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EL PINTOR FRANCISCO A. CANO,
Nacimiento de la Academia de Antioquia
Por: Santiago Londoño Vélez

Tomado de: Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Edición 81 Septiembre de 1996 

En 1995 se cumplieron 130 años del nacimiento y 60 años de la muerte del pintor, escultor, grabador y escritor Francisco Antonio Cano, uno de los artistas decimonónicos más importantes del arte colombiano. El caso de Cano compendia bien dos procesos de interés histórico que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XIX: la transformación del artesano pintor en artista independiente con estilo propio y la paralela adopción de los postulados académicos como paradigmas de la representación de la realidad. No fue Cano el iniciador de ambos fenómenos en el plano nacional, aunque sí lo fue en el ámbito antioqueño. Su proyecto, que cobró mayor claridad a partir de un viaje de estudio a Europa en 1899, se sumó al de predecesores como Epifanio Garay (1849-1903) y al de contemporáneos como Ricardo Moros Urbina (1865-1942), Ricardo Acevedo Bemal (1867-1930) y Ricardo Borrero Alvarez (1874-1931).


Primeros años en Yarumal

Francisco Antonio Cano Cardona nació en Yarumal, Antioquia, en 1865. Hijo de un hábil artesano que se desempeñó por igual en el comercio, la platería, la escultura o los títeres, adquirió a su lado las primeras letras y conocimientos básicos de dibujo, modelado, grabado al buril y fundición a la cera perdida. «Mis ojos se acostumbraron a mirar labrar el metal, -escribió Cano- a ver surgir de las manos del obrero el vaso cincelado, la joya trabajo pacientemente. Yo empecé a pintar monos en la pizarra, en los libros y luego, poco a poco, sin darme cuenta, los iba trasladando al papel».

De niño fabricó pequeñas tallas en madera, juguete y figuras en yeso, las cuales vendió para ayudar a su sostenimiento, dada la precaria situación económica familiar. Hacia los catorce años de edad, intentó buscar nuevos horizontes, pero no pudo obtener una beca para estudiar en Bogotá. En Yarumal participó de una asociación denominada Club de los Amigos, que a partir de 1883 buscó difundir la literatura, crear una biblioteca y promover las buenas costumbres. La asociación publicó además un periódico manuscrito, titulado Los Anales del Club, que siguió el ejemplo de otra publicación antecesora de 1874 denominada El Aficionado. Cano colaboró con varias ilustraciones, entre ellas un dibujo a lápiz de don Baldomero Jaramillo, fundador de San Andrés de Cuerquia. Fechada en 1883, es hasta ahora la obra más antigua conocida del artista, quien también contribuyó con dibujos a la pluma coloreados con acuarela. El mismo año, modeló en arcilla de tejar un busto del Libertador que desvirtuó la incredulidad de sus coterráneos acerca de sus capacidades artísticas, y fue motivo de gran admiración local. En esta época. Cano viajó con su padre por primera vez a Medellín.

Retratos hablados de muertos

Dos años después, Francisco Antonio regresó de paso a Medellín en su camino a Bogotá, donde pensaba estudiar grabado, acaso en la escuela fundada por Alberto Urdaneta. Pero la inseguridad de los caminos debida a la guerra civil de 1885 lo obligaron a permanecer en la capital de Antioquia. Allí fue acogido por la familia de Melitón Rodríguez, con quienes vivió más de cinco años. Asistió al colegio de Rubén Restrepo, donde mejoró sus conocimientos escolares, y al parecer tomó algunas lecciones con el pintor caucano José Ignacio Luna, establecido en la ciudad. Según su hijo León Cano, habría estudiado también con uno de los pintores Palomino, probablemente Leopoldo.

Un muy significativo cuadro fechado en 1885, representa una escena de su taller de pintor. Aunque son notorias ciertas dificultades con la perspectiva y la técnica del óleo, sobresale su habilidad como retratista. En el centro de la pintura se encuentra el propio Cano que bosqueja un lienzo, cuyo modelo es una campesina que carga a su hijo. Al extremo derecho, el pintor Gabriel Montoya dibuja apoyado sobre las rodillas. Entre Cano y Montoya, el futuro fotógrafo Melitón Rodríguez, de diez años, se ha distraído de su caballete por un momento. En el mueble del fondo se observa el retrato de Mariano Ospina Rodríguez y una copia del cuadro Recreación, de Epifanio Garay. La obra, que conserva cierto sabor ingenuo, posee un gran encanto y extraordinario valor documental.

