso más destacado es el de León
de Greiff), mientras que otros eligieron --o les correspondió--
entrar a ser parte del mercado de la música y los discos que en
ese momento se estaba consolidando en Medellín (Tartarín
Moreira es el más destacado de entre ellos). Ello revela, pensamos,
que no había unidad en criterios de gusto, sino que, al hacer una
opción estética, esos bohemios manifestaban relaciones distintas
en los temas sobre el gusto y que, al contacto con las propuestas modernizadoras,
este ámbito del gusto se multiplicaba y se tornaba heterogéneo.
Tomás
Carrasquilla. Caricatura de Ricardo Rendón,
1923.
La calle es el espacio por excelencia para
desplegar su hacer. No quiere ello decir que
no tuvieran un lugar de residencia, sino que
ellos formaban con la ciudad en transformación
una especie de maridaje y de continuidad con
el paisaje; casi podría aventurarse
que eran como dimensiones metonímicas
del espacio urbano, ya que su papel parecía
el de ser uno con la calle, confundirse con
ella y hasta volverse parte de su decorado:
el bar en donde se reunían, las cantinas
en donde tertuliaban, las calles en las cuales
se les veía, parecían adquirir
carácter propio gracias a la presencia
de estos personajes. Además, esas calles
y esos sitios no pueden pensarse únicamente
como los de Medellín; de hecho, muchos
estuvieron en distintas partes del país
y del continente, lo cual añadiría
una trashumancia a su carácter: León
de Greiff, Ricardo Rendón y Luis Tejada
en Bogotá, Manuel Mejía Vallejo
en Venezuela y en Centroamérica, o
el posterior carácter errabundo de
los Nadaístas.
QUÉ ES LA BOHEMIA
La
bohemia es una especie de romanticismo, de
protesta interior contra la disciplina social;
el bohemio de corazón menosprecia el
mundo como los padres del desierto; ama la
independencia, el libre arbitrio, la pobreza,
el ideal; se declara exento de prejuicios
y deberes legislados; hace patria de la tierra
donde pone el pie; es, en suma, un Quijote,
sin más culto que el de las Musas ni
más ley que su voluntad. Un Diego Corrientes,
artista o poeta, sería el tipo perfecto
del bohemio legendario.
CONCHA ESPINA. "El
encanto de la bohemia".
El Correo Liberal. Medellín, mayo 11
de 1922.
Muchos de ello eran inmigrantes
urbanos, que habían dejado sus pueblos de origen en busca de una
formación académica y escolar más adecuada; es decir,
ellos, como muchos otros habitantes de la ciudad, llegaron por voluntad
propia o por la de sus padres, para que se formaran y tuvieran mejores
oportunidades. Algunos con padres más o menos pudientes, otros
mucho más aventureros y con menos posibilidades económicas,
lo cierto es que la ciudad les atrae y los atrapa; la quieren y la odian,
pero difícilmente pueden estar largo tiempo alejados de ella.
Café
La bastilla, de Medellín, en Junín
con La Playa. Acuarela de Francisco Madrid
Q., 1975, sobre una fotografía de Jorge
Obando, 1935
INTENTO DE PERIODIZACION
Teniendo
en cuenta estas características, podemos entonces, pensar algunos
de los momentos de estas bohemias en una ciudad como Medellín.
Lo primero que habría que decir, para evitar suspicacias, es que
quizás ha de reconocerse el que la bohemia y los bohemios dejan
de existir en el momento en que las condiciones expresivas cambian y en
el momento en que la ciudad crece de una forma tal que ya no puede hacer
gala de señalar a uno o algunos personajes como los bohemios y
poetas de la ciudad; es decir, en el momento en que la fragmentación
urbana resulta inocultable merced al crecimiento de la ciudad y a que
los nuevos dispositivos tecnológicos y mediáticos alientan
nuevas relaciones estéticas con el entorno. Por tanto, quizás
hasta los años cincuenta -–con las primeras manifestaciones
nadaístas hacia 1958-60-- puede hablarse de una vida bohemia; más
allá, en medio de una ciudad que se puebla de inmigrantes de la
violencia y que crece incontrolablemente, y con la aparición de
la televisión aunada a la diversificación mediática
en general, difícilmente se puede hablar de un grupo de bohemios
que hagan gala de una actitud contestaria frente a la modernidad. Más
bien lo que aparece en los años posteriores a los sesenta son ciertas
formas contraculturales que están más cercanas a esa nueva
relación mediática: el rock, el ambiente de la salsa, los
pequeños grupos alrededor de un género musical, etc.
