Espacio
e Historia en Medellín
En
esta conferencia trataré de preguntarme,
más desde el punto de vista del
historiador que del arquitecto o el urbanista,
por el proceso por el cual se ha ido configurando
la distribución y uso del espacio
en Medellín, y el sentido que sus
habitantes le han dado a los diferentes
elementos de esta configuración.
Al insistir en la visión del historiador,
lo único que hago es subrayar que
se trata de una visión en cierto
modo de aficionado o diletante, de quien
no pretende tener competencia técnica
en los aspectos formales del diseño
urbano ni en los complejos efectos de
los procesos constructivos.
Y
al mismo tiempo, quiero indicar que la
práctica del historiador apunta,
más que a la formulación
de explicaciones con pretensiones científicas,
a esbozar posibles entramados de procesos
que involucran todos los aspectos de la
vida humana, y en los cuales los efectos
de la complejidad, del desorden, hacen
ineficaz la búsqueda de explicaciones
finales o causales simples o únicas.
La historia debe ser, como la vida, equivoca,
ambigua y de contornos difusos.
La
configuración espacial de una ciudad
como Medellín es un proceso que
responde simultáneamente a la influencia
de un contexto natural (transformado en
diversas formas por la misma acción
humana, y sobre todo por el mismo impacto
de la urbanización), de unas tradiciones
históricas que incluyen normas
legales, prácticas urbanísticas
heredadas y modificadas, criterios sociales
sobre la vecindad, valoraciones del espacio,
influencias formales de contenido estético,
conflictos sociales, intereses económicos.
Individuos y grupos sociales van construyendo
la ciudad con todo lo que tienen en su
mente, con sus intereses y conocimientos,
y en buena parte también con la
forma más o menos rutinaria e inconsciente
como viven y se representan la ciudad
y sus espacios. De algo de todo esto tratará
esta charla, aunque de casi nada podré
derecer un análisis completo: es
pues un esbozo, que debe más bien
sugerir líneas de análisis
y reflexión que derecer un esquema
claro y definitivo de la evolución
del espacio urbano en Medellín.
I.
Las cosas que poco han cambiado
Medellín,
recordémoslo, fue fundada en 1.675,
hace un poco más de tres siglos,
y paso en estos trescientos veinticinco
años de unos 700 habitantes urbanos
a un poco más de 2’000.000. Todo,
aparentemente, ha tenido que cambiar con
este simple cambio numérico y con
la consiguiente expansión física
de la ciudad sobre el terreno del Valle
de Aburrá, con el paso de 18 manzanas
iniciales a más de 10.000.
Pero
a pesar de esto hay elementos en la forma
de vivir y representarse el espacio de
la ciudad, que se han mantenido constantes.
Una, que está implícita
en la comparación anterior, es
que medimos en cuadras y manzanas. Es
la persistencia, a pesar de desviaciones
que mencionaré, de un trazado referido
a la cuadrícula ortogonal ordenada
por la legislación española
y común a la urbanización
inicial de muchas civilizaciones, subdividida
en lotes apropiados individualmente y
con una gran autonomía sobre su
utilización. El espacio se organiza
y se mide en estas unidades, la orientación
en la ciudad depende en buena parte de
comprender la lógica de un sistema
de coordenadas que se apoya muy naturalmente
sobre este tipo de trama, y el campo visual
del habitante está acostumbrado
a esperar, sin sentirlo como particularmente
monótono, la perspectiva de extensas
calles con construcciones continuas a
ambos lados.
Los
sitios públicos, por lo tanto,
se definieron por muchos años dentro
del marco de esta trama y giran en los
años iniciales alrededor de la
manzana no construida, vacía, la
plaza pública que define el centro
de la ciudad y a medida que ésta
crece, el de los barrios. Esta plaza,
que usualmente tiene una iglesia y la
casa cural en un lado y algún edificio
público en otro, desempeña
funciones muy especiales en la vida de
los habitantes de la ciudad y recibe una
significación jerárquica:
hasta finales del siglo pasado, vivir
en el marco de la plaza o sus cercanías,
en particular si en casa de dos plantas,
era señal de status y dominio socioeconómico.
En Medellín, el lenguaje actual
propone aún la preeminencia de
la vieja plaza central, a pesar de que
en la vida real hace más de cien
años que nadie nace en ella: todos
los paisas que queremos presumir de buena
familia nacimos en el Parque de Berrío.
La
segunda persistencia es muy peculiar,
y tiene que ver con una especial relación
de sus habitantes con Medellín.
Ha tenido altibajos y caídas, es
cierto, pero el hecho es que durante la
mayoría de estos trescientos años,
y a veces contra muchas evidencias, los
medellinenses han creído que su
ciudad es muy bella y vivible, y además
destinada a ineluctable modernización.
Esta
visión optimista y a veces engreída
ha ayudado a generar cierto afecto por
la ciudad, aún en los peores momentos
de su historia, y sin duda explica la
facilidad con la que ciertos comportamientos
urbanos o cívicos pueden inducirse
o promoverse entre sus habitantes. Ha
generado también una facilidad
para aceptar lo nuevo y tolerar la destrucción
de lo antiguo, por la peculiar comprensión
que han tenido sus dirigentes y en general
sus habitantes de la modernización,
identificada con el cambio, la adopción
de nuevas tecnologías, la imitación
de avances y prácticas de otras
partes y la sensación de que sin
eliminar los estorbos del pasado el progreso
no es nunca completo.
Esta
imagen de Medellín como particularmente
bella y progresista es muy temprana, y
me limitaré a dar algunos ejemplos
referidos al siglo pasado, cuando apenas
era una pequeña aldea, para dar
idea de la temprana vanidad de mis conciudadanos.
Antes de su fundación en 1.672,
y precisamente para justificarla, alegaban
sus vecinos que "se ha poblado de quince
o veinte años a esta parte en el
país de este valle, por hallarle
tan cómodo para disposición
de pasar la vida humana... y estar...
más de tres mil o cuatro mil almas
de todos géneros de gentes que
están pobladas y regadas en este
valle y siendo así que en este
tiempo tan corto ha crecido tanto la gente
se espera que en menos años no
han de caber en todo este Valle". ¡Sin
haber fundado la ciudad, y ya anunciaban
la pronta saturación del Valle!
Y en efecto, en 1.804 un documento local
daba a entender, cuando todo el valle
tenía unos 25.000 habitantes y
la villa, en sus diversos poblados, un
poco más de 4.000 mil, que ya se
había llegado a este punto: "Ella
es en lo florido y ameno de sus campos,
un delicioso vergel, y estos se hallan
tan poblados de casas y sementeras que
forman con lo anexos y capital una continuada
ciudad de más de un día
de camino que comienza en el curato de
Barbosa y acaba en los términos
del embigado..." ¿Además,
donde podía vivirse mejor que aquí?.
En 1.808, cuando trataban de convencer
al Rey de que situara el obispado de Antioquia
acabado de crear en Medellín y
no en Santa Fe, un cura Bohórquez
no vaciló en escribir "que es una
de las mejores temperies, que hai acaso
en todo el orbe, por este lugar o su temperamento
he oído decir a varios españoles
y extranjeros que lo han abitado, que
si Vuestra Majestad supiese las benéficas
influencias de este hemisferio, ahí
mudaría su corte y habitación...".
Era pues una ciudad para reyes. Y en 1.875,
cuando ya la ciudad pasaba los 10.000
habitantes, la belleza se había
asociado, casi en forma indisoluble, con
un ideal de limpieza y pulcritud y con
la comodidad de un clima perfecto: para
Manuel Uribe Ángel, Medellín
"vista por su aspecto físico, es
la ciudad blanca de los Andes, la ciudad
pulcra de América, la ciudad bella
de Colombia, la ciudad risueña
de Antioquia..." y está colocada
en la "pintoresca planicie de Aburrá...
de aguas exquisitas, baños imponderables,
lindísimos campos, aire purísimo,
atmósfera clara, cielo espléndido..."
