Mitos
y Leyendas de Antioquia
El Mohán
Antes, mucho antes de trasladarse a vivir
a su palacio subterráneo, el Mohán
fue un hechicero que convocó tormentas
y eclipses. Conocía los secretos
de las almas, curaba enfermedades y todos
temían sus ojos de azabache cuando
en los ritos atraía la lluvia y
las cosechas o se transformaba en jaguar
que recorría las landas de los
ríos para ahuyentar los malos espíritus.
Él supo en una noche premonitoria,
en una noche de borrascas e inundaciones,
de la llegada de los españoles.
Vio también la humillación
y los despojos de la Conquista. Por eso,
tal vez queriendo perpetuar la memoria
de los antepasados, se marchó con
todos los tesoros a la entraña
de los ríos. Allí permanece,
taciturno y remoto entre las piedras,
lejos del tiempo, mientras le crecen los
cabellos y las uñas y sus ojos
desploman la noche.
Junto a los monólogos, a los paseos
nocturnos sobre el oleaje de las aguas,
el Mohán ama la música.
Toca la guitarra en las noches de plenilunio
y algunos campesinos lo han visto aterrorizados
descender en balsa mientras ensaya en
la quena una canción desconocida.Embaucador,
pajarero pintado de negro y con dientes
de oro, el Mohán es un laberinto
que puede cambiar de apariencia y aprovechar
las brisas de los ríos para la
serenata y el vagabundeo por los mercados
de los pueblos en donde compra tabaco
y aguardiente y conquista a las muchachas.
Brujo del agua, el Mohán sin embargo
ejerce una feroz tutela de los ríos.
Regula las crecientes y complica las atarrayas
de los pescadores y en algunas ocasiones
su celo llega a ser perverso: voltea las
canoas y sumerje a las víctimas
en el fondo de las aguas. Los viejos pescadores
y barequeros saben todo aquello, por eso
le temen. llevan en las mochilas tabaco
y están pendientes de cualquier
señal de indignación de
las olas. Saben que el regreso, que su
destino, depende del Mohán.
La Madremonte
Toda vestida de hojas y de líquenes,
vive en la prdeundidad de los bosques.
La cabellera, víctima de soles
y lunas, le oculta el rostro. Ese es su
enigma: podemos escuchar el grito de fiera
entre los árboles, ver la silueta
que se pierde en la espesura, pero nadie
ha visto nunca su rostro cubierto de musgo
y sombra.
La Madremonte ama las grandes piedras
de los ríos, construye sus aposentos
en los nacimientos de las quebradas, se
distrae con el silbido de las mirlas y
los azulejos. Algunos han creído
escucharla cuando imita el canto de los
grillos en las tardes de verano y cuando
persigue las luciérnagas en las
noches sin luna.
Como vigilante de las selvas, la Madremonte
cuida que no desaparezca la lluvia y el
viento, orienta los periodos de celo de
los animales del monte, grita de dolor
cuando cae alguna criatura de su dominio.
Por eso, odia a los leñadores y
persigue a los cazadores: a todos aquellos
que violan los recintos secretos de las
montañas.
Cuando la Madremonte está poseída
de furia, dicen los que han padecido su
venganza, se transforma: los ojos despiden
candela y con las manos de puro hueso,
se agita de rabia entre los matorrales.
Se desencadenan entonces, los vientos
y las tormentas. Los ríos y las
quebradas traen inundaciones, arrasan
las cosechas y el ganado. Todo parece
como si se anunciara el estremecimiento
de la tierra y los astros.
La Patasola
A llí en las selvas de los montes,
estrellándose aquí y allá
con los matorrales, deambula la patasola.
Enemiga de los hombres, acosada por una
culpa antigua, poseída del horror
de su propia apariencia, jamás
se detiene en su vértigo de odio
y espanto. Allí va con los ojos
tortuosos y lejanos y el cabello enredado
de lianas. Dando saltos con la pata de
oso desaparece de la espesura.
Compañera de los tigres y las arañas,
trasnochada por la pena de un amor desorbitado,
la Patasola odia el agua, los cielos azules
y la salida del sol. Su reino pertenece
a los crepúsculos y a las noches
tenebrosas de los montes. Aunque algunas
veces, cuando olvida el dolor, canta o
espera la aparición de la luna
sobre el copo de los árboles. Deidad
vampiresa, genio maléfico de los
montes, la Patasola tiene el poder de
la metamorfosis: cambia de mujer horrible,
de dientes felinos y ojos abultados a
muchacha bella, insinuante como un espejismo
entre los árboles. Así atrae
a los hombres y a los caminantes desprevenidos.
Así los devora totalmente en lo
prdeundo de la selva.
La Madre de Agua
Es un ser anfibio que prefiere vivir la
mayor parte del tiempo bajo el agua. Allí,
en las prdeundidades de los ríos,
entre las algas, recorre sus viviendas
de obsidiana y de despojos de crustáceos.
Allí como una ninfa acuátil,
apoyada en un bastón de coral,
desteje la red de su amargura. Con la
mirada perdida busca a su joven amante
indio, al hijo que fuera arrojado a la
corriente por el abuelo español
que nunca aprobó su amor por el
aborigen.
Madre del río, pequeña sonámbula
de los silenciosos arrecifes, además
de su inclinación por la transparencia,
las nubes y los pájaros, la Madre
de Agua desea a los niños. Con
sonidos de caracol, con mensajes de mariposa
de cristal, con ramos de flores blancas
que alumbran en recámaras de sílice,
los atrae hasta el borde del río.
Aquellos que han visto los visajes del
rostro en los espejos del agua, enferman
y sin poder olvidar corren al abismo en
busca de los cabellos de oro y del espejismo
de la cantora de ojos azules.
El Hojarasquín del Monte
Se alimenta de flores y de bayas doradas
de los bosques prdeundos. Tronco de guayacán
con cabeza de hombre cubierta de chamizos
y salvajina, el deicio del hojarasquín
es cuidar el bosque y los animales selváticos.
Atento al chillido de las golondrinas
en los farallones del río, sabe
cuando se acerca el depredador de la flora
y cuando debe auxiliar al sabanero, anhelante
víctima de los perros del cazador.
Amante de los vuelos, el Hojarasquín
algunas veces se cansa de ser árbol
y entonces disputa con los loros, intenta
saltar con los venados en las tardes de
sol.
Los campesinos saben de estos movimientos
por la algarabía de los arrendajos
y pájaros tijeras, por la inmensa
batahola de los samanes con el viento.
Amo de las hojas y el rumor de las aves
en las montañas, el Hojaraquín
muere cuando hay talas o destrucción
de los montes. En forma de tronco seco,
permanece oculto hasta cuando resurge
la floresta.
Los Duendes
Son enemigos del orden y la domesticidad:
donde quiera que exita una casa hermosa
y un maniático del orden y el trabajo,
allí aparecen los duendes, estos
pequeños hombre vestidos de trajes
de hojas verdes y rojas, cubiertos de
sombreros, como inmensos hongos de maldad.
Se suben a los techos y construyen grandes
aposentos de paja y huesos de mirlas.
Amigos del sabotaje y el enredo, inician
entonces desde allí la debacle,
la burla maligna: esconden las escobas
y los zapatos y ríen en la medianoche.
Pero su disparate mayor consiste en apedrear
los techos, en desatar verdaderas tormentas
de piedra que provocan espanto.
Grandes cabalgadores de pájaros,
los Duendes se divierten oteando las estrellas
sobre las hojas de los yarumos, jugando
al trampolín entre los guaduales.
Pero la diversión mayor está
en perturbar a las doncellas. Les arrojan,
en el sueño, terrones de cal, manchan
los vestidos, las persiguen y si están
enamorados pueden llegar al acoso obseno
y el ultraje. Aunque algunas noches se
apaciguan y con flautas y tiples entonan
canciones dulces y lejanas.
La Llorona
Entre los cafetales y los yarumos, en
las noches de luna llena, se escucha el
grito de la Llorona. De rostro cadavérico,
cubierta de harapos pringados por la lluvia
y el sol, la Llorona alguna vez fue una
mujer hermosa de ojos audaces que enloquecía
a los hombres de los pueblos con su cuerpo
de acróbata del placer. Ahora,
desprovista de esplendor, deambula sin
sosiego por las veredas, atormentada por
la culpa del crimen y los delirios de
una madre que cree llevar entre los brazos
a un niño imposible.
Plañidera, diosa de los tábanos
y el desconsuelo, la Llorona como algunas
aves de la espesura, jamás cesa
en su canto fúnebre; aunque, intente
olvidarlo, atraída por el silencio
de las cañadas, por el tejido invisible
de las mariposas en el aire de los ríos.
Algunas noches, incluso lo intenta, rodando
las ventanas de las aldeas. Allí
se detiene, perdida en el dolor y la sombra,
mientras escucha las guitarras, las voces
que con aroma de aguardiente y tabaco
ahuyentan el alba.
Dama de hiel, vagabunda del alarido, la
Llorona tiene cualidad de espejismo. Algunos,
la han contemplado con el lamento infanticida,
bella como antes del maleficio. Otros,
con el rostro de calavera, los ojos ardientes,
el pelo alborotado y el quejido que sacude
la montaña. Cualquiera que sea
la aparición, nadie desea ver a
la Llorona. Basta con reconocer el olor,
el grito desesperado, para saber que algo
terrible se esconde en la maleza.
La Candileja
Mártir de la violencia, la Candileja
es el espectro de una mujer asesinada
en el Valle de las Tristezas. Dicen que
fue quemada viva con los hijos dentro
de su casa. Desde entonces, convertida
en fuego frecuenta los lugares en ruinas,
las crecientes de los ríos y los
caminos solitarios. Aparece en el alba
cuando aún el gallo no ha cantado
y como un meteoro se estrella con los
cercos, se agita en el copo de los árboles
o se echa a rodar por los pastos.
Amiga de los cocuyos, la Candileja en
los días de viento quisiera ser
coro de enredadera, canto de arrendajo
en la montaña. Zarza ungida de
violencia, aunque la Candileja nunca se
apacigua en su dolor ígneo, algunas
noches en que los ríos están
apacibles y cubiertos de cámbulos,
de aromas de dindes, ella quisiera detenerse
y tomar agua y tal vez bañarse
en la sombra para quitarse tanto ardor
y despojarse de toda la ceniza.
Reina salvaje coronada de rescoldos que
se avivan con la memoria, la Candileja,
sin embargo, espanta a los caballos y
los jinetes que se aventuran en la noche.
Inicia las quemas de los bosques: Grandes
incendios, grandes sequías, precipita
su presencia de llama en los tiempos en
que se aviva su dolor. Por eso los hombres
le temen. Saben que ni los rezos ni las
bendiciones ahuyentan su furia.
La Muelona
Antes de convertirse en endriago, la Muelona
fue una mujer esbelta que animaba pendencias
y garitos. Sabía leer la suerte,
gozaba con las peleas de los gallos y
sobre todo enloquecía a los hombres
con con su voz nocturna y la risa salvaje
que alumbraba la noche.
Ahora, celestina de los bosques, vaga
por entre los ríos, acecha sigilosa
por entre los pantanos, las encrucijadas
y los árboles de tronco podrido.
Bella como antes del hechizo, con la risa
fastuosa y la voz de contralto, atrae
de nuevo a los hombres. Antropófaga
de los cahrcos, en noches sin estrellas,
en crepúsculos estremecidos por
la lluvia, los llama con insinuaciones
de abismo. Entre los susurros y las adormideras,
allí los devora con los dientes
de bestia y la mandíbula feroz.
Cómplice de la mandrágora,
seductora del Valle de los Helechos, nadie
conoce mejor que la Muelona los secretos
de la lujuria, los lazos de su risa maléfica
y los precipicios. Por eso, sonríe
malvada entre los cactus. Sabe que la
atracción es irresistible. Que
de nada valen conjuros y talismanes ante
la tentación de su presencia en
medio de la tarde.
El Sombrerón
Es el fantasma en pena de alguien que
en vida jamás tuvo definiciones.
Alto, todo vestido de negro, entra en
los pueblos, da rodeos en el alba y envuelto
en el silencio se retira con el rostro
encendido por el ala siniestra de la bruma.
Vagabundo de los esteros bajo la luz de
la luna, el Sombrerón alguna vez
estuvo enamorado y quiso viajar a países
de viento y estrella dorada y lo atrajo
el mundo y su incesante círculo
de fuego y ceniza. Pero, cómplice
de la amapola y los pantanos, se detuvo
siempre en los umbrales indeciso como
el murciélago ante la luz. Ahora,
cubierto por el sombrero y la ruana, todo
se le oculta y perros feroces lo siguen
con grandes cadenas en la calígine
de los abismos.
Si, caballero de los chamones y los horizontes
lívidos, el sombrerón
se aleja entre los charcos. Sabe que jamás
poseerá el secreto de las
crisálidas. Desprovisto de deseos
y con la mirada extraviada, se adentra
en el paisaje del crepúsculo.
Las Brujas
En los cacaotales y florestas de mandrágora
y crepúsculo, allí aparecen
las Brujas. Adivinadoras del destino,
expertas en la lujuria y el brebaje, han
entregado el alma al diablo. Bellas como
el viento y el relámpago, su deseo
mayor consiste en entregarse a las delicias
del espacio bajo los vértigos de
la hierbamora y el vuelo nocturno.
Amigas de las hienas y los venenos de
la cicuta, las Brujas aman los
aquelarres. Bajo las ceibas, cerca de
los lagos y entre las estridencias de
los grillos y las bestias nocturnas, allí,
coronadas de delirio y de tatuajes de
blasfemia bailan y cantan hasta el fin
de la noche. Se entregan a los demonios,
sacrifican niños en rituales de
magia negra y en sesiones de alcohol y
juego preparan nuevos bebedizos, nuevas
posibilidades de perdición y encantamiento.
Con el alba huyen, tal vez convertidas
en pájaro o mariposa. Huyen porque
con la luz pierden el poder de hechiceras
y su habilidad de cabalgadoras de las
escobas y el mal.
Vampiras de los niños y perseguidoras
de los hombres, las Brujas son seres que
solo se aplacan con la flor de ruda o
de amapola. Temerosos de su aparición,
algunos la llevan entre los bolsillos
o la colocan en la almohada y las entradas
de las casas. Saben que así ahuyentan
el maleficio y el vuelo del pájaro
gigantesco.
Otros Mitos
El Poira, El Silbador, El Tunjo, El Guando,
El Mandingas, El Cura sin
Cabeza, La Manopeluda, El Patetarro, La
Madreselva, El Costal, Juan Vélez,
etc.
Cordialmente,
Iván
Darío Mejía Betancourt
"El Paisa Mejía"