La oralidad, como lo afirma Paul Zumthor (1991: 10), es un fenómeno tan antiguo
y universal como la humanidad misma, al cual muchas civilizaciones arcaicas y
marginales, del pasado y de nuestros días, deben su supervivencia, y en este sentido
la oralidad ha cumplido un papel sencillamente vital desde la erección misma de la
cultura hasta nuestros días. En lo que tiene que ver con los orígenes del pueblo antioqueño
–ágrafo y rural–, la oralidad significó la supervivencia para nuestros ancestros
de siglos pasados, cuando ni siquiera había en Antioquia escuelas donde estudiar las
primeras letras; también significó la supervivencia en la ciudad para los campesinos
que migraron a Medellín desde los distintos municipios del departamento a lo largo
de la primera mitad del siglo XX, quienes gracias a la oralidad perpetuaron mucho
de su vida campesina, mantuvieron vivos sus lazos de comunicación, permearon la
cultura urbana y lograron sobrevivir en una urbe adversa a pesar de las dificultades
(Villegas, 1993: 111); y aún hoy, a pesar del avance tecnológico, la oralidad sigue
siendo forma de cohesión, comunicación y supervivencia para el campesino antioqueño1
quien, al igual que hace cincuenta años, es obligado a migrar del campo
a la ciudad a causa del abandono estatal, de la exclusión social y de las múltiples
violencias de que es objeto en la actualidad.
En tanto fenómeno oral, la trova antioqueña es una forma de poesía que al tiempo
que es elaborada y cantada a viva voz por el trovador, es escuchada por el público, ya
de manera directa –si éste se halla en el sitio donde tiene lugar la performance– ya
de manera indirecta –si la recibe a través de la radio, la televisión u otro medio me-
1 La profesora Consuelo Posada Giraldo en su artículo “Radio y cultura popular en Colombia” (1995) desarrolla la tesis de la presencia de una oralidad presente en los migrantes campesinos llegados a Medellín en las últimas décadas del siglo XX.