La
última cita me permite sugerir
que un tercer elemento constante ha sido
una peculiar relación con el campo
circundante que produce, sobre todo en
sus sectores más pudientes, una
gran predilección por un campo
ameno y ojalá productivo: los habitantes
urbanos de Medellín nunca han dejado
de mirar como atractiva la vida campestre,
sea que la tengan a pocos pasos en la
ciudad colonial, o que deban reconstruirla
en barrios de recreo, como el Pedregal
en el siglo XIX y el Poblado en la primera
mitad del siglo XX, sobre todo a partir
de los años veinte, o las altiplanicies
del Oriente -el Retiro, Rionegro y la
Ceja- y otras regiones a lo largo de todo
este siglo. Este campo es inicialmente
fértil y risueño, que son
las dos palabras con las que se le describe
consistentemente a lo largo de todo el
siglo pasado, pero en épocas más
recientes su fertilidad se ha hecho secundaria:
debe ser es florido y ameno, por ser ante
todo sitio de retiro de la tensión
y sequedad de la vida urbana.
El
acceso a una alternativa verde semanal
por parte de los grupos dirigentes y de
clases medias y profesionales más
o menos acomodadas puede, ya en épocas
recientes, explicar la indiferencia relativa
con la que ha mirado la administración
de Medellín, hasta hace unos pocos
años, la provisión de áreas
verdes en el perímetro urbano,
y la visión de que el espacio verde
urbano es un injustificable derroche de
tierra cara: si uno quiere disfrutar de
la naturaleza, ¡que compre finca!
Además,
el campo que se disfruta es un campo laborable,
no la selva ni la naturaleza primitiva,
que hay que domeñar y tumbar. José
María Gómez Ángel,
cura de la Candelaria, decía en
su discurso de celebración de los
200 años de la ciudad, en 1.875:
"Celebráis vosotros compatriotas,
el adelantamiento de esta ciudad que contemplamos
hoy saliendo de las primitivas selvas,
con sus mefíticos guaduales y selvales".
También hoy, los diseños
del espacio urbano le huyen con terror
a lo que parezca naturaleza natural, y
los usuarios de la llamada arborización
del metro o del nuevo parque de San Antonio
descubren, quizás sin mayor sorpresa,
que los árboles están en
jardineras o surgen en medio de pavimentos
y enlozados.
Habría
otras cosas, como el hecho de ser una
ciudad comercial, casi siempre dominada
por los comerciantes, que le han dado
el tono a la sociedad local y han tenido
mucho que ver con los criterios de urbanización
y utilización del espacio, y que
los grupos intelectuales han visto, desde
los tiempos de Emiro Kastos, a mediados
del siglo pasado, con mucha desconfianza:
"ese carácter alegre, comunicativo,
franco, simpático que distingue
a los habitantes de los países
risueños y de los climas templados
no se encuentra aquí; al contrario,
las costumbres son frías y ceremoniosas:
los hombres no se reúnen sino para
tratar cuestiones de dinero; reina un
individualismo tan completo. . . no conciben
que se haya nacido para otra cosa que
para comprar y vender, y fuera del dinero
nada merece atención ni respetos.
. . Una aristocracia monetaria, algún
tanto iletrada, de buenos años
atrás tiraniza la sociedad". La
misma queja será reiterada, en
el siglo XX, por León de Greiff
y Fernando González, en los años
veinte o por los nadaistas, hacia 1.960.
II.
La ciudad colonial
La
ciudad colonial se establece en un sitio
relativamente plano, situado en un valle
cuya forma está siempre presente
en el mapa mental de sus habitantes, espacio
claramente delimitado por los dos ancones
del sur y el norte y cruzado por el río
que define la Otrabanda. Recostada contra
la quebrada de Santa Elena, que la limita
hacia el norte, puede acogerse a los modelos
urbanísticos españoles:
es una ciudad trazada, como se advierte
en el dibujo de 1.791, según el
modelo de la cuadrícula española.
En esto refleja cierto carácter
planeado de su origen, pues fue creada
por decisión burocrática
imperial, con traslado de habitantes desde
diversos sitios del valle.
Sin
embargo hay mucho de ilusorio en esto,
la ciudad se creó en un sitio que
se encontraba ya poblado, con unas cuantas
docenas de casas agrupadas alrededor de
una iglesia en forma no muy ordenada.
El Valle de Aburrá, hacia 1.670,
tenía otros núcleos urbanos
muy pequeños, separados entre sí
algunos kilómetros. En el lado
oriental del río, las agrupaciones
que dieron lugar a Barbosa, Girardota,
Hatillo (Ancón), Copacabana (Tasajera),
Fontidueño y Aná, sobre
la quebrada de Santa Elena. No hay mención
de pueblo alguno en el área del
Poblado ni en Envigado. En la Otra Banda,
estaban Hatoviejo, La Culata (San Cristóbal),
Guayabal, Itagüí y probablemente
San Lorenzo de Aburrá, pueblo de
indios con un amplio resguardo, que perdieron
rápidamente.
Pero
de estos sitios, sólo tenían
iglesia Tasajera, el pueblo de Indios
San Lorenzo, cuya localización
se ha propuesto tradicional pero quizás
erradamente cerca al Poblado actual, y
Aná. que según el gobernador,
era "el más a propósito
para fundarla, por estar agregadas en
él más de treinta familias
de españoles y otras tantas de
mulatos y mestizos y tener iglesia y cura...
y estar la planta en forma de pueblo con
sus divisiones de casas y solares y calles
y Plaza"
Los
dos elementos son importantes: la existencia
de núcleos semiurbanos, de agregaciones
de casas en varios otros sitios del valle,
y el hecho de que en Ana vivían
ya, con sus casas hechas, 60 familias,
sin contar agregados y esclavos. El primero
creó los elementos para una red
jerárquica en la que poco a poco,
la cabecera de la Villa adquiere -por
la acumulación de funciones burocráticas
y por el desarrollo del comercio, sobre
todo- una dinámica de crecimiento
más acelerada que los otros sitios,
pero en gran parte estimulada por ellos
mismos. Hacia esos otros sitios salen
las vías de la ciudad, los camellones
y caminos carreteros que van llenándose
de casas en sus alrededores. Con esos
otros sitios se mantiene un comercio que
se concentra en la ciudad que crece y
que pronto domina todo el comercio de
la Provincia.
El
segundo introdujo una tensión bastante
fuerte entre la ciudad definida en las
normas y la ciudad real. El Cabildo decidió,
en 1.676, mantener la traza de la plaza,
sobre la cual estaba la iglesia de la
Candelaria, elegida, con San Juan Bautista,
como patrona. Ordenó, por otra
parte, trazar las calles de acuerdo con
las normas vigentes en el reino: las principales
de 30 pasos, las travesías de 25
pasos, para fijar una trama ortogonal
rígida con cuadras de 300 pasos,
en las que debía haber cuatro solares.
Pero
ni las casas ni la distribución
de los solares de los ocupantes correspondían
al modelo, y el cabildo carecía
de instrumentos adecuados para imponerlo.
Una manera de ganar espacio para nuevos
vecinos era hacer salir a los más
débiles: el cabildo alegó
que "en esta dicha Villa están
las casas entremetidas sin forma de calles
viviendo en el riñón de
dicha Villa indios y mulatos y más
gente de está jaez y sirviéndoles
las casas de cocina y vivienda con riesgo
grande de que unas por ser gente la más
incapaz y es en grave perjuicio del comercio
que tienen sus haciendas arrimadas a dichas
casas y lo otro como son pobres no podrán
acudir a los empedrados" y pidió
que "se les señale barrio en que
vivan y se les de a los beneméritos
de esta villa los solares que ocuparen
pagándoles sus edificios por su
justo valor..."
Las
limitaciones físicas también
creaban problemas: aunque en el mapa un
poco formal de 1.791 se ve espacio para
las 64 manzanas bien trazadas, en la realidad
la quebrada de Ana no dejaba espacio para
buena cantidad de las manzanas proyectadas
al norte de la iglesia parroquial de La
Candelaria y otra quebrada, la Palencia,
obstaculizaba el trazado de la zona más
oriental.
Pero
lo difícil era disciplinar a los
propios vecinos, pleiteadores y testarudos.
Todavía en 1.790 no se había
podido lograr que un predio privado, a
una cuadra de la plaza mayor, y en el
que debían caber 12 de las manzanas
previstas, hubiera sido abierto y que
las calles lo atravesaran. El pleito sobre
este tema se había abierto en 1.769...
Todo
esto condujo a un resultado obvio, que
no se aprecia si se mira la aparente regularidad
del mapa de 1.790. Las calles siguieron
teniendo un trazo bastante irregular,
siguiendo en muchos casos los antecedentes
de propiedad y en otros acomodándose
a los obstáculos naturales. Las
calles, pues, eran curvas y más
estrechas de lo previsto.
Según
el cálculo de Verónica Perfetti,
apenas 18 de las 64 manzanas teóricas
pudieron repartirse (aunque sus referencias
son para 1672). Para 1.790 uno podría
pensar que se encontraban al menos abiertas,
con algunas calles rectificadas, unas
40 o 45 manzanas del trazado original.
Se había pasado, por otra parte,
de unas 60 cabezas de familia a unas 300.
La
expansión se hace en este primer
siglo en tres direcciones, influidas por
la existencia de dos barreras fuertes:
el lote estorboso, que bloquea el paso
hacia el sur, y la quebrada, que limita
el crecimiento al oriente, para el que
se habría requerido la inversión
más o menos costosa en puentes:
durante el período colonial sólo
se hizo uno de mampostería, en
la calle que hoy es Bolívar, que
permitía la salida hacia las poblaciones
del norte de uno y otro lado de la banda,
y llevaba a un camino que a fines del
siglo XVIII tuvo puente sobre el río
Medellín, más o menos al
frente del actual hospital de San Vicente.
[Puede ser el que dibuja Gregorio Ramírez].
Se logran trazar entonces unas calles
que completan al norte de Junín
el diseño original (pero en forma
más irregular de lo que el mapa
muestra) al norte de Junín: es
el barrio de San Lorenzo, conocido también
como Mundonuevo, al cual se le pondrá
alcalde comisionado en 1.802. Y al occidente
de la ciudad, en la vía a Antioquia
y al pueblito de Aná, se fue consolidando
el barrio de San Benito. Mientras tanto,
Guanteros, en la salida hacia el Suroriente,
se convierte en el barrio más poblado,
con una densidad probablemente muy alta;
es el barrio de los artesanos y las gentes
más pobres, a donde se había
pedido trasladar a los indios y mulatos.
Otros caminos se van poblando, así
como los bordes de la quebrada arriba,
hasta el sitio de la toma. El crecimiento
de población es modesto pero firme,
y se acelera a fin de siglo: en 1.675
eran unas 3.000 personas en el Valle,
de las cuales quizás 600 vivían
en la cabecera. En 1.787 el Valle tiene
18.000, de los cuales en la ciudad viven
un poco más de 2.000. En 1.808
la ciudad debió pasar de 4.000
habitantes pero sus poblados anexos y
el sector rural hacen subir su población
a 15.000, la mitad de los habitantes del
Valle. Para entonces aparecen como partidos
importantes Quebrada Arriba, Aguacatal
y Pedregal, además de Guayabal,
la Culata y Otrabanda. Las tasas de crecimiento
fueron del 1.5% anual hasta 1.777, pero
pasan a cerca del 3.0% en los treinta
años siguientes: no tenemos muchos
datos del esfuerzo constructivo que acompañó
a este crecimiento, pero entre 1.780 y
1.810 se edificaron el colegio y el hospital,
la casa del Cabildo, la cárcel
y la fábrica de aguardientes, la
carnicería y el cementerio (del
Llano, al norte de la Quebrada), la Iglesia
de San Juan de Dios y varias capillas
-unas y otras pasaban de veinte, para
un pueblo de 3 o 4.000 habitantes urbanos-
y en estos años los censos nos
hablan de cuarenta o cincuenta maestros
de construcción, entre los que
están dos o tres curas capaces
de obras de mayor envergadura. No tenemos
tampoco mucha precisión de la secuencia
espacial de crecimiento, pues sólo
tenemos un nuevo mapa de la ciudad hacia
1.847. Pero sabemos que el crecimiento
del casco urbano estuvo acompañado
de un acelerado crecimiento de la población
de los poblados cercanos -sobre todo Envigado-
y del campo mismo, que incrementó
aceleradamente su densidad rural: como
lo señaló Restrepo en 1.808,
"apenas se anda una cuadra, cien varas,
sin que se encuentre con alguna casa,
de modo que las estancias son muy estrechas,
pocas hay que pasen de veinte cuadras
de área y las más no llegan
a la mitad. Así todo el campo está
cruzado de calles semejante a una gran
ciudad".
Todo
esto esta acompañada de cierta
actividad edilicia y reglamentaria, como
el impulso al empedrado de las calles,
y la adopción de ciertas normas
urbanas.
En
todo caso, el espacio urbano se define
ante todo por hitos de origen religioso:
a fines del XVIII la ciudad, una ciudad
probablemente blanca en su mayoría,
colocada en un valle cuyo verdor es proverbial,
no tiene edificios públicos notables,
-y los únicos son recién
hechos: la pila de la Plaza Mayor, la
casa del Cabildo y la Fábrica de
Licores, poco diferenciadas de las casas
grandes de los beneméritos- pero
tiene en su casco urbano cinco iglesias:
La Candelaria, San Lorenzo (San José),
San Benito, San Roque, que fue demolido
antes de terminar el siglo y a comienzos
del XIX se inician dos nuevas iglesias:
San Juan de Dios, que acompañará
al proyectado hospital, y San Francisco,
acompañando el colegio que se inicia
en 1.803.
Es
fácil evocar esta ciudad, de baja
altura, de paredes blancas y techos de
teja y paja, con casas de dos pisos casi
que exclusivamente en la plaza principal,
con una segregación residencial
y ocupacional en la que se confunden los
criterios económicos -es decir
riqueza- y étnicos y en la cual
las únicas líneas de visión
que rompen la regularidad de los techos
de teja y paja son las iglesias. Es la
ciudad colonial provincial de muchas regiones
de América, pero una ciudad colonial
sin ornamentación arquitectónica
notable. A fines del XVIII el reformismo
borbón impulsado por José
de Galves se expresa en algunas medidas,
que todavía no habrían cambiado
la estructura espacial de la ciudad: Francisco
Silvestre y Juan Antonio Mon y Velarde,
gobernadores y visitadores progresistas,
insisten en que se mejore el piso de las
calles, se les quiten interrupciones y
cañadas, se haga edificio para
escuela pública, carnicería,
y un puente sobre el río Medellín.
Y
la ciudad vive una inicial segregación
social, que es una segregación
espacial con diferencias en el espacio
público: los artesanos se agrupan
en el Camellon, a lo largo de una vía
estrecha y larga, que no se traza con
la precisión y amplitud de las
vías más centrales. Ciertas
áreas de la ciudad, como la toma
-donde se hace el tanque que sirve inicialmente
para el acueducto, y cuyas vías
siguen la línea natural de la quebrada,
sirven para la construcción de
las viviendas más precarias de
artesanos y gentes pobres.
Los
espacios públicos se reducen a
la plaza principal y a las vías,
y su uso ceremonial y cívico es
esencialmente la procesión, que
se desarrolla con ocasión de las
fiestas religiosas, cuando las imágenes
desfilan por las calles vecinas a la Candelaria,
usualmente en dirección a San Juan
de Dios o a San Roque, y en algunas fiestas
cívicas motivadas por los eventos
de la familia real: nuevo rey, nuevo heredero.
Mon y Velarde trató de restringir
algo esto, pues encontraba que en los
convites e invitaciones al pueblo se promovía
el desorden y los niños aprendían
a tomar vino y aguardiente, así
como a fumar tabaco. Y juegos de azar,
supongo.
