Por Jessica Suárez
Buñuelos y natillas, una de las comidas navideñas tradicionales en Medellín. Foto: Cristina Valencia
En esta época decembrina hablar de celebraciones navideñas nos trae a la mente una variedad de platos como la natilla, los buñuelos, las hojuelas, la cena navideña y las fritangas que acompañan las celebraciones. Además de significar abundancia y derroche, estos platos nos hablan del fuerte deseo de compartir y regalar.
Aflojen sus correas y abandonen las dietas. En diciembre vamos a comer hasta reventar y a bailar hasta que nos salgan ampollas. En Medellín la Navidad es sinónimo de parranda y de “pecaditos” alimenticios.
Natilla, buñuelos, hojuelas, picadas de chicharrón y chorizo, asados, marranadas, sancochos y cenas de navidad y año nuevo. Comida por donde se mire o donde se vaya. Platos que podríamos clasificar en dos grandes categorías: lo dulce y lo frito, aunque no son excluyentes.
“Lo dulce está relacionado no solamente con la alegría, sino con la libertad y el jolgorio”, comenta Luis Vidal, antropólogo, que ha estudiado la sociología de la alimentación. Los aceites y las grasas, agrega, hablan de la abundancia, porque en las sociedades primitivas, por ser tan escasos, eran sinónimo de prestigio.
Según este experto, cada plato de navidad es la síntesis de nuestras matrices culturales: la europea, la africana y la americana. Mundos que confluyeron en un mismo lugar y que dieron origen a todo tipo de fusiones.
La natilla
Los dos mundos de la época de la conquista española se encuentran en esta receta tradicional: el maíz, del continente americano; la leche y el dulce, traídos por los europeos; junto con la canela, una de las especies de la India.
Hasta hace unos 20 años el proceso de hacer una natilla era bastante complejo. “Ya pocos saben hacer natilla tradicional, porque es muy laboriosa”, comenta Luis, porque las abuelas se tomaban el trabajo de comprar el maíz y extraerle la fécula. Luego, con paciencia, revolvían la mezcla en grandes pailas.
Ahora, con la mezcla lista en caja, en 20 minutos se prepara una natilla. Hacerla y comerla es lo habitual en las reuniones familiares. “La natilla es un referente a la amistad, es un regalo”, señala Luis Vidal, porque los dulces se regalan a la gente que se quiere.
Los que se voltean solos
A diferencia de la natilla, el buñuelo es una comida de todo el año, aunque tiene su origen en las celebraciones decembrinas. En la mayoría de panaderías de la ciudad se encuentra este producto, que no es un horneado sino un frito de maíz y queso.
“El buñuelo nuestro es un híbrido: es producto del encuentro de españoles, indígenas, con técnicas de cocción africanas”, explica el antropólogo, quien añade que el buñuelo representativo de Antioquia es el del municipio de Santuario, que se hace con maíz capio y que dura fresco por más días que el hecho con maíz común.
“El binomio buñuelo-natilla son dos harinas, para engordar y resistir el brete que hay que dar en Navidad”, dice Luis, así que, de alguna forma, este gran consumo de calorías ayuda a estar en pie durante tantos días celebraciones.
Platos fuertes
La marranada, que implicaba el sacrificio del animal, ha ido desapareciendo paulatinamente y otras tradiciones como la de hacer una cena navideña y de fin de año se han ido estableciendo.
“Uno ve a la gente comprando las bandejas de carnes frías y los pavos, unas carnes que son carísimas para el promedio de la población colombiana”, comenta Luis, quien dice que estas nuevas costumbres se han ido imponiendo desde el mercado y han sido todo un negocio para la industria de los cárnicos.
La cena navideña es una costumbre estadounidense que hemos ido adoptando, como muchas otras tradiciones de este país. El antropólogo considera que se ha vuelto algo de estatus, aunque no sea lo más rico.
Pero a fin de año la marranada sigue teniendo lugar, ahora con el animal que se compra muerto en las carnicerías. Luis Vidal, desde su análisis, dice que es una forma de celebrar todas las penurias que se pasan en el año o, también, es una forma de cerrar el ciclo de producción: “Trabajé 365 días para “marranear” a fin de año”.
Y al día siguiente otro plato es el protagonista: “El primero de enero se está institucionalizando como el día del sancocho”, apunta y explica que esta preparación se ha vuelto muy importante porque es una forma de afianzar los lazos de solidaridad y amistad entre los vecinos. “Es un preparado que demanda mucho cuidado, poca inversión y mucha diversión”, dice Vidal.
Vemos entonces que bien sea tras los dulces, los fritos, las cenas costosas o el sancocho en la calle, hay lazos humanos que se refuerzan en esta época festiva. Los kilos de más ya entrarán en los propósitos de bajar de peso para el año nuevo, pero en diciembre y en Medellín, es prácticamente un pecado rechazar las delicias navideñas a las que seremos convidados.