Bus urbano

Por Oscar Dominguez
Falso que el pasaje en bus valga mil setecientos pesitos. Hace tiempos subió. Mínimo, el
pasaje cuesta dos mil. Depende de la capacidad de asombro y de solidaridad del
pasajero.
En cada recorrido se suben, mínimo, tres o cuatro magos del rebusque. Son tan
diestros con la palabra que habrían podido escribir cualquiera de los
evangelios. ¿Cómo no redistribuir el ingreso con estos modernos homeros?
Se les puede decir NO a varios, pero llega el encantador de serpientes que se
quedará con la moneda de $500 que iba para el buche del marrano. Me pasó con un
personaje cuya prosa y mensaje procuraré reproducir:
“Muchas gracias, señor conductor, por permitirme trabajar, y a ustedes,
disculpas por robarles parte de su valioso tiempo. Espero no incomodarlos.
No soy exdrogadicto, gracias a Dios, que está mandando días a toda hora.
Tampoco diré que acabo de salir de la cárcel y que estoy juntando pa’l pasaje
de regreso a ninguna parte.
Como muchos, también tuve trabajo, pero me cayó la roya y ahora estoy
desempleado. Tengo entapetadas las empresas con hojas de vida, pero nada. Este
no es mi trabajo. Originalmente soy publicista. Mi oficio consiste en interesar
a la gente a comprar cosas no necesariamente necesarias.
Tengo mujer e hijos, a Dios gracias lindos y aliviados. Tenemos un petacón
hasta con sobrepeso. Debo trabajar para mantenerlos así. Toca rebuscarse.
Superé la pena que me producía subirme a los buses, y ahora me la paso
ofreciendo esta manualidad (mientras habla, el hombre, mejor vestido que quien
intenta estas líneas, saca bombas, las infla y empieza a hacer perritos en
segundos).
No vale cinco mil pesitos, ni cuatro, ni tres, ni mil. ¿Quién da menos? Vale
tan solo 500 pesos que no hacen ni pobre ni Bill Gates a nadie. A mí me ayuda a
mantener a mi familia.
Pasaré por cada uno de los asientos y les entregaré su perrito. Proponer -o
mirar- no es obligar. Por favor, recíbanlo. Sabemos que el perro es el mejor
amigo del hombre. Un filósofo decía: Si no hubiera perros, yo no estaría vivo.
Ellos son la encarnación de la lealtad y de la fidelidad. Lo sé bien porque
tuve mascota. Ahora lo remplazo yo porque no hay con qué alimentar otro
estómago.
Como les decía, ese perrito que tienen en sus manos tiene un valor, costo o
precio- y disculpen tantos sinónimos pero soy millonario en ellos; lástima que
con esta habilidad no pueda pagar arriendo-, de tan solo billete de 500. Los
tengo en colores blanco, magenta, verde, azul. No, mi señora, no tengo perros
verdes ni rojos, lo siento.
De nuevo, gracias al conductor por haberme permitido subir a trabajar en el
transporte público, y a ustedes por apreciar mi arte. Diosito santo, que
reparte y da para todos, incluidos los ateos, me los bendiga”. (Publicado
en El Colombiano, oct. 10)