De
la fundación en Ana y su período
colonial, heredó Medellín,
como lo señaló Verónica
Perfetti, la localización central
en el Valle, una estructura y una traza
urbana, centrada en la Plaza y la Iglesia,
que perduró hasta finales del siglo
XIX. Heredó también una
especie de contradicción mental
permanente: la obsesión por tener
vías rectas y amplias, como criterio
esencial de urbanismo, pero que estuvo
casi siempre detrás de los hechos:
las casas que se iban haciendo en los
nuevos barrios seguían en alguna
medida las curvaturas impuestas por el
medio, por las quebradas y por las curvas
de nivel, sobre todo cuando comenzó
a extenderse la ciudad más allá
del núcleo relativamente plano
que ocupó hasta 1.880. Luego llegaba
el esfuerzo municipal de ampliar y rectificar,
derribando lo construido, y tratando de
eliminar los rasgos de la topografía:
cubrir quebradas, hacer manzanas estrictamente
cuadradas, rectificar las quebradas y
los ríos. Los dirigentes de Medellín
fueron siempre, como en el poema del Tuerto
López, amantes de la línea
recta. Adelante veremos otros ejemplos.
III.
La ciudad republicana
La
estructura de la ciudad colonial se prolonga
en lo esencial durante el siglo XIX. Los
cambios físicos son lentos, así
a veces se intente transformar la estructura
mental de las representaciones: las viejas
calles coloniales cambiaron sus nombres
en 1.818 [?], y la ciudad tuvo que orientarse
entre las calles de Las Frutas, las Estrellas,
el Sol, los Astros, las Aguilas, el Amor,
el Fuego, Minerva, Júpiter, las
Alegrías, los Ángeles, la
Luna, el Parnaso, el Silencio. Antes se
habían orientado por la calle de
Guanteros, el Chumbimbo, la Alameda, y
la Calle de San Francisco, la Calle del
Guanábano, la Calle del Ciprés,
la calle del resbalón, la Calle
del Chivo: del espacio concreto a un proyecto
ideológico racionalista, que fue
luego reemplazado por la evocación
cívica de la independencia: Bomboná,
Juanambú, Junín y de la
hermandad hispanoamericana, que poco dice:
Perú, Caracas, Ecuador.
Un
nuevo racionalismo en los años
treinta impuso la numeración de
las calles y casas siguiendo un modelo
cartesiano, pero todavía los habitantes
se resisten a adoptarla del todo y hay
áreas donde uno sigue diciendo:
Caracas con el palo. El crecimiento urbano
tiene un ritmo continuo pero no desbordado:
pasa de unos 4 o 5.000 habitantes a comienzos
de siglo a unos 25.000 o 30.000 al final,
en el casco urbano. El crecimiento, visto
a vuelo de pájaro, fue redondeando
la ciudad, que había pasado de
un pequeño cuadrado irregular en
1.675 a un alargamiento a lo largo de
la vertiente sur de la quebrada.
En
estos años, los espantos y brujas
pueblan algunas calles: hacia 1.837 una
luz pasaba por Ayacucho con el Palo, seguía
por la acequia hasta perderse en el zanjón.
"Entró de lleno el miedo y ya pocas
personas pasaban por esa calle después
de las diez de la noche. En ese mismo
año en el camellón de El
Llano (Bolívar) deambula un fantasma,
y en otras calle aparecen el Sombrerón
y La Solitaria, de túnica blanca
y calavera". En la segunda mitad del siglo
XX la geografía del miedo tendrá
otras causas y personajes.
El
plano de 1.875 de Minas deja ver una figura
más redondeada, pues casi toda
la ampliación se ha dado por el
crecimiento hacia el norte, al otro lado
de la quebrada, en el llano y sus vecindarios.
De este modo la plaza pública deja
de ser la referencia central, pues dos
elementos arrastran la atención;
por una parte la quebrada misma se convierte
poco a poco en el centro de la ciudad,
y esto lleva a que se la trate pronto
como un primer esbozo de paseo estéticamente
valioso, al abrirse, de Junín al
oriente, las dos vías paralelas
a la quebrada, las "avenidas" derecha
e izquierda, en las que se siembran ceibas
hacia 1.875 y se empiezan a construir
quintas con nuevos criterios arquitectónicos.
En el siglo XX, y sobre todo con la apertura
del Club Unión y del salón
de té Astor, de pastelería
suiza, sobre Junín, esta calle
se convierte en un paseo que une la vieja
plaza central con el parque de Bolívar.
Sin embargo, hasta 1.947 la Plaza de Berrio
es, con la Plaza de Cisneros para los
más masivos encuentros, el sitio
de definición pública y
popular de la política, complementado
con las calles que hacen esquina junto
a la gobernación.
Saffray,
un viajero que escribió en 1.869,
no veía nada recomendable en los
edificios locales: "Seria inútil
buscar en Medellín monumentos proporcionados
a la importancia de la ciudad... únicamente
el colegio actual y su iglesia honraban,
como construcción, a los monjes
que los edificaron. La catedral, construcción
moderna de ladrillo, sobrepuesta de una
pretenciosa cúpula, se distingue
por la falta completa de estilo y de gusto,
por la más absoluta ignorancia
de las reglas de la arquitectura..."
Por
otro lado, al recibir la ciudad en 1.868
el carácter de sede episcopal se
planea la hechura de una nueva catedral,
500 metros al norte de la quebrada, en
la zona que se denomina ambiciosamente
la "Villanueva": es un barrio trazado
en el vacío, por Moore, un inversionista
urbano que había llegado como ingeniero
de minas a Antioquia: une tres elementos
que serán decisivos en la siguiente
etapa: el diseño de ingenieros
y la especulación en tierra urbana,
con un cierto sentido de planeación
urbana y servicio a la comunidad: regala
el lote para el parque de Bolívar.
Esto esta acompañado por la construcción
de varios puentes sobre la quebrada, y
por la prolongación de algunas
vías en el sentido sur norte. Para
1.847 Bolívar se prolonga por el
camino al norte, y Carabobo avanza en
dirección al puente que se construye
sobre el río en Guayaquil, que
sigue una línea algo paralela a
la primera vía al sur, la de la
Asomadera. (pero realmente la vía
bien trazada es de 1.858). Para 1.875
la ciudad ya ha llegado a San Juan, donde
se establecerán dos hitos urbanos
en el paso del siglo: la plaza de Mercado
y la estación de ferrocarril. El
crecimiento, pues va llenando los vacíos
pero al mismo tiempo lanza nuevas líneas
de desarrollo, apoyados en los caminos
que salen de la ciudad.
Imagen
de 1860 de la plaza mayor
El
plano de 1.875 muestra, por otra parte,
que en algunos puntos se ha llegado al
sitio donde la pendiente empieza a crecer:
la catedral mira al llano, pero atrás
de ella hay grandes pendientes. Lo mismo
ocurre arriba de Córdoba. Esto
se manifiesta en nuevas violaciones de
la línea recta, sobre todo en la
vía tortuosa (Barbacoas en el plano
de Alvaro Restrepo Euse que reconstruye
la estructura de la ciudad en 1.800) que
sale de la quebrada y de algún
modo traza un semicírculo tras
la catedral: una vía diagonal de
la que quedan todavía algunos pedazos
pero que la ciudad no fue capaz
de integrar a su diseño. También
en el otro lado de la quebrada se llega
a la plaza de Sucre, desde donde comienzan
las pendientes orientales a La Ladera,
Enciso y Villahermosa. Lo curioso es que
mirando el mapa de 1889 casi toda la expansión
urbana se hace insistiendo en el ascenso
a las lomas: Buenos Aires y Miraflores,
las laderas de El Salvador y, detrás
de la Catedral en construcción,
el Barrio de Prado. Los sectores planos
-al sur de San Juan, al Occidente en dirección
al río- al norte por Carabobo y
Cundinamarca, se quedan estancados quizás
vistos como menos saludables por la cercanía
a los meandros del río, que por
lo demás es un río que,
como las quebradas, se desborda con frecuencia.
