MEDELLIN: 
                                      HISTORIA Y REPRESENTACIONES IMAGINADAS
                                      
                                        1. HISTORIA Y NOSTALGIA 
                                         
                                        Lo primero que debe mencionarse es la 
                                        forma como las gentes de Medellín 
                                        viven y perciben su relación con 
                                        la historia de la ciudad. Desde el siglo 
                                        pasado, sus grupos dirigentes, probablemente 
                                        acompañados por el grueso de la 
                                        población, han compartido una inequívoca 
                                        fascinación por el progreso. Entre 
                                        otras expresiones, esto se ha manifestado 
                                        por una relativa indiferencia por las 
                                        marcas de su pasado y los elementos físicos, 
                                        arquitectónicos y del paisaje que 
                                        en algún momento hicieron parte 
                                        de la identidad de la ciudad. Esto ha 
                                        llevado por lo común a una fácil 
                                        destrucción de los hitos históricos 
                                        de la ciudad, o a ignorar los daños 
                                        causados por algunas obras de desarrollo 
                                        en edificios y paisajes tradicionales. 
                                        En una ciudad en la cual el 90% del espacio 
                                        actual, o aún más, no estaba 
                                        construido en 1900, se consideró 
                                        necesario alterar ese pequeño resto 
                                        de ciudad republicana, talvez ni siquiera 
                                        un centenar de hectáreas, para 
                                        no hablar de los débiles y pobres 
                                        signos de la experiencia colonial, para 
                                        encontrar sitio para nuevas construcciones. 
                                        Incluso muchas obras recientes, de comienzos 
                                        de siglo, que habían llegado a 
                                        hacer parte integral del espacio urbano, 
                                        como el teatro Junín y el Teatro 
                                        Municipal, fueron destruidas sin demasiada 
                                        preocupación, por alcaldes progresistas 
                                        e identificados, como don Jorge Restrepo 
                                        Uribe, con una actitud cívica y 
                                        de amor a la ciudad. Y esto, para no hablar 
                                        de la forma como se decidió cubrir 
                                        las principales quebradas, sobre todo 
                                        la Santa Elena, y la canalización 
                                        del río y su tratamiento como una 
                                        inmensa alcantarilla, que alteraron drásticamente 
                                        la relación de los habitantes de 
                                        Medellín con sus corrientes acuáticas. 
                                        Aun más recientemente, la forma 
                                        como el diseño del Metro reordenó 
                                        espacio que rodea y hace parte integral 
                                        de la gobernación o La Candelaria 
                                        es otra indicación de esta actitud, 
                                        común a buena parte de las ciudades 
                                        del Colombia y del tercer mundo.
                                      Esta 
                                        actitud tiene sin duda que ver con la 
                                        velocidad de los cambios urbanos en nuestro 
                                        medio. Medellín cambia y crece 
                                        a un ritmo que no da tiempo para crear 
                                        tradiciones, para convertir gradualmente 
                                        partes substanciales de su estructura 
                                        urbana en elementos de definición 
                                        de la ciudad. No olvidemos que casi todo 
                                        lo que hoy está cubierto por casas 
                                        y cemento era hace 90 años tierra 
                                        de fincas y mangas, y que casi cualquier 
                                        barrio nuevo ha pasado por un proceso 
                                        de transformación que cambia del 
                                        todo su apariencia en dos o tres décadas. 
                                        Otro ha sido el proceso de la gran mayoría 
                                        de las ciudades del mundo desarrollado, 
                                        que aunque sufrieron entre 1700 y 1900 
                                        procesos de urbanización rápidos, 
                                        lo hicieron a un ritmo muy inferior al 
                                        de Medellín y sobre una estructura 
                                        cultural consolidada. En todo el siglo 
                                        XIX una ciudad como Paris cuadruplicó 
                                        su publicación, mientras Medellín 
                                        multiplicó su población 
                                        en los últimos cien años 
                                        por 50, y en el breve lapso de 23 años, 
                                        entre 1938 y 1951, prácticamente 
                                        la quintuplicó.
                                      Este 
                                        crecimiento ha sido, sobre todo en este 
                                        siglo, el resultado de una rápida 
                                        migración. Por ello, en cualquier 
                                        momento, buena parte de los habitantes 
                                        de la ciudad habían pasado sus 
                                        años de infancia y a veces la temprana 
                                        vida adulta no en Medellín, sino 
                                        en un remoto pueblo antioqueño, 
                                        en el cual se habían constituido 
                                        sus valores y formado sus costumbres. 
                                        Hasta los años treintas esta migración 
                                        provino ante todo de sectores medios de 
                                        los pueblos antioqueños, con valores, 
                                        costumbres y recursos muy afines a los 
                                        de similares capas urbanas de Medellín, 
                                        que venían atraídos por 
                                        las oportunidades educativas y de otra 
                                        índole de la capital. Pero la migración 
                                        posterior a 1940 es diferente. Es de un 
                                        origen mucho más rural, y aunque 
                                        sigue siendo fuerte la presencia de gentes 
                                        de los pueblos más tradicionales 
                                        de la zona antioqueña, incluye 
                                        ahora contingentes notables de migrantes 
                                        de las tierras bajas. Además, está 
                                        compuesta por gentes de los grupos sociales 
                                        más débiles, por campesinos 
                                        expulsados por la miseria o la violencia, 
                                        que vienen a buscar en la ciudad un respiro 
                                        a las dificultades de la vida rural. Para 
                                        1951, mas de la mitad de la población 
                                        de Medellín debía ser de 
                                        migrantes, la mayoría de ellos 
                                        con una cultura campesina y sin mucha 
                                        experiencia en el manejo de las formas 
                                        de existencia urbanas. Sin embargo, no 
                                        parece que el choque entre recién 
                                        llegados y el medio que los recibía 
                                        haya sido especialmente brusco: la literatura 
                                        apenas da un testimonio diluido de las 
                                        tristezas y nostalgias de la bohemia de 
                                        Guayaquil, y de las formas tempranas de 
                                        marginalidad y desorden social asociados 
                                        con los más pobres de los montañeros. 
                                        El rápido crecimiento de la industria 
                                        absorbe hasta mediados de esa década 
                                        buena parte de los recién llegados, 
                                        mientras los barrios especulativos de 
                                        los urbanizadores, como Manrique, Aranjuez 
                                        y Berlín, mantienen un cierto grado 
                                        de orden, y la ciudad de las capas medias 
                                        encuentra en Otrabanda un nuevo horizonte. 
                                        Aún más, parecería 
                                        que la homogeneidad cultural de migrantes 
                                        y habitantes antiguos de Medellín, 
                                        los parentescos reiterados entre familiares 
                                        lejanos, favorecían aún, 
                                        hacia 1950 o 1960m una integración 
                                        rápida al nuevo ambiente, una menor 
                                        fragmentación social, una identificación 
                                        más fuerte con la ciudad, al menos 
                                        si se compara con la de otros centros 
                                        urbanos del tercer mundo.
                                      Con 
                                        esto quiero señalar que la construcción 
                                        de ese complejo de representaciones propias 
                                        de los habitantes de Medellín va 
                                        dándose sobre la base de una población 
                                        siempre nueva, lo que hace que muchos 
                                        de los elementos de identificación 
                                        del habitante de Medellín sean 
                                        más bien los del antioqueño, 
                                        comunes a campesinos y pobladores urbanos. 
                                        Cada grupo generacional se apoya en memorias 
                                        y contactos rurales, y poco a poco va 
                                        haciendo suyos los elementos propiamente 
                                        urbanos, los recuerdos, las imágenes 
                                        de lugares, la memoria de símbolos, 
                                        emblemas, representaciones, acontecimientos, 
                                        que van definiendo la siempre cambiante 
                                        trama de lo que cada uno vive como su 
                                        ciudad. Esas imágenes, esas memorias, 
                                        esos símbolos, son en Medellín 
                                        todavía muy cambiantes, pues la 
                                        misma materia de la ciudad se transforma, 
                                        y su gente es siempre en buena parte nueva. 
                                        Por esta misma razón, muchos identifican 
                                        mas la ciudad con lo que puede ser, con 
                                        el futuro, con el desarrollo, con lo que 
                                        se construirá, que con su pasado, 
                                        su historia o la nostalgia de lo vivido 
                                        en ella. Por ello también la relativa 
                                        indiferencia ante la destrucción 
                                        de los elementos de vida urbana que durante 
                                        algunos años se habían convertido 
                                        en sitios de referencia general.
                                       
                                        La misma velocidad del cambio provoca 
                                        sin duda reacciones contrarias, afanes 
                                        por fijar y amarrar esa corriente incesante 
                                        de cambios desordenados. Pero más 
                                        que esto, parece haber algunos factores 
                                        que en Medellín contribuyen a que 
                                        surjan contracorrientes, que tratan de 
                                        valorar y conservar las formas de cultura, 
                                        de intercambio social, que se constituyeron 
                                        en un momento determinado y que hicieron 
                                        parte de la imagen amable y positiva de 
                                        la ciudad, o que tratan de reforzar los 
                                        esfuerzos de constitución de una 
                                        identidad urbana compartida por buena 
                                        parte de sus habitantes.
                                       
                                        Uno de esos factores favorables a la afirmación 
                                        del pasado, al que no me referiré 
                                        en extenso, tiene que ver con rasgos específicos 
                                        de lo que vemos como la cultura antioqueña. 
                                        No es difícil, en el abigarrado 
                                        y a veces contradictorio inventario de 
                                        lo que se considera como antioqueño, 
                                        encontrar algunos elementos que refuerzan 
                                        la solidaridad regional. Incluso además 
                                        de esos rasgos propios, la percepción 
                                        del valor de lo regional frente a lo no 
                                        antioqueño ha sido un factor de 
                                        cohesión y de identidad. Recordemos 
                                        que los antioqueños, desde el siglo 
                                        pasado, han sido definidos como particularmente 
                                        trabajadores, sometidos a una ética 
                                        de consumo austero, igualitarios, llenos 
                                        de inventiva -" el antioqueño 
                                        no se vara, probablemente muy antiguo, 
                                        "los antioqueños podemos hacer 
                                        más", propuesto en los sesentas-, 
                                        abiertos y francos, auténticos, 
                                        como lo sostuvo en un extenso estudio 
                                        que contraponía a los antioqueños 
                                        con los simuladores de otras regiones.
                                       
                                        Todo esto, como ocurre con estos estereotipos 
                                        sociales, se apoya en conductas reales 
                                        y las idealiza, pero en el caso antioqueño 
                                        adopta una forma de reivindicación 
                                        de lo propio que tiene sus virtudes, así 
                                        caigan fácilmente en la caricaturización 
                                        populista. Subraya lo antioqueño 
                                        cierta democracia primigenia de origen 
                                        rural, que hace que hasta el oligarca 
                                        se precie a veces de su acento montañero, 
                                        haga alarde de su consumo de fritangas 
                                        o siga prefiriendo el aguardiente a otros 
                                        tragos, y que ha llevado a muchos escritores, 
                                        nacionales o extranjeros, a idealizar 
                                        los niveles de democracia de la región. 
                                        Esta situación hace posible una 
                                        reivindicación compartida de elementos 
                                        culturales que son comunes a todos los 
                                        sectores sociales, incluyendo a los de 
                                        migración más reciente, 
                                        y que en buena parte se generaron o consolidaron 
                                        en el ámbito de las pequeñas 
                                        localidades urbanas. Algunos se mantienen 
                                        con energía en las conductas de 
                                        los antioqueños y otros quizás 
                                        son ya sólo curiosidades nostálgicas: 
                                        unos y otros, esto es lo importante, son 
                                        promovidos y vividos como elementos de 
                                        la autodefinición del medellinense 
                                        y del paisa.
                                       
                                        El otro factor tiene que ver con la magnitud 
                                        de la tragedia que ha vivido Medellín 
                                        en las últimas décadas, 
                                        que ofrece un dramático contraste 
                                        con el optimismo progresista que dominó 
                                        sin contradicciones nuestra retórica 
                                        hasta 1950 y que tampoco ha desaparecido 
                                        del todo. Medellín era la ciudad 
                                        de la eterna primavera, la tacita de plata, 
                                        la ciudad industrial de Colombia, una 
                                        ciudad afable que miraba con orgullo su 
                                        desarrollo y que pensaba que podía 
                                        convertirse en un emporio industrial, 
                                        moderno y progresista, Era una ciudad 
                                        cuyos conflictos no eran demasiado visibles: 
                                        las condiciones de vida, de los primeros 
                                        contingentes obreros, por deficientes 
                                        que fueran, parecían rápidamente 
                                        mejorables, con el avance económico 
                                        y el apoyo paternalista de los empresarios. 
                                        Era una ciudad en la que dominaba una 
                                        ética exigente, que exigía 
                                        la honradez, el cumplimiento de la palabra, 
                                        el respeto al honor, y en la que la religión 
                                        regulaba con provinciana rigidez la vida 
                                        privada y pública de todos.
                                       
                                        Los habitantes de Medellín, me 
                                        parece, no están dispuestos a admitir 
                                        que el proyecto de ciudad que promovieron 
                                        sus dirigentes ha fracasado del todo. 
                                        Buena parte de los factores de la crisis 
                                        son externos a la ciudad y comunes a otras 
                                        zonas del país y del mundo. Y tampoco 
                                        importa ahora -aunque las formas de violencia 
                                        y las formas de lucha contra ella sin 
                                        duda entrarán a hacer cada vez 
                                        mas parte de la memoria urbana, a configurar 
                                        su simbolismo, a definir sus lugares- 
                                        en que medida esta violencia, aun si ha 
                                        sido desencadenada por factores casuales, 
                                        se apoya en condiciones reales de nuestra 
                                        sociedad. Lo que quiero es simplemente 
                                        destacar que la sordidez de la experiencia 
                                        diaria de zozobra y temor, el impacto 
                                        de las noticias de horror que la prensa 
                                        o la conversación traen todos los 
                                        días, producen como respuesta, 
                                        como una de las respuestas por supuesto, 
                                        la evocación de las cosas buenas 
                                        de la Villa de la Candelaria, de las cosas 
                                        buenas que compartíamos antes.
                                       
                                        Por estas razones, Medellín (y 
                                        yo creo que esto se extenderá a 
                                        otras ciudades de Colombia) es, en los 
                                        medios en los que se genera un discurso 
                                        cultural o histórico sobre ella, 
                                        una ciudad poseída y habitada por 
                                        la nostalgia, por el recuerdo de una ciudad 
                                        idealizada, por el esfuerzo por construir 
                                        o reconstruir retrospectivamente hitos 
                                        urbanos identificadores, símbolos 
                                        de esa cultura positiva que a grandes 
                                        rasgos se identifica con lo antioqueño. 
                                        Q. No quiero parecer negativo o simplificador: 
                                        lo antioqueño no es algo definido, 
                                        pues fácilmente va adquiriendo 
                                        nuevos elementos. Tampoco puede ignorarse 
                                        que su percepción es contradictoria, 
                                        y que su exaltación, que tan fácilmente 
                                        bordea ramplonerías, gestos paternalistas, 
                                        vanidades ingenuas, simplificaciones racistas, 
                                        produce en muchos justificada irritación.
                                       
                                        Pero independientemente de exageraciones 
                                        asumidas, existen en la conciencia actual 
                                        de la ciudad señales de identidad, 
                                        huellas y palimpsestos siempre cambiantes, 
                                        lo que tiene consecuencias que vale la 
                                        pena explorar para el análisis 
                                        del pasado de la ciudad. Por supuesto, 
                                        la investigación histórica 
                                        pretende construir una imagen presuntamente 
                                        objetiva de esa evolución, y puede 
                                        por lo tanto sostener que su marcha debe 
                                        ser ajena a la forma como el pasado sigue 
                                        o se mantiene vive en la cultura de la 
                                        ciudad, pues estas imágenes, esas 
                                        supervivencias, esas reconstrucciones 
                                        permanentes, son ilusiones o deformaciones. 
                                        Algunas áreas de investigación, 
                                        como la historia económica, pensaría 
                                        uno a primera vista, tienen más 
                                        posibilidades, por la sofisticación 
                                        de su aparato cuantitativo y de sus modelos 
                                        teóricos, de evitar contaminarse 
                                        con ese problema de la historia como pasado 
                                        existente en las mentes de los ciudadanos, 
                                        con ese problema del pasado como presente. 
                                        Pero ni la historia económica puede, 
                                        es cierto, ignorar que algo tiene que 
                                        ver con ello, así sea para destruir 
                                        los mitos y percepciones que siguen teniendo 
                                        vida en nuestra imagen de la formación 
                                        industrial o de las relaciones entre obreros 
                                        y patronos, para mencionar solo uno de 
                                        los temas que más se prestan a 
                                        esta contaminación.
                                       
                                        Esta neutralidad no es totalmente defendible 
                                        en términos teóricos, ni 
                                        tampoco es una asepsia fácil de 
                                        practicar, como lo ha mostrado la obra 
                                        de los historiadores extranjeros y locales 
                                        durante los últimos años. 
                                        De un modo u otro, los debates se van 
                                        amarrando a aspectos valorativos de la 
                                        tradición que están íntimamente 
                                        vinculados a las formas de percepción 
                                        de nuestra sociedad. Basta pensar en Parsons 
                                        o en Mayor, ajenos a la región, 
                                        pero que están metidos hasta el 
                                        cuello en los tópicos de nuestra 
                                        propia retórica: la sociedad democrática, 
                                        el origen popular de nuestros empresarios, 
                                        su voluntad de compartir el trabajo con 
                                        esclavos o trabajadores. La ambigüedad 
                                        de esto es tal que un libro que trató 
                                        explícitamente de separarse de 
                                        la identificación de la cultura 
                                        con una supuesta raza antioqueña, 
                                        la Historia de Antioquia que coordiné 
                                        hace 7 años, es percibido por un 
                                        historiador, Fabio Zambrano, como un libro 
                                        escrito para mantener el mito de la raza. 
                                        Aún en el terreno de la historia 
                                        económica, los argumentos sobre 
                                        el papel del café en el surgimiento 
                                        de la industria, sobre la distribución 
                                        de los capitales de nuestros primeros 
                                        industriales, resultan difíciles 
                                        de separar de percepciones cualitativas 
                                        y valorativas sobre estos empresarios. 
                                        Algo similar sin duda se produce en el 
                                        terreno de la historia obrera, de la historia 
                                        de la consolidación de un proletariado 
                                        enfrentado a un empresariado cuya imagen 
                                        es paternalista y benevolente: incluso 
                                        en los historiadores que han tratado de 
                                        tener una perspectiva obrera, resulta 
                                        evidente que sus argumentos están 
                                        tejidos alrededor de esa imagen recibida 
                                        socialmente.
