La ciudad de Medellín choca contra las montañas
con la misma violencia con que las olas del mar se estrellan contra
los arrecifes que se interponen en su conquista de la tierra. Impulsada
por la atracción de la luna, Medellín se mece en un
incesante contoneo ondulante que recuerda la superficie marina, unas
veces tan calma y discreta como durante aquellos días de verano
en que el céfiro del norte juguetea cálido e inocente
con las gotas; otras en cambio, como el frenético estallido
que se produce de la súbita aparición de un tornado.
La ciudad inunda de esta forma el valle que abandonara el río,
recluido hoy al fondo del valle, con el característico desinterés
que, como a los adolescentes, lo caracterizó en su juvenil
prehistoria. Las montañas cierran el paso a una ciudad que
busca abrirse camino hacia el cielo, expresión primigenia de
la lucha entre el humano y la naturaleza por habitar, del debate por
poseer.
En su extensa e interesante obra Isaac Asimov caracteriza
al ser humano como un ser cuyo fundamento ontológico, cuya
razón de existir, es la expansión. Cuando, continuando
con la propuesta de Asimov, el humano se encuentra con la imposibilidad
de batir los limites, desaparece lentamente; la existencia deja de
tener sentido. De acuerdo con esta perspectiva la "naturaleza"
humana consiste en remontar los límites que impone tanto la
naturaleza como la tradición. Seguramente los límites
son imposiciones culturales pero posiblemente la superación
de dichas imposiciones son usadas como marcadores de éxito.
La superación del límite se constituye entonces en una
expresión del uso del poder social, hecho que a su vez posee
la potencialidad de generar el sentimiento de pertenencia y de identidad
al agregado social particular. A escala social nos reencontramos con
una de las características ya tan discutidas que han sido atribuidas
al humano: la paradoja. Ante el movimiento de dilatación del
ser humano, la sociedad y la ciudad, surge una fuerza de gravedad
que mantiene unido al agregado. Si aceptamos que el universo comparte
este movimiento de palpitación, de contracción y expansión,
con el ser humano, ¿sería acaso posible hablar de un
rasgo universal?
Sin pretender ir tan lejos, el objetivo particular
de esta etnografía de Medellín consiste en realizar
una lectura de la gramática, de aquel lenguaje verbal y no
verbal que subyace a las formas, a los trayectos, a los lugares, a
la memoria... y al deseo que nutren la dinámica de la ciudad.
Esta descripción e interpretación de Medellín
está inscrita en la concepción de ser humano esbozada
en el párrafo anterior que, junto con las ideas que aparecen
junto a ella desarrollaré más adelante. Además,
es mi propósito hacer un intento de exploración de mi
propia forma de observar y de acercarme a las actividades expresivas
humanas como desarrollo de la percepción particular como antropólogo.
Esta etnografía fragmentada está constituida
por una serie de etnografías a través de las cuales
no pretendo establecer una unidad narrativa aunque sí temática.
Es un ejercicio de observación y reflexión. Pretendo
realizar un acercamiento global a Medellín a través
de contados elementos particulares. Como Malinowski anotara, la antropología
es la gran conversación, el gran diálogo. Esta etnografía
es una aproximación a ese exigente ejercicio de diálogo:
de diálogo con la ciudad.
Dirigir la mirada
En muchas ocasiones visité Medellín
durante mi infancia y adolescencia. Mis relaciones de parentesco consanguíneo
las tengo, en su gran mayoría, con personas oriundas de allá.
A manera de ritual, de hábito, cada seis meses nos desplazábamos
junto con mi familia nuclear a revitalizar los lazos
familiares; a compartir las festividades. Las rupturas en la cotidianidad
social que ofrece nuestra cultura nos servían de pretexto para,
por unos días, hacer de la familia una unidad completada, de
reanimar los lazos de parentesco en torno al pariente vivo más
viejo del que todos provenimos. Tal parece que en la sociedad que
habitamos la norma tiende, en algunas esferas sociales, hacia la individualización
creciente de sus miembros. El carnaval, expresado en las fiestas religiosas
y políticas, espacio donde las categorías sociales se
invierten, cuyo carácter es liminal y por lo tanto sagrado,
se aprovecha hoy día para la intersección de viejas
maneras de estructurar la sociedad, de brindarle coherencia y cohesión.
Yo participaba de esa acción cohesiva con la mirada inmanente
que caracteriza a la identidad.
Durante aquella época disfruté de los
paisajes, de las comidas, de las costumbres, de la hospitalidad...
como un navío que a la deriva es orientado por los vientos
y las corrientes marinas ajenas a su voluntad.
