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Medellín
Crónica de una ciudad Contenida
Por Juan Fernando Domínguez, antropólogo
Cronopios - Agencia de prensa

La ciudad de Medellín choca contra las montañas con la misma violencia con que las olas del mar se estrellan contra los arrecifes que se interponen en su conquista de la tierra. Impulsada por la atracción de la luna, Medellín se mece en un incesante contoneo ondulante que recuerda la superficie marina, unas veces tan calma y discreta como durante aquellos días de verano en que el céfiro del norte juguetea cálido e inocente con las gotas; otras en cambio, como el frenético estallido que se produce de la súbita aparición de un tornado. La ciudad inunda de esta forma el valle que abandonara el río, recluido hoy al fondo del valle, con el característico desinterés que, como a los adolescentes, lo caracterizó en su juvenil prehistoria. Las montañas cierran el paso a una ciudad que busca abrirse camino hacia el cielo, expresión primigenia de la lucha entre el humano y la naturaleza por habitar, del debate por poseer.

En su extensa e interesante obra Isaac Asimov caracteriza al ser humano como un ser cuyo fundamento ontológico, cuya razón de existir, es la expansión. Cuando, continuando con la propuesta de Asimov, el humano se encuentra con la imposibilidad de batir los limites, desaparece lentamente; la existencia deja de tener sentido. De acuerdo con esta perspectiva la "naturaleza" humana consiste en remontar los límites que impone tanto la naturaleza como la tradición. Seguramente los límites son imposiciones culturales pero posiblemente la superación de dichas imposiciones son usadas como marcadores de éxito. La superación del límite se constituye entonces en una expresión del uso del poder social, hecho que a su vez posee la potencialidad de generar el sentimiento de pertenencia y de identidad al agregado social particular. A escala social nos reencontramos con una de las características ya tan discutidas que han sido atribuidas al humano: la paradoja. Ante el movimiento de dilatación del ser humano, la sociedad y la ciudad, surge una fuerza de gravedad que mantiene unido al agregado. Si aceptamos que el universo comparte este movimiento de palpitación, de contracción y expansión, con el ser humano, ¿sería acaso posible hablar de un rasgo universal?

Sin pretender ir tan lejos, el objetivo particular de esta etnografía de Medellín consiste en realizar una lectura de la gramática, de aquel lenguaje verbal y no verbal que subyace a las formas, a los trayectos, a los lugares, a la memoria... y al deseo que nutren la dinámica de la ciudad. Esta descripción e interpretación de Medellín está inscrita en la concepción de ser humano esbozada en el párrafo anterior que, junto con las ideas que aparecen junto a ella desarrollaré más adelante. Además, es mi propósito hacer un intento de exploración de mi propia forma de observar y de acercarme a las actividades expresivas humanas como desarrollo de la percepción particular como antropólogo.

Esta etnografía fragmentada está constituida por una serie de etnografías a través de las cuales no pretendo establecer una unidad narrativa aunque sí temática. Es un ejercicio de observación y reflexión. Pretendo realizar un acercamiento global a Medellín a través de contados elementos particulares. Como Malinowski anotara, la antropología es la gran conversación, el gran diálogo. Esta etnografía es una aproximación a ese exigente ejercicio de diálogo: de diálogo con la ciudad.

Dirigir la mirada

En muchas ocasiones visité Medellín durante mi infancia y adolescencia. Mis relaciones de parentesco consanguíneo las tengo, en su gran mayoría, con personas oriundas de allá. A manera de ritual, de hábito, cada seis meses nos desplazábamos junto con mi familia nuclear a revitalizar los lazos familiares; a compartir las festividades. Las rupturas en la cotidianidad social que ofrece nuestra cultura nos servían de pretexto para, por unos días, hacer de la familia una unidad completada, de reanimar los lazos de parentesco en torno al pariente vivo más viejo del que todos provenimos. Tal parece que en la sociedad que habitamos la norma tiende, en algunas esferas sociales, hacia la individualización creciente de sus miembros. El carnaval, expresado en las fiestas religiosas y políticas, espacio donde las categorías sociales se invierten, cuyo carácter es liminal y por lo tanto sagrado, se aprovecha hoy día para la intersección de viejas maneras de estructurar la sociedad, de brindarle coherencia y cohesión. Yo participaba de esa acción cohesiva con la mirada inmanente que caracteriza a la identidad.

