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JORGE ROBLEDO ORTIZ
«El Poeta de la Raza» Poemas parte II

Consagrado por sus paisanos como «poeta de la raza» por su sencilla versificación en la línea de los cantores populares de Antioquia (sucesor, pues, de Gutiérrez González y de Epifanio Mejía) y coronado por la jerarquía eclesiástica de la Catedral Metropolitana de Medellín como poeta mariano, ganó numerosos y folclóricos trdeeos (dos mazorcas, un hacha, un arriador, violetas y orquídeas de oro...). A pesar de todo, fue siempre un hombre modesto, tímido y honorable, o sea, también, patriarcal... Estudió con los jesuitas, siguió ingeniería y se capacito en periodismo en España, prdeesión que ejerció en Cali, Medellín y Bogotá. Trabajó asimismo en diversos institutos deiciales, con la empresa privada y en los ministerios de Educación y Relaciones Exteriores (fue embajador en Nicaragua). Como poeta —o compositor— ¿quién no ha oído sus cuitas en una fonda caminera o en un hogar pueblerino, especialmente Siquiera se murieron los abuelos..., llevado a la radio y al disco en su propia voz o en la de un popular locutor paisa? (Rodrigo Correa Palacio)

Sus libros de versos: Dinastía (1952); Barro de arriería —antología— (1964); Poemas (1961); Poesías completas (1971); Con agua del tinajero (1975); Poemas (1984); Cuento de mar y otros poemas (1980); La niña María (1984); Mi antología (1984) y Poemas (1990).
Con motivo de haber sido excluido de una antología, la familia del poeta envió a la presidencia de la república una carta de protesta en la cual da la lista de los galardones otorgados a Robledo Ortiz: «Premio Esmeralda, máxima distinción colombiana en el exterior (Miami, 1987); La Estrella de Antioquia; El Hacha Simbólica; dos violetas de oro; dos mazorcas de oro; una hoja de laurel de oro; dos orquídeas de oro; una rosa de oro; el arriador de oro; un trdeeo de Venezuela; la Orden del Arriero; nueve tarjetas de plata; diploma de miembro de número de las Academias de Historia de Santafé de Antioquia y del departamento de Antioquia; once pergaminos de distintas asociaciones; condecoración de la Universidad de Antioquia; condecoración del cuerpo diplomático de Nicaragua; condecoración al mérito de la Presidencia de la república; condecoración Porfirio Barba Jacob: Cateto de Oro del departamento del Quindío; condecoración de los periodistas de México; condecoración como poeta de la raza; condecoración «Servitio Eclesiae» impuesta por el cardenal López Trujillo; 38 reinas coronadas y 27 himnos elaborados para distintos departamentos e instituciones, entre otras distinciones».
Su paisano Fernando Gómez Martínez escribió sobre la obra de Robledo Ortiz: «Poesía franciscana por la sencillez y diríase que infantil por la delicadeza, y sin embargo de un gran aliento cuando toca el tema patriótico o cuando es la expresión de un alma que se indigna contra la tiranía o la crueldad...».

(Santafé de Antioquia, 1917; Medellín, 1990)


Poema casi infantil
Las sarmentosas manos del abuelo
tejen una caricia de ochenta años
sobre los rubios bucles de su nieto.
Borrachera de paz en la alquería.
Ambos miran al cielo:
el pequeño jugando con estrellas
y el anciano jugando con misterios.

De pronto, levemente
como el roce de un ala sobre el viento,
una voz infantil le hace cosquillas
al solemne silencio:

Cuéntame un cuento, abuelo;
o mejor, una historia,
una de esas que tú llamas recuerdos;
una historia de amor
con imposibles, con flores
y con versos.

No me digas que no.
Cuéntame, abuelo,
qué cosa es una madre?
qué es un beso ?
y a qué llaman recuerdo?

Las sarmentosas manos del anciano
aquietaron su vuelo.
el corazón aceleró su ritmo
la sangre subió incendios al cerebro,
y aquella noche azul de plenilunio
cuajada de asteroides y luceros,
a una infantil pregunta de diez años
temblaron los ochenta del abuelo.
mas era necesaria una respuesta.
en sus rodillas la exigía el nieto,
Esa pequeña humanidad curiosa
que por contar luciérnagas de cielo,
dejó los claros ojos tan abiertos
que el mismo sueño se escapó por ellos.

Era una vez,
no sé ya cuántos años
- Con voz cansada comenzó el abuelo -
Era una noche así como esta noche:
Ronda de luna en torno de los sueños,
arriba un surtidor hecho de estrellas
abajo un carrusel de limoneros;
y dejando volar la fantasía
sin medida y sin freno,
ya jugaba a enlazar constelaciones
con la soga sutil del pensamiento.