Cano subsistió gracias al apoyo de la familia Rodríguez y a su talento natural como retratista. Según recordó, «algunos me apoyaron, otros me rechazaban y los más veían indiferentes mi trabajo. Me dediqué entonces a hacer retratos y tuve una rara especialidad: fui el pintor de los muertos [...] cuando en la Villa de la Candelaria moría alguno y los deudos deseaban conservar su retrato, se me llamaba». Fueron de fama sus retratos de difuntos, pintados a partir de las descripciones orales que le hacían los deudos.

El pintor promovió la realización de la que sería la primera exposición de arte que conoció Medellín, celebrada en 1892, en cuya clausura Antonio J. Restrepo pronunció un elocuente discurso. El año siguiente obtuvo premios en escultura, pintura y grabado en la Primera Exposición Artística e Industrial de Antioquia. Para entonces ofrecía clases de dibujo a domicilio a $1 por persona. Entre 1896 y 1897 colaboró activamente con sus grabados para la revista El Repertorio, y junto con el fotógrafo Rafael Mesa adaptó a las posibilidades locales la técnica del fotograbado. En la misma revista publicó sus primeras incursiones como comentarista de arte. Posteriormente elaboraría minuciosos grabados para El Montañés (1897-1899), revista sucesora de El Repertorio. Convertido en retratista de fama, el gobierno regional le encomendó, a mediados de 1897 un óleo de don Carlos Holguín (hoy en el Museo de Antioquia) lo cual le permitió finalmente viajar a Bogotá , donde permaneció por cerca de un año. Allí trabó amistad con pintores como Epifanio Garay y Ricardo Acevedo Bernal; por su parte, el artista español Enrique Recio y Gil lo acogió en las lecciones que dictaba en su taller bogotano.

Gracias a gestiones de varios de sus amigos, entre ellos Rafael Uribe Uribe, Guillermo Valencia y Rafael Pombo, el Congreso Nacional aprobó una ley que le asignó la suma de seis mil pesos en devaluados billetes del Banco Nacional, con el fin de que estudiara en Europa. Al promediar 1898 viajó en compañía del Dr. Luis Zea Uribe. Ingresó a las Academias Julián y Colarrosi en París. Entre tanto, fue premiado como pintor de flores en la exposición de 1899 celebrada en Bogotá, a propósito de lo cual un comentarista alabó las «primorosas rosas que fingen con intensa verdad el terciopelo tenue de los pétalos y la desenvoltura inocente de la flor».

No llevaba mucho tiempo en sus estudios cuando los fondos empezaron a escasear. En Medellín, el Club Brelán, integrado por un grupo de jóvenes que apoyaba ciertas causas cívicas y culturales, se dio a la tarea de recaudar recursos para contribuir al sostenimiento del artista. Celebraron un concierto y un concurso de arte, en los cuales participó la sociedad de Medellín. Las boletas, a un precio inusual, se vendieron todas. En el abarrotado escenario, entre dos banderas de Colombia, se encontraba el retrato del beneficiado. La señorita Alicia Amador cantó y el poeta Julio Vives Guerra declamó una composición de su propia inspiración que exaltaba a Cano. Tomaron la palabra en la «espléndida y civilizadora fiesta» -según la calificó un cronista-, dos futuros presidentes de Colombia: Carlos E. Restrepo y Pedro Nel Ospina. Restrepo entendió la importancia que tenía la obra de un artista en la configuración de la identidad cultural antioqueña, mientras que Ospina identificó con claridad las barreras que para su formación y desarrollo enfrentaba Cano: sometimiento a un mercado carente de gusto, falta de buenas obras de arte que le sirvieran de ejemplo y su gran pobreza, que le impedía vivir «en el goce tranquilo de su propia personalidad». Los organizadores lograron recoger tres mil francos, gracias a los cuales Cano pudo hacer viajes y visitar varios museos europeos.

Entre tanto en Yarumal, su tierra natal, se recogieron $500 mediante un bazar, una rifa y un concierto. Todo este inusual episodio de movilización social muestra tal vez hasta qué punto el joven pintor se había convertido en la esperanza artística de Antioquia.