Durante aquella época disfruté de los paisajes, de las comidas, de las costumbres, de la hospitalidad... como un navío que a la deriva es orientado por los vientos y las corrientes marinas ajenas a su voluntad.

En cierta medida Medellín presenció y nutrió mi existencia mientras que yo la habité sin presenciarla. Durante el último viaje de re-conocimiento por primera vez la ciudad me miró a los ojos. Este hecho resulta muy metafórico cuanto evoca en mí aquellos viajes de aquellos seres míticos que iban más allá del límite de lo conocido para descubrir la verdadera esencia de la verdad, puesto que en cierta medida este viaje fuera de mi ciudad se constituye en un trayecto hacia el conocimiento o al menos hacia la interpretación y en todo caso un viaje fuera de mí.

Mentefactos de la Ciudad

En Medellín la palabra circulación, concebida inicialmente como tránsito vehicular, en su acepción que evoca lo circular, tiene todo el sentido textual. Ciertamente uno de los rasgos característicos es la presencia de rompois o glorietas a lo largo y ancho de la ciudad. Tienen la función de regular el flujo del tránsito en cruces importantes, reemplazando a los semáforos. El ciudadano tiene la impresión de recorrer la ciudad en un recorrido que se puede describir como alrededor. Incluso las rutas de los buses percibidas como las más importantes son llamadas circulares. Son ellos los que intercomunican los extremos de la ciudad. Por ello representan un papel muy importante en el transporte de las grandes masas de trabajadores y estudiantes que cada mañana se dirigen a sus lugares de trabajo o de estudio. Estos trayectos nos recuerdan un viaje de la periferia al centro, polarizando la ciudad en áreas de vivienda y áreas de trabajo, mismas que van a caracterizar los rasgos particulares de cada una. El movimiento de la ciudad está muy marcado por el trayecto hacia los centros. La vida económica, política y social se desarrolla en el centro de la ciudad y es en el centro donde se encuentran aglomeradas en mayor densidad las estaciones del metro.

"A lo largo" del centro se suceden los edificios de las diferentes entidades políticas, económicas, religiosas, administrativas, educativas, culturales e industriales. El Centro sigue un patrón de asentamiento a lo largo del río y al parecer a partir del río se organizaron las principales edificaciones en primera instancia. Una manifestación monumental del centro es el péndulo que se erige como señal del centro del valle pero que, según nos fue dicho, es sólo una metáfora del centro pues no es el centro geográfico real. Está además asociado a una obra de ingeniería civil: un puente de trayectos complejos. Se une la noción de centralidad con la noción de progreso, a su vez asociado con proceso tecnológico, diciéndonos: Medellín es centro de progreso tecnológico y económico. Promueve valores apropiados por la administración política como proyecto ideológico, como plan gubernamental.

Los polideportivos se han convertido en lugares neutrales, en lugares de nadie. A su vez el deporte es hoy por hoy, en parte, un regulador de los conflictos entre los diferentes territorios tribales de la ciudad. Es de ellos de donde surgen los ídolos populares que en su mayoría son futbolistas. Los polideportivos generan y median dinámicas entre la población juvenil; constituyen estrategias de re-apropiación del entorno y de re-establecimiento de nuevas relaciones. Una nueva lucha simbólica por los signos de la ciudad, en la que se re-definen o afirman las viejas identidades, las antiguas pertenencias.

Medellín se construyó a partir de la unión de diferentes municipios. Tales municipios fueron creciendo al rededor de las plazas principales, organización tradicional de los asentamientos durante la colonia. Se organizaron a lo largo y ancho del valle orientados por el río. El río ha sido uno de los principales ejes sobre los que la ciudad se ha erigido. Hoy día se ha institucionalizado el programa Mi Río cuyo propósito fundamental consiste en recrear sentimientos de pertenencia de los "paisas" como símbolo de la antioqueñidad.

Durante la temporada decembrina el paseo por la vía del río, iluminada con alumbrados alusivos a la Navidad, congrega un sinnúmero de actividades recreativas, culturales, políticas religiosas además de constituirse en una fuente de estrategias económicas dentro de las que se ven desde las ya tan populares y tradicionales empanadas hasta juegos de tiro al blanco. El metro fue construido a lo largo del río y sólo se aleja de este para adentrarse en el Centro.