Los
años de 1.875 a 1.910 son de transición
hacia un dominio de los criterios de la
ciudad moderna. Esta transición
se advierte en el surgimiento de criterios
urbanísticos e integrales referidos
al espacio público y que se expresan
en el nuevo parque, en el diseño
de las avenidas de la quebrada, y en el
rediseño de la plaza, Parque de
Berrio desde 1.891, con estatua para exaltar
al gran dirigente regional y con una arborización
planeada. Las calles anteriores y la plaza
mayor eran sin árboles, y si la
ciudad tenía árboles era
porque mucha casa en el marco urbano era
prácticamente una finca o tenía
árboles en el solar. Igualmente
en la magnitud de las obras urbanas: la
más simbólica, la nueva
Catedral, que, por su magnitud desborda
la escala de los edificios urbanos tradicionales
al menos hasta la década de 1.940.
No hay que olvidar que hasta hace muy
poco todavía podía ser utilizada
como tema del orgullo local: en 1.966
el libro conmemorativo de la ciudad afirmaba
que "en estructura de adobe cocido es
la más grande del mundo". Además,
su orientación fue vista con interés
por los entendidos, como el pintor Cano,
que comentó en 1.898 (El Montañés,
8 de abril) que por tener su fachada mirando
hacia el sur, "habrá a todas horas
del día luz muy apropiada para
hacer resaltar los relieves de su arquitectura".
El parque, sin embargo, resulto un poco
ocultador, por sus elevados árboles,
del frontis. Tampoco se dejaron a su lado
espacios libres que la abrían protegido:
hoy ha desaparecido casi por completo
del espacio real y del espacio imaginario
de los medellinenses. El puente de Guayaquil
y luego el puente de Colombia (construido
por orden de T.C. de Mosquera cuando vino
en 1.846), las plazas de mercado, que
cambian totalmente: de toldos en la plaza
pública a plazas cubiertas, en
Flores y luego en Guayaquil: supongo que
cambian también los hábitos
de consumo y el uso de la plaza publica,
que era intensivo los días de mercado,
se distribuye ahora en el desplazamiento
a las ventas cubiertas. Y en múltiples
obras de infraestructura, pero que en
general siguen apegadas a las estructuras
arquitectónicas de origen hispánico:
el manicomio de Bermejal, colegios, el
cementerio de san Pedro.
La
plaza funcionó como mercado público,
hasta 1.890, y no parece haber tenido
una función pública similar
a la del altozano en Bogotá, donde
la gente salía diariamente a encontrarse.
No
hay biblioteca, no hay museo, no hay lugares
para baile y diversión. A partir
de finales del XIX, sobre todo como aporte
de las guerras civiles, surgen chicherías
y cantinas. Los habitantes y visitantes
se quejan de la falta de amenidades: ven
riqueza en el pueblo, pero privada, y
la gente parece vivir en el espacio cerrado
de la casa y en el espacio alterno de
la propiedad rural, más que en
la ciudad cuyos espacios públicos
siguen siendo muy naturales, como lo muestra
la imagen de la quebrada, a menos de 100
metros de la plaza, que aparece en el
cuadro de o en los paisajes de F.A. Cano
de 1.895.
Las
normas urbanas se reiteraron: en 1.890
el Concejo aprobó la idea de un
plano de Medellín futuro, pero
no se pudo desarrollar. Se aprobó,
eso sí, una definición de
16 metros para las calles y de 20 para
las avenidas. El plano de 1.906 es un
plano que en parte recoge las intenciones
de trazo anticipado por el consejo. Muestra
ya tres puentes obre el río Medellín
(Volador, Colombia y san Juan y Guayaquil)
IV.
La ciudad moderna 1.910-1.960
(Literatura
habla de contraste entre ciudad y campo:
corrupción y pureza: Jorge de la
Cruz, Baldosas y Terrones, 371
ss.) "la ciudad" abstracta; Saturnino
restrepo, Efe: droga, multitud, seduccion,
amores destructores.
El
hecho es que desde finales de siglo pasado
surge en la ciudad el afán de progreso,
la preocupación por tener una ciudad
moderna, y una ciudad moderna implica
cierto manejo del espacio público.
Esto se expresa de muchas maneras, como
las discusiones sobre el plano regulador,
que conducen en 1.913 a la adopción
del Plano de Medellín Futuro. Esto
está dentro de una visión
relativamente amplia, que lleva a tener
en cuenta el desarrollo de zonas verdes,
espacios públicos, vías
para un transporte que se percibe será
motorizado (tranvía, automóvil,
tren), servicios públicos (electricidad,
teléfono, pero sobre todo; agua,
y en menor escala, alcantarillado) y equipamientos
sociales: en las primeras décadas
del siglo este pequeño pueblo construyó
el Hospital de San Vicente, la Universidad,
varios colegios, y tres grandes sitios
para espectáculos: el Circo España,
Teatro Municipal, que elegantiza el antiguo
coliseo y el Teatro Junín. El arte
encuentra su templo en el Palacio de Bellas
Artes. Y otros tres palacios para las
distintas administraciones: El Palacio
Departamental, construido por Agustín
Govaerts, el Palacio Nacional y el Palacio
Municipal, que será coronado por
los ambiciosos murales de Pedro Nel Gómez.
El
plano muestra que el crecimiento sigue
hacia el norte y que se ha concluido la
prolongación de Palacé y
Carabobo hasta el río. Nuevos barrios
se han desarrollado en los Angeles y San
Miguel, Santa Ana y Prado. Se planea una
difícil carretera de circunvalación
y bosques al oriente y al norte (el único
que se haría). Muestra, además,
el río Medellín rectificado
desde el puente de Guayaquil hasta Colombia,
y un plano aprobado para la rectificación
hasta más allá del puente
del volador. Es posible ver también
la línea del ferrocarril, que al
anticiparse a la rectificación
del río quedó incrustada
dentro de un área que luego sería
de circulación urbana. Pero el
ferrocarril es determinante sobre todo
por la actividad que se genera alrededor
de la Estación de Cisneros: allí
llega toda la carga de importación
y a su alrededor se crea Guayaquil, con
sus pensiones para los inmigrantes, sus
bares y cafés donde se escuchan
desde los años veinte el tango
y las rancheras y su Plaza de Mercado
y sus depósitos de mercancías.
En
general, domina un diseño basado
en la racionalidad rectilínea pero
con algunos ajustes. Las manzanas pegadas
al río tienen contornos rectilíneos
pero no rectangulares: hay triángulos
y secciones del rectángulo. Algunos
parques decorativos se generan cortando
las cuatro manzanas y creando un redondel
central. Se planea una gran avenida a
los dos lados del río, siguiendo
seguramente el modelo de Santa Elena.
A
partir de entonces el crecimiento de la
ciudad, aunque no se atuvo en forma muy
estricta a un plan que se había
desarrollado sin una suficiente investigación
y que tropezaba con dificultades reales
y de oposición de propietarios,
se enmarco dentro de unos parámetros
nuevos, que fueron modificados en diversos
momentos, como en los códigos de
1.935 y 1.939.
Las
urbanizaciones, por ejemplo, derecen amenidades
mayores al simple lote, no solo para los
habitantes pudientes sino para los sectores
medios y los más ambiciosos de
los grupos populares, como el mismo Berlín,
trazado en 1.918. Las normas municipales
se inspiran en los modelos de "city planning"
que trae y divulga don Ricardo Olano:
ahora es preciso tener un permiso par
construir y se define perímetro
urbano. Algunos barrios se inspiran en
las "garden towns", y en la clase alta
los arquitectos son los que diseñan
las casas. Se quiere hacer de Medellín
una "ciudad de lineamientos modernos".
Un
ejemplo de esto lo da Tomás Carrasquilla,
quien en "Futurismo" describe el barrio
Aranjuez, que está trazando:
"Paraje
harto propicio y ventilado; el aire
es tónico, su clima saludable.
Ni el bochorno de la hondonada ni
el frío de las cumbres se difunde
en este pedazo de tierra por donde
se difunde como el Soplo del Creador
ese oxígeno de la montaña
que colora las mejillas, abrillanta
las pupilas y lava los pulmones."
Y
qué puntos de vista:
"El
panorama que desde estos campos se
disfruta abarca la ciudad, varias
poblaciones circundantes, la cuenca
y el sistema de cordilleras que la
guardan; abarca los detalles más
interesantes, los paisajes más
amenos y esas lejanías medio
azules, medio borradas, que ensanchan
e idealizan la mente.
