LA
NOVENA DEL NIÑO JESUS
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad,
que tanto amasteis a los hombres, que les
disteis en vuestro hijo la mejor prenda
de vuestro amor para que hecho hombre en
las entrañas de una virgen naciera
en un pesebre para nuestra salud y remedio.
Yo en nombre de todos los mortales os doy
infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él os derezco la pobreza,
humildad y demás virtudes de vuestro
hijo humanado, suplicándoos por sus
divinos méritos, por las incomodidades
en que nació y por las tiernas lágrimas
que derramó en el pesebre, dispongáis
nuestros corazones con humildad prdeunda,
con amor encendido y con tal desprecio de
todo loterreno, que Jesús recién
nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente.
Amén. (Se reza tres veces el Gloria
al Padre)
Día
Primero
En el principio de los tiempos el verbo
reposaba en el seno de su padreen lo más
alto de los cielos; allí era la casa,
al par que el modelo de toda la creación.
En esas prdeundidades de una incalculable
eternidad, permanecía el niño
de Belén. Allí es donde debemos
buscar sus principios que jamás han
comenzado; de allí debemos dar la
genealogía del eterno que no tiene
antepasados y cimentar la vida de complacencia
infinita que allí llevaba. La vida
del Verbo Eterno en el seno de su padre
era una vida magnífica. Sin embargo,
¡misterio sublime! Buscaba otra morada,
una mansión creada. No era porque
en su mansión eterna faltase algo
a su infinita felicidad, sino porque su
infinita misericordia anhelaba la redención
y la salvación del genero humano.
Salvación que sin él no podría
verificarse. El pecado de Adán había
deendido a un Dios y esa infinita no podía
ser reparada sino por los méritos
de ese mismo Dios.
La raza de Adán había desobedecido
y merecido un castigo eterno. Era pues,
necesario para salvarla y satisfacer su
culpa, que Dios sin dejar el cielo tomara
la forma de hombre sobre la tierra y con
la obediencia de los designios de su padre,
expiara aquella desobediencia, ingratitud
y rebeldía. Era necesario en las
miras de su amor, que tomase la forma, las
debilidades y la ignorancia sistemática
del hombre, que creciese para darle crecimiento
espiritual, que sufriese para morir a sus
pasiones y a su orgullo. Y por todo eso,
el Verbo Eterno, arde en deseos de salvar
al hombre y redimir al culpable.
Oración
a la Santísima virgen
Soberana María que por vuestras grandes
virtudes y especialmente por vuestra humildad,
merecisteis que todo un Dios os escogiese
para madre suya. Os suplico que vos misma
preparéis y dispongáis de
mi alma y de la de todos los que en este
tiempo hiciesen esta novena, para el nacimiento
de vuestro adorable Hijo. ¡Oh dulcísima
madre! comunicadme algo del prdeundo recogimiento
y divina ternura con que le agradasteis
vos para que nos hagáis menos indignos
de verle, amarle y adorarle por toda la
eternidad. Amén. (Se reza nueve veces
el Ave María)
Oración a San José
¡Oh Santísimo José!
esposo de María y padre putativo
de Jesús. Infinitas gracias doy a
Dios porque os escogió para tan altos
ministerios y os adornó con todos
los dones proporcionándoos tan excelente
grandeza. Os ruego por el amor que le tuvisteis
al divino niño me abracéis
en fervorosos deseos de verle y recibirle
sacramentalmente mientras en su divina esencia
le veo y le gozo en el cielo. Amén.
(Se reza Padre Nuestro, Ave María
y Gloria al Padre)
Gozos
Dulce Jesús mío, mi niño
adorado. Ven a nuestras almas, ven no tardes
tanto. Oh sapiencia suma del Dios soberano,
que a infantil alcance te rebajas sacro.
Oh divino niño ven para enseñarnos
La prudencia que hace verdaderos sabios.
Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Oh adonaí
potente que a Moisés hablando de Israel al pueblo disteis los
mandatos. Ah! Ven prontamente para rescatarnos y que un niño
débil muestre fuerte brazo. Ven a nuestras almas, ven no tardes
tanto.
Oh raíz sagrada de José que en lo alto presentas al orbe
tu fragante nardo. Dulcísimo niño que has sido llamado
Lirio de los Valles, Bella Flor del Campo. Ven a nuestras almas, ven
no tardes tanto.
Llave de David
que abre al desterrado las cerradas puerta del regio palacio. Sácanos
!oh Niño! con tu blanca mano de la cárcel triste que labró,
el pecado. Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Oh lumbre de oriente,
sol de eternos rayos que entre la tinieblas tu esplendor veamos. Niño
tan precioso dicha del cristiano luzca la sonrisa de tus dulces labios.
Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Espejo sin mancha,
santo de los santos, sin igual imagen del Dios soberano. Borra nuestras
culpas, salva al desterrado y en forma de niño, da al mísero
amparo. Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Rey de la naciones
Emmanuel preclaro, de Israel anhelo, Pastor del rebaño. Niño
que apacientas con suave callado, ya la oveja arisca, ya el cordero
manso. Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Ábranse
los cielos y llueva de lo alto, bienhechor rocío como riego santo.
Ven hermoso niño, ven Dios humanado Luce hermosa estrella, brota
flor del campo. Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Ven que ya María
previene sus brazos, de sus niño vean en tiempo cercano. Ven
que ya José con anhelo sacro, se dispone a hacerse de tu amor
sagrario. Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Del débil,
auxilio, del doliente, amparo, consuelo del triste, luz del desterrado.
Vida de mi vida, mi dueño adorado, mi constante amigo, mi divino
hermano. Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Véante mis
ojos de ti enamorado, bese ya tus plantas
bese ya tus manos. Posternado en tierra
te tiendo los brazos y aún más
que mis frases, te dice mi llanto. Ven a
nuestras almas, ven no tardes tanto.
Ven
salvador nuestro por quien suspiramos Ven
a nuestras almas, ven no tardes tanto.
Oración
del Niño Jesús
Acordaos ¡oh dulcísimo Niño
Jesús! Que dijiste a la Venerable
Margarita del Santísimo Sacramento
y en persona suya a todos vuestros devotos
estas palabras tan consoladoras para nuestra
pobre humanidad tan agobiada y doliente:
"todo lo que quieras pedir pídelo
por los méritos de mi infancia y
nada te será negado". Llenos
de confianza en vos ¡oh Jesús
que sois la misma verdad! venimos a exponerte
toda nuestra miseria. Ayúdanos a
llevar una vida santa para conseguir una
eternidad bienaventurada. Concédenos
por los méritos infinitos de vuestra
infancia la gracia de la cual necesitamos
tanto. Nos estregamos a vos ¡oh Niño
Omnipotente! Seguros de que no quedará
frustrada nuestra esperanza y de que en
virtud de vuestra promesa, acogeréis
y despacharéis favorablemente nuestras
súplicas. Amén.
Día
Segundo
El Verbo Eterno se halla a punto de tomar
naturaleza creada en la santa casa de Nazareth,
en donde moraban María y José.
De pronto, la sombra del secreto divino
llegó a deslizarse sobre María.
Ella estaba engolfada en la oración.
Pasaba las silenciosas horas de la noche
en la unión más estrecha con
Dios y mientras oraba, el Verbo tomó
posesión de su morada creada. Sin
embargo, no llegó inopinadamente;
antes de presentarse envió un mensajero
que fue el Arcángel San Gabriel para
pedir a María, de parte de Dios,
su consentimiento para la encarnación.
El creador no quiso efectuar este gran misterio
sin la aquiescencia de su criatura. Aquel
momento fue muy solemne, era potestativo
de María rehusar. Con que adorables
delicias, con que inefable complacencia
aguardaría la santísima trinidad
a que María abriese los labios y
pronunciase el fíat, que debió
ser melodía para sus oídos
y con el cual se confirmaba su prdeunda
obediencia a la omnipotente voluntad divina.
La virgen inmaculada ha dado su consentimiento.
El arcángel ha desaparecido. Dios
se ha revestido de una naturaleza creada,
la voluntad eterna está cumplida
y la creación está completa.
En las regiones del mundo angélico
estallaba un júbilo inmenso, pero
la virgen María no oía ni
hubiera prestado atención a él.
Tenía inclinada su cabeza y su alma
estaba sumida en un silencio que se asemejaba
al de Dios. El verbo se había hecho
carne y, aún invisible para el mundo,
habitaba ya entre los hombres a quienes
su inmenso amor había venido a rescatar.
No era ya sólo el verbo eterno; era
el Niño Jesús revestido de
la apariencia humana y justificado ya el
elogio que de él han hecho todas
las generaciones al llamarle el más
hermoso de los hijos de los hombres.
Día
Tercero
Se había comenzado su vida encarnada
de Niño Jesús. Consideremos
el alma gloriosa y el santo cuerpo que había
tomado, adorándolos prdeundamente.
Admiremos, en primer lugar, el alma de este
divino niño, consideremos en ella
la plenitud de su gracia santificadora,
la de su ciencia beatífica y por
la cual desde el primer momento dio su vida,
vio la divina esencia más claramente
que todos los ángeles, y leyó
lo pasado y lo porvenir con todos sus arcanos
y conocimientos. No supo nunca por adquisición
voluntaria nada que no supiese por infusión
desde el primer momento de su ser; pero
Él adoptó todas las enfermedades
de nuestra naturaleza a que dignamente podría
someterse, aun cuando no fuesen necesarias
para la gran obra que debía cumplir.
Pidámosle que sus divinas facultades
suplan la debilidad de las nuestras y les
dé una nueva energía, que
su memoria nos enseñe a recordar
sus beneficios; su entendimiento en Él,
a no hacer sino su voluntad, lo que Él
quiera a su servicio.
Del alma del Niño Jesús pasemos
ahora a su cuerpo que era un mundo de maravillas.
Una obra maestra de la mano de Dios. No
era como el nuestro, una traba para su alma,
era, por el contrario, un nuevo elemento
de santidad: quiso que fuese pequeño
y débil como el de todos los niños
y sujeto a todas las incomodidades de la
infancia para asemejarse más a nosotros
y participar de nuestras humillaciones.
El Espíritu Santo formó ese
cuerpecito con tal delicadeza y tal capacidad
de sentir, que pudiera sufrir hasta el exceso
para cumplir la grande obra de nuestra redención.
La belleza de ese cuerpo del Divino Niño
fue superior a cuanto se ha imaginado jamás
y la sangre que por sus venas empezó
a circular, es la que lava todas las manchas
del mundo culpable. Pidámosle que
lave las nuestras en el Santísimo
Sacramento de la penitencia para el día
de su dichosa Navidad nos encuentre perdonados
y dispuestos a recibirle con amor y provecho
espiritual.
Día
Cuarto
Desde el seno de su madre, comenzó
el Niño Jesús a poner en práctica
su entera sumisión a Dios y la continuó
sin la menor interrupción durante
toda su vida. Adoraba a su Eterno Padre,
le amaba, se sometía a su voluntad,
aceptaba con resignación el estado
en que se hallaba, conociendo toda su debilidad,
todas las humillaciones, todas las incomodidades.
¿Quiénes de nosotros quisiéramos
retroceder a un estado semejante, sin el
pleno goce de la razón y de la reflexión?
