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Juanes
La gloria del parcero...
Ganador
de 3 premios Grammy y preparado para tomarse
a Latinoamérica con su música, Juan Esteban
Aristizábal es un bacán arrollador, callejero,
rebelde y ganador. Armado de tatuajes
y riesgo, con la guitarra como prolongación
de su alma, es un rockero por excelencia.
Esta es la historia de un parcero de La
Playa de Medellín que triunfa más allá
de Miami Beach.
Por: Jorge Hernán Gómez
Para
patear piedras por la ciudad se necesita
un par de tenis. Para firmar autógrafos
y cantar frente a multitudes se necesita
amar la soledad. Para ganar un Grammy
se necesita talento... y suerte. Juanes
tiene tenis, amor a la soledad, talento,
suerte. Y se tiene a sí mismo como amuleto
de las desventuras y la felicidad, talismán
extravagante de la tristeza, de la risa,
de los tatuajes, de la música y el silencio.
Aún no se entera de que es famoso. Aún
no sabe que sus pasos empiezan a retumbar
por los pasillos laberínticos del reconocimiento.
Apenas si puede creer que se ha ganado
ocho candidatizaciones a los Grammy
latinos, los más importantes premios
de la música en español, reservados
para leyendas con nombre de héroe como
Santana. Apenas entiende que el 11 de
septiembre cantará en vivo frente a
televidentes de 120 países, que verán
por primera vez a un paisa con una guitarra
eléctrica dejando sus reflexiones, su
grito de guerra y su amor desesperado
por Colombia en el escenario. Desconocido,
subterráneo y tímido.
Directo, audaz y parcero. Así llegó
a la ceremonia en la que anunciaron
su gloria, con los tenis aún mojados,
pues la recomendación de Fernán Martínez,
su apoderado, era lavarlos para dejar
una buena impresión. Y así se comporta
cuando entra en una tienda de discos
para comprar un cd de Joe Arroyo o de
Metallica. O cuando una turba de mujeres
lo acorrala para pedirle autógrafos
y besos. O cuando la lluvia que atraviesa
el cielo, como rasgando una guitarra,
lo obliga a componer una canción silenciosa.
O cuando se refugia en las librerías
de Los Angeles para estudiar el verbo
To Be.
Juanes desconcierta. Hijo de la ciudad,
alimentado en tiempos de guerra aliviados
por el calor de su familia, es un gladiador
de nuestro tiempo, un juglar urbano
que le canta a la libertad. Tiene la
audacia de protestar con canciones que
recuerdan el sentido reaccionario y
la intención de denuncia que se inventaron
los grandes dinosaurios del rock. Tiene
también la suerte de ser tan pinta como
para gustarles a todas las mujeres y
de ser tan feo como para que ningún
hombre le tenga envidia. Tiene la estampa
del galán malevo, a quien llamaba y
perseguía la seductora Tatiana de los
Ríos. Y tiene la inocencia de la rebeldía,
la figura despreocupada y fuerte de
la que se enamoran miles de adolescentes
y señoras entradas en carnes, y de la
que se enamoró Karen Martínez, tierna
y sensual brújula de la dirección pasional
del rockero.
Historia de fusiones, fusión él mismo,
la vida de Juanes empieza de nuevo cada
minuto. Reinvención constante de sus
sueños, es el rockero que juega con
un acordeón, el malo que se desvive
por una causa noble, el místico con
una guitarra por religión.
¿Quién es Juanes?
Fue
la pregunta de un sorprendido asistente
a la rueda de prensa tras el anuncio
de sus candidatizaciones. Todos conocían
a Paulina Rubio, a Ricky Martin, a Christina
Aguilera, pero ¿Juanes?, ¿quién carajos
es Juanes, el de las ocho candidaturas?
"I am Juanes", contestó con un acento
paisa más de arriero que de cantante.
"I have one disc, and I am from Colombia".
