Los bares también resucitan

Fray Augusto
La noticia no puede ser peor para los rumberos paisas que peinamos canas: El viejo bar El Jordán, de Robledo, se hunde con las luces encendidas, tira la toalla. Hay fatiga de metal en su hoja de vida romántico-etílica.

bar el jordan medellinPero bueno, parece que sus días no están tan contados: el local fue adquirido por el municipio de Medellín que le dará una respiración boca a boca de 600 millones de pesos. Si no le corren, se puede venir abajo con un bolero o un tango que le canten cerca.

Nadie volvió a gastar en el viejo Jordán de los Burgos, un apellido tan familiar en Robledo como esa empinada falda que endurece las caderas y pantorillas de las bellas que taconean en su jurisdicción.

En la última etapa de su vida útil, boleros, tangos y música vieja fueron reemplazados por el monótono tas-tas de bolas de billar. Eso también es historia.

Donde funcionó el viejo café desde 1891, crecerá un parche para poner a circular la sin hueso, también llamada lengua en los textos de anatomía. Apúrense, señores.

Están suspendidos los encuentros y desencuentros amorosos en su ámbito. Pocón de rincones para acariciar y/o engañar novias, esposas o amantes por fuera de la Epístola de Pablo.

No más tertulias en la que mojaron la palabra iluminados como el panida León de Greiff, Arenas Betancur, Mejía Vallejo, sucesores de los arrieros que venían del occidente y parqueban allí la mulada.

Se silenció El Jordán por sustracción de clientes. Sin parroquianos no había cómo pagarles al último administrador, Raúl Burgos, de la dinastía de los fundadores, y al mesero de turno (cuando lo contrataban).

Ambos conocían la letra menuda, de edicto, de miles de enamorados medellinenses. Pero como los ascensoristas de Nueva York, nunca vieron ni oyeron nada.

No eran correveidiles, “ni delatores”, como el zurdo Cruz Medina que “vive” en el tango “Sangre Maleva”, de Larroca, que se podía escuchar allí. Burgos y los meseros eran ellos y sus secretos. Como los jardineros o mucamas del jet set internacional, podrían salir a escribir best-sellers con las historias que por allí pasaron. Pero eso sería faltar a la ética y a la estética del oficio,

El Jordán fue doctora corazón de miles de novios o esposos que se pelearon o se reconciliaron entres sus cuatro paredes. El piano o traganíquel hace tiempos entró en huelga de milongas caídas.

Como las paredes oyen, las que aun quedan de pie en El Jordán, se saben de memoria toda clase de historias. Pero son egoístas y se guardan el secreto. Oyeron todo en secreto de confesión. Esas paredes también tienen alma de ascensoristas.

Parrandero paisa que se respete luce en su prontuario veladas etílicas en El Jordán donde aprendió a bailar el Medellín del ayer y del antier.

Los más afortunados fueron engatusados alguna vez por muchachas de Robledo de apellidos Bustamante, White, Cambaz, Castaño, Duque, Arango, Arias, Roldán, Vásquez.

Para vencer la timidez y abordar a las hembras de Robledo hacíamos escalas técnico-etílicas en el Jordán para coger fuerzas, prosa, valor e inspiración.

El mundo se ha acabado muchas veces y ahí sigue. Ojalá suceda lo mismo con el Viejo Jordán que será convertido en punto de encuentro… Si el municipio finalmente se mete la mano al dril antes de que la casona se venga abajo. (Como prefiero a El Jordán altivo, no derruido, incluyo foto que le tomé cuando todavía estaba en pie, como un árbol centenario).

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