Hay productos que ya llevan un buen tiempo en el mercado y siguen sumando recuerdos. Es la esencia.
Por MÓNICA QUINTERO RESTREPO |
Paula era la única capaz de comerse el Bon Bon Bum y desesperar a los demás. Lo abría y le podía durar horas. Chupaba despacio, conversaba, chupaba, guardaba, volvía a conversar, luego a chupar otra vez y así, hasta que llegaba el chicle, cuando todos ya se habían ido o cansado. Cuando incluso la habían odiado porque parecía que el bombón aquel, el que le tocaba a ella, siempre era infinito.
Paula Cruz, contadora a estas alturas, en cambio, tiene otro recuerdo del colegio. “Me moría por las galletas Festival de chocolate con papitas de pollo. Mezclar lo dulce y lo salado. Se lo aprendí a Ana María”. Ana María fue la amiga que se inventó la mezcla. Jenny Zuluaga se acuerda de lo mismo. “Yo todavía lo hago”.
Hasta el menos dulcero de los dulceros tiene su recuerdo dulce. Muchos, incluso, con el mismo producto. Solo cambia el lugar y los amigos. Hay dulces que han comido la abuela, la mamá y el nieto, porque su historia empieza hace un buen tiempo.
La Pony Malta nació en junio de 1953, por ejemplo. Los niños para la que fue pensada ya deben tener más de 60. “La idea —dice Fernando Jaramillo, vicepresidente de asuntos corporativos de Bavaria— es que fuera una bebida basada en efectos nutritivos de la malta. Le pusieron Pony porque pensaban que fuera pequeña, como el caballito”.
Era una botellita oscura, de 166 centímetros cúbicos, con el caballito aquel grabado y el eslogan, que duró hasta mucho tiempo después: bebida de campeones. Las investigaciones, de todas maneras, empezaron antes, en 1949.
El sabor de la Pony no ha cambiado nunca, si bien la botella se ha transformado, así como las presentaciones. El recuerdo es diferente. A Fernando le sabe a tienda, a energía. A Marcela Cataño, ingeniera, le sabe a escuela. “Recuerdo que me encantaba volear la lonchera y agitarla. A veces me empacaban la botellita en vidrio y otra veces en el botilito y de cualquier modo era desastroso. Cuando las profesoras me destapaban la Pony salía a chorros y nos empegotaba a todos los que estuviéramos cerca”.
Las historias siguen. El año pasado el Chocoramo cumplió sus primeros 40. El cuento está detrás de dos hombres, Rafael Molano, que ya tiene más de 85, y Olimpo López, el pastelero, que ya suma más de 95.
Don Rafael empezó a vender los pasteles que hacía su esposa en 1950. Es el comienzo de la empresa, Ponqué Ramo.
El Ponqué ramito y la Gala llegarán en el 2014 a los 50. Solo que el más vendido por la empresa hoy, el que les da el 80 por ciento de las ganancias, es el Chocoramo, el que nació con la idea de un hijo de don Rafael de bañar la Gala con chocolate y el que, en las primeras pruebas, se partía por el peso del chocolate. Don Olimpo no se amilanó e intentó hasta lograr la mezcla secreta. Los años les han pasado a ellos, porque el de chocolate está como ayer.
Otros dulces momentos
Si de recuerdos se trata, quizá en su memoria tenga alguno con las galletas Festival. El nombre llegó en 1955, porque al principio, en 1948, era Gloria. “Eran galletas muy sencillas, dulces. Todavía no eran cuadradas y la presentación era en tacos”, cuenta Daniel Upegui, jefe de marca de Noel.
Solo en el 80 se volvió redonda y un poco después, se les ocurrió lo de los sabores y lo de volverlas individuales. Pensaban en portabilidad, en los niños y jóvenes, que se antojaran y las llevaran a estudiar. Fue cuando llegó la crema. Hubo piña, mora y hasta maracuyá y, por supuesto, los tradicionales fresa, vainilla, chocolate y limón. Por supuesto, no todos los sabores son para todos los gustos. Juan Felipe Carvajal, también ingeniero, se acuerda de que cuando estaba pequeño cruzaba los dedos para que hubiera en la tienda Festival de chocolate y no de limón.
Los dulces que ya son casi eternos, son más. Su abuelita pudo ser una niña de las que se encantó con las frunas. Aparecieron en 1941. La fórmula la trajo Emilio Stern, de Alemania y, desde Venezuela, donde vivía, le fue diciendo a Noel cómo se hacían, sino era que venía con su esposa y sus hijos a fabricarlas. Lo importante era la textura y esa posibilidad de mascar y mascar y pegotiarse un poco, pero no pegarse tanto.
Noel adquirió la receta y la produjo mucho tiempo, pero después pasó a la Nacional de Chocolates y hace poco, Aldor se quedó con este producto que no ha cambiado, aunque tenga más sabores y otros empaques.
Al Bon Bon Bum le pasa parecido. El nombre de la empresa que hace que a cualquier dulce se le diga de esa manera, Colombina, nació por la época de los años 30 del siglo pasado, con confites, pero el bombón famoso llegó en los años 70, triplicando las ventas en un solo año. El primer Bon Bon Bum fue de fresa y lo novedoso era que cuando se iba el dulce aparecía el chicle, como toda una sorpresa. El cabezón de los dulces ya tiene 45 años.
La que no se queda atrás, ya con sus 50 cumplidos, es la chocolatina Jet. El cuento inicia en 1962 y aparecieron juntos: el álbum y la negrita de chocolate. Ese año llegaron al país los primeros aviones de turbina y eran la sensación. Ese año también, el gerente de la compañía, el doctor Muñoz, viajó a Bogotá, se encontró unas máquinas viejas, las trajo a Medellín, las adaptó y empezó la producción de la Jet, así, con el nombre del avión. “Básicamente sigue siendo la misma. El sabor se mantiene”, comenta Alejandro López , jefe de marca.
Son muchos los que ya se acercan o pasaron los cincuenta y que guardan ese sabor de toda una vida. Hay más, por supuesto. Quizá piense en el Barrilete, el Motitas, el Súpercoco, las galletas Wafer, las Minichips, los Maicitos y sucesivamente así. Un mundo dulce de anécdotas, de buenos tiempos, o de no tan buenos, como esa vez que la tía Anita de Laura Castro le empacó a sus hijas pequeñas, en el afán, unas cervezas en lugar de la Ponymalta.
En fin. Un recuerdo dulce, de unos que ya son señoritos, pero todavía deliciosos.
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