En cierta medida Medellín presenció
y nutrió mi existencia mientras que yo la habité sin
presenciarla. Durante el último viaje de re-conocimiento por
primera vez la ciudad me miró a los ojos. Este hecho resulta
muy metafórico cuanto evoca en mí aquellos viajes de
aquellos seres míticos que iban más allá del
límite de lo conocido para descubrir la verdadera esencia de
la verdad, puesto que en cierta medida este viaje fuera de mi ciudad
se constituye en un trayecto hacia el conocimiento o al menos hacia
la interpretación y en todo caso un viaje fuera de mí.
Mentefactos de la Ciudad
En Medellín la palabra circulación,
concebida inicialmente como tránsito vehicular, en su acepción
que evoca lo circular, tiene todo el sentido textual. Ciertamente
uno de los rasgos característicos es la presencia de rompois
o glorietas a lo largo y ancho de la ciudad. Tienen la función
de regular el flujo del tránsito en cruces importantes, reemplazando
a los semáforos. El ciudadano tiene la impresión de
recorrer la ciudad en un recorrido que se puede describir como alrededor.
Incluso las rutas de los buses percibidas como las más importantes
son llamadas circulares. Son ellos los que intercomunican los extremos
de la ciudad. Por ello representan un papel muy importante en el transporte
de las grandes masas de trabajadores y estudiantes que cada mañana
se dirigen a sus lugares de trabajo o de estudio. Estos trayectos
nos recuerdan un viaje de la periferia al centro, polarizando la ciudad
en áreas de vivienda y áreas de trabajo, mismas que
van a caracterizar los rasgos particulares de cada una. El movimiento
de la ciudad está muy marcado por el trayecto hacia los centros.
La vida económica, política y social se desarrolla en
el centro de la ciudad y es en el centro donde se encuentran aglomeradas
en mayor densidad las estaciones del metro.
"A lo largo" del centro se suceden los
edificios de las diferentes entidades políticas, económicas,
religiosas, administrativas, educativas, culturales e industriales.
El Centro sigue un patrón de asentamiento
a lo largo del río y al parecer a partir del río se
organizaron las principales edificaciones en primera instancia. Una
manifestación monumental del centro es el péndulo que
se erige como señal del centro del valle pero que, según
nos fue dicho, es sólo una metáfora del centro pues
no es el centro geográfico real. Está además
asociado a una obra de ingeniería civil: un puente de trayectos
complejos. Se une la noción de centralidad con la noción
de progreso, a su vez asociado con proceso tecnológico, diciéndonos:
Medellín es centro de progreso tecnológico y económico.
Promueve valores apropiados por la administración política
como proyecto ideológico, como plan gubernamental.
Los polideportivos se han convertido en lugares neutrales,
en lugares de nadie. A su vez el deporte es hoy por hoy, en parte,
un regulador de los conflictos entre los diferentes territorios tribales
de la ciudad. Es de ellos de donde surgen los ídolos populares
que en su mayoría son futbolistas. Los polideportivos generan
y median dinámicas entre la población juvenil; constituyen
estrategias de re-apropiación del entorno y de re-establecimiento
de nuevas relaciones. Una nueva lucha simbólica por los signos
de la ciudad, en la que se re-definen o afirman las viejas identidades,
las antiguas pertenencias.
Medellín se construyó a partir de la
unión de diferentes municipios. Tales municipios fueron creciendo
al rededor de las plazas principales, organización tradicional
de los asentamientos durante la colonia. Se organizaron a lo largo
y ancho del valle orientados por el río. El río ha
sido uno de los principales ejes sobre los que la ciudad se ha erigido.
Hoy día se ha institucionalizado el programa Mi Río
cuyo propósito fundamental consiste en recrear sentimientos
de pertenencia de los "paisas" como símbolo de la
antioqueñidad.
Durante la temporada decembrina el paseo por la vía
del río, iluminada con alumbrados alusivos a la Navidad, congrega
un sinnúmero de actividades recreativas, culturales, políticas
religiosas además de constituirse en una fuente de estrategias
económicas dentro de las que se ven desde las ya tan populares
y tradicionales empanadas hasta juegos de tiro al blanco. El metro
fue construido a lo largo del río y sólo se aleja de
este para adentrarse en el Centro.