                                       
                                        Centrándonos en Medellín, 
                                        no tengo duda de que los estudios sobre 
                                        sus procesos del siglo XX van a seguir 
                                        especulando alrededor de tales tópicos. 
                                        En el campo más dramático, 
                                        que es el análisis de los factores 
                                        que han conducido a los fenómenos 
                                        de violencia recientes, esos rasgos estereotipados 
                                        desde el siglo XIX por los viajeros y 
                                        otros observadores, y compartidos como 
                                        autodefinición por nuestros coterráneos-el 
                                        afán de lucro, la capacidad de 
                                        iniciativa, el individualismo-, y esos 
                                        rasgos que supuestamente nos definían 
                                        y han cambiado -la familia tradicional, 
                                        la religiosidad que controlaba la conducta- 
                                        van a estar entreverados inevitablemente 
                                        con el discurso histórico sobre 
                                        nuestro pasado reciente, o con la argumentación 
                                        sociológica y política. 
                                        Como manejar esto, como establecer distancia 
                                        entre el discurso del historiador y los 
                                        tópicos de la retórica local, 
                                        es algo que no voy a discutir ahora, ni 
                                        tampoco el tema de la inevitable conversión 
                                        del discurso del historiador, si es exitoso, 
                                        en parte de esa retórica de identidad.
                                        II. 
                                          Los lugares urbanos
                                       
                                        Teniendo en cuenta lo anterior, quizás 
                                        vale la pena hacer un primer intento de 
                                        aproximación, perfectamente intuitivo 
                                        y descriptivo, a algunos de los lugares 
                                        mentales que hacen parte de la geografía 
                                        imaginaria de Medellín y que reconstruyen 
                                        también imaginariamente los hitos 
                                        centrales de su pasado. Por supuesto, 
                                        una lectura atenta de literatos, y viajeros, 
                                        un seguimiento de los esfuerzos de las 
                                        autoridades para dar sentido al desarrollo 
                                        de la ciudad, una revisión de los 
                                        gestos y rituales urbanos y sus transformaciones, 
                                        es el único camino para determinar 
                                        con algún grado de seriedad y amplitud 
                                        lo que presuntamente constituye la impronta 
                                        del pasado en nuestra ciudad y en nuestra 
                                        conciencia.
                                      Lo 
                                        que sigue es una simple enumeración, 
                                        que probablemente ha sido hecha ya en 
                                        muchas mesas de café, y que puede 
                                        conducir a que convirtamos el juego de 
                                        la identidad en elemento de la misma identidad. 
                                        Sin duda, representa ante todo la percepción 
                                        de un sector urbano con afinidades culturales, 
                                        pues es ese el medio que al menos deja 
                                        un registro de estas representaciones.
                                        1. 
                                          Sitios, edificios y lugares
                                      Medellín 
                                        es supuestamente un valle, pero fuera 
                                        de la expresión "Valle de 
                                        Aburra" me parece que es la loma 
                                        y en particular el cerro el que define 
                                        el paisaje natural. El Pan de Azúcar 
                                        tiene quizás mayor tradición. 
                                        Era un presunto volcán, en las 
                                        historias de nuestras abuelas, y siempre 
                                        existía el temor de una explosión: 
                                        poco visitado en los paseos de la vieja 
                                        ciudad, comienza a diluirse entre las 
                                        invasiones recientes. El aviso de Coltejer 
                                        fue una adición significativa, 
                                        me imagino que a mediados de los cincuenta. 
                                        El cerro del centro de la ciudad, el Volador, 
                                        tuvo (¿tiene todavía?) un 
                                        aviso de Everfit: la publicidad entró 
                                        sin mucho rechazo en el paisaje urbano. 
                                        El Nutibara fue, en mis tiempos, obstáculo 
                                        imaginario a la aviación; ya don 
                                        Gonzalo Mejía había tenido, 
                                        hacia 1930, que mostrar que no había 
                                        riesgos de que un avión chocara 
                                        contra él. El cerro del Salvador 
                                        cambió de sentido a comienzos de 
                                        siglo, cuando se hizo la estatua que consagraba 
                                        la dedicación de Medellín 
                                        al Salvador. También el Picacho 
                                        incluye, como el Salvador, un referente 
                                        religioso.
                                      Es 
                                        probable que todavía queden personas 
                                        que incluyan en su imagen de la ciudad 
                                        la visión del río bucólico 
                                        que sugieren algunas fotografías 
                                        de comienzos de siglo. Para una generación 
                                        intermedia domina probablemente su asociación 
                                        con los esfuerzos de progreso representados 
                                        por su canalización, y en los más 
                                        jóvenes la reiteración de 
                                        su contaminación, acompañada 
                                        posiblemente de una indiferencia por una 
                                        naturaleza que desaparece y se esfuma 
                                        entre edificios y parques en los que los 
                                        árboles surgen de los pisos de 
                                        concreto.
                                      Muy 
                                        importante es el parque de Berrío, 
                                        pues todos los antioqueños nacimos 
                                        allí. Ha cambiado mucho, y en la 
                                        memoria se confunde el parque de pueblo, 
                                        con su estatua del gobernador, con la 
                                        invasión de vendedores de libros 
                                        y loterías y con el espacio en 
                                        el que hoy habita la gorda que, si nadie 
                                        la mueve, probablemente se convertirá, 
                                        con su tranquila solidez, en una de las 
                                        imágenes inevitables de la ciudad.
                                      Son 
                                        muchos los edificios que han hecho parte 
                                        de la referencia mental de nuestros conciudadanos. 
                                        Unos han perdurado mas que otros, hacen 
                                        parte del contenido mental de unas generaciones 
                                        y no de otras, han sido desplazados. Me 
                                        limito en seguida a una desordenada enumeración: 
                                        la catedral de ladrillo más grande 
                                        del mundo, la Veracruz, la gobernación, 
                                        el palacio municipal y el palacio nacional, 
                                        con sus suicidios que llegan hasta Rodrigo 
                                        D., la estación del ferrocarril, 
                                        la vieja, con su función real de 
                                        transporte y los discursos políticos 
                                        desde sus ventanas, y la nueva, restaurada 
                                        y burocratizada, todo dentro de ese universo 
                                        de Guayaquil, sitio de bohemia romántica 
                                        de periodistas y estudiantes, y de descubrimiento 
                                        de la ciudad para los campesinos. Los 
                                        sitios de pernicia: del pasado, queda 
                                        la memoria de Lovaina, y la Curva del 
                                        bosque, idealizados en esas novelas llenas 
                                        de putas comprensivas y que recitan de 
                                        memoria a Barba Jacob y a Francisco Rodríguez 
                                        Moya. Los lugares de encuentro, los cafés, 
                                        entre los cuales La Bastilla fue central, 
                                        y en mi generación el Miami, el 
                                        Metropol, Versalles, los estaderos. Los 
                                        lugares deportivos: el ya borroso Libertadores, 
                                        el San Fernando, y en los últimos 
                                        cuarenta años el espacio deportivo 
                                        del Estadio. A pesar de su temprano recubrimiento 
                                        y de su reciente invasión por moles 
                                        urbanas y vendedores, imágenes, 
                                        fotografías y comentarios mantienen 
                                        viva la imagen idílica de la Playa 
                                        con su quebrada abierta. Los fotógrafos 
                                        de comienzos de siglo (Melitón 
                                        y Benjamín de la Calle, sobre todo) 
                                        se desdoblan y refuerzan en esas acuarelas 
                                        cuyas reproducciones adornan ahora cafés 
                                        de carreteras, con el Medellín 
                                        de los años treintas, y a los que 
                                        se añaden, en casas de campo y 
                                        sitios públicos, las imágenes 
                                        antioqueñas de Horacio Longas o 
                                        los dibujos estilizados y comerciales 
                                        de Ramón Vásquez.
                                      No 
                                        es Medellín ciudad de grandes monumentos, 
                                        aunque he sido testigo al menos de dos 
                                        esfuerzos, que poco me dicen, por llenarla 
                                        de moles de piedra: los mitos paisas esculpidos 
                                        por José Horacio Betancur, en los 
                                        cincuentas y sesentas, y la profusión 
                                        de épicas figuras proyectadas al 
                                        aire y recubiertas de alusiones a la raza 
                                        de Rodrigo Arenas Betancur. No sé 
                                        si los habitantes de nuestra ciudad actual 
                                        identifican algunas de las obras financiadas 
                                        con las normas que obligan a los constructores 
                                        a contratar una obra de arte, pero por 
                                        lo menos en algunos sitios su presencia 
                                        empieza a hacerse reconocible.
                                      Estas 
                                        imágenes son compartidas, mal que 
                                        bien, por toda la ciudad, pero hay que 
                                        preguntarse en que medida el barrio es 
                                        central, probablemente los barrios configurados 
                                        en la primera mitad del siglo tienen, 
                                        para sus gentes, una geografía 
                                        mental bien delimitada. Aranjuez, Manrique, 
                                        Gerona, Santa Ana, La América, 
                                        el Barrio Antioquia (que, avergonzado, 
                                        perdió no hace mucho su nombre) 
                                        Villahermosa. Antes de este siglo no había 
                                        propiamente barrios; los últimos, 
                                        los de las invasiones de los treinta años 
                                        recientes, no tienen mucho espacio público 
                                        y sus referentes son escasos. Un parque, 
                                        un colegio, una iglesia, una quebrada 
                                        todavía sin canalizar, configuran 
                                        los hitos del mapa mental de sus habitantes. 