Dentro del contexto de la contaminación de las grandes ciudades, el río en Medellín ha entrado a formar parte del orgullo de la ciudad como el río recuperado, dentro de las nociones de ecología que están tan en boga por estos días junto con los discursos de la sostenibilidad del medio ambiente y junto a la tradicional construcción de la naturaleza como recurso del progreso. Es parte de la ciudad vitrina y la ciudad museo; de la ciudad que se muestra al extranjero. El río es pues uno de los citemas más importantes de Medellín, no sólo por las nuevas estrategias de apropiación sino también por vernáculas tradiciones enraizadas en la nutricia tierra que es el pasado. Los municipios de los que hacía mención arriba, localizaron su crecimiento concéntrico a lo largo del río. Cabe imaginar que importantes actividades de la vida de esos pueblos estuvieron centradas al rededor del río. Tradiciones construidas durante cuatro siglos de lucha de signos, lucha de costumbres y lucha armada relacionadas con el río que fueron desplazadas por las nuevas dinámicas económicas neoliberales y por el ideal moderno del progreso tecnológico son tratadas de recuperar mediante su redefinición.

En síntesis, uno de los citemas más importantes que construyen a Medellín es precisamente el centro, o mejor, lo céntrico como categoría conceptual manifestada en multitud de expresiones. Lo céntrico son las plazas, los parques, los polideportivos, los actos de habla como citemas con los que se hace referencia y se recorre la ciudad. Es ese lugar común, embrión de la civitas, de la polis, de la ciudad; ese lugar señalado que, reconocido, posee un significado marcado por el signo. Aquello que tiene sentido es susceptible de ser habitado, de serposeído

Trayectos urbanos

Una etnografía interesante de cualquier ciudad podría constituirse alrededor de los taxis. En el caso particular de Medellín un vistazo aéreo sobre cualquier zona del centro revela el elevado porcentaje de taxis con relación a automotores particulares y públicos. Según el Colombiano "en la capital antioqueña están matriculados 18000 taxis pero circulan 25000" , es decir, sobran 7000 taxis.

El taxi es otro interesante citema para construir ciudad puesto que además de constituirse en una estrategia económica generalizada como respuesta a la crisis económica es también una red de comunicación de cultura ciudadana; es un fenómeno que estructura redes de relaciones sociales entre un gran número de personas y solidaridades; constituye uno de los centros informativos de la charla ocasional espontánea por excelencia, del intercambio de datos cotidianos, curiosos, interesantes; alrededor del taxi se generan sentimientos de identidad y pertenencia; es un medio para habitar la ciudad. El taxista es un testigo mudo del mundo público, callejero. Así lo percibí cuando entablé una charla ocasional espontánea con un taxista de cuyos servicios hice uso a eso de las 11 de la noche.

En nuestra charla, en esa charla con un interlocutor desconocido, que así permanece en la gran mayoría de los casos, pude enterarme de una problemática extendida y compartida por muchos del gremio, además de algunos datos sobre la ciudad. Orgulloso me contó sobre las cámaras de seguridad que durante las veinticuatro horas vigilan lugares nodales y críticos de Medellín. Esas cámaras atestiguan a la ciudad vigilada, a la ciudad panóptico, esa metáfora que Michael Foucault hiciera de la propuesta de Jeremías Bentham sobre aquel regulador social concebido como la mirada de alguien a quien no se puede ver; aquella mirada que nos hace mirar a nuestro alrededor cuando nos tropezamos en la calle; ese vigilante encarnado en la multitud indiferente. La ciudad panóptico comienza a realizar ese movimiento de camuflación de la cámara en sí misma que da como resultado un citema. El taxista lo había apropiado como citema, como elemento identificador de la ciudad.

Más que el taxi, pero junto a él, el verdadero vehículo de construcción de ciudad es el taxista. El taxista es una figura idealizada, estigmatizada, mitificada; el taxista es un signo de la gramática de la ciudad.

La relación entre el taxista y pasajero en Medellín, por contraste con lo que sucede en Bogotá, por ejemplo, es de mayor cercanía. Es muy normal que cuando es un hombre el que toma un taxi, este se sienta en el asiento delantero, hecho que redefine las relaciones de proximidad y de subordinación. La diferencia que establece el que la mujer se siente en la silla de atrás es un indicador del rol diferenciado por sexos. Hay un sinnúmero de observaciones que podrían hacerse sobre el taxi y su trayecto a través de la ciudad pero exceden el espacio y los parámetros de esta etnografía.

