Por Óscar Domínguez Giraldo
Hacer cola es un ejercicio que nos nivela por lo bajo. Es más erótico usar palillo de dientes o enhebrar una aguja que hacer cola.
No sé de instituciones que hayan encomendado a sus mejores cerebros el estudio de la cola y su relación con el inconsciente. O su impacto sobre el mal aliento y la inflación.
Por razones de pragmatismo -y porque hay que dejar huella de algo en este acabadero de ropa que es la vida-, me anticipo a los trabajos que seguramente harán sabios de Harvard o la Sorbona, e intento una aproximación al tema a través del siguiente desnutrido manual:
Cuando esté haciendo cola no proteste ni grite cuando alguien se cuele. Siempre habrá alguien más grosero que usted. Hay quienes tienen el adjetivo preciso para ultrajar al prójimo. Sobre todo cuando se trata de funcionarios que atienden mal detrás de una ventanilla.
Ahorre luz y agua. Y adjetivos. Los necesitará para redactar una carta de amor, o desamor. O una hoja debida.
En la cola, prepárese para prestar su bolígrafo, cