ATERCIOPELADOS
La virgen de los rockeros
Andrea Echeverri La canción inocente
Hace
muchos años, en un tiempo en el que
todos éramos pichones de anarquistas,
revolucionarios de izquierda, practicantes
de la biblia surreal de Antonin Artaud y André
Bretón, alcohólicos por voluntad
propia o para enriquecer la hoja de vida,
dueños de pintas lánguidas y
demenciales, fumadores compulsivos, terroristas
de viernes en la noche, seudopoetas seudomalditos
y perseguidores de un amor loco que tuviera
la dulce cortesía de llevarnos al éxtasis
o al suicidio, descubrí por vez primera
a Andrea Echeverri, la voz inolvidable de
los Aterciopelados, en alguna de las cavernas
underground que procuraban nuestro furor y
alimentaban nuestra esperanza en la desesperanza.
Era una danzarina sensual, muy alta y flaca,
cuyo pelo, territorio experimental y electrizado
tinturado de colores y cuyos atavíos,
evocaban inmediatamente el mundo de los cómics;
parecía pintada con los brochazos rabiosos
de Andy Warhol, prima hermana de vampirela,
villana de Flash Gordon, actriz de Madonna,
amante de Ionesco, o simplemente una hermosa
dama de ultratumba, sedienta de una noche
de lascivia y una copita de sangre. Además
del tibio manto de la noche desquiciada, la
protegía y llenaba de inaudito resplandor
el enigma de su anonimato.
Todos se preguntaban quién era esa
dichosa militante del campo, que serpenteaba
en las pistas de baile moviendo sus largos
brazos en espirales poco caseras, como si
buscara encontrar las puertas invisibles del
edén perdido. Así que nos quedamos
muchos años con la duda de saber quién
era, y los más alucinados postularon
que aquel espantajo tecnicolor no era más
que una visión onírica, producida
por el exceso de alcohol y fatalismo.
Después la vida pragmática nos
fue sacando de toda rebeldía y nos
casamos por lo católico, conseguimos
puesto y herencias y corbatas, abrimos cuentas
bancarias, compramos carros veloces y apartamentos,
y fue cuando un pozo de amnesia conveniente
inundó los recuerdos de nuestra mal-educación
sentimental. Creo que también olvidamos
entonces, voluntariamente, a nuestra amada
anarquista, desconocida Morticia, heroína
kitsch... diva supergótica.
La casa del adentro
Ahora me bajo del automovil de Carlos Duque, un miércoles soleado
de noviembre del año 2000, en la mismísima casa de aquella
muchacha que tanto me perturbó en la época de mi loca
rebedía de agua dulce; después de haberla divisado y
perdido entre los intersticios de las rumbas salvajes de los últimos
años ochenta. La idea que nos trabaja es, como siempre, hacerle
a la gran artista del rock criollo, uno de nuestros reportajes, donde
buscamos, como los buzos que se arriesgan en mares prohibidos, encontrar
el lá-bas, la trastienda, el más allá de mujeres
y hombres que, imaginamos, lo están necesitando, pues padecen
el peligro de ahogarse en las aguas turbulentas, contaminadas y engañosas
de la fama. Es una casa situada en el barrio Teusaquillo, antiguo
fortín de nuestras familias linajudas, y hoy libre empresa
de las agencias funerales, las clínicas clandestinas y los
burdeles mal administrados. La casa es un extraño llamado,
y a mí se me ocurre que es imposible que alguien pase por ella
y no se diga, con la naturalidad de un venerable mentalista: "Mira,
esa es la casa de Andrea Echeverri, la vocalista grande de los Aterciopelados."
En la fachada ya están inscritos los símbolos, obsesiones,
ideas recurrentes y demonios o arcángeles de esta cotizada
mujer, de la que, en este instante están hablando, cosas bellas
y soberbias tonterías, los cientos de admiradores que ha fecundado
en el mundo, sus críticos, sus detractores, toda esa colmena
que pretende saber de ella muchos más que ella. Aquí
habita, nos decimos con Duque, esa vampirela deslumbrante que dejó
la disciplina del delirio, de la noche, de la danza con vocación
de escándalo y de los bares de más bello nombre y menor
reputación, para adentrarse en la jungla de un peligroso, millonario,
internacional, sonado, indiscutible y sorprendente estrellato, como
lo demuestran sus cinco trabajos musicales: Con el corazón
en la mano, El Dorado, La Pipa de la Paz, Caribe Atómico y
Gozo Poderoso.
La fachada disimula toda esa gloria, no parece atestiguar que ella
pasó de perturbador miembro de la noche clandestina a puntera
de las listas de la Billboard, de MTV y de las grandes emisoras de
América Latina, una parte de los Estados Unidos y muchos países
de Europa y hasta del Africa.
Sí, la muchacha que movía los brazos hace 18 años,
como a punto de encontrar en el aire la puerta de la felicidad, es
en la actualidad mujer consentida de los medios, la que produce una
cantidad de dinero nada despreciable, y la que hace mucho, aunque
lo niegue, no puede llegar a una sitio demasiado concurrido, sin que
medie la protección de la policía, la misma policía
que alguna vez la paró en la calle, sospechó de ella
y encarceló por una o dos noches a muchos de sus cómplices
y amigos.
Andrea nos abre la puerta sin darle demasiada importancia a la visita,
y nos hace entrar en una casa que, lo descubrimos luego escuchando
con Duque su último trabajo, Gozo Poderoso, es ya el reino
de su imaginación y la carta de ciudadanía de su libertad.
La casa de Andrea Echeverri es, ni más ni menos, la concreción
en piedra de lo que es su cabeza, pocos seres en la tierra logran
un tan matemático parecido entre su casa y su recinto mental.
A uno le da miedo perderse en una morada tan íntima: laberinto
espiritual encarnado en ladrillos, piedra, ventanas, pisos, maderas,
mesas, adornos, luces, sillas, camas, colchas, supercherías,
cortinas, fotografías y ollas..., muy especialmente ollas.
Lo digo porque Andrea quiso que el primer tercio de nuestro reportaje
ocurriera en su cocina, mientras ella elaboraba, con manos desprevenidas,
un misterioso sancocho. Una vez García Márquez dijo
que Obregón echaba, cuando preparaba sus viandas caribes para
las farras de amigos, todo el paisaje tropical entre la olla. Pues
bien, Andrea hace lo mismo: cuando cocina echa todo el paisaje urbano
entre la olla. Echa entre la olla su manera de ver la vida, su manera
de mezclar sensibilidades que no parecían destinadas a encontrarse,
sus caminatas por San Victorino y la Plaza España, sus viajes
dichosos al sur que otros temen, sus amistades con ropavejeros y médicos
naturistas, su paciencia misteriosa y su inatrapable noción
de la estelaridad, el arte, la religión, el cielo y el infierno
y el amor..., cocina como crea música o como inventa cerámicas,
y los que se han sorprendido de que una melopea de los Aterciopelados
mezcle metal y carranga, rock y bambuco, ternura y berrido, deberían
verla cocinar; ágilmente manipula las verduras, condimentos
y carnes que vayan saliendo de la nevera y las clava adentro de su
sancocho fantástico. Si existen poetas y novelistas que practicaron
la escritura automática, hay una estrella del rock colombiana
que practica la cocina automática.
No parece
fácil de sorprender, ni mucho menos de deslumbrar. Nosotros le
mostramos algunos de nuestros trabajos en llave, y se limitó
a mirar a Duque y decirle: "Veo que sumercé quiere hacer
unas fotos rebonitas.... Pero claro, me parece lindo...". Nos sentímos
vagamente ofendidos, y quisimos recordarle nuestro prontuario, los bellos
y resplandecientes personajes que han pasado por este delicioso ritual
de la palabra y la imagen. Le dijimos que Isabella Santodomingo, que
Juanita Acosta, que la Carvajal, que Quevedo, que el caballo negro,
que el ataúd, que el Perro Brando desnudo, desafiante, enmascarado...
y ella solamente nos dijo: "No sé quiénes son...,
pero las fotos están re-bonitas..., es que yo no miro televisión...,
no por nada ni nada... es que, sumercé entiende que a mí
no me queda tiempo para ponerme a mirar todo eso...". Una persona
que desconoce por completo la vanidad, como, me da la impresión,
la desconoce Andrea Echeverri, es la presa más difícil
y peligrosa de entrevistar.
En todo reportaje hay un rescoldo, aunque sea bien administrado, de
egocentrismo, de yo hice, yo fui, yo soy, yo sería..., pero Andrea
da la impresión de no consagrarle ni una minúscula partícula
a la veneración del yo..., por eso entrevistarla es tan hermoso
y alucinante como entrevistar a la nada, a un eco, a una mariposa...,
un acto de profunda concentración, porque las pocas cosas que
dice, con intensa sencillez, pueden ser más valiosas y tener
más dinamita que las frases más elaboradas de los famosos
profesionales, los más soberbios cultores del yo y, por lo tanto,
profesionales de la declaración, la entrevista, la chiva y el
reportaje...
Mi
mamá cerraba los ojos...
"Algo me vinculó a la música desde que era chiquita.
Un cosa que no se me olvida, que es más importante que saberse
un pentagrama, o andar diciendo que uno tiene esperanza, que uno cree
en Dios o que uno es liberal. Fue ver cómo mi mamá cantaba
en las fiestas y en lo mejor de la canción cerraba los ojos...".
Era en fiestas típicamente paisas, pues Andrea Echeverri nació
en Medellín, en el seno de una familia donde era poco previsible
que uno de los miembros de número pudiera ser un ye-yé,
un go-gó, un coca-colo, términos con los que sus padres
conocieron a bichos como los Rolling Stones y Los Beatles, hermosos
terroristas de las costumbres humanas que ya eran conocidos en los
días de la infancia de Andrea. Cuando su mamá, en las
fiestas, cantaba bambucos y cerraba los ojos.
"Yo era más bien pendeja, aunque una voz me decía
que no iba a ser igual que las otras. La más alta, la más
flaca, la más englobada del colegio..., había cositas
que me hacían diferente, pero como que no sabía bien
cómo expresarlas... miraba mucho al cielo, de eso sí
me acuerdo a la perfección".
Nosotros le decimos que ella era la típica burguesita, la niña
bien que no tendría por qué haber comprado ropa de segunda
en los bellos antros de Chapinero bajo y de la Plaza España,
para escándalo de sus mayores, y ella se sonríe, y dice:
"Pero ahora ya ellos me entienden y tenemos una relación
toda linda..., lo que pasa es que les gustaba la música, y
a la gente a la que le gusta la música está cerca de
comprenderlo todo, de ser re-linda... o es que sumercé se imagina
que los asesinos canten antes de hacer las cosas feas que hacen, o
que los verdugos toquen guitarra antes de empezar su oscura tarea...,
mis papás me entendieron..., desde el principio me entendieron...,
y por eso no me canso de contar que mi papá era artista, y
que mi mamá cantaba y cuando cantaba cerraba los ojos...".
"Me gradué en un colegio bien de señoritas. Poco
o nada me gusta ese recuerdo. Cuando uno pasa la vida con puras mujeres,
después ya no sabe cómo mirar, detestar o adorar a los
hombres. Pero algo había en mí, inexplicable y nítido,
que violaba mi proyecto. Tal vez el hecho de que me gustaba, oscuramente,
crear. Porque crear es agregarle algo a lo ya conocido, y ese no es
precisamente el trabajo ni el pensamiento de una señorita".
"El tiempo iba pasando y yo me hacía como más diferente,
sumercé... a mi familia poco le gustó que entrara a
estudiar arte. El día que se los dije me miraron con el gesto
de quien piensa: Oye Andrea..., esta es una mala chanza..., tampoco
les gustó cuando me convertí en rockera, o cuando vine
y les dije que me iba a vivir con Héctor, enamorada y sin casarme...
tal como no debe ser...". "Los tíos me siguen odiando...
pero para que los tíos lo odien a uno no hay que volverse rockero".
Corre
que te coge la fama...
"Todavía salgo a caminar por la calle, me mando por la
Caracas, le doy la vuelta al centro, me quedo embobada mirando vitrinas...
Ustedes me preguntan cómo hago ahora que dizque soy famosa...
Cuando uno se vuelve famoso es como una gacela perseguida por un tigre...,
problema de velocidad..., corres o te agarra la fama...".
Andrea cree que caminando rápido no se encontrará con
el fantasma de su popularidad. Entonces sale y recorre la ciudad a
grandes trancadas. Si la descubren sabe que debe caer en el ritual
de los autógrafos, "esos papeles vanidosos que le piden
a uno porque lo vieron por la televisión, en las fotos de las
revistas... Siempre que doy autógrafos estoy segura de que
me los están pidiendo los que no me conocen... y me da una
jartera la tenaz, sumercé... si me conocieran no me pedirían
eso, me pedirían cosas re-lindas o no me pedirían nada...".
"Yo pienso siempre que vamos para un futuro muy bello. Y curiosamente
pienso que ese futuro queda en el pasado. No hay futuro sin fantasmas,
sumercé, téngalo bien presente. No quiero participar
de esa cosa que comienza afuera de la serenidad. Hago música,
soy famosa, y utilizo mi imaginación personal, para salvarme
de la imaginación colectiva. No miro televisión, no
escucho radio... Mi paz está por encima de mi gloria".
"Yo fui novia de Héctor, el otro que fundó los
Aterciopelados..., él me enseñó a caminar por
Chapinero, por el sur, por la Caracas, por la Candelaria, por el Veinte
de Julio... Fue un noviazgo re-lindo y un olvido re-lindo... Ahora
que somos los mejores amigos, nos parecemos tanto que no nos parecemos
nada... tuvimos muchos bares y muchos grupos de rock... desde Delia
y los Aminoácidos, pero siempre fuimos una especie de diferencia
enamorada.... un no estar de acuerdo mejor a estar de acuerdo... pero
fuimos el matrimonio más bonito: yo traía recuerdos
de bambucos, de boleros, de canciones arrieras... él llegaba
del aullido de las guitarras eléctricas, de la denuncia de
la batería... de La Pestilencia... nos queríamos mucho
y pactábamos y ese es el origen de los Aterciopelados..."
"Me gustan los caballos, las fincas, la gente que no me quiere
por la fama que dizque tengo, sumercé. También el sonido
de los ríos, sentir que cuando canto la gente se promete la
paz y se ilusiona con la armonía, me gusta viajar, pero si
regreso me gusta todo lo que está adentro... todo lo que está
muy adentro aunque parezca que está afuera. Amo a la Virgen
de Chiquinquirá, a los chamanes, a los magos y los clarividentes
y a toda la gente divina que sabe cosas bonitas, como caminar sobre
el agua... porque yo pienso, sumercé, que un buen día
todos vamos a saber caminar sobre el agua... para todas esas cosas
re-lindas yo canto...". "Si no hubiera sido por la música
yo me muero con una verdad entre la boca y el estómago. No
se qué es ser famosa... sé cómo es de re-bonito
cantar y que a uno lo quieran... sé que como dijo no sé
qué poeta, la música es el anuncio de un tiempo, en
el que toda forma de violencia habrá cesado...".
ATERCIOPELADOS
Fuente
Revista
Diners