- Ay, mamá, siquiera
que Santiago está en la ca...
No había terminado
de hablar, cuando vio pasar al ciclista
a toda velocidad. Era su hijo, Santiago
Botero.
“A ese muchacho no
hay quién lo pare,” asegura
ella, mientras recuerda que Santiago no
aprendió a caminar. “Él
desde el primer día aprendió
a correr. To-do lo hacía a la carrera,
corriendo, corriendo. Desde chiquito fue
muy activo”.
En la casa de sus padres,
en el barrio El Poblado de Medellín,
se conservan, amarillentos y descuadernados,
los álbumes de fotos que dan cuenta
de buena parte de los 29 años de
existencia del, hoy por hoy, rey del cronómetro
del Tour de Francia.
Don Alberto, su papá,
repasa las imágenes y se detiene
en una en donde ‘Santi’ monta
en bicicleta en compañía de
Juan Carlos y Daniel, sus hermanos. “A
los cinco años le compramos su primera
cicla, una de esas que tiene dos llantas
pequeñas a los lados. Luego se la
cambiamos por una de bicicross”, recuerda
don Alberto, mientras doña Yolanda
aclara que nunca lo dejó montar en
la calle. Santiago sólo montaba en
sitios cerrados, donde no corriera ries-gos.
“Él se iba para una pista en
donde practicaban bicicross, o se llevaba
la bicicleta para la finca, pero a la calle
¡nunca! En esa época, donde
hubiera sa-bido que iba a ser ciclista habría
quedado, mejor dicho, privada”, asegura
ella, sin ocultar el pánico que les
tiene a las largas faenas de su hijo por
las carrete-ras.
Un colombiano muy
europeo
Entre las
fotos aparece un bebé rubio de inmensos
ojos azules. Su padre, an-tioqueño
de pura cepa, sonríe al recordar
que en Europa confundían a su hijo
con un noruego. La gente del ciclismo, acostumbrada
a ver la mestiza estampa de los ‘escarabajos’,
no podía creer que Santiago fuera
colombiano.
Su figura parece venir
de su abuela materna, una barranquillera
que conserva muchos de los rasgos de su
nieto. Esa herencia le facilitó la
relación con las niñas. Pascual
Gaviria, su amigo desde el bachillerato,
recuerda que cuando llegaron a estudiar
al Instituto Jorge Robledo, uno de los primeros
colegios mixtos que tuvo la ciudad, ‘Santi’
fue la sensación con las chicas.
“Pero ese man era muy penoso”,
advierte Pascual.
Los dos afianzaron su amistad
luego de ser expulsados del colegio de Los
Be-nedictinos. Pascual por ‘pelión’
y Santiago porque perdió el año.
Entonces lle-garon al Jorge Robledo y se
volvieron inseparables. Parrandeaban y montaban
en bicicleta juntos, hasta que Santiago
se interesó por la competición;
ahí dio por terminada su corta época
de rumba y parranda, pero la amistad siguió
in-tacta. “Él es el hombre
más querido del mundo, aunque esté
en competición, si le escribo un
e-mail, al rato me lo contesta”, comenta
Pascual.
En el Jorge Robledo, un
colegio que cuenta entre sus ex alumnos
a personajes tan reconocidos como el presidente
electo Alvaro Uribe Vélez y el cantante
Juanes, le guardan gran estimación
a Santiago. “Todos los años
asiste a las premiaciones deportivas. Yo
las programo para octubre, después
de su tempo-rada en Europa, y Santiago viene
y comparte con los alumnos las historias
de sus carreras”, asegura Graciliano
Acevedo, jefe del área de deportes
del cole-gio.
Para correr a 50 kilómetros
por hora, es decir 833 metros por minuto,
o mejor, 13,86 metros por segundo, Santiago
pasó primero por el ciclomontañismo.
“Subía por unos pedreros impresionantes”,
recuerda su padre. “Ahí se
le em-pezaron a ver sus cualidades”.
Comenta don Alberto que algunas veces salía
a practicar, acompañado de un grupo
de amigos. “A todos los dejaba regados”.
Luego del ciclomontañismo
se metió a la pista. La primera vez
que compitió en un velódromo
batió la marca nacional de los 4.000
metros. Entonces el médico Juan David
Uribe le hizo unas pruebas de esfuerzo,
y encontró que en los test Santiago
presentaba unos niveles muy superiores a
los de los corredores pro-fesionales del
equipo antioqueño de Raúl
Mesa. Fue el mismo médico, basado
en esas pruebas, quien lo presentó
al equipo Kelme de España.
Con ellos ha obtenido grandes
logros, como la medalla de bronce en la
prueba contra el reloj de los campeonatos
mundiales de ciclismo del año pasado,
y el título de la montaña
en el Tour de Francia del año 2000.
“A él se le mete algo en la
cabeza y trabaja sin descanso hasta que
lo logra, no hay quién lo pare,”
dice su padre.
Por eso, ni el ciclismo
impidió que terminara sus estudios
de administración de negocios en
la Universidad Eafit. Cuando firmó
con Kelme le faltaban tres se-mestres, pero
consiguió el permiso para pasar unos
meses de más en Mede-llín,
y así poder estudiar.
Un amor de la U
En Eafit
conoció a su esposa, Catalina Laverde.
Compartían el gusto por la administración
cuando iniciaron un noviazgo que duró
tres años. En octubre del 2000 se
casaron.