Dentro del contexto de la contaminación de
las grandes ciudades, el río en Medellín ha entrado
a formar parte del orgullo de la ciudad como el río recuperado,
dentro de las nociones de ecología que están tan en
boga por estos días junto con los discursos de la sostenibilidad
del medio ambiente y junto a la tradicional construcción de
la naturaleza como recurso del progreso. Es parte de la ciudad vitrina
y la ciudad museo; de la ciudad que se muestra al extranjero. El río
es pues uno de los citemas más importantes de Medellín,
no sólo por las nuevas estrategias de apropiación sino
también por vernáculas tradiciones enraizadas en la
nutricia tierra que es el pasado. Los municipios de los que hacía
mención arriba, localizaron su crecimiento concéntrico
a lo largo del río. Cabe imaginar que importantes actividades
de la vida de esos pueblos estuvieron centradas al rededor del río.
Tradiciones construidas durante cuatro siglos de lucha de signos,
lucha de costumbres y lucha armada relacionadas con el río
que fueron desplazadas por las nuevas dinámicas económicas
neoliberales y por el ideal moderno del progreso tecnológico
son tratadas de recuperar mediante su redefinición.
En síntesis, uno de los citemas más
importantes que construyen a Medellín es precisamente el centro,
o mejor, lo céntrico como categoría conceptual manifestada
en multitud de expresiones. Lo céntrico son las plazas, los
parques, los polideportivos, los actos de habla como citemas con los
que se hace referencia y se recorre la ciudad. Es ese lugar común,
embrión de la civitas, de la polis, de la ciudad; ese lugar
señalado que, reconocido, posee un significado marcado por
el signo. Aquello que tiene sentido es susceptible
de ser habitado, de serposeído
Trayectos urbanos
Una etnografía interesante de cualquier ciudad
podría constituirse alrededor de los taxis. En el caso particular
de Medellín un vistazo aéreo sobre cualquier zona del
centro revela el elevado porcentaje de taxis con relación a
automotores particulares y públicos. Según el Colombiano
"en la capital antioqueña están matriculados 18000
taxis pero circulan 25000" , es decir, sobran 7000 taxis.
El taxi es otro interesante citema para construir
ciudad puesto que además de constituirse en una estrategia
económica generalizada como respuesta a la crisis económica
es también una red de comunicación de cultura ciudadana;
es un fenómeno que estructura redes de relaciones sociales
entre un gran número de personas y solidaridades; constituye
uno de los centros informativos de la charla ocasional espontánea
por excelencia, del intercambio de datos cotidianos, curiosos, interesantes;
alrededor del taxi se generan sentimientos de identidad y pertenencia;
es un medio para habitar la ciudad. El taxista es un testigo mudo
del mundo público, callejero. Así lo percibí
cuando entablé una charla ocasional espontánea con un
taxista de cuyos servicios hice uso a eso de las 11 de la noche.
En nuestra charla, en esa charla con un interlocutor
desconocido, que así permanece en la gran mayoría de
los casos, pude enterarme de una problemática extendida y compartida
por muchos del gremio, además de algunos datos sobre la ciudad.
Orgulloso me contó sobre las cámaras de seguridad que
durante las veinticuatro horas vigilan lugares nodales y críticos
de Medellín. Esas cámaras atestiguan a la ciudad vigilada,
a la ciudad panóptico, esa metáfora que Michael Foucault
hiciera de la propuesta de Jeremías Bentham sobre aquel regulador
social concebido como la mirada de alguien a quien no se puede ver;
aquella mirada que nos hace mirar a nuestro alrededor cuando nos tropezamos
en la calle; ese vigilante encarnado en la multitud indiferente. La
ciudad panóptico comienza a realizar ese movimiento de camuflación
de la cámara en sí misma que da como resultado un citema.
El taxista lo había apropiado como citema, como elemento identificador
de la ciudad.
Más que el taxi, pero junto a él, el
verdadero vehículo de construcción de ciudad es el taxista.
El taxista es una figura idealizada, estigmatizada, mitificada; el
taxista es un signo de la gramática de la ciudad.
La relación entre el taxista y pasajero en
Medellín, por contraste con lo que sucede en Bogotá,
por ejemplo, es de mayor cercanía. Es muy normal que cuando
es un hombre el que toma un taxi, este se sienta en el asiento delantero,
hecho que redefine las relaciones de proximidad y de subordinación.
La diferencia que establece el que la mujer se siente en la silla
de atrás es un indicador del rol diferenciado por sexos. Hay
un sinnúmero de observaciones que podrían hacerse sobre
el taxi y su trayecto a través de la ciudad pero exceden el
espacio y los parámetros de esta etnografía.