Pero es una respuesta muy breve para
un reportaje.
En Carolina del Príncipe nadie sabe
muy bien qué es un Grammy. Saben sí,
que Alicia y Javier, dos enamorados
que se casaron en la iglesia de ese
pueblo antioqueño, son los papás de
un muchacho llamado Juan Esteban Aristizábal
que nació en Medellín hace 29 años,
y al que dejaron de ver durante mucho
tiempo hasta que alguno de los habitantes
lo encontró en televisión con un uniforme
anaranjado, sentado en una silla eléctrica
y esperando la hora de su ejecución.
"Es un video", dijo alguien. "Yo sí
lo había dicho, acuérdense", advirtió
un viejo con el carriel sobre las piernas,
"hace años dije que ese muchacho iba
a ser más famoso que Gardel".
Gardel y Los Visconti.
Esas fueron las primeras emociones de
Juanes. "Desde que tengo memoria he
tenido una guitarra entre las manos
y me acuerdo que mis prdeesores -mi
papá y mis cinco hermanos- me miraban
mientras descubría los punteos de las
canciones de Los Visconti. No me perdía
ni uno de sus conciertos. La gente se
sorprende, pero a los diez, doce años,
asistía emocionado a conciertos de ese
tipo. El Dueto de Antaño, otro de mis
grandes favoritos".
Juanes
creció como un niño tímido que no entendía
la música de los artistas de moda, Luis
Miguel y Menudo, y entendía aún menos
por qué los niños de su edad no se deleitaban
con Carlos Gardel. Su niñez y su adolescencia
fueron una simbiosis de vivencias que
transcurrían entre la finca plácida
de Carolina del Príncipe y las calles
agitadas de la Avenida La Playa. A los
quince años asistió a un concierto en
una oscura bodega que cambió en segundos
su orientación musical. Ni Los Visconti
ni Menudo. Por primera vez se enfrentó
a las guitarras eléctricas y al golpe
inmisericorde de la batería, se encontró
con el heavy metal y empezó a rendirles
culto a los sonidos fuertes y sin concesiones,
a la rebeldía extrema, al pelo largo
y los tatuajes.
"Días de excesos musicales", recuerda
Juanes. "Descubrí lo más pesado que
había oído nunca. Era otra forma de
entender la música. Rapidez, entrega
total. Desde ahí empezó una relación
religiosa con mi guitarra. La guitarra
es la proyección de mi alma, la música
es mi religión y mi manera de hablar
con Dios es ese instrumento sagrado.
Es mi hostia, mi comunión con el cielo".
Los papás de Juan Esteban, buenos religiosos
y católicos convencidos, paisas conservadores
que en vez de la guitarra preferían
ir a la iglesia, se asustaron con el
descubrimiento de su hijo. "Claro, era
difícil para mi mamá. Es que en esa
época se tejían mitos alrededor de la
música pesada. Se hablaba de drogas,
de pactos con el diablo, de misas negras,
de mensajes subliminales...
Pero lo máximo que hacíamos era 'parcharnos'
en una esquina a tomar vino y a oír
música. Lo más importante de esos días
fue la disciplina que adquirí, el fervor
por la música, el convencimiento de
que mi vida estaría ligada a una guitarra
el resto de mis días. Formé Ekhymosis
y ensayábamos por lo menos diez horas
diarias. Repetíamos canciones hasta
tocarlas dormidos. Estaba obsesionado,
quería que fuéramos los mejores y es
una obsesión que conservo".
Mientras Juanes se encerraba con su
banda en un garaje, afuera, en la Medellín
de los años ochenta, explotaban bombas,
los narcotraficantes derecían un millón
de pesos por cada policía muerto y los
sicarios se multiplicaban. "¿Por qué
no vivimos en paz?", era la pregunta
que se repetía y aún se repite Juanes.
