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Gregorio Gutiérrez González (1826-1872)

A Julia
Poesías del casto amor y de la inefable ternura...
Marcelino Menéndez Pelayo.

Juntos tú y yo vinimos a la vida,
Llena tú de hermosura y yo de amor;
A ti vencido yo, tú a mí vencida,
Nos hallamos por fin juntos los dos.

Y como ruedan mansas, adormidas,
Juntas las ondas en tranquila mar,
Nuestras dos existencias siempre unidas
Por el sendero de la vida van.

Tú asida de mi brazo, indiferente
Sigue tu planta mi resuelto pie;
Y de la senda en la áspera pendiente
A mi lado jamás temes caer.

Y tu mano en mi mano, paso a paso,
Marchamos con descuido al porvenir,
Sin temor de mirar el triste ocaso
Donde tendrá nuestra ventura fin.
Con tu hechicero sonreír sonrío,
Reclinado en tu seno angelical,
De ese inocente corazón, que es mío,
Arrullado al tranquilo palpitar.

Y la ternura y el amor constantes
En tu limpia mirada vense arder,
Al través de dos lágrimas brillantes
Que temblando en tus párpados se ven.

Son nuestras almas místico rüido
De dos flautas lejanas, cuyo son
En dulcísimo acorde llega unido
De la noche callada entre el rumor;

Cual dos suspiros que al nacer se unieron
En un beso castísimo de amor;
Como el grato perfume que esparcieron
Flores distantes y la brisa unió.

¡Cuánta ternura en tu semblante miro!
¡Que te miren mis ojos siempre así!
Nunca tu pecho exhale ni un suspiro,
Y eso me basta para ser feliz.

¡Que en el sepulcro nuestros cuerpos moren
Bajo una misma lápida los dos!
¡Mas mi muerte jamás tus ojos lloren!
¡Ni en la muerte tus ojos cierre yo!

Aures
De peñón en peñón turbias saltando
Las aguas de Aures descender se ven;
La roca de granito socavado
Con sus bombas haciendo estremecer.

Los helechos y juncos de su orilla
Temblorosos, condensan el vapor;
Y en sus columpios trémulas vacilan
Las gotas de agua que abrillanta el sol.

Se ve colgando en sus abismos hondos,
Entretejido, el verde carrizal.
Como de un cdere en el oscuro fondo
Los hilos enredados de un collar.

Sus cintillos en arcos de esmeralda
Forman grutas do no penetra el sol,
Como el toldo de mimbres y de palmas
Que Lucina tejió para Endimión.

Reclinado a su sombra, ¡cuántas veces
Vi mi casa a lo lejos blanquear,
Paloma oculta entre el ramaje verde,
Oveja solitaria en el gramal!

Del techo bronceado se elevaba
El humo tenue en espiral azul...
La dicha que forjaba entonce el alma
Fresca la guarda la memoria aún.

Allí, a la sombra de esos verdes bosques
Correr los años de mi infancia vi;
Los poblé de ilusiones cuando joven,
Y cerca de ellos aspiré a morir.

Soñé que allí mis hijos y mi Julia...
¡Basta! las penas tienen su pudor,
Y nombres hay que nunca se pronuncian
Sin que tiemble con lágrimas la voz.

Hoy también de ese techo se levanta
Blanco-azulado el humo del hogar;
Ya ese fuego lo enciende mano extraña,
Ya es ajena la casa paternal.

La miro cual proscrito que se aleja
Ve de la tarde a la rosada luz
La amarilla vereda que serpea
De su montaña en el lejano azul.

Son un prisma las lágrimas que prestan
Al pasado su mágico color;
Al través de la lluvia son más bellas
Esas colinas que ilumina el sol.

Infancia, juventud, tiempos tranquilos,
Visiones de placer, sueño de amor,
Heredad de mis padres, hondo río,
Casita blanca...Y esperanza, !adiós!

Ultimo canto de Lord Byron en Grecia

Es tiempo ya que deje de palpitar mi pecho,
Pues que otros corazones no laten junto a mí...
Empero, aunque no pueda volver a ser armado,
No importa, me es forzoso amar hasta morir.

Mi vida está en su otoño: marchitos por el tiempo
las flores y los frutos cayeron del amor,
Tan sólo los pesares me quedan todavía ...
Me queda ese gusano hambriento y roedor.
El fuego de mi pecho parece en mi agonía
La llama solitaria que sale de un volcán,
Junto a la luz que arroja, ninguna antorcha brilla,
¡Es una moribunda hoguera funeral!

¡Cuidados, esperanzas, exaltación de penas,
Afanes de los celos, transportes del amor,
No puedo ya sentiros, mas llevo las pesadas
Cadenas que enlazaban mi pobre corazón!

Empero, hoy no debiera tener los pensamientos
Que son el patrimonio de ardiente juventud;
No es hoy cuando a los héroes la gloria con sus lauros
O ciñe la cabeza o adorna el ataúd?

¡Despierta! (Mas ¡oh Grecia! ya tú te has despertado)
Despiértate, alma mía, y observa el manantial
De do la sangre viene que corre por mis venas:
¡No puedan ¡ay! mis hechos su origen prdeanar!

Contempla aquí... la gloria... el campo de batalla...
La espada... la bandera... la Grecia mira en fin;
Jamás el espartano que llevan en su escudo
Más libre se creyera, ya próximo a morir...

Es tiempo ya que a estas pasiones miserables
Indignas de asaltarme las huelle con el pie:
Desde hoy deberán serme de amor y de belleza
Extrañas las sonrisas, lo mismo que el desdén.

Si lloras, ¿por qué vives...? He aquí donde la muerte,
Te puede ser gloriosa... Estás en la región
Que lidia por ser libre... ¡Oh, Byron, al combate!
¡Y dile a la existencia tu postrimer adiós!
Y busca en el combate lo que jamás se busca,
La tumba del guerrero, que es fácil encontrar.
Para probar tu eterno reposo en el sepulcro
En la oprimida Grecia escoge tu lugar.

Memoria sobre el cultivo de maíz en Antioquia
(Capítulo I)


De los terrenos propios para el cultivo,
y manera de hacerse los barbechos, que decimos rozas.

Buscando en dónde comenzar la Roza,
De un bosque primitivo la espesura
Treinta peones y un patrón por jefe
Van recorriendo en silenciosa turba.

Vestidos todos de calzón de manta
Y de camisa de coleta cruda,
Aquél a la rodilla, ésta a los codos,
Dejan sus formas de titán desnudas.
El sombrero de caña con el ala
Prendida de la copa con la aguja,
Deja mirar el bronceado rostro,
Que la bondad y la franqueza anuncia.
Atado por detrás con la correa
Que el pantalón sujeta a la cintura,
Con el recado de sacar candela,
Llevan repleto su carriel de nutria.
Envainado y pendiente del costado
Va su cuchillo de afilada punta;
Y en fin, al hombro, con marcial despejo,
El calabozo que en el sol relumbra.
* * *
Al fin eligen un tendón de tierra
Que dos quebradas serpeando cruzan,
En el declive de una cuesta amena
Poco cargada de maderas duras.
Y dan principio a socolar el monte
Los peones formados en columna;
A seis varas distante uno de otro
Marchan de frente con presteza suma.
Voleando el calabozo a un lado y otro,
Que relámpagos forma en la espesura,
Los débiles arbustos, los helechos
Y los bejucos por doquiera truncan.
Las matambas, los chusques, los carrizos,
Que formaban un toldo de verdura,
Todo deshecho y arrollado cede
Del calabozo a la encorvada punta.
Con el rostro encendido, jadeantes,
Los unos a los otros se estimulan;
Ir adelante alegres quieren todos,
Romper la fila cada cual procura.
Cantando a todo pecho la guavina,
Canción sabrosa, dejativa y ruda,
Ruda cual las montañas antioqueñas,
Donde tiene su imperio y fue su cuna.
No miran en su ardor a la culebra
Que entre las hojas se desliza en fuga,
Y presurosa en su sesgada marcha,
Cinta de azogue, abrillantada ondula;
Ni de monos observan las manadas
Que por las ramas juguetones cruzan;
Ni se paran a ver de aves alegres
Las mil bandadas, de pintadas plumas;

Ni ven los saltos de la inquieta ardilla,
Ni las nubes de insectos que pululan,
Ni los verdes lagartos que huyen listos,
Ni el enjambre de abejas que susurra.
* * *
Concluye la socola. De malezas
Queda la tierra vegetal desnuda.
Los árboles elevan sus cañones
Hasta perderse en prodigiosa altura.

Semejantes de un templo a los pilares
Que sostienen su toldo de verdura;
Varales largos de ese palio inmenso,
De esa bóveda verde altas columnas.

El viento, en su follaje entretejido,
Con voz ahogada y fúnebre susurra,
Como un eco lejano de otro tiempo,
Como un vago recuerdo de ventura.

Los árboles sacuden sus bejucos,
Cual destrenzada cabellera rubia
Donde tienen guardados los aromas
Con que el ambiente, en su vaivén, perfuman.
De sus copas galanas se desprende
Una constante, embalsamada lluvia
De frescas flores, de marchitas hojas,
Verdes botones y amarillas frutas.
Muestra el cachimbo su follaje rojo,
Cual canastillo que una ninfa pura
En la fiesta de Corpus, lleva ufana
Entre la virgen, inocente turba.

El guayacán con su amarilla copa
Luce a lo lejos en la selva oscura,
Cual luce entre las nubes una estrella,
Cual grano de oro que la jagua oculta.

El azuceno, el floro-azul, el caunce
Y el yarumo, en el monte se dibujan
Como piedras preciosas que recaman
El manto azul que con la brisa ondula.

Y sobre ellos gallarda se levanta,
Meciendo sus racimos en la altura,
Recta y flexible la altanera palma,
Que aire mejor entre las nubes busca.
* * *
Ved otra vez a los robustos peones
Que el mismo bosque secular circundan;
Divididos están en dos partidas,
Y un capitán dirige cada una.

Su alegre charla, sus sonoras risas,
No se oyen ya, ni su canción se escucha;
De una grave atención ciudado serio
Se halla pintado en sus facciones rudas.
En lugar del ligero calabozo
La hacha afilada con su mano empuñan;
Miran atentos el cañón del árbol,
Su comba ven, su inclinación calculan.

Y a dos manos el hacha levantando,
Con golpe igual y precisión segura,
Y redoblando golpes sobre golpes,
Cansan los ecos de la selva augusta.

Anchas astillas y cortezas leves
Rápidamente por el aire cruzan;
A cada golpe el árbol se estremece,
Tiemblan sus hojas, y vacila... y duda...

Tembloroso un momento cabecea,
Cruje en su corte, y en graciosa curva
Empieza a descender, y rechinando
Sus ramas enlazadas se apañuscan;

Y silbando al caer, cortando el viento,
Despedazado por los aires zumba...
Sobre el tronco el peón apoya el hacha
Y el trueno, al lejos, repetir escucha.
* * *
Las tres partidas observad. A un tiempo
Para echar una galpa se apresuran;
En tres faldas distintas, el redoble
Se oye del hacha en variedad confusa.

Una fila de árboles picando
Sin hacerlos caer, está la turba,
Y arriba de ellos, para echarlo encima,
El más copudo por madrino buscan.
Y recostando andamios en su tronco
Para cortarlo a regular altura,
Sobre las bambas y al andamio trepan
Cuatro peones con destreza suma.

Y en rededor del corpulento tronco
Sus hachas baten y a compás sepultan,
Y repiten hachazos sobre hachazos
Sin descansar, aunque en sudor se inundan.

Y vencido por fin, cruje el madrino,
Y el otro más allá: todos a una,
Las ramas extendidas enlazando,
Con otras ramas enredadas pugnan;

Y abrazando al caer los de adelante,
Se atropellan, se enredan y se empujan,
Y así arrollados en revuelta tromba
En trueno sordo, aterrador retumban...

El viento azota el destrozado monte,
Leves cortezas por el aire cruzan,
Tiembla la tierra, y el estruendo ronco
Se va a perder en las lejanas grutas.

Todo queda en silencio. Acaba el día,
Todo en redor desolación anuncia.
Cual hostia santa que se eleva al cielo
Se alza callada la modesta luna.

Troncos tendidos, destrozadas ramas,
Y un campo extenso desolado alumbra,
Donde se ven como fantasmas negros
Los viejos troncos, centinelas mudas.

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