El viaje en taxi o en bus es la intimidad con la
calle, con el callejón, con la acera; es la relación
cara a cara con las edificaciones con el peatón. En el viaje
en el metro elevado la ciudad abandona su rostro humano y adquiere
rostro de ciudad. La ciudad se personifica en sí misma como
más que la suma de todas esas partes que se observan a través
de la ventanilla. Las grandes catedrales, los edificios, las casas,
los ahora "lentos" automóviles, los diminutos transeúntes,
parecen móviles de maqueta. La grandeza de los grandes monumentos
se desmitifica. El metro transgrede el centro histórico, lo
viola. Su presencia transforma el entorno: lo uniforma con sus colores,
sus texturas industriales, sus materiales y sus sonidos. Cuestiona
y redefine los ritmos de la ciudad y la ciudad se adapta a estos nuevos
ritmos. Medellín se hace corta y fugaz. El tiempo urbano se
reduce permitiendo la introducción de nuevas actividades. Por
otro lado, el metro inscrito en un discurso de la modernidad, no importa
que el metro transgreda los centros tradicionales, ni que pase por
encima de ellos; lo que realmente importa es que, emulando un modelo
de progreso tecnológico, se constituye en lo que la gente,
poco tiempo después de su terminación, cuando a su paso
se detenía incluso el tráfico y la gente se paraba,
gritaba: ¡El orgullo paisa! Se evidencia en fenómenos
como este la ciudad mimo, en la acepción original del término
que significaba imitar -de ahí mímesis-.
La Ciber-urbe
Medellín como centro y como ciudad del modernismo,
planificada o, como Pere Salavert la llamara, la ciudad locomotora
de vapor está siendo mantenida por la administración
pública, política y estatal. A través de la construcción
mítica y de la racional el gobierno municipal está aportando
enlaces de unión entre los diferentes islotes, entre las diferentes
tribus urbanas [Mafessoli;1990].
Junto con la ciudad vigilada por las cámaras;
junto con la calle usada por algunos como trayecto, como flujo, como
no lugar; junto a los centros comerciales; junto a los nuevos centros,
encontramos el Edificio Inteligente ubicado en el Centro Administrativo
la Alpujarra. Descubrimos ahora a la ciber-urbe, a la tecnópolis
como encarnación del último proyecto postmodernista
del humano ideal: orgánico, cultural y automático. La
ciber-urbe se instala en la individualización homogeneizante,
en la atomización en masa de individuos programados por la
cultura light, de la pasarela, de lo inmediato, de la encuesta estadístico-manipuladora,
de la puesta en espectáculo, del placer mediatizado, de la
opinión pública dictada por la publicidad a través
del cuarto poder: la comunicación.
Un rasgo que percibí al respecto durante el
seminario Figuras de la ciudad, dictado por Pere Salabert Solé,
es la avidez de las juventudes por asirse a un modelo a seguir. Sin
cuestionarla -la puesta en escena, el espectáculo, la demagogia,
la teatralidad, la ritualización... que es un seminario- la
propuesta fue casi en su totalidad y casi en la totalidad de los asistentes
apropiada e incluso defendida. En un momento dado el "público"
se dividió en dos bandos entre los que, de cierta forma, hubo
fricción. Esto en cierta medida evidencia una generación
de lo dado por sentado y de una gran inseguridad por lo que la ciudad
en su tradición les puede ofrecer. Encontramos de nuevo a la
ciudad mimo.
La Ciudad Paisa
Para caracterizar de alguna forma a Medellín
podría decirse que es la Ciudad Paisa. Todo se organiza en
torno a la antioqueñidad y al sentimiento de pertenencia regional.
Medellín es entonces la expresión superlativa de un
sentimiento de identidad forjado fundamentalmente en la historia y
en la estigmatización de unos valores que aunque en permanente
cambio son percibidos de igual forma a través del tiempo.
Cualquier producto social de proporciones sociales
es apropiado como parte del orgullo paisa. No importa si rompe la
tradicional circularidad de la ciudad o pasa por encima de los más
importantes centros históricos como en el caso del metro; no
importa que las plazas y parques sean transformadas y rediseñadas
por las nuevas estrategias económicas y comerciales. Lo que
importa es que la ciudad condensa su identidad sobre múltiples
transformaciones estructurales [Lévi-Strauss, 1994]. Desde
este punto de vista el sustrato del citema es el sentido; es el tema
que se manifiesta en los factos y artefactos.
El citema es ese mentefacto que construye ciudad.
Lo que sucede es que el citema es manifestación particular
de formas de vivir la ciudad, de vivir lo medellinense. De esta forma
lo medellinense se atomiza en infinidad de prácticas. Lo interesante
de la etnografía consiste, desde esta perspectiva, en poder
dar cuenta de esas prácticas que, siendo sustrato de una misma
identidad, configuran diferentes formas de vivir la ciudad y estructuran
al interior de ella subunidades en su gramática.