El viaje en taxi o en bus es la intimidad con la calle, con el callejón, con la acera; es la relación cara a cara con las edificaciones con el peatón. En el viaje en el metro elevado la ciudad abandona su rostro humano y adquiere rostro de ciudad. La ciudad se personifica en sí misma como más que la suma de todas esas partes que se observan a través de la ventanilla. Las grandes catedrales, los edificios, las casas, los ahora "lentos" automóviles, los diminutos transeúntes, parecen móviles de maqueta. La grandeza de los grandes monumentos se desmitifica. El metro transgrede el centro histórico, lo viola. Su presencia transforma el entorno: lo uniforma con sus colores, sus texturas industriales, sus materiales y sus sonidos. Cuestiona y redefine los ritmos de la ciudad y la ciudad se adapta a estos nuevos ritmos. Medellín se hace corta y fugaz. El tiempo urbano se reduce permitiendo la introducción de nuevas actividades. Por otro lado, el metro inscrito en un discurso de la modernidad, no importa que el metro transgreda los centros tradicionales, ni que pase por encima de ellos; lo que realmente importa es que, emulando un modelo de progreso tecnológico, se constituye en lo que la gente, poco tiempo después de su terminación, cuando a su paso se detenía incluso el tráfico y la gente se paraba, gritaba: ¡El orgullo paisa! Se evidencia en fenómenos como este la ciudad mimo, en la acepción original del término que significaba imitar -de ahí mímesis-.

La Ciber-urbe

Medellín como centro y como ciudad del modernismo, planificada o, como Pere Salavert la llamara, la ciudad locomotora de vapor está siendo mantenida por la administración pública, política y estatal. A través de la construcción mítica y de la racional el gobierno municipal está aportando enlaces de unión entre los diferentes islotes, entre las diferentes tribus urbanas [Mafessoli;1990].

Junto con la ciudad vigilada por las cámaras; junto con la calle usada por algunos como trayecto, como flujo, como no lugar; junto a los centros comerciales; junto a los nuevos centros, encontramos el Edificio Inteligente ubicado en el Centro Administrativo la Alpujarra. Descubrimos ahora a la ciber-urbe, a la tecnópolis como encarnación del último proyecto postmodernista del humano ideal: orgánico, cultural y automático. La ciber-urbe se instala en la individualización homogeneizante, en la atomización en masa de individuos programados por la cultura light, de la pasarela, de lo inmediato, de la encuesta estadístico-manipuladora, de la puesta en espectáculo, del placer mediatizado, de la opinión pública dictada por la publicidad a través del cuarto poder: la comunicación.

Un rasgo que percibí al respecto durante el seminario Figuras de la ciudad, dictado por Pere Salabert Solé, es la avidez de las juventudes por asirse a un modelo a seguir. Sin cuestionarla -la puesta en escena, el espectáculo, la demagogia, la teatralidad, la ritualización... que es un seminario- la propuesta fue casi en su totalidad y casi en la totalidad de los asistentes apropiada e incluso defendida. En un momento dado el "público" se dividió en dos bandos entre los que, de cierta forma, hubo fricción. Esto en cierta medida evidencia una generación de lo dado por sentado y de una gran inseguridad por lo que la ciudad en su tradición les puede ofrecer. Encontramos de nuevo a la ciudad mimo.

La Ciudad Paisa

Para caracterizar de alguna forma a Medellín podría decirse que es la Ciudad Paisa. Todo se organiza en torno a la antioqueñidad y al sentimiento de pertenencia regional. Medellín es entonces la expresión superlativa de un sentimiento de identidad forjado fundamentalmente en la historia y en la estigmatización de unos valores que aunque en permanente cambio son percibidos de igual forma a través del tiempo.

Cualquier producto social de proporciones sociales es apropiado como parte del orgullo paisa. No importa si rompe la tradicional circularidad de la ciudad o pasa por encima de los más importantes centros históricos como en el caso del metro; no importa que las plazas y parques sean transformadas y rediseñadas por las nuevas estrategias económicas y comerciales. Lo que importa es que la ciudad condensa su identidad sobre múltiples transformaciones estructurales [Lévi-Strauss, 1994]. Desde este punto de vista el sustrato del citema es el sentido; es el tema que se manifiesta en los factos y artefactos.

El citema es ese mentefacto que construye ciudad. Lo que sucede es que el citema es manifestación particular de formas de vivir la ciudad, de vivir lo medellinense. De esta forma lo medellinense se atomiza en infinidad de prácticas. Lo interesante de la etnografía consiste, desde esta perspectiva, en poder dar cuenta de esas prácticas que, siendo sustrato de una misma identidad, configuran diferentes formas de vivir la ciudad y estructuran al interior de ella subunidades en su gramática.