“Catalina ha sido
un apoyo increíble para Santiago.
Ella lo acompaña en Euro-pa y mantiene
pendiente de él”, comenta doña
Yolanda con entusiasmo, y afirma que los
triunfos de su hijo tienen mucho que ver
con su esposa.
Santiago consiguió
que Kelme le permitiera a Catalina realizar
su semestre de industria (necesario para
graduarse) con el equipo. Ella viajó
a España, y des-de ese momento sólo
se separa de su esposo en los días
de competencia.
En Europa, Santiago añora
los fríjoles con chicharrón,
pero no le hacen tanta falta, pues disfruta
de la misma manera una bandeja paisa que
una de paella. Se puede desayunar con arepa
o con cereal, los dos le gustan igual.
Desde el viejo continente
llama constantemente a sus padres y no desaprove-cha
ninguna temporada de descanso para regresar
a su hogar.
Su última etapa
de preparación la hizo en Antioquia.
Don Alberto quedó sor-prendido con
la dureza de aquellas jornadas, en donde
su hijo tenía que reco-rrer más
de 200 kilómetros en una sola sesión.
Para hacerlo, Santiago salía de Medellín
hacia Bolombolo, luego seguía hasta
La Pintada para ascender por el Alto de
Minas y regresar a Medellín, pero
como no completaba el kilometraje, continuaba
de inmediato hacia el Alto de Las Palmas,
en jornadas que comen-zaban a las 6 y 30
de la mañana y concluían cerca
de las 3 de la tarde.
“Ahora con tanta
tecnología no sólo tiene que
hacer esos kilómetros y ya, tam-bién
tiene que hacer ciertos piques en algunos
momentos del entrenamiento, y siempre se
tiene que controlar las pulsaciones con
un aparato que lleva en el brazo. Santiago
se compromete por completo con ese régimen.
Así esté llo-viendo, si le
toca entrenar, él no tiene ningún
problema en hacerlo”, dice su padre.
- “Si no monto en
bicicleta me enloquezco”, le decía
Santiago a su amigo Pas-cual, cuando éste
le reprochaba por preferir la cicla a la
rumba. Sus familiares son testigos de esa
obsesión. El 31 de diciembre a las
9 de la noche, Santiago ya está durmiendo,
y se levanta el primero de enero muy temprano
a cumplir con su rutina. “Ese día
dice que disfruta más su entrenamiento,
porque no hay muchos carros en la carretera”,
asegura su mamá.
Protección
divina
La suspensión
por algunos meses, con la que lo sancionó
la Unión Ciclista In-ternacional
(UCI) por encontrar en su cuerpo un alto
nivel de testosterona, ha sido el momento
más duro de su carrera. Para doña
Yolanda fue increíble ver a su muchacho
sancionado, y entrenando normalmente como
si estuviera en competencia.
- “Yo les voy a demostrar
la clase de ciclista que soy, que no necesito
nada para ser un buen corredor”, les
dijo a sus padres.
Las amigas de doña
Yolanda la llamaban sorprendidas: “Vimos
a Santiago en-trenando como si nada hubiera
pasado”, le decían.
Una de ellas, que también
tiene una hija deportista, le preguntó
cómo lo moti-vaba para que entrenara.
-“Vé, a mí
no me preguntés porque yo antes le
ruego que no entrene tanto, pe-ro a ese
muchacho no lo para nadie”, respondió.
Los análisis concluyeron
que los altos niveles de testosterona en
el cuerpo de Santiago se producen de manera
natural. Pascual recuerda que en el bachille-rato
ya se le empezaba a notar un desarrollo
físico diferente al de los demás.
“La testosterona se le veía
desde pequeño. En octavo, ‘Santi’
ya era un mu-chacho barbado y de pelo en
pecho. El profesor le decía: “Santiago,
usted no puede perder el año porque
queda como el papá de todos estos
pelaos”.
A doña Yolanda no
se le ha podido pasar el susto de ver a
su hijo montado en una bicicleta. Mientras
don Alberto se pega del televisor para ver,
minuto a mi-nuto, la transmisión
internacional del Tour de Francia, ella
pasa de vez en cuando para cerciorarse de
que su hijo todavía está en
competencia. Saber que no se ha retirado
le basta para estar tranquila.
Hace unos años le
regaló una medalla del Annus Dei,
que Santiago porta en todas sus competencias.
Además, cuando su hijo está
en Medellín, ella toma por asalto
la bicicleta para llenarla de medallitas
que lo protejan de los acci-dentes en la
carretera.
Cuando Santiago se iniciaba
en el ciclismo, su mamá encendía
una veladora en el preciso momento en que
salía a entrenar, y la apagaba cuando
él regre-saba. Ahora, que su hijo
es una de las principales figuras del ciclismo
interna-cional y compite en las carreras
más importantes del calendario europeo,
doña Yolanda no tuvo más alternativa
que pegarse del divino niño y de
todas las vír-genes para que todo
le salga bien. Y, por supuesto, mantiene
la veladora pren-dida las 24 horas del día.
Por Edgar Domínguez
REVISTA
ALÓ – EL TIEMPO.COM
SANTIAGO
BOTERO CAMPEÓN MUNDIAL..!
Un guerrero
del camino
La
vida de Santiago Botero no termina en su
bicicleta
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"No
quiero seguir en el Kelme"
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Santiago Botero