Esta pugna polisémica entre la identidad y
la alteridad es heredada por la ciudad del ser humano mismo. La construcción
de la identidad como representación del sentido común
o lógica natural hace parte del ejercicio de pensarse como
homogéneo. La ciudad, como construcción de esa identidad,
como práctica del habitar, es aquella búsqueda por ordenar
el des-orden que introduce el ser humano en su infinita posibilidad
por dar sentido a todo . La ciudad, como su gestor, contiene al mismo
tiempo a la univocidad -entendida como la correspondencia uno a uno
entre causa y efecto, la significación única de los
objetos- y a polisémia -entendida como la posibilidad de otorgar
cualquier sentido a cualquier cosa, como la capacidad creativa y creadora
del mundo que poseemos los humanos-. Por ello la ciudad es paradójica
y conflictiva; es escenario sempiterno del debate, de la lucha de
los sentidos que se le quieren otorgar a ella misma para que pueda
ser ordenada, domesticada, normatizada, poseída, habitada...
Las liminalidades trazadas por aquellos que luchan los sentidos son
el escenario callejero de la guerra de las significaciones. De ahí
que los territorios urbanos sean constantemente sacralizados y secularizados.
La ciudad es entonces una práctica humana por excelencia.
Lo medellinense se encarna en la Avenida Guayaquil
y en la Plaza de Envigado; en el señor que, transitando por
el centro, lleva carriel y sombrero; en el característico acento;
en la presencia invariable del puesto de empanadas en todos los barrios
y centros comerciales; en los equipos de fútbol Nacional y
Deportivo Independiente Medellín cuyos emblemas cubren las
tumbas de los más fervientes fanáticos que ni un sólo
domingo faltaron a la cita futbolística en el estadio, para
quienes la derrota fue motivos de lágrimas,
e incluso de muerte; para quienes la victoria era la motivación
que daba sentido a sus vidas; en los aún vivos muertos visitados
con frecuencia en los cementerios repletos y en obras de ampliación;
en la violencia que todos sufren y cuyo furor compartieron durante
la última década; en el sicario de la comuna que se
convierte en el ídolo y en el centro focal de organización
de una unidad social.
Por todo esto el citema más importante es
la misma ciudad de Medellín cuanto es el haber nacido en ella
lo que identifica a las personas como paisas, como Medellinenses en
último término. Más allá de las tribus
urbanas, de las comunas que desbordan las cumbres de las montañas
aledañas, más allá de todo esto está el
apego a la tierra y en este sentido Medellín es predominantemente
una ciudad mito.
Como la arena entre los dedos de las manos, a veces
pareciera que la ciudad se desborda por entre las geografías
escarpadas del Valle de Aburrá. Pareciera también que
Medellín se estuviera derramando tal como ocurre a las ciudades
amebas descritas por Salavert .
Sin embargo, Medellín, como cualquier ciudad,
es palimpséstica. Sobre un mismo espacio geográfico
se superponen distintas ciudades: la ciudad de la memoria [Calvino;
1995], construida sobre los recuerdos, sobre la marca fosilizada que
llega hasta el presente donde "...los deseos son ya recuerdos"
contenidos en las calles, aceras, basureros, jardines... y en las
relaciones entre estos; la ciudad del deseo, de la cual nos hacemos
voluntariamente esclavos; la ciudad de los signos, de los debates,
de las pugnas; las ciudades tenues, que se hacen presentes en las
sombras; la ciudad utópica, que es usualmente a través
de la cual las gentes describen su ciudad y que está en estrecha
relación con la ciudad planificada, con la ciudad locomotora
de vapor, que en su progreso se devora a sí misma; la ciudad
mítica, que se considera como el ombligo del mundo; la ciudad
mimo; la ciudad ameba, que se derrama, se desborda como algún
personaje en un cuadro de Botero, como una solución saturada.
La ciudad se desborda pero se desborda de forma cuadricular, circular
y caótica y al desbordarse de esta forma también se
autocontiene.
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Referencias Consultadas
Ø Calvino, Italo. Las Ciudades Invisibles.Minotauro,
México D.F., 1995
Ø El Colombiano, Septiembre 23 de 1998
Ø Lorite Mena, José. Orígen
del Lenguaje. Mimeógrafo, Universidad de los Andes
Ø Leach, Edmund. Cultura y Comunicación.
Siglo Veintiuno Editores, 1978
Ø Salavert Solé, Pere. Seminario
Figuras de la Ciudad, Universidad de
Antioquia, 1998