Su
plano, ejecutado con mucha atención
y no poca maestría por habilísimo
ingeniero, es hermoso, peregrino y
de inusitada novedad. Para aprovecharse
del terreno y consultar el confort
y los efectos pintorescos de gracia
y de contraste, ha desechado la regularidad
y simetría, tan socorridos
en trazados de esta índico.
Es aquello algo casi como un arabesco
de setenta y dos compartimentos, como
archipiélagos de otras tantas
islas. Allí se combinan, en
artística armonía, la
línea recta con la cuadrada,
la curva con la ondulante, los triángulos
con los cuadrados, paralelogramos
con polígonos, trapecios con
semicírculos, partes regularizadas
y metódicas con partes semejantes
y diversas. Tiene vías a cordel,
unas de diez varas y otras de diez
y seis, las tiene de ondas, a guisa
de caminos. En un pedazo plano de
la parte baja se cuadra una plaza
perfectamente equilátera y,
en una como meseta, campea, más
arriba, una plazuela en hexágono
simétrico. A su centro, donde
cantará una fuente, apuntan
las seis calles como los radios de
una rueda.
Tiene
por ahí un parque, un boscaje,
trazado así al acaso, con todo
y lago navegable. En su disposición
y adorno se imitará, en lo
posible, la bizarría de la
naturaleza. Reinan por estas calles
todas las variantes del piso: las
hay en planos y en pendientes, en
rampas y en peldaños, las hay
desniveladas y disparejas. Como impetuoso
río de balasto, rompe la red
de trazado la carretera de circunvalación.
La arrambla, la domina, la atraviesa,
le hace culebreos a sus anchas, le
hace garabatos, y sigue su curso falda
arriba.
Afuera
solo habrá verjas y vallados,
dunas y murallas, portadas y alambrado.
Es consigna... el que los edificios
que allí se levanten, sean
desemejantes y diversos entre sí,
hasta donde fuere posible...
No
es un barrio para el proletariado
ni menos, todavía, para gentes
de la hampa... Más, como quiera
que hay lotes pequeños... todo
pobretón ahorrativo y ordenado
podrá hacerse a su vivienda
en este barrio retirado e higiénico.
Hasta allí ira el tranvía;
ahí se tendrán, con
las delicias y sugestiones del campo,
el alumbrado, los recursos, las comodidades
del centro..."
A
pesar de este nuevo espíritu
la escala de las ambiciones es limitada.
El mayor esfuerzo fue sin duda el
parque de la independencia, que coloca
una zona verde en el límite
de la ciudad, pero con la previsión
de que estará rodeada por la
ciudad. Las especificaciones aprobadas
con entusiasmo para vías, por
ejemplo, se reducen posteriormente,
y en general el municipio no tiene
posibilidades de hacer cumplir las
normas iniciales. Aunque hay norma
de paramentos, no hay normas de alturas,
probablemente porque no parecen necesarias.
La construcción de 1.880-1.920
es ante todo de casas de un solo piso,
con excepción del marco de
la plaza y de las casas de dos pisos
que se construyen en el nuevo barrio
de ricos, Villanueva y Prado. El desarrollo
se hace ante todo en zonas nuevas,
sin alterar ni destruir el núcleo
colonial, que sobrevive esencialmente
intocado hasta la década de
1.920.
El
plano urbano de 1.912 nos muestra la dirección
en la que crece la ciudad: los sectores
ricos se mueven hacia el norte, los sectores
populares ocupan los lugares más
altos hacia el occidente (Cerro del Salvador,
Sucre, zonas vacías de Buenos Aires)
y hacia el sur (Niquitao), y en la parte
alta de la ladera oriental, detrás
de Los Ángeles y arriba de la iglesia
de San Miguel, y en las nuevas partes
del llano del norte, hacia el río.
En
1.916 Jean Peyrat -que es poco más
que un seudónimo del industrial,
urbanizador y urbanista Ricardo Olano-
subraya, quizás interesadamente,
el cambio: Medellín "no ha muchos
años que empezó a desarrollarse
dentro de los modernos conceptos de urbanización.
No tiene recuerdos históricos.
Hay contados lugares de entretenimientos
públicos. Comienza apenas un pequeño
movimiento social que cambiará
por otra más amable la vida afanosa
y conventual que llevamos" La visión
modernizadora no tiene ninguna consciencia
del pasado.
Los
incendios de 1.918, 1.920 (toda la manzana
occidental) y 1.926 en el parque de Berrío
alteran la visión urbana: la plaza
se lanza a los edificios de tres y cuatro
pisos. El entusiasmo por estos edificios
como señal de progreso es uniforme
y nadie advierte la necesidad de regular
alturas y generar uniformidades, ni se
ve como importante evitar la destrucción
del legado arquitectónico del centro
urbano: probablemente se le ve como poco
valioso. La ciudad quiere verse como moderna,
y el viejo casco de casas de dos pisos
con techos de tejas en varias aguas es
señal de una ciudad atrasada. La
opción resulta ya clara: el espacio
central será ante todo el espacio
del comercio y de las deicinas, al que
llegarán los ciudadanos en el tranvía
que recorre sus cuatro vías.
Entre
1.920 y 1.950 la Playa, que es ya sitio
de vivienda elegante, se consolida con
el proyecto para su cubrimiento: se había
convertido la quebrada que atravesaba
la ciudad en una cloaca a la que llegaban
los desagües de todas las construcciones.
El cruce de la playa con Junín,
vía al Parque de Bolívar,
con su café La Bastilla, se vuelve
sitio de encuentro y en general Junín
es sitio de paseo cotidiano hasta los
años sesenta, cuando comenzó
a ser invadido por un nuevo elemento dominante
del paisaje urbano: los mendigos y vendedores
ambulantes,
Además
el tranvía, en existencia desde
1.921, genera posibilidades en sitios
antes remotos. Manrique se construye sobre
la base del tranvía, que permite
vivir a una distancia de 30 o 40 minutos
de marcha a pie. Esta es una de las grandes
modificaciones en la percepción
de la ciudad, que, a medida que crece,
se encoge nuevamente, para mantener los
tiempos de desplazamiento razonables.
El tranvía aceleró la urbanización
de las laderas, en especial Buenos Aires,
Sucre, Villa Hermosa y Manrique, así
como zonas más planas y remotas
como Aranjuez y eventualmente Berlín,
con lo que la ciudad adquirió el
perfil alargado en dirección sur
a norte que todavía hoy conserva,
pero todavía esencialmente sobre
la ribera oriental.
Hacia
1.940-50 la ciudad se vuelca hacia la
otra banda, e incorpora tempranamente
dos aldeas: América y Belén,
que se habían desarrollado durante
el XIX. Posteriormente incorporará
a Robledo, Bello, el Poblado, Itagüí
y está en proceso de incorporar
a Sabaneta y San Cristóbal. Estos
tenían ya una estructura parecida
a la del viejo Medellín y a la
de los nuevos barrios: una plaza con iglesia
y unas pocas calles alrededor. El tranvía
acelera su crecimiento, pero sin que se
llenen los núcleos intermedios.
El barrio realmente nuevo, por su concepción,
de la zona occidental fue la zona de Laureles,
planeada en 1.943 por Pedro Nel Gómez,
con un diseño igualmente geométrico
pero que rompía con la línea
recta: avenidas concéntricas semicirculares,
mucha zona de arborización, y espacio
verde entre las casas y la acera.
El
desarrollo industrial se sitúa
en la ciudad con cierto orden, cierta
agrupación. Coltejer, la industria
mayor, está en la Toma, pero otros
núcleos industriales están
hacia el sur de la ciudad, La América
y la vía a Bello.
El
ritmo de crecimiento de la ciudad se aceleró
substancialmente en la década del
40: entre 1.938 y 1.951 fue del 6%, casi
el más alto del siglo, pues sólo
sería levemente superado en 1.951-64
con el 6.1 %, que luego caería
a 4.2% en la década siguiente.
Los años de 1.938 a 1.964 fueron
pues los críticos en términos
espaciales y de recursos. Hasta 1.950
se siguió tratando de controlar
los trazados urbanos con base en el código
de construcciones, y de empujar el desarrollo
con las obras planeadas por el instituto
de valorización creado en 1.940.
