Fray Augusto
Todo tiene su tiempo bajo el sol, dice el Eclesiastés. El mismo Salomón sacó tiempo para escribir ese libro. El sol suele tomarse su tiempo para volverse noche. Nadie se muere la víspera.
Los magos tienen su gran día el 31 de enero, cuando celebran su aquelarre anual paralelo al cumpleaños de su patrono, Don Bosco, quien demostraba la existencia de Dios convirtiendo un pañuelo en paloma. La paloma no sólo es el logotipo del Espíritu Santo, lo es también de la paz. Y en sus ratos de ocio, es la jefe de relaciones públicas de la magia. Realiza todos esos oficios por un mismo salario.
Los magos son los desertores del sentido común. Se toman todos los escenarios que pueden para gritarle al mundo que son la parte ilógica de la realidad. O que ellos tienen su propia versión de la lógica. Encarnan la razón de la sinrazón. Viven en contravía del resto de los mortales. Son la contraria del pueblo.
Hace varios años, en Estados Unidos, magos sin escrúpulos revelaron muchos de los grandes secretos del arte. Esos detestables chistosos se especializan en revelar cómo Houdini, el escapista, volvía a la normalidad, después de desaparecer, “ametrallado” de cadenas.
En señal de protesta, en su momento me abstuve de ver por televisión los programas en los que se contaban intríngulis del oficio. Un conejo que sale de un sombrero, es un conejo que sale de un sombrero. Una paloma que sale de un pañuelo es eso. Y nada más.
Eso lo aprendí de niño cuando asistí por primera vez al circo que incluía en la nómina a un payaso de malas que cambió de profesión la noche que, en plena función, se miraba a un espejo sin espejo: el espejo se cayó y se rompió en pedazos. Arrancó tantas risas entre la aristocracia bajita de gallinero que de inmediato hizo el tránsito de payaso a mago.
Ese circo tenía en los payasos que cambiaban de oficio, en la mala suerte y en su pobreza, sus mayores atractivos. Felizmente, nunca tuvo plata para contratar los servicios de un enano. Se les habría crecido.
Nadie entre la “piernipeludocracia” (los niños) que frecuentábamos la carpa de aquel circo, nos atrevimos a dudar jamás, ni a indagar cómo los pañuelos se convertían en conejos, los conejos en confetis, los confetis en paraguas, los paraguas en un aguacero. La magia es la magia y dejémonos de vainas y de metafísicas.
Siempre celebré el hecho de que ninguno de los voluntarios que en su única visita a Colombia desapareció el mago gringo David Copperfield contó cómo es el asunto, o dónde estuvieron durante su fugaz eclipse. Eso es contribuir a dejar salir el mago Merlín que todos llevamos dentro en animada procesión. Contar cómo es el truco, sería tan traumático como si la mujer de nuestros sueños eróticos, Claudia Schiffer, por ejemplo, ex mujer de David, a quien otro más mago, le desapareció su bella alemana, decidiera pararnos bolas. En ese caso, el amor platónico e esfumaría como por ensalmo. Como la estatua de la Libertad cuando al viejo David le da por desaparecerla.
Menos mal que Don Bosco, patrono de los magos, pasó la mano sobre el universo mundo, le echó los polvos de la madre celestina, y nos hizo olvidar a todos aquel despropósito de los magos que revelaron secretos. Felicitaciones en su día. (Y desaparezco como por arte de magia a partir del próximo punto).