                                        No he leído sino un puñado 
                                        de las historias de los barrios escritas 
                                        en esos concursos que sólo en Medellín 
                                        pueden suscitar semejantes aludes de textos 
                                        y que reflejan también la estrecha 
                                        relación que hay entre la constitución 
                                        de la identidad del barrio y el intento 
                                        de construirle, inventarle y reconstruirle 
                                        una historia, pero sin duda en ellos podrían 
                                        adivinarse muchos de los tópicos 
                                        de la identidad y de la creación 
                                        de lugares emblemáticos.
                                      Tampoco 
                                        es Medellín ciudad de grandes espacios 
                                        abiertos, de parques, alamedas y avenidas. 
                                        Por un tiempo se caminaba, ociosa y placenteramente, 
                                        en la Playa y sobre todo en Junín, 
                                        como ahora se recorren los centros comerciales. 
                                        Y el parque por excelencia fue el bosque 
                                        de la independencia, con su mezcla de 
                                        segregación e integración 
                                        social.
                                      Iglesias, 
                                        colegios, universidades, talleres y fábricas, 
                                        lugares comerciales -cada calle con sus 
                                        propios rasgos, sus almacenes, la tienda 
                                        que sirve para definir una dirección- 
                                        entran también en esa construcción 
                                        imaginaria de la ciudad, así como 
                                        algunos elementos vegetales: todavía 
                                        no hemos olvidado las palmas de Bolivia, 
                                        o las esquinas donde florecían 
                                        los guayacanes.
                                       
                                        Y sin duda, hacen parte de todo esto instituciones, 
                                        frases hechas, lugares comunes del habla 
                                        y la escritura, personajes (hace cincuenta 
                                        años "los Echavarrías" 
                                        eran emblema de riqueza y de energía 
                                        empresarial; Ramón Hoyos fue el 
                                        primer ídolo deportivo, reconocido 
                                        a un punto al que no habían llegado 
                                        antes futbolistas como Turrón Álvarez 
                                        y Chonto Gaviria, el primero; obispos, 
                                        monjas, curas, delincuentes han ocupado 
                                        espacio notable en las páginas 
                                        de los periódicos y en las improntas 
                                        mentales de los paisas.
                                      El 
                                        silletero es un esfuerzo nuevo, relativamente 
                                        artificial, de construir una tradición 
                                        folclórica. Una encuesta reciente 
                                        lo presentó como el símbolo 
                                        de la ciudad. Con ello entramos a una 
                                        nueva fase en la constitución de 
                                        las identidades urbanas: su creación 
                                        más o menos promovida, por los 
                                        medios de comunicación o las campañas 
                                        de publicidad. En forma paralela, los 
                                        rituales y conmemoraciones que antes provenían 
                                        ante todo del ritmo del calendario eclesiástico 
                                        (uno de cuyos momentos públicos 
                                        centrales fue, de los veintes a los sesentas, 
                                        la procesión del Corazón 
                                        de Jesús), quedan apenas en la 
                                        memoria y surgen las conmemoraciones y 
                                        festividades promovidas por las autoridades 
                                        y las fábricas de Licores, como 
                                        La Feria de las Flores. No tiene la ciudad 
                                        conmemoraciones de origen político, 
                                        y esto no es gratuito (tampoco tiene nada 
                                        parecido a Gaitán): dejo la sugerencia 
                                        como una invitación a meditaciones 
                                        posteriores, en las que podrán 
                                        introducirse ideas de moda, como el acceso 
                                        a la ciudadanía, los elementos 
                                        de la modernidad y muchas cosas más. 
                                        La Navidad, con menos pesebres que antes, 
                                        se confunde un poco con la visita al despliegue 
                                        de las iluminaciones instaladas por las 
                                        Empresas Públicas, cuya mención 
                                        permite, en asociación libre, destacar 
                                        que hacen también parte central 
                                        del mapa mental de la ciudad, con sus 
                                        asociaciones ya consolidadas de eficiencia, 
                                        mentalidad empresarial y privada.
                                      Podrían 
                                        mencionarse muchas cosas más: los 
                                        periódicos: “El Colombiano” 
                                        es sinónimo de todos; Envigado 
                                        y otros sitios de beber, comer morcilla 
                                        y parrandear; tiendas y graneros que todavía 
                                        no se olvidan, panaderías y boticas; 
                                        mangas y quebradas, colores, sabores y 
                                        olores de la ciudad. Y muchas personas: 
                                        los personajes típicos, los hombres 
                                        de la bohemia, serenateros y borrachines, 
                                        homosexuales y poetas, cómicos 
                                        –Cosiaca y Montecristo ante todo 
                                        - mostrados por los padres a sus hijos 
                                        en las calles habituales de la ciudad. 