Pero a partir de 1.950 empezó a
regir un plano regulador contratado con
Sert y Wiener. Hizo algunas propuestas
radicales, que poco se siguieron: crear
un cinturón verde en los cerros
de la ciudad, que cada plan corre un poco
más arriba, ante la evidencia de
la ocupación real de zonas que
no se preveían como habitables
e incluso se consideraban de alto riesgo.
Definió un centro valioso, lleno
de elementos culturales, expandido hasta
la Alpujarra: la realidad ha ido contra
esto, a pesar del desarrollo de la Alpujarra,
pues el centro se deterioró por
el incremento de la densidad comercial
-los pasajes -, el caos de la circulación
de vehículos, la congestión
y el abandono creciente de los usos institucionales:
las deicinas se están yendo al
Poblado, y pronto comenzará, por
lo que entiendo, el éxodo de otras
entidades simbólicas, como el Museo
de Antioquia. Definió el desarrollo
industrial al sur, para evitar la contaminación
por efecto del régimen de vientos:
mucha industria se permitió luego
al norte. [A comienzos de los años
setenta se adoptaron dos decisiones graves:
la construcción de la Avenida Oriental,
que incrementó el flujo de vehículos
hacia un centro ya congestionado, y la
apertura de las dos vías paralelas
al río, que disminuyeron radicalmente
el área verde prevista para la
zona].
Lo
crítico durante los años
siguientes a la aprobación del
plan tuvo que ver con un fenómenos
que no alcanzaron a prever en su justa
dimensión: el alud de migrantes
que ocuparon nuevas zonas de la ciudad,
sobre todo en las laderas, por fuera de
las áreas de prioridad de la inversión
pública recogidas en el plan. Los
nuevos barrios, con algunas excepciones,
trataron de acomodarse al trazado en línea
recta de las calles, aunque los espacios
públicos se irían reduciendo
gradualmente con el paso del tiempo. Sin
embargo, pendientes y quebradas hacían
impracticable la línea recta en
muchos sitios, y en todas las zonas de
laderas la transacción con la naturaleza
se hizo inevitable.
Algunos
barrios excepcionales ensayaron nuevas
formas de distribuciones de espacio: Pedregal,
hecho por el Instituto de Crédito
Territorial en la década del sesenta,
alterna vías curvas y rectas, y
deja amplios espacios verdes, que todavía,
milagrosamente, se conservan: allí
es posible recorrer casi dos kilómetros
sin salir de zonas verdes, en una ruta
que los habitantes conocen y por la que
guían a los visitantes. El Poblado,
por supuesto, mantiene también
cierta necesaria irregularidad, pero es
que allí los viejos carreteables
de las fincas se convierten en Lomas,
unidas luego por transversales, que conducen
ahora a unidades cerradas, con multifamiliares
elevados de altas especificaciones o unifamiliares
con zonas verdes privadas. El poblado
es verde, pero para muchos antioqueños
es una sorpresa saber que no tiene un
sólo parque público real,
y el mayor de todos, de menos de una hectárea,
ya existía hacia 150 años.
La
segunda mitad del sesenta parece ser una
época nefanda en la historia urbana
de Medellín, sobre todo por la
codificación constructiva que consolido
legalmente la más estricta segregación
social: se determinó que el Poblado
sería un barrio de muy baja densidad,
con lotes por vivienda de 1.200 metros,
mientras que en las zonas del norte el
lote debía tener un mínimo
de 90 metros cuadrados, que luego se fueron
rebajando gradualmente hasta 36!. Mientras
tanto, avanza la transformación
desordenada, pero impulsada por la construcción
de edificios monumentales son una atención
seria al impacto que producen en el entorno,
de la Plaza de Berrio. Para justificar
los altos edificios que en la práctica
redujeron el parque a una plazoleta, el
gerente del Banco de la República
se refería en 1966 a la necesidad
de que "nuestra bella ciudad adquiera
la calidad de urbe moderna y que su plaza
principal que enmarca su tradición
civil y eclesiástica - centro histórico,
religioso, económico y comercial-
adquiera la categoría que la capital
de Antioquia merece y reclama." Todavía
entonces el costado sur estaba formado
por construcciones de dos pisos, mientras
el costado suroccidental tenía
seguía una línea homogénea
de 10 a 12 pisos.
El
libro de 1.966 del Concejo Municipal permite
identificar lo que las autoridades consideraban
entonces digno de mención: el aeropuerto
Olaya Herrera, las "formidables instalaciones
fabriles de Coltejer" en Itagüí,
"el colosal edificio" de la Clínica
del Seguro Social, el Hotel Nutibara,
la Basílica, que presidió
el paisaje urbano desde finales de siglo
hasta mediados de los setenta. A partir
de estos años el símbolo
de la ciudad, construido con la consciente
ambición de hacerlo así,
fue el edificio Coltejer, con sus 40 pisos.
La Alpujarra competiría en alguna
medida con esta elección y ayudaba
a ir desplazando el centro tradicional
como centro imaginario de la ciudad, La
gorda de Botero, al ser colocada en la
plaza de Berrío, creó un
nuevo núcleo de identidad en el
centro. En los años noventa, probablemente
la reorganización del espacio mental
se hará ante todo por la serpiente
elevada del metro, y por el edificio de
las Empresas Públicas, que refuerza
la función de la Alpujarra como
centro administrativo.
Por
otra parte, la ciudad se expande y Bello,
Envigado e Itagüí se unen
a la ciudad. La división administrativa
en comunas coincide con el crecimiento
de población de una periferia de
alta densidad, a pesar de que se edifica
sobre la base de edificios de una planta
con vocación para una o dos más,
que se dejan planteadas en la terraza.
Por otra parte El Poblado va cambiando
su carácter, al desarrollarse allí
un tipo de vivienda en edificaciones elevadas
o conjuntos cerrados que rompen las limitaciones
a la densidad programadas antes, y que
resulta más atractivo para las
clases medias altas que en los cincuenta
habían colonizado a Laureles, y
que ahora están vigorizadas por
los dineros que produce la exportación
de droga. Allí tienen nuevas amenidades:
piscinas comunales y excepcionalmente
privadas, y una aparente seguridad.
El
espacio mental
En
todo caso, el espacio urbano de los años
recientes se fragmenta y explota en una
rezonificación imaginaria: la doble
ciudad, la del norte y la del sur, de
los pobres y los ricos, de la gente bien
y los delincuentes, en las que los habitantes
de las comunas del norte se desplazan
diariamente al resto de la ciudad, mientras
que los habitantes de clase media y alta
no conocen la mitad de su ciudad. Esta
imagen delincuente y a veces bohemia de
barrios como Castilla o Manrique se refleja
en la literatura. Ya en los años
cuarentas la había empezado a ver
Carlos Castro Saavedra, en poemas como
"Mi corazón y la ciudad"
-
Voz
de bolsistas y de capitalistas
-
Que
se pasan la vida de espaldas al paisaje
-
Chapoteando
entre charcos de billetes sangrientos
-
Mientras
el pueblo rueda, vencido por el hambre
-
Sobre
esa flauta roja de la tuberculosis
-
Que
tiene sus metales hundidos en la muerte
Ya
hacia 1.990, Helí Ramírez,
poeta y novelista, nos dibuja los barrios
locales sin el esquema social de Castro,
sino con esas mangas en la que violan
a las peladas y esas esquinas en las que
los adolescentes esperan cuando roban
al tendero, como en la novela La noche
de su desvelo (1.987) o en sus libros
de poemas, como En la parte alta abajo
(1.991), del cual cito unos trozos:
-
Por
ese lado baja una quebrada
-
que
en invierno se vuelve un río.