Cano se mantuvo ajeno al París de Proust, Renoir, Cézanne, Rodin y los Nabis. Según escribió a Carlos E. Restrepo, «...yo no veo nada notable en París, y no es, claro está, porque yo sea ciego [...] sino que yo no veo a causa de qué jamás estoy donde va a pasar algo o está pasando». La mayor innovación que estuvo dispuesto a aceptar fue el impresionismo, que entonces tenía ya tres lustros de haber surgido. Escribió a su regreso algunos comentarios tempranos sobre Andrés de Santa María y dictó una conferencia sobre dicho movimiento, bajo cuyos postulados estéticos pintaría varios estudios de carácter íntimo. Puede decirse que el pintor se mantuvo atrapado en las redes de su afán académico, con el que logró vencer a la postre las toscas e imperitas formas de representación decimonónicas vigentes en su Antioquia natal.

En 1901 regresó a Medellín. Había concluido su período formativo y se encontraba lleno de optimismo y entusiasmo. Durante los siguientes diez años que permaneció en la capital de Antioquia, pintó numerosos retratos, bodegones, flores, algunos desnudos, obras religiosas de variada calidad, esculpió lápidas de mármol y dictó clases de pintura. Probó los sinsabores económicos propios de un artista independiente que a toda costa buscó trabajar exclusivamente de y para su arte, en medio de una sociedad que lo tenía en mucha estima, pero que le ofrecía un mercado estrecho y mezquino para su obra. En asocio con su antiguo alumno y escultor Marco Tobón Mejía publicó e ilustró la revista Lectura y Arte entre 1903 y 1906, que hoy se conserva como una de las publicaciones periódicas más bellas de Colombia. Con motivo del centenario de la independencia, fundió él mismo un busto del procer Atanasio Girardot, que se distinguió por su fuerza expresiva, al punto que Tomás Carrasquilla dijo que «tanto habla que hasta de noche espanta». El mismo año concluyó El Cristo del Perdón, obra de grandes dimensiones iniciada en París y concluida en Medellín, mediante suscripción pública entre los más pudientes. Una vez cumplió uno de sus sueños, que era el establecimiento de una academia artística, constituida en 1910 bajo en nombre de Instituto de Bellas Artes, decidió radicarse en Bogotá cuando tenía 46 años de edad.

De la capital colombiana no saldría en los veinticinco años que le restaban de vida. Tal vez la distancia con sus raíces fue lo que le permitió pintar Horizontes (1914), óleo de excepcional valor emblemático y una de sus obras maestras. En Medellín dejó un puñado de seguidores fieles, encabezados por Luis Eduardo Vieco -quien dejó un cuaderno con notas de las lecciones de Cano, fechado en 1906- y Humberto Chaves. Ambos fueron los principales difusores de sus enseñanzas académicas y conservaron la huella de su mano luminosa, aquella que según la revista El Centenario, «ha venido sembrando entre nosotros un poco de arte nuevo, de arte verdadero». Alcanzaría los más altos honores académicos y artísticos de la época, pero en 1935 falleció a los 69 años, pobre y en el olvido, bajo el mote desvalorizado de haber sido un pintor académico. Surgían entonces nuevas inquietudes artísticas en creadores como Pedro Nel Gómez, quien se abstuvo de estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, porque allí enseñaba Cano. Autor de algunas de las más significativas pinturas religiosas de Antioquia, el maestro era aficionado al ocultismo y murió «fuera de toda religión» según dijo en el testamento. En él estipuló su deseo de ser sepultado en la tierra, sin ninguna identificación. Con todo, la mayor contradicción que marcó su vida fue el permanente drama de someter su talento al rigor de las exigencias del mercado.

Bibliografía

FRANCISCO A. CANO, Notas artísticas. Compilación y prólogo de Miguel Escobar Calle. Medellín, Extensión Departamental, 1987.

JORGE CARDENAS HERNANDEZ. Francisco A. Cano, 1865 - 1935. Medellín, 1991.

SANTIAGO LONDOÑO VELEZ. Francisco Antonio Cano, vida, obra y época (inédito).

SANTIAGO LONDOÑO VÉLEZ. Historia de la pintura y el grabado en Antioquia, Medellín, Universidad de Antioquia, 1996.


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