No es raro entonces que sus canciones
vuelvan con insistencia sobre el tema
de la violencia, sobre la guerra y el
dolor de ver al país sin dirección.
Juanes no puede abstraerse de una situación
dramática, que se llevó a uno de sus
mejores amigos y a un primo sin ninguna
causa.
Dolor de músico
Tristeza
y felicidad. Son los elementos creadores
de cualquier artista. "Dolor y amor son
los sinónimos y desde ahí parten mis canciones:
amor o dolor por el país, amor o dolor
por una persona, amor o dolor por mí mismo".
Juanes, como en una película que no logra
olvidar, tiene el registro pormenorizado
de uno de los momentos más dolorosos de
su vida. Aún se ve dormido, descansando
tras una tarde de ensayos en la que preparaba
un concierto para el día siguiente, cuando
un portazo lo obliga a sentarse sin tiempo
de pensar.
No sabe si se trata de un sueño, pero
su mamá, tras arrojar la puerta con furia,
con miedo, le grita como para no sentirse
sola: "Juan, su papá se murió, su papá
se murió". A veces hay que llorar, los
tatuajes y el pelo largo no sirven para
detener las lágrimas. "Pasó algo raro.
Fui al concierto y toqué con una energía
demoledora. Uno de los mejores conciertos
que he dado. Cada nota recordaba a mi
papá, ese hombre imponente que un día
me regaló un acordeón alemán y un beso,
y que me va a ver tocar en los Grammy".
De don Javier Aristizábal, Juanes aprendió
la importancia de saber de dónde viene
y eso ha sido fundamental en su carrera.
Cuando su energía se desbordaba guiada
por la sordidez destructora de bandas
agresivas, de potencias metálicas como
Slayer, Exodus, Iron Maiden y Megadeth,
empezó a notar la ausencia de sus raíces
y a recordar la música que oía junto a
sus papás y sus hermanos.
Aparecieron los ecos de Diomedes Díaz,
de las rancheras, la intensa melancolía
de las cumbias y las lejanas notas de
las melodías de arriería y trocha: "Redescubrí
mis orígenes, lo que me había formado,
y así se enriqueció la música de la banda.
Fue una época difícil, fueron años contradictorios
en los que los primeros seguidores nos
abandonaban porque decían que nos habíamos
vendido y que estábamos olvidando el rock;
y para completar, la gente a la que le
podía llegar más este tipo de música se
confundía, no confiaba en una propuesta
que provenía de un grupo de metaleros".
Lenta evolución. Años de trabajo y de
defenderse contra una cantidad inaudita
de detractores que trataban de hacer ver
el nuevo trabajo de Juanes y Ekhymosis
como mediocre, como una fusión de naderías,
como un intento apresurado por pegar un
par de canciones en las emisoras para
obtener dinero fácil. La tranquilidad
de Juanes en esos días era exagerada,
contestaba con silencio y seguía trabajando:
"No es rock, decían. Yo pienso que dos
de los rockeros más berracos de todos
los tiempos son Vicente Fernández y Diomedes
Díaz.
El rock no es un arete colgando, el pelo
más largo y más sucio del barrio y el
sonido más estridente. El rock es una
actitud que involucra la libertad y la
constante búsqueda de la identidad. Yo
busco la fusión de sonidos que logren
definir quién soy". Esa búsqueda lo llevó
a ejecutar una arriesgada versión en guitarra
eléctrica del himno nacional. Después
de las rasgaduras de túnicas necesarias
y los gritos de rigor en el cielo, un
coronel de la policía salió a felicitar
a Juanes por enseñarles a los jóvenes
el respeto por los símbolos patrios.
Con el rock en las venas, la sangre rebelde
y las ganas de vivir, Juanes llegó a Los
Angeles donde comenzó el sueño de los
Grammy. La soledad, la tristeza y la angustia
de su historia de inmigrante latino en
la edición impresa de la Revista Diners.
Tomado de LaRevistadiners.com.co
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