-
-
Fue
en una época el último
montoncito de casas
-
En
la parte alta de la ciudad hacia el
norte
-
Con
rastrojo y piedras a los lados
-
-
Encima
del barrio hay un puente sobre la
quebrada esa
-
bajo
ese puente a más de uno le
han dado en la cabeza
-
y
nadie ha dicho que ha visto espantos
o quejidos
-
(De
La Colina I), 1.980
En
conjunto, el ambiente de la ciudad se
hizo duro, pesado, y los cerros, elogiados
en el siglo XIX y la primera mitad del
siglo XX, y que delimitaban la tacita
de plata, nombre dado a la ciudad, se
vuelven ominosos, en el verso de José
Manuel Arango:
- Esta
es una ciudad amurallada
- entre
montañas. uno mira entorno
- alzando
la cabeza y ve solo
- la
línea azul de los montes,
lejos
- sus
picos; en el borde de una copa
- quebrada
- y
en el fondo de la copa está
la ciudad
- encerrada,
dura
Y
es una ciudad aterradora, para leer otra
vez a Ramírez:
-
Miedo
de salir a la calle
-
No
sé...
-
Me
parece
-
que
los buses
-
afuera
me esperan
-
para
aplastar mi cuerpo
-
y
dejarlo como una papa frita
-
de
esas que venden en las esquinas
-
no
sé..
-
Miedo
de las gentes
-
Me
parece que las gentes afuera me esperan
-
Con
la boca abierta
-
Con
tremendos dientes para devorar mi
vida
-
(xxxvi)
Un
sentimiento de amor y odio, de rechazo
y fascinación, va haciéndose
más y más frecuente en la
literatura: "¡Oh mi amada Medellín,
ciudad que amo, en la que he sufrido,
en la que tanto muero! Mi pensamiento
se hizo trágico entre tus altas
montañas, en la penumbra casta
de tus parques, en tu loco afán
de dinero. Pero amo tus cielos claros
y azules como de gringa", dice Gonzalo
Arango...
Pero
hay sitios de integración, que
también la literatura recoge: en
La Estrella de Cinco Picos, (1.995)
Jorge Alberto Naranjo nos dibuja la función
de la Universidad Nacional en la década
del sesenta, con una novela en la que
cinco jóvenes de diferente estrato
social luchan por convertirse en ingenieros
y superan de algún modo la diversidad
de orígenes en un proyecto cultural
y profesional. El seguimiento de la visión
que derece la literatura del espacio de
Medellín sería interesante,
pero no cabe en el espacio limitado de
esta conferencia.
Las
zonas deportivas, construidas en el Estadio
a partir de los años cincuenta
con menor avaricia de espacios que la
habitual representaron también
una ganancia en el manejo del espacio
público. Y la Biblioteca Pública
Piloto, a pesar de su edificación
modesta, es un sitio de encuentro para
40 o 50.000 personas semanales: probablemente
no hay ninguna otra institución
que represente tanto en la utilización
del tiempo no laboral de sus habitantes.
En
los últimos siete u ocho años,
se ha intentado conservar y recuperar
cierta trama urbana: la siembra de frutales
al lado de las vías, el mejoramiento
de las pocas zonas verdes, la apertura
de dos o tres grandes parques de diseño
recreativo (aún no se mira con
simpatía el parque pasivo, la pura
naturaleza: esta debe estar fuera de la
ciudad), el mejoramiento en el diseño
de arborizaciones y jardines, el cuidado
de las quebradas y la recuperación
del río, indican una nueva actitud,
orientada a conservar, no un edificio
u otro –lo que en Medellín sigue
siendo, además, algo excepcional-
sino la ciudad o una zona de la ciudad:
conservar el Prado, conservar la trama
de quebradas. Pero hay otras partes de
la ciudad que siguen amenazadas: el centro,
cuya muerte se decretó inconsciente
y alegremente hace varias décadas,
al promover la intensificación
de su flujo vial mientras se le retiraban
las actividades no comerciales, tiende
a convertirse en un inmenso mercado, en
espacios abiertos y subterráneos,
con centros comerciales de pequeños
locales que van subiendo en el aire. Parece
que la idea es seguir exportando hacia
otras zonas más amables, ojalá
cercanas a los barrios de los ricos, las
actividades prestigiosas y tranquilas,
para no dejar en el centro sino los mendigos
y los vendedores ambulantes: oigo decir
que también el Museo de Antioquia
será pronto retirado del centro.
Igualmente,
se ha intentado recuperar de algún
modo, y sostener, lo que ha sido el resultado
de la construcción y urbanización
popular. Un cambio substancial de enfoque
ha sido la sustitución de los planes
de erradicación y traslado de vivienda
en áreas subnormales hasta panales
de 30 metros, como se hizo durante los
años setenta y ochenta, por un
plan de consolidación y mejoramiento
de los barrios ocupados espontáneamente
por la población migrante, el PRIMED,
comenzado en 1.991. Según esta
perspectiva la población debe,
mejorar sus viviendas donde las tiene,
mientras las entidades públicas
toman medidas de protección contra
deslizamientos, manejo de aguas, senderos
y vías, equipamiento y legalización,
para conservar un sentido de propiedad
que se pierde con la reubicación.
Para mí, pocos proyectos han sido
más exitosos.
En
menor escala, los Centros de Vida Ciudadana,
como el del barrio La Esperanza, se apoyan
en la idea, quizás nostálgica
pero quizás con funciones reales
y simbólicas, de que en los barrios
en los que la congestión y la ocupación
competitiva y no regulada no dejó
espacios públicos substanciales,
es posible convertir los pocos lotes aún
no parcelados en reconstrucciones de la
vieja plaza de barrio, que se mantuvo
hasta los años sesenta, ahora a
veces sin iglesia, pero con Biblioteca,
escuela, guardería, centro comunal
y espacio deportivo.
Pero
probablemente uno no exagera si afirma
que el nuevo centro de los barrios, o
a veces de áreas un poco mayores,
sobre todo en las áreas donde habitan
las clases altas y medias, es el Centro
Comercial, que expresa los nuevos valores
y orientaciones culturales de la ciudad,
pero en una forma que quizás vuelve
a retomar el dominio de mercaderes y comerciantes
burlonamente descritos por León
de Greiff o Fernando González:
"Hasta hoy ha vivido el medellinense bajo
motivación netamente individualista:
conseguir dinero para él,; guardarlo
para él; todo para él. El
medellinense tiene sus linderos en los
calzones, sus mojones en su almacén
de la calle Colombia, en su mangada de
El Poblado, en su cónyuge encerrada
en casa, como vaca lechera..." Pero por
supuesto, ya no es posible encerrar a
las cónyuges: hay que sacarlas
al centro comercial.
Hoy
Medellín es una ciudad en la que
se entrecruzan en forma bastante intrincada
formas de muy diverso origen. La cuadrícula
colonial y republicana se ha conservado
en muchos sitios, mientras en otro nuevos
diseños de manzanas alargadas o
curvilíneas trataron de derecer
una distribución más amable
del espacio. Un gran contraste separa
El Poblado, que desde el aire se ve como
un inmenso lugar de recreo lleno de piscinas
y zonas verdes, con las ocres zonas de
vivienda popular de la comuna nororiental,
para no hablar de los enclaves casi rurales
pero de inverosímil densidad, con
caminos de piedra y cemento, de muchos
barrios nuevos, en los que el concreto
permite ocupar sitios imposibles y sopreponer
casas sobre casas o sobre el "aire" de
otras casas, que se vende como se vende
un lote. Los medellinenses viven en espacios
que parecen estar a centenares de años
unos de otros, pero se mueven en forma
similar, en el metro o los lentos buses,
y se congregan en los mismos sitios de
trabajo, ya predominantemente comerciales
y de servicio. Sus espacios de formación
y diversión, sin embargo, son muy
diferentes: colegios con zonas verdes,
que tienden a alejarse de la ciudad, y
cajas de sardinas de varios pisos, en
ladrillo sin recubrir, donde se amontonan
miles de adolescentes, lugares de encuentro
común, como los escenarios deportivos,
el palacio de exposiciones y los sitios
de recreación masiva, y áreas
de acceso exclusivo, como el club o la
cantina de barrio, el cada vez excepcional
paseo de olla y las elegantes fincas del
oriente.
En
ese espacio viven los habitantes de Medellín,
y ese espacio lo crean y definen con sus
deseos, acciones y sus proyectos.
Jorge
Orlando Melo
FOTOS
DE MEDELLIN