¿Quén pudiera sostener, a
sabiendas, un martirio tan prolongado y
tan lleno de penurias? Por ahí entró
el Divino Niño a su dolorosa y humillante
carrera; así empezó a anonadarse
delante de su padre, a enseñarnos
lo que Dios merece por parte de sus criaturas,
a expiar nuestro orgullo, origen de todos
nuestros pecados y ha hacernos sentir toda
la criminalidad y el desorden de este orgullo.
Sí deseamos hacer una verdadera oración,
empecemos por formarnos de ella una exacta
idea contemplando el Niño en el seno
de su Madre. El Divino Niño ora del
modo más excelente; no habla, no
medita, no se deshace en tiernos afectos.
Su mismo estado lo acepta con la intención
de honrar a Dios en su oración y
en ese estado expresa todo lo que su Dios
merece y de qué modo quiere ser honrado
por nosotros. Unámonos a las oraciones
del Niño Dios en el seno de María:
unámonos a su prdeundo abatimiento
y sea este el primer afecto de nuestro sacrificio
a Dios, no para ser algo, como lo pretende
constantemente nuestra vanidad, sino para
ser nada, para estar eternamente consumidos
y anonadados, para renunciar a la estimación
de nosotros mismos, a todo cuidado de nuestra
grandeza, aunque sea espiritual, a todo
movimiento de vana gloria. Desaparezcamos
a nuestros ojos y que sea Dios todo para
nosotros.
Día Quinto
Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en el
seno de su Madre. Veamos hoy la vida que llevaba María durante
este mismo tiempo. Necesidad hay de que nos detengamos en ella si queremos
comprender, en cuanto sea posible, nuestra limitada capacidad, los sublimes
misterios de la Encarnación y el modo como hemos de corresponder
a ellos. María no cesaba de suspirar por el momento en que gozaría
de esa visión beatífica terrestre, "la faz de Dios
encarnado".
Estaba a punto de ver aquella faz humana que había de iluminar
el cielo durante toda la eternidad. Iba a leer el amor filial en aquellos
mismos ojos cuyos rayos debían esparcir para siempre la felicidad
en millones de elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los días,
a todas horas, a cada instante durante muchos años. Iba a ver
la aparente ignorancia de la niñez, los encantos particulares
de la juventud y la serenidad reflexiva de la edad madura. Había
todo lo que quisiese de aquella faz divina, podría estrecharla
contra la suya con toda la libertad del amor materno. Cubriría
de besos los labios que debía pronunciar la sentencia a todos
los hombres. Lo contemplaba a su gusto durante su sueño o despierto
hasta que lo hubiese aprendido de memoria. Cuan ardientemente deseaba
ese día. Tal era la vida de expectativa de María que era
inaudita en sí misma, no por eso dejaba de ser el tipo magnífico
de toda vida cristiana.
No, no nos contentemos con mirar a Jesús en María, sino
que pensemos que en nosotros también habita por esencia, potencia
y presencia. Si Jesús nace continuamente en nosotros por las
buenas obras que nos hace capaces de cumplir y por nuestra cooperación
con la gracia, es un seno perpetuo de María, un Belén
interior sin fin. Después de la comunión Jesús
habita en nosotros durante algunos instante y sustancialmente como Dios
y como hombre, porque el mismo niño que estaba en María,
también está en el Santísimo Sacramento. ¿Qué
es todo eso sino una participación de la vida de María
durante esos maravillosos meses y una expectativa tan llena de delicias
como la suya?
Día Sexto
Jesús había sido concebido en Nazareth, domicilio de José
y de María y allí era de creerse que había de nacer
según todas las posibilidades. Más Dios, lo tenía
dispuesto de otra manera y los prdeetas habían anunciado que
el Mesías nacería en Belén de Judá, ciudad
de David. Para que se cumpliera esta predicción, Dios se valió
de un medio que no parecía tener ninguna relación con
el objeto. El emperador Augusto dio la orden perentoria de que todos
los súbditos del imperio romano se empadronasen en el lugar de
donde eran originarios. María y José, como descendientes
de David, no estaban dispensados de ir a Belén, ni la situación
de La Santísima Virgen y tampoco la necesidad de José
de tener un trabajo diario que le asegurará su subsistencia,
pudo eximirlos de este largo y penoso viaje en la estación más
rigurosa e incomoda del año.
No ignoraba Jesús en que lugar debía nacer y así
inspira a sus padres a que se entreguen a la Providencia y de esta manera
concurran inconscientemente a la ejecución de sus designios.
Almas interiores, observad ese manejo del Divino Niño, porque
es el más importante de la vida espiritual, aprended que Él
se halla entregado a Dios, ya no ha de pertenecer a si mismo ni a cada
instante sino lo que Dios quiera para Él, siguiéndole
ciegamente aún en las cosas exteriores tales como el cambio de
lugar, dondequiera que le plazca conducirle. Ocasión tendréis
de observar esta dependencia y esta fidelidad inviolable en toda la
vida de Jesús y este es el punto sobre el cual se han esmerado
en imitarle los santos y las almas verdaderamente interiores, renunciando
absolutamente a su propia voluntad.
Día Séptimo
Representémonos el viaje de María y José hacía
Belén, llevando consigo, aún no nacido al Creador del
Universo, hecho hombre. Contemplemos la humildad y la obediencia de
ese Divino Niño, que aunque de raza judía y habiendo amado
durante siglos a su pueblo con una predilección inexplicable,
obedece así a un principio extranjero que forma el censo de la
población de su providencia como si hubiese para Él en
esa circunstancia, algo que le halagase y quisiera aprovechar la ocasión
para hacerse empadronar deicial y auténticamente como súbdito
de, en el momento en que venía al mundo. ¿No es extraño
que la humillación, que causa tan invencible repugnacia a la
criatura, parezca ser la única cosa creada que tenga atracción
al creador? ¿No nos enseña la humildad de Jesús
a amar esta hermosa virtud? Ah! Que llegue el momento en que aparezca
el deseado de las naciones porque todo clama por este feliz acontecimiento.
El mundo, sumido en la oscuridad y el malestar, busca y no encuentra
alivio a sus males y suspira por su libertador. El anhelo de San José
y la expectativa de María, son cosas que no puede explicar el
lenguaje humano.
El padre eterno se halla, si no lícito emplear esta expresión,
impaciente por dar su hijo único al mundo y verle ocupar su puesto
entre las criaturas visibles. El Espíritu Santo arde en deseos
de presentar a la luz del día esa Santa Humanidad tan bella,
que él mismo ha formado con tan especial esmero. En cuanto al
divino niño, objeto de tantos anhelos, recordamos que avanza
hacia nosotros lo mismo que hacia Belén. Apresuremos con nuestros
deseos el momento de su llegada. Purifiquemos nuestros corazones para
que sean mansión terrenal, que nuestros actos de mortificación
y desprendimiento preparen los caminos del señor y hagan rectos
sus senderos.
Día Octavo
José y María llegan a Belén buscando hospedaje
en los mesones, pero no encuentran, ya por hallarse todo ocupado, ya
por causa de la pobreza. Pero nadie puede turbar esa paz interior de
los que están fijos en Dios. Si José experimentaba tristeza
cuando eran rechazados de casa en casa, porque pensaba en María
y en el Niño, sentíase también en santa tranquilidad
cuando fijaba su mirada en su casta esposa.
El niño, aún no nacido, regocijábase ante aquellas
negativas que eran el preludio de las humillaciones venideras. Cada
voz áspera, el ruido de cada puerta que se cerraba ante ellos,
era una dulce melodía para sus oídos. Eso era lo que había
venido a buscar. El deseo de esas humillaciones era lo que contribuido
a tomar forma humana. ¡Oh Divino Niño de Belén!