En este orden de ideas, los
bohemios abarcarían tres generaciones de creadores literarios en
Medellín. Los primeros estarían en los nacidos a fines del
siglo XIX y que hacia mediados de la década de 1910 y en la de
1920 empezaron a hacer presencia en la ciudad. Uno de sus puntos de atracción
estuvo en los Panidas, grupo literario que aparece en 1915, alrededor
de la revista del mismo título (Ver Credencial Historia Nº
70, octubre de 1995, pp. 12-15). Allí, bajo la influencia literaria
de los franceses, y con aire de decadentismo muy a la fin de siècle,
estuvieron personajes como León de Greiff, Ricardo Rendón,
Libardo Parra Toro (Tartarín Moreira), Teodomiro Isaza, Rafael
Jaramillo, Bernardo Martínez, Félix Mejía, J. Restrepo
Olarte, Eduardo Vasco, Jorge Villa Carrasquilla, José Manuel Mora,
José Gaviria Tora y Fernando González. Cabe anotar, sin
embargo, que aparte del grupo alrededor de esta revista, también
hubo figuras como Luis Tejada, que se impregnó de este mismo ambiente,
y poetas de menor calado pero de profundo arraigo popular al convertirse
sus poemas en canciones, como León Zafir y el Caratejo Vélez.
El siguiente grupo sería
el de los nacidos hacia la década de 1920, y allí estuvieron
figuras como Manuel Mejía Vallejo, Otto Morales Benítez,
Carlos Castro Saavedra, Alberto Aguirre (antes de que le diera por renegar
del tango) y Oscar Hernández. Generación que creyó,
en su momento, que tomaba las banderas de los anteriores y que se comprometió
intensamente en los conflictos políticos del país. Vivieron
los primeros efectos de la Violencia de los años cincuenta y fueron,
en alguna medida, sus víctimas; de ahí, su necesidad de
una salida, bien fuera de la ciudad y del país, bien fuera bajo
el efugio suicida del alcohol, o bien en su alternativa hacia una retirada
de ese ambiente en pro de alternativas más "normales"
de existencia.
Por último, los nacidos
a fines de los años treinta y a principios de los cuarenta, que
concretan un movimiento contestario alrededor del Nadaísmo y su
gurú, Gonzalo Arango, grupo que pretendía hacer ruptura
total con el pasado, incluso con muchos de sus predecesores bohemios;
grupo, en fin, con el cual se rompe esa tradición bohemia, porque
con ellos y, con los que les sucedieron, se empieza a dar ese crecimiento
urbano que arriba mencionábamos y aparecen esas nuevas formas expresivas
--no siempre literarias-- alentadas por las nuevas circunstancias mediáticas.
BIBLIOGRAFIA
AA.VV.
Histoira de Medellín. Medellín:
Suramericana de Seguros, 1996.
RESTREPO URIBE, JORGE. Medellín,
su origen, progreso y desarrollo. Medellín: Servigráficas,
1981.
ROJAS LOPEZ, MANUEL BERNARDO.
El rostro de los arlequines; Tartarín Moreira y León Zafir,
dos mediadores culturales. Medellín: Universidad de Antioquia,
1997.
ROJAS LOPEZ, MANUEL BERNARDO.
Los dispersos recuerdos de Desiderio Ancízar Alicante. Medellín:
Comisión Asesora para la Cultura del Concejo de Medellín,
1998. |