Era una noche quieta y silenciosa,
la calma se abría en círculos concéntricos.
Sufrían de mudez todas las flores
y de aguda "parálisis el viento".
era tanto el sosiego aquella noche,
tan estático estaba el universo,
que pensé que los seres y las cosas
sólo eran variedades del silencio.

Yo miraba hacia el cielo como ahora,
pero un distinto empeño
me incitaba a efectuar triangulaciones
con vértices brillantes de luceros.
no medía la altura con el alma,
la quería medir con el cerebro.
barajaba teorías de Aristóteles,
después de Ptolomeo,
me sentía girando en el espacio
según el pensamiento de Copérnico;
calculaba las áreas barridas
por las leyes de Brahe y de Keplero,
y en eterno zumbido de colmena
me parecía que en el firmamento
obedeciendo a la atracción de Newton
revoloteaba todo el universo.

Y pensaba, buscando elongaciones,
trazando elipses,
calculando excéntricas,
si no eran más felices los salvajes
aquella tribu Thonga, por ejemplo,
que creía que el sol tan sólo era
un reflejo de mar que iba ascendiendo.

Esa noche, pequeño, meditaba
pero de pronto, el viento
se rompió con el ruido de unos pasos
que venían del huerto
y tu futura madre, de veinte años,
saltó sobre los bordes del silencio.

Era así como tú: ojos azules
como dos lagos bajo el mismo cielo.
El meridiano del clavel cruzaba
por sus labios pequeños,
y la luna o el sol tenían algo
que ver con sus cabellos.

Fue una tarde de mayo ,
el surco estaba rendido de silencio,
y casi se escuchaba en la semilla
La gestación a un paso del misterio.
se sentó en mis rodillas,
crucificó mi vida con sus besos
me miró muchas veces,
Y con voz dulce como los ciruelos,
padre, me dijo,
alguien me pisa el corazón por dentro.

Ya le siento en la sangre
jugando a solas con mi sufrimiento;
ya sé que ha de venir, oigo su risa
galopando en el tiempo.
Ha de tener los ojos tan azules
como las tardes en el mes de enero.

No importa, padre, que me duela el alma,
que se rompa mi llanto en mil espejos;
que por mirar el sol sobre el paisaje
el ignore mi cruel desgarramiento.
Para que no le hieran las espinas
yo sabré ser un copo de silencio.
Nunca le cuentes que lloré en su ausencia
para que no comparta mi tormento.
Dile que fui feliz, que el esperarle

Fue tan sencillo como un bello cuento.
si le has de hablar de mí,
nunca le empañes con el llanto el recuerdo;
Dile que fue mi juventud más bella
al presentir su aliento.
No le cuentes mis horas de fatiga
que él no tiene la culpa de mi anhelo.
Durante nueve meses vi en sus ojos
sus ojos, mi pequeño.
Contemplaba sus trenzas y veía
los bucles de mi nieto.
Tu futuro veía por su angustia
con gajos de silencio.

Y llegaste por fin.
Mediaba enero.
La misma fecha en que tu madre entraba
a la juguetería del cielo ,
para decirle a Dios que te mandara
el trompo de un lucero.

Por pintar el azul de tus pupilas,
ella cerró las suyas sin recelo.
Para que tú gritaras
amordazó su aliento,
y para que tu risa fuera roja
sufrió en la suya palidez de hielo.

Ella era buena y se durmió soñando
que el fruto de su angustia sería bueno.

Pero duérmete ya.
La noche avanza .
No le hagas más preguntas al abuelo.
Un día crecerás y la existencia
te contará con sangre muchos cuentos.
entonces, con el alma lacerada,
en carne viva aprenderás, pequeño,
Qué cosa es una madre!
Qué es un beso!
Ya qué llaman recuerdo!
Las sarmentosas manos del anciano
reanudaron el vuelo.

El corazón normalizó su ritmo
la sangre apagó incendios del cerebro.
Y aquella noche azul de plenilunio
cuajada de asteroides y luceros ,
entre sonrisas se durmió el infante
Y entre sollozos se durmió el abuelo

CANCIÓN SIN LUZ
Cómo duele la noche
cuando tu voz se curva
fría de indiferencia lo mismo que una hoz;
Cómo duele la vida
cuando alzas tus palabras
sin caridad ninguna contra mi corazón.

Cómo duelen tus ojos
cuando clavan su hastío
-desnuda hoja de acero- sobre mi adoración.
Cómo duele esta angustia
de saberte lejana
llevándote en la sangre como se lleva a Dios.

Cómo duelen tus labios
cuando muerden el aire
para romper los hilos sencillos del amor.
Cómo duele tu risa
cuando cruza insensible
los abismos sin fondo de mi nuevo dolor.

Cómo duele tu pelo
cuando agita en el viento
la negación del trigo bajo el casco del sol.
Cómo duele el milagro
de tu nombre pequeño
cuando enciende nostalgias en mi inútil canción.