Esta pugna polisémica entre la identidad y la alteridad es heredada por la ciudad del ser humano mismo. La construcción de la identidad como representación del sentido común o lógica natural hace parte del ejercicio de pensarse como homogéneo. La ciudad, como construcción de esa identidad, como práctica del habitar, es aquella búsqueda por ordenar el des-orden que introduce el ser humano en su infinita posibilidad por dar sentido a todo . La ciudad, como su gestor, contiene al mismo tiempo a la univocidad -entendida como la correspondencia uno a uno entre causa y efecto, la significación única de los objetos- y a polisémia -entendida como la posibilidad de otorgar cualquier sentido a cualquier cosa, como la capacidad creativa y creadora del mundo que poseemos los humanos-. Por ello la ciudad es paradójica y conflictiva; es escenario sempiterno del debate, de la lucha de los sentidos que se le quieren otorgar a ella misma para que pueda ser ordenada, domesticada, normatizada, poseída, habitada... Las liminalidades trazadas por aquellos que luchan los sentidos son el escenario callejero de la guerra de las significaciones. De ahí que los territorios urbanos sean constantemente sacralizados y secularizados. La ciudad es entonces una práctica humana por excelencia.

Lo medellinense se encarna en la Avenida Guayaquil y en la Plaza de Envigado; en el señor que, transitando por el centro, lleva carriel y sombrero; en el característico acento; en la presencia invariable del puesto de empanadas en todos los barrios y centros comerciales; en los equipos de fútbol Nacional y Deportivo Independiente Medellín cuyos emblemas cubren las tumbas de los más fervientes fanáticos que ni un sólo domingo faltaron a la cita futbolística en el estadio, para quienes la derrota fue motivos de lágrimas, e incluso de muerte; para quienes la victoria era la motivación que daba sentido a sus vidas; en los aún vivos muertos visitados con frecuencia en los cementerios repletos y en obras de ampliación; en la violencia que todos sufren y cuyo furor compartieron durante la última década; en el sicario de la comuna que se convierte en el ídolo y en el centro focal de organización de una unidad social.

Por todo esto el citema más importante es la misma ciudad de Medellín cuanto es el haber nacido en ella lo que identifica a las personas como paisas, como Medellinenses en último término. Más allá de las tribus urbanas, de las comunas que desbordan las cumbres de las montañas aledañas, más allá de todo esto está el apego a la tierra y en este sentido Medellín es predominantemente una ciudad mito.

Como la arena entre los dedos de las manos, a veces pareciera que la ciudad se desborda por entre las geografías escarpadas del Valle de Aburrá. Pareciera también que Medellín se estuviera derramando tal como ocurre a las ciudades amebas descritas por Salavert .

Sin embargo, Medellín, como cualquier ciudad, es palimpséstica. Sobre un mismo espacio geográfico se superponen distintas ciudades: la ciudad de la memoria [Calvino; 1995], construida sobre los recuerdos, sobre la marca fosilizada que llega hasta el presente donde "...los deseos son ya recuerdos" contenidos en las calles, aceras, basureros, jardines... y en las relaciones entre estos; la ciudad del deseo, de la cual nos hacemos voluntariamente esclavos; la ciudad de los signos, de los debates, de las pugnas; las ciudades tenues, que se hacen presentes en las sombras; la ciudad utópica, que es usualmente a través de la cual las gentes describen su ciudad y que está en estrecha relación con la ciudad planificada, con la ciudad locomotora de vapor, que en su progreso se devora a sí misma; la ciudad mítica, que se considera como el ombligo del mundo; la ciudad mimo; la ciudad ameba, que se derrama, se desborda como algún personaje en un cuadro de Botero, como una solución saturada. La ciudad se desborda pero se desborda de forma cuadricular, circular y caótica y al desbordarse de esta forma también se autocontiene.

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Referencias Consultadas
Ø Calvino, Italo. Las Ciudades Invisibles.Minotauro, México D.F., 1995
Ø El Colombiano, Septiembre 23 de 1998
Ø Lorite Mena, José. Orígen del Lenguaje. Mimeógrafo, Universidad de los Andes
Ø Leach, Edmund. Cultura y Comunicación. Siglo Veintiuno Editores, 1978
Ø Salavert Solé, Pere. Seminario Figuras de la Ciudad, Universidad de
Antioquia, 1998

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