El primer carro que hubo en Colombia rodó en Medellín

El 19 de octubre de 1899 es una fecha central en la historia colombiana: ese día rodó por las calles de Medellín el primer automóvil que hubo en el país. Horas después estalló la Guerra de los Mil Días.

Carlos Coroliano Amador Fernández fue el que llevó a la capital de Antioquia, procedente de Francia, el primer carro que rodó por las tierras colombianas.

El 19 de octubre de 1899 es una fecha central en la historia colombiana: ese día rodó por las calles de Medellín el primer automóvil que hubo en el país. Horas después estalló la Guerra de los Mil Días.

Innovar es un verbo que el diccionario define como “Mudar o alterar algo, introduciendo novedades”. Lo curioso es que en Medellín la innovación es una tradición.

Así lo reconoce The Wall Street Journal, con base en un estudio de El Urban Land Institute (ULI), donde se afirma que “pocas ciudades se han transformado como lo ha hecho Medellín. Las tasas de homicidio han caído en un 80 por ciento entre 1991 y 2010. La ciudad construyó librerías públicas, parques y colegios en zonas pobres”, señaló el ULI en un comunicado.

Uno de los nombres ligados al empuje que ha caracterizado a los paisas es el de Carlos Coroliano Amador Fernández (Medellín, 1835 – octubre 13 de 1919) el hombre que llevó a la capital de Antioquia, procedente de Francia, el primer carro que rodó por las tierras colombianas.

El curioso artefacto de color rojo se estrenó el domingo 19 de octubre de 1899. Era un último modelo de la marca francesa Dion Bouton, de combustión por gasolina e iniciación con manivela, arranque por cadenas que lo movían a jalones y se varaba a trechos. Tenía capacidad para 3 personas (la gente decía que era para cinco: tres encima y dos empujando) y su velocidad máxima era de 25 kilómetros por hora.

La crónica de Hernando Guzmán Paniagua recuerda que “ese domingo a la salida de la misa de 12, la gente corrió, los caballos se desbocaron y el cura echó bendiciones, cuando Coriolano pasó frente a la iglesia de La Candelaria en el coche conducido por un chofer francés de apellido Tissnés, quien importó el carro con 7 galones de combustible. Horas después estalló en Medellín la Guerra de los Mil Días y entonces la gente dijo: El caballo del Demonio trajo la guerra”.

“Amador materializa la imagen de progreso de los medellinenses, que abrimos caminos y vencimos la selva, para ser los mejores ciudadanos del país, concepto que data de la mitad del siglo XIX”, señala Víctor Ortiz en su tesis sobre Coroliano Amador y la construcción de imaginarios de progreso en Medellín.

Amador desempeñó un papel protagónico durante la etapa preindustrial colombiana, puente de unión entre los siglos XIX y XX. Con múltiples empresas, producto de su espíritu visionario y emprendedor, contribuyó en gran medida al desarrollo económico del país. Pero, en su tiempo, las opiniones sobre él no fueron unánimes, como lo deja entrever su sobrenombre de “El burro de oro”.

Fue accionista principal de la Sociedad Minera El Zancudo, que en el decenio de 1880 ya era la empresa más grande de cualquier tipo que hubiera existido hasta entonces en Colombia: sobrepasaba a la Ferrería de Pacho, la empresa textilera de Samacá, la Cervecería Bavaria y la Ferrería de Amagá. En 1887 logró una producción mensual sin precedentes de 68 libras de oro y 53 de plata, con 1200 trabajadores directos, más de 300 muías y cerca de 70 minas en explotación.

Coroliano Amador también era el hombre fuerte de otras empresas, como las que construyeron el puente de Jericó sobre el río Cauca (Puente Iglesias), la plaza de mercado cubierta de la calle Guayaquil, la vía carreteable de Santa Elena que comunicó a Medellín con Rionegro, los diferentes acueductos y alcantarillados de Medellín, y de numerosos negocios en urbanización e importación de mercancías.

Emprendió, además, el montaje de haciendas cafeteras y trilladoras, una fábrica de chocolate y un banco, así como otras haciendas ganaderas en Jericó y Cartago.

En 1883, siendo director de la empresa minera Sociedad El Zancudo, gestó la creación de un banco propio que llegó a emitir billetes con la efigie de Amador y consolidar un importante capital destinado de manera exclusiva a atender las necesidades de sus empresas. El Banco del Zancudo funcionó hasta 1886, año en que el gobierno nacional ordenó la liquidación de todos los bancos privados. Los billetes de El Zancudo fueron quemados públicamente en la Plaza Mayor de Berrío.

En el Teatro Bolívar, que construyó con Pedro Uribe Restrepo, a fines de 1899 regaló a la ciudad el cinematógrafo de Edison. En una película de Lumiére de 3 o 4 minutos, con brincos y luz tenue, los espectadores corrieron despavoridos cuando se les vino encima una locomotora. Similar al origen del cinematógrafo en París o Londres, irrumpía la magia del cine en una capital aislada del mundo como Medellín. Coroliano introdujo también el primer telégrafo, en ese momento un adelanto más militar y estratégico que comunicacional, para comunicar a Medellín con Rionegro.

Estando en España en 1886, Amador ofreció un tributo a la familia real por el nacimiento del rey heredero Alfonso Décimo, abuelo del rey actual Juan Carlos y fue recibido a comer en el palacio real de Madrid. Detrás de eso estaba el regalo: una sopera de trece kilos de oro, de la Mina El Zancudo. Algunos aseguran que está en la sala de platería del Museo del Prado. Se dice también que Amador compró en Europa el título de Marqués de Miraflores, de la Casa Borbón.

* La información biográfica sobre Carlos Coroliano Amador procede de la Gran Enciclopedia de Colombia, en un artículo escrito por Luis Fernando Molina.