Por: Juan Carlos Gómez /ELESPECTADOR.COM
Se toma el metro en dirección norte para atravesar el centro y llegar al pie de la montaña. A los pocos minutos se vuela sobre los cerros orientales de la ciudad. Detrás se encuentra -como en un sueño- el parque Arví.
Apenas a 18 kilómetros de Medellín, es un santuario ecológico que forma parte de la reserva forestal protectora del río Nare. Un paraíso, casi a la vuelta de la esquina, para caminar sin temor y en silencio, después de dejar el bullicio urbano.
La experiencia es inigualable, no sólo por la fortuna que guarda el parque para las próximas generaciones, sino por lo que enseña acerca de las posibilidades de transformación e integración social.
El camino en metro entre Medellín y Arví atraviesa el centro, tiene una parada en el magnífico museo interactivo Explora. En la estación Acevedo se hace transbordo al cable que se levanta sobre el barrio Santo Domingo, un sector de extrema pobreza, aun con tugurios que, tristemente, se pueden derrumbar otra vez en el próximo invierno.
Sin embargo, el cable mismo y todo lo que se divisa desde la altura -la biblioteca España, los edificios comunitarios, la pavimentación de las vías- aseguran un futuro distinto. Un techo de lata está cubierto por una magnífica foto gigante de un niño sonriendo.
Más allá, un muro vetusto de ladrillo está vestido por otra foto gigante de una anciana de rostro bondadoso. No sé por qué están esas fotos ahí ni quién las puso, pero pueden ser la señal de lo bueno que puede suceder para cambiar definitivamente la ciudad.
Medellín no es un paraíso, como no lo es cualquier ciudad del tercer mundo acosada por la marginalidad y la desigualdad; pero allí se percibe la firme intención de crear una sociedad diferente, en lo que parecen estar comprometidos casi todos sus habitantes.
Después de recorrer a Medellín es inevitable percibir el contraste con Bogotá. En esa ciudad se cree firmemente que las cosas mejoran. En esta capital, está por cumplirse una década de tiempo perdido, entre la corrupción y el chamboneo. En términos de bienestar, eso podría significar medio siglo.