                                        Y eventos, algunos pocos políticos, 
                                        que escancian el paso del tiempo: el derrumbe 
                                        de Santa Elena, la Gran Misión, 
                                        el festival nadaísta de Ancón, 
                                        el 10 de mayo, el Congreso Eucarístico 
                                        y sus motines en 1936, uno que otro incendio, 
                                        la muerte de Escobar.
                                      Expresiones, 
                                        formas de comportamiento, exclusiones 
                                        y rechazos harían parte también 
                                        de este inventario de lo que existe, no 
                                        necesariamente en el mundo real, sino 
                                        en la construcción afectiva del 
                                        Medellín mental.
                                        3. 
                                          Algunas consideraciones finales
                                      Muchas 
                                        disciplinas -antropológicas y semióticas, 
                                        sobre todo, pero también la geografía 
                                        y la historia-, pueden aproximarse con 
                                        sus métodos propios a estos procesos 
                                        de constitución de imágenes 
                                        mentales de identidad urbana. Usualmente 
                                        los historiadores no se han preocupado 
                                        mucho por lo que no parece ser más 
                                        que una representación mental, 
                                        pero en la última década 
                                        diversas corrientes han estimulado, directa 
                                        o indirectamente, estas cuestiones. A 
                                        veces, para interrogarse por las formas 
                                        de un proceso "civilizatorio", 
                                        que permitió interiorizar ciertas 
                                        conductas al convertirlas en elementos 
                                        esenciales de la identidad de determinados 
                                        grupos. Otras, como consecuencia de la 
                                        preocupación por iconos e imágenes 
                                        y su función social, y para responder 
                                        a la pregunta por los mecanismos simbólicos 
                                        que refuerzan y validan el ejercicio del 
                                        poder. Así, en Europa los historiadores 
                                        han estudiado las imágenes de los 
                                        reyes, las formas teatrales del castigo, 
                                        los rituales y celebraciones urbanas.
                                      A 
                                        diferencia de algunas de esas disciplinas, 
                                        no busca el historiador ofrecer un desciframiento 
                                        sincrónico de los elementos que 
                                        constituyen hoy, por ejemplo, una representación 
                                        mental de Medellín, con sus componentes 
                                        geográfico-espaciales, sus percepciones 
                                        estéticas y valorativas. No le 
                                        basta señalar la coexistencia de 
                                        diversas imágenes y mapas mentales, 
                                        y su posible correspondencia con determinadas 
                                        posiciones en el tejido social. El eje 
                                        de la pregunta del historiador sigue estando 
                                        en la dimensión temporal, y en 
                                        la difícil relación entre 
                                        las percepciones de realidad y la función 
                                        retórica, simbólica o política 
                                        de una imagen, un signo, una representación, 
                                        una celebración o una conducta, 
                                        que cambian en el tiempo y son reinventadas 
                                        continuamente. Le interesa ante todo la 
                                        dimensión temporal: el rastreo 
                                        de las formas más antiguas de un 
                                        estereotipo y su progresiva modificación, 
                                        los olvidos y recuperaciones de lugares 
                                        imaginarios, símbolos y emblemas, 
                                        los nuevos sentidos y funciones de algo 
                                        que en apariencia permanece fijo, en fin, 
                                        la forma como la sociedad se apropia, 
                                        utiliza, recrea, modifica y rechaza las 
                                        imágenes de su propio pasado.
                                      El 
                                        papel de los intelectuales, en cuanto 
                                        cristalizan y coagulan, en cuanto producen 
                                        el reconocimiento de lo que por habitual 
                                        se ignora y por el simple hecho de describirlo 
                                        y analizarlo cambian su sentido, es por 
                                        ello central y se mueve en la oscilación 
                                        insuperable entre imágenes que 
                                        sólo existen en espejos que multiplican 
                                        una y otra vez otros espejos.
                                      (Publicado 
                                        en Medellín: ”Seminario: 
                                        ‘Una mirada a Medellín y 
                                        al Valle de Aburra’ 1993, Memorias”. 
                                        Realizado entre julio 17 y diciembre 3 
                                        de 1993. U. N. de Colombia- Sede Medellín, 
                                        Biblioteca Pública Piloto de Medellín 
                                        para América Latina, Consejería 
                                        Presidencial para Medellín y su 
                                        área metropolitana, Alcaldía 
                                        de Medellín, pp.13-20. )
                                      Jorge 
                                        Orlando Melo
                                        
 
                                          FOTOS 
                                          DE MEDELLIN