Estos días que han pasado en fiestas y diversiones o descansando
muellemente en cómodas mansiones, han sido para nuestros padres
unos días de fatiga y vejaciones de toda clase. El espíritu
de Belén es el de un mundo que ha olvidado a Dios. ¿Cuántas
veces no ha sido también el nuestro? ¿No cerramos continuamente,
con ruda ignorancia, la puerta a los llamados de Dios, que nos incita
a convertirnos o a santificarnos o confirmarnos con su voluntad? ¿No
hacemos mal uso de nuestras penas, desconociendo su carácter
celestial? Dios viene a nosotros muchas veces en la vida, pero no conocemos
su faz, no lo conocemos sino cuando nos vuelve la espalda y se aleja,
después de nuestra negativa.
Ponse el sol del 24 de diciembre detrás de los tejados de Belén
y sus últimos rayos doran la cima de las rocas escarpadas que
la rodean. Hombres groseros que condenan rudamente al Señor en
las calles de aquella aldea oriental y cierran las puertas al ver a
su madre. Las bóvedas de los cielos se destacan purísimas,
por encima de aquellas colinas frecuentadas por los pastores. Las estrellas
van apareciendo una tras otra. Algunas horas más y se presentará
el Verbo Eterno
Día Noveno
La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén.
Desechado por los hombres y viéndose sin abrigo, María
y José han salido de la inhospitalaria población y se
han refugiado en una gruta que se encontraba al pie de la colina. Seguía
a la Reina de los Ángeles el asno que le había servido
de cabalgadora durante el viaje y en aquella cueva hallaron un manso
buey dejado ahí, probablemente por alguno de los caminantes que
había ido a buscar hospedaje en la ciudad. El Divino Niño
desconocido por las criaturas racionales, debe recurrir a las irracionales
para que calienten con su tibio aliento la atmósfera de esa noche
de invierno y le manifiesten con su humilde actitud, el respeto y la
adoración que le había negado Belén. La rojiza
linterna que José tenía en la mano, iluminaba tenuemente
ese paupérrimo recinto, ese pesebre lleno de paja que es figura
prdeética de las maravillas del altar y de la íntima y
prodigiosa unión que Jesús ha de contraer con los hombres.
María está en adoración en medio de la gruta y
así van pasando silenciosamente las horas de esa noche de misterio.
Pero ha llegado la media noche y de repente vemos dentro de ese pesebre
poco antes vacío, al Divino Niño, esperado, vaticinado,
deseado durante cuatro mil años con tan inefables anhelos. A
sus pies se postra su Santísima Madre, en los transportes de
una admiración de la cual nada puede dar idea. José también
se le acerca y le rinde homenaje con el que inaugura su misterio imponderable
de deicio del padre putativo del redentor de los hombres. La multitud
de ángeles que descienden del cielo a contemplar esa maravilla
sin par, deja estallar su alegría y hace vibrar en los aires
las armonías de ese Gloria in Excelsis, que es eco de adoración
que se produce en el trono del Altísimo y que hace perceptible
por un instante a los oídos de la pobre tierra las armonías
celestiales.
Convocados por los ángeles, vienen en tropel los pastores de
la comarca a adorar al Niño recién nacido y a presentarle
sus humildes derendas. Ya brilla en el oriente la misteriosa estrella
de Jacob y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida
de los Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a
depositar a los pies del Divino Niño el oro, el incienso y la
mirra, que son símbolo de la caridad, la adoración y de
la mortificación. ¡Oh adorable Niño! Nosotros también,
los que hemos hecho esta novena para prepararnos para el día
de tu natividad, queremos dereceros nuestra pobre adoración;
no la rechacéis, venid a nuestras almas, venid a nuestros corazones
llenos de amor.
Encended en ellos la devoción a nuestra infancia, no intermitente
y solo circunscrita al tiempo de vuestra natividad, sino siempre en
todos los tiempos; devoción que fiel y celosamente propagada
nos conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando
en nosotros todas las virtudes cristianas.