La logia de los crucigramistas

Por Óscar Domínguez G.

Resolver crucigramas es tan atractivo como aclarar un crimen perfecto. Los crucigramas tienen mucho de novelas de detectives. O de misterio. Para solucionarlos ayuda clonar las habilidades de Hércules Poirot, Sherlock Holmes, Hitchcock.

A Inglaterra le debemos el golf, Chaplin, el fútbol, el whisky, la gravedad, la anestesia, los gringos… y desde el siglo XIX también les adeudamos los crucigramas, subproducto de los acrósticos.

Su estructura actual, desde 1913, pertenece a los norteamericanos que también se tienen confianza para piratear inventos. En eso se parecen a los chinos, los gringos modelo 2013, unas hachas para copiar el talento ajeno. Y arruinar empresas.

La gimnasia mental que opera bajo el alias de crucigrama es sinónimo de ajedrez con palabras pues la acción se desarrolla en un escenario blanco y negro. En el ADN del crucigrama de “mece altanero” el ajedrez.

A veces conviene guiarse por la terminación de un infinitivo o de un participio. O por el ruido de una vocal o de una consonante al caer. Tres íes en alguna parte pueden significar que nos están proponiendo algo cuya respuesta es titiritero.
Tienen un encanto extraño: en las palabras cruzadas encontraremos voces que jamás volveremos a ver. Ahora, si retenemos su significado no sabríamos cómo utilizarlo en las próximas diez encarnaciones.
Copiándose de los crucigramistas, un envigadeño, el Cocacolo Restrepo, rebuscaba palabras insólitas en el Larousse y luego las soplaba en sus charlas con viejas.

Para él, una palabra exótica más, era una prenda menos en el paisaje femenino. Yo lo cariaba: si quedaba en ridículo, el desgaste era suyo. Si tenía éxito, yo también derivaba dividendos eróticos.
Un truco para resolver crucigramas es descansar y volver a la carga. O pensar en los huevos del gallo. El disco duro sigue trabajando y de pronto facilita la respuesta.
Dormir es otra solución. ¿Cuántos complejos y traumas no resolvemos después de descabezar un buen sueño y nos ahorramos la horizontalizada confesión ante el pupilo de Jung?
Cualquier crucigramista de preescolar puede descubrir hasta el grupo sanguíneo del autor, ese amigo que no hemos conocido pero que nos acompaña todos los días, como el viento y el azar.

Un crucigrama vale por diez libros de autoayuda. O de yoga. Y no hay que pronunciar el famoso OM, dos letras que suelen sacar de líos a los crucigramistas, palabra de doble faz pues retrata a quienes los hacen y a quienes los resolvemos.
Con la cultura que se adquiere despachando crucigramas no se puede conquistar ningún nirvana, pero ayuda a vivir plácidamente en tierra, que es de los que se trata. Imposible que un fanático crucigramista muera de estrés.

Además, es una opción para escurrirle el bulto al alemán aquel. Un crucigrama resuelto es un semestre más de memoria garantizada.
Un expresidente norteamericano es fanático del crucigrama de The New York Times. Su apellido es de siete letras y responde a esta definición: Tabaco en mano, este exmandatario, un zurdo muy diestro, convirtió en oral el despacho Oval de la Casa Blanca.

(www.oscardominguezgiraldo.com)