por Angie Palacio Sánchez* / Revista Semana
En Envigado, un municipio del Valle de Aburrá, viven cerca de 35 gitanos. Los últimos que luchan en Antioquia por la sobrevivencia de su cultura milenaria. Marta Gómez. Foto: David Estrada Larrañeta
Los primeros rom o gitanos que pisaron suelo antioqueño llegaron a principios de la década de los años cincuenta del siglo pasado, según investigaciones de las antropólogas Luz Estela Soto y Marcela Jaramillo.
Uno de ellos es Jaime Gómez, un santandereano de 67 años que desde pequeño recuerda haber viajado con su familia por pueblos y ciudades.
Jaime, o Frinka en su lengua gitana –romaní– y muchos otros rom, la mayoría procedentes de Venezuela y de otros departamentos colombianos, se hicieron famosos en los pueblos antioqueños porque al llegar instalaban sus carpas y aprovechaban los días de fiestas para comercializar pailas y caballos, mientras sus mujeres negociaban la lectura de la mano.
Los gitanos buscaron nuevos horizontes económicos y en la comunidad se pasó la voz de que el barrio Santamaría, en Itagüí, era una buena plaza. Allí llegaron en la década de los sesenta más de 300 personas provenientes de otras ciudades e, incluso, de otros países. Alrededor de 60 carpas constituyeron una de las kumpania (unidad social de agrupación gitana) más grandes del país.
Para los años noventa, ya Santamaría era conocido como el ‘barrio de los gitanos’. Así le decían los habitantes de Medellín que pasaban por el lugar y veían el gran campamento ubicado a un costado de la vía principal. En 1991, el periodista Ricardo Aricapa narró en una crónica cómo conoció hermosas mujeres que se reunían a bailar, mientras hombres esbeltos, muy bien vestidos y elegantes, cantaban rancheras a todo pulmón y hablaban en una lengua desconocida.
Allí Frinka vivió mucho tiempo e incluso conquistó a una paisa intrigada por su cultura. Marta Gómez es su esposa y la madre de sus hijos y se considera incluso más gitana que muchas que los son de nacimiento.
Hoy Santamaría todavía se conoce como el barrio de los gitanos y se convirtió en uno de los entornos más importantes en la historia gitana en Colombia, que no supera los 70 años. En ningún otro territorio tal número de miembros de la comunidad permaneció por tantos años.
Muchos vecinos recuerdan la llegada de los gitanos como aire fresco para el barrio. Les generaban interés porque no conocían sobre ellos más los estereotipos de las novelas. Los vieron vivir en carpas por casi dos décadas hasta que el plan de ensanchamiento vial los obligó a construir. “Lo hicimos legalmente. Nunca fuimos colonizadores. Compramos el lote y construimos nuestras casas con el sudor de la frente. El gobierno nunca nos volteó a mirar”, recuerda Jaime.
En Itagüí muchos gitanos cambiaron algunas tradiciones. Pasaron de vivir en carpas a casas que trataban de imitarlas. Algunos se casaron con gadzhis –mujeres no gitanas- como Jaime con Marta. Pero conservaron una identidad cultural propia que tiene una forma de organización social diferente, una lengua que los ha definido desde que salieron del norte de la India y sus propias leyes o kriss romaní, aunque respetan las del Estado colombiano.
Mientras luchaban con el imaginario que reprodujeron los cuentos y las novelas, los gitanos encontraron en Antioquia una cultura con la que se identificaron. “Tenemos mucho en común: el sentido de libertad, aquello de que no nos varamos, lo abiertos que somos a la llegada del otro, el amor por las familias, el amor por nuestras tradiciones…”, explica Frinka.
Ana Dalila Gómez Baos, integrante del Proceso Organizativo del Pueblo Rom Colombiano, reconoce a Antioquia como uno de los departamentos más importantes para los rom del país. “Históricamente ha habido una alianza fraterna con los paisas, porque tenemos muchas cosas en común: somos personas andariegas, amigables, negociantes, tenemos el valor de la palabra, las familias extensas. De hecho, el historiador Daniel Bernal escribió que el origen de los antioqueños proviene de 14 familias gitanas, aunque la teoría tiene muchos detractores”, señala.
Al final de los años noventa, la comunidad empezó a emigrar rápidamente del barrio debido a que sus oficios ya no eran bien remunerados. “Unos se desplazaron a otros departamentos y otros viajaron a países como Venezuela, Argentina, México y Estados Unidos”, cuenta Marta Gómez.
En la década pasada, los gitanos se volvieron invisibles para la sociedad antioqueña, a pesar de haber sido una cultura llamativa y colorida, referente en el departamento. En 2007 solo quedaban alrededor de 18 rom que vivían en Envigado. Jaime, su esposa y sus cuatro hijos eran parte de esta nueva kumpania liderada por Jaime. Sin embargo, este grupo vio una oportunidad para su cultura cuando el Estado los reconoció como grupo étnico, en 2010. Comenzaron a organizarse políticamente con ayuda del Proceso Organizativo del Pueblo Rom Colombiano, Prorom.
La Kumpania de Envigado dispone ahora de 35 miembros y ha recuperado visibilidad ante los habitantes del Valle de Aburrá. Este es el primer municipio colombiano que ha reconocido a los gitanos como patrimonio. Son los únicos de los 4.832 gitanos colombianos incluidos dentro de un plan de desarrollo.
Muchos de ellos no han vivido en carpas, ni han viajado de pueblo en pueblo. Las mujeres más jóvenes no han leído la mano y los hombres no han trabajado el hierro ni el cobre. Sin embargo, su respeto por su idioma, sus ropas, la kriss y muchas zakono –costumbres– los sigue guiando. “En estos últimos años hemos fortalecido nuestras tradiciones a través de proyectos culturales que nos permiten espacios comunes para hacer bailes, comidas y desarrollar artesanías, como las pailas de cobre. La gente ha empezado a reconocernos como pueblo, aunque ese proceso va a ser muy largo”, concluye Frinka.