Canto
al alcohol
Manuel
Donato Navarro
Es hija de
la ignorancia
y de la brutalidad,
la maldita sociedad
que llaman de temperancia.
Dime: ¿no es extravagancia
el pretender seriamente,
que no beba más la gente
y que de hoy en adelante,
es mejor ser temperante
que una tina de aguardiente?
Yo les digo
francamente
que no alcanzo a comprender,
qué llegaremos a hacer
sin este vicio inocente;
porque creo firmemente
que este pueblo sin licor,
será un fuego sin calor,
especie de sol sin luz,
un Santo Cristo sin cruz,
una madre sin amor.
Juro que
en estos seis meses,
y doy palabra de honor,
apuraré hasta las heces
el embriagante licor.
Porque creo, sí señor,
que lejos de ser un mal,
como lo afirma un tal cual
sin sentido y sin razón,
es el delicioso ron
hasta la ley natural.
El anís
con su blancura
y su democracia ardiente,
nos prueba que es mucha gente
y que su sangre es muy pura.
Pero el hombre en su locura
siempre ciego y delirante,
lo maldice a cada instante
no siendo otro su deseo,
porque el hombre es un pigmeo
y el anís es un gigante.
Él
mitiga los dolores
del corazón cuando estalla.
Él es muro y fuerte valla
de todos los sinsabores;
él riega de blancas flores
nuestra senda aridecida
y entre su seno escondida
la felicidad yo he visto,
porque el anís, como el Cristo,
es resurrección y es vida.
Él
templa la dulce lira
del poeta cuando canta,
él al cielo nos levanta
porque él el numen inspira;
él al pecho que suspira
le presta ayuda y valor
y en las lides del amor
potente como un Apolo,
desde el Ecuador al polo
siempre ha sido vencedor.
Es en el
mar de la vida
el anís seguro puerto;
oasis en el desierto,
bálsamo de toda herida.
Está en su pecho escondida
la brillante luz febea,
es espada en la pelea,
en la música sonido,
en el corazón latido
y en el cerebro es idea.
Canta la
estrella que brota
en el alto firmamento,
canta el aire, canta el viento,
canta la blanca gaviota,
y canta el mar cuando azota
las riberas sin cesar.
¿Por qué yo no he de cantar
contra esta cruel temperancia,
con la furia y la arrogancia
del viento, el ave y el mar?
¡Sí!,
que brote mi canción,
que en ella se vea latente
la inspiración de la mente
y el fuego del corazón.
Que mi eterna maldición
caiga sobre la cabeza,
del que tuvo la torpeza
de decir en tono asnal,
que tan sólo han hecho
mal el anís y la cerveza.
Cuando el
Redentor Divino
su sangre nos quiso dar,
digna de Él no pudo hallar
otra cosa más que vino.
Y hoy, ¡gran Dios!, qué desatino,
pretenden estos farsantes
que se muestran tan amantes
de tu religión sagrada,
volver tu sangre a la nada
sólo por ser temperantes...
Bebió
aguardiente Jehová,
y Nabucodonosor,
y Cristo Nuestro Señor
en las bodas de Caná,
tragó mucho guandamá
el intrépido Noé,
el gran soñador José
y Confucio y Faraón,
y Tiberio y Cicerón;
lo digo porque lo sé.
Como sé
que fue un borracho
el gran Rafael de Urbino,
el Dante y el Aretino
y Correggio y Juan Bocaccio,
y Cervantes de muchacho,
Tirso, Lope, Calderón,
Montalbán, Luis de León,
Shakespeare, Ariosto y el Tasso,
Don Quijote, Garcilaso,
Byron y Napoleón.
Ya ves que
siempre ha habido
en todos tiempos y partes,
tanto en ciencias como en artes,
bebedores de sentido,
y, ¿no sabes quién ha sido
su inventor? No un holgazán,
como dicen, ni un patán,
ni cualquier ruin fariseo:
fue San Carios Borromeo
en la peste de Milán.
Entre tanto, con
valor,
acerquemos a la boca
ancha y suave y limpia copa
de este olímpico licor,
y que un hurra atronador
brote el alma con violencia
v predique la excelencia
del anís, porque él ha sido,
donde quiera que lo ha habido
rayo X de la existencia.