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HUMOR
¡Qué guayabito, ¿no?! 
  Nadie niega que, a veces, los traguitos son deliciosos. Pero, cuando se pasa la frontera y viene la borrachera, al otro día aparece la resaca, el guayabo, la cruda que -¡válgame Dios!- casi siempre es espantoso, como cosa del diablo. Una crónica.
 
EL COLOMBIANO/ José Alejandro Castaño
Como decía don Rafael Arango Villegas, no voy a hacer la apología del guaro, que la haga el Estado, que lo fabrica y distribuye. Pero, estoy de acuerdo con el célebre escritor manizalita: el aguardiente, bebido en dosis moderadas (cuarenta o cincuenta copas), es muy saludable. Pasar esos límites sí es muy grave, no tanto por la borrachera, sino, por algo peor: el guayabo.

Por supuesto, nada más pesado que un borracho (entre más gordo, peor). En cambio, un “enguayabado” es una víctima, una suerte de pecador que quiere arrepentirse de todo: de lo que hizo la noche anterior y de lo que no se acuerda. Sufre en lo físico y lo moral. Es, en rigor, un pobre diablo, con un infierno en el estómago.
Un enguayabado es lo más parecido a un político en campaña electoral: “No vuelvo a beber nunca”, se dice, en medio de la resaca insoportable. Promesa que olvidará a la noche siguiente, sobre todo si es diciembre.

El borracho, en medio de su rasca, se cree inteligente, galán, erudito, el mejor bailarín, y salta y grita y canta y se empelota. El enguayabado es casi un cadáver. Se encuentra en un estado que linda con la agonía y la muerte.

Lo ideal, desde luego, es no beber nunca. Y, de hacerlo, pues ya lo dijimos al principio: no pasarse de la raya. Porque una borrachera aterradora, puede generar un “guayabo negro”, como el del famoso cuento de don Efe Gómez. Pero más que de embriagueces, esta es una crónica sobre resacas.

Es decir, acerca de aquel estado post-borrachera, en el que el paciente siente una sed de desierto, que quisiera calmar con agua, limonada, agua de coco, agua de alcantarillado, ácido cítrico, ácido sulfúrico, con cualquier líquido. Tiembla, suda, se desespera. No sabe qué hacer con las manos: si ahorcarse o abrir la llave del gas.

Día de desdicha

El guayabo es lo que, en palabras de guerra, se conoce como “Día D” o “Día Después”. Es un campo en ruinas. La cabeza se siente coca, o como llena de clavos, o como un nido de culebras. Una resaca queda muy bacanamente descrita en la palabra alemana katzenjammer (“maullido de gatos”), o en la sueca hont i haret (dolor en la raíz de la cabeza), o en la noruega Jeg har tommermen (carpinteros en mi cabeza). En todo caso, un guayabito puede dejar a cualquiera descabezado.

Un guayabo es apto para las maldiciones. Todavía, parece, no se ha descubierto el remedio, aunque se han ensayado muchos, desde las “bombas” caseras hasta las oraciones a santos aún no canonizados, como “sancocho” y otros de su especie.

Del vudú y otros remedios

La cura del vudú haitiano para el enguayabe, consiste en clavar 13 alfileres de cabeza negra en el corcho o la tapa de la botella causante de la resaca; la cura egipcia es más simple: beba un par de pintas de agua de coles. Y listo. Santo remedio. O la de los chinos, un tanto más complicada: consuma una pequeña ración de cerebro de caballo.
Desde tiempos viejos, se ha buscado la cura “milagrosa” a la resaca. Los resultados son iguales a los de la búsqueda de la eterna juventud. Nulos. Sin embargo, los romanos intentaban disminuir los atroces efectos de la borrachera con piedra pómez picada o molida, pulmón asado de jabalí y huevos de lechuza. Alguien, hoy, también podría ensayar la formulita a ver qué tal.

También una sopita holandesa puede servir de algo. Es una mezcla de patas de oveja, hígado de vaca y harina de avena. Los borrachitos del Perú acostumbran comer “ceviche” y los cubanos se toman, antes de irse a dormir, una “sopa china”, es decir, aspirina con leche. Desde luego, nada de eso sirve.

Tal vez sea más efectiva la fórmula mágica, un poco más primitiva, de tomar un caracol o babosa, frotarse con él o ella nueve veces la frente y, después, arrojarlo lo más lejos posible. Si no gusta de ésta, entonces opte por vomitarse sobre una rana, y, tras la trasbocada, láncela a gran distancia. Así pasará el guayabo.

En cualquier caso, el guayabo es una sensación en la que la víctima cree estar muy cerca del sepulcro, aparte del tufo tumbaaviones que despide. La boca es pastosa, con sabor a cobre, o a hierro viejo, o a piña vinagre; las manos tiemblan; los ojos se parecen a los del Señor Caído, y dentro de la cabeza siente el picoteo de los buitres. El guayabo es el necesario castigo para los bebedores.