Cómo duelen tus brazos
-danzarines de nardo-
entre los bastidores de mi renunciación.
Cómo duelen tus manos
esas manos que un día
sobre lino bordaron mi callada ilusión.

Cómo duele tu ausencia
tan alta de silencios
que empinándose, casi ya toca mi dolor.
Cómo duele la tarde
cuando al norte del canto
ya no alumbra el lucero que orientaba mi voz.

Cómo duele, pequeña,
esta espina clavada
en el sitio donde antes existió el corazón.
Cómo duele tu nombre,
cuando contra la mía
se cumple inexorable la voluntad de Dios.

EGOISMO DE AMOR
Te quiero así, con celos y con rabia,
con toda la potencia de la sangre
y sin claudicaciones en el alma.

Te quiero como un hombre enamorado,
que comparte la vida y la esperanza
pero no el tiempo del objeto amado.

Te quiero con dolor y sin temores,
como quiso a la lanza de Longinos
quien fabricó una cruz con sus amores.

Te quiero con amor, sin tolerancias,
midiendo el universo con tu nombre
y el vacío estelar con tus distancias.

Te quiero sin renuncias, toda mía,
como el amanecer que no tolera
que le quiten un átomo del día.

Te quiero con razón o contra ella,
como el acantilado indiferente
al mar que lo acaricia o que lo estrella.

Te quiero con pasión, como el gitano
a quien le brilla el alma en la pupila
y el filo de la sangre entre la mano.

Te quiero con violencia y desespero,
como quiere el marino en la tormenta
el áncora remota de un lucero.

Te quiero contra todo y contra todos
sin medir el amor ni el sacrificio
y sin buscar esguinces ni recodos.

Te quiero con temblor, con la entereza
de no haber conocido la sonrisa
de quien entrega el alma por flaqueza.

Te quiero como hombre, alta la frente
y sin las cobardías que arrodillan
la indignidad servil de mucha gente.

Te quiero con furor, como mereces,
montando guardia al pie de tu cariño,
dispuesto a dar la vida una y mil veces.

Te quiero así: con celos y con rabia,
con el golpe total de las arterias
y el ancestro viril de nuestra raza.

QUÉ HORRIBLE ES EL OLVIDO
¡Qué horrible es el olvido!
Es mejor la nostalgia
con su anillo de llanto
ciñendo el corazón.
Cuando hablamos de "ella"
sin sentir que morimos,
ya no vale la pena
nuestra inútil canción.

¡Qué horrible es el olvido!
Ver la mujer amada
y no sentir que el alma
se curva de dolor.
Cuando cerca a su nombre
ignoramos la espina,
ya no vale la pena
nuestra estéril canción.

¡Qué horrible es el olvido!
Saber que la quisimos
y que sigue en la sangre
sin producir dolor.
Cuando nos resignamos
a vivir con su ausencia,
es porque ha envejecido
por dentro el corazón.

Y entonces, ya la vida
no vale una canción.

SIMPLEMENTE
Nos dijimos adiós.
La tarde estaba
llorando nuestra despedida.
Nos dijimos adiós tan simplemente
que pasó nuestra pena inadvertida.

No hubo angustia en tus ojos
ni en mis ojos.
No hubo un gesto en tu boca
ni en la mía.
Y, no obstante, en el cruce de las manos
calladamente te dejé la vida.

Fuiste valiente con tu indiferencia
y fui valiente con mi hipocresía,
nos separamos como dos extraños
cuando toda la sangre nos unía.

Pero tuvo que ser
y fue mi llanto,
sin una escena ni una cobardía.
Tú te fuiste pensando en el olvido
y yo pensando en la melancolía.

Hoy sólo resta de esa vieja tarde
un recuerdo,
una fecha
y una rima.
Así, sencillamente nos jugamos
el corazón en una despedida...

CARTA SIN ORTOGRAFÍA
Esta sencilla carta
que no verán tus ojos ausentes y morenos,
la escribo porque el alma me reclama
que la deje vivir de tu recuerdo.

Porque mi sangre no aprendió a olvidarte,
porque tú me acompañas en el tiempo,
porque fuiste lo simple, lo callado,
lo dulce, lo pequeño,
ese mínimo saldo de la vida
que nos deja sentirnos algo buenos...

Escribirle a la novia de la infancia,
es ponerle "balaca" al pensamiento.
Es ignorar la palabra ortografía
que sin "s" no admite pensamiento.

Es situar en el clima de unos labios
todo el rubor que encienden los cerezos.
Es recordar dos ojos infantiles
en donde estaba repetido el cielo.

Es volver a vivir sencillamente,
es encontrarse elemental y bueno,
es fechar una carta desde el alma,
y de estampilla colocarle un beso.

Tomado de
http://granavenida.com/mundopoesia/

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