Pero, como se ve, puede más el guaro que el guayabo.
Lo mejor para el guayabo es, decía Perogrullo, no beber. Pero si lo hace, (¿cómo saber cuál debe ser la última copa?), no se extralimite, o aténgase a soportar las penurias del día después. Pobre Noé, el bíblico. Lo que más le dolió no fue la empelotada que se pegó, sino esa resaca babilónica. Peor que el diluvio.
EL COLOMBIANO/ Reinaldo Spitaletta
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El mejor remedio es no tomar 
Consejos útiles para sacarle provecho al guayabo 
 
Decía un bobo famoso en Marinilla que lo mejor para el guayabo es no beber. Menuda conclusión, inservible, además, si el consejo se da mientras el infeliz enguayabado padece su mal. 
 
En principio, así parece haberlo corroborado la ciencia, no hay nada qué hacer. Si usted sufre de los síntomas post borrachera las noticias no son buenas. Recuéstese y sufra por terco, como diría Pacho Puntillas. 

 
Pero tranquilo, los índices de muertes ocasionadas por resacas no son muy altos y es posible que usted sobreviva, así el ardor en el estómago, las agudas picadas en la cabeza, las azuladas ojeras, los labios resecos, el decaimiento general y el tremendo sentimiento de abandono le digan lo contrario. Por lo pronto, trate de sacarle alguna utilidad a su lastimera situación, sobre todo si usted hace parte de ese enorme porcentaje de hombres a quienes les toca, encima, lidiar con un baño de cantaleta prolongado.

Intente dignificar su situación, saque pecho y siga estos consejos prácticos. La idea es que, al fin de cuentas, algo le deban agradecer a su doliente estado.

Si en su casa hay una plaga de cucarachas, cosa por lo demás frecuente en el 87% de las viviendas, aspire con su aliento los ocasionales escondites del animal. Cuando lo haga en los estantes de la cocina evite hacerlo sobre los cubiertos o la loza, pues los restos de vaho en la superficie de platos y cucharas podría resultar mortal para un desprevenido comensal. Recuerde rociar su aliento en bocanadas uniformes y, en todo caso, lejos de la pipeta del gas.

Otra aplicación útil para su mortífero aliento consiste en derecer servicios de escolta a familiares que deben utilizar cajeros automáticos. Se trata de seguirlos a prudente distancia, hasta doce metros, para que usted pueda reaccionar resoplando una eficaz bocanada en caso de que sean asaltados. Debe tener en cuenta que entre más lejos se haga de sus protegidos mayor será el ángulo de aspersión y, en consecuencia, las potenciales víctimas inocentes podrían ser numerosas. Por eso se recomienda llevar consigo un tubo de P.V.C de unos dos metros de longitud para que pueda orientar mejor su disparo. Es muy importante que disponga una clave de seguridad para que sus familiares puedan alcanzar a taparse la nariz antes de que usted resople. De nada sirve que fulmine por igual a víctimas y a victimarios.

Como en estos días de fiesta es frecuente la elaboración de gran cantidad de alimentos, algunos de los cuales, a causa del elevado número de convidados, deben prepararse al aire libre, su aporte consistirá en sentarse cerca para que evite la desagradable presencia de insectos. Si el sitio es soleado, mejor. Nada más efectivo que el sudor viscoso de un enguayabado para espantar moscos, zancudos y avispas. Cuídese de hacerse muy cerca de los que cocinan porque ellos también podrían ahuyentarse.

Como no faltan, incluso por esta época, insistentes vendedores de enciclopedias, Biblias ilustradas, cursos de inglés y de lectura rápida a domicilio, salga a atenderlos usted. Verá como corren.

Por último, aunque esto sólo se lo agradecerá la madre naturaleza, intente mitigar la muerte de pavos, gallos y cerdos. Antes de que el filoso cuchillo les corte la vida, siéntese con ellos y hábleles, nunca menos de quince minutos, y abrácelos. Verá cómo después se entregan al salvaje suplicio con un extraño pero evidente gesto de alivio. 
No se enoje. Como diría Pacho Puntillas, ¿si sabía que le iba a doler para que metió el dedo? Relájese y sufra, y acuérdese de su estado actual la próxima vez que vaya a tomar. ¡Salud!
 
EL COLOMBIANO/ José Alejandro Castaño.
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Con qué calma la gente el guayabo 
 
“La sabiduría popular es sabía”, eso nadie lo niega. A continuación algunas sugerencias de los antioqueños para sobrevivir a un guayabo y hacer más llevaderos sus efectos:
  Agua.
Agua y aspirina.
Cerveza y consomé.
Comidas bien saladas y condimentadas.
Leche.
Dos cervezas.
Gatorade.
Caldito.
Ducha tibia.
Mucho líquido.
Alka seltzer con limón.
Aspirinas.
Aguasal o caldo de huevo.
Música y pereza.
Dormir mucho.
Comidas grasosas.
Una inyección de Seiscopín.
Limonada bien fría.
Mucha gaseosa.
Un refajo de colombiana y cerveza.
Chocolate bien caliente.
Dos sales de frutas antes de acostarse borracho.
Jugo de tomate.
Avena fría.
Jugo de naranja.
La combinación, en jugo, de dos tomates, dos limones y tres gotas de Boldo
... o lo que hacen muchos... con otra rasca.
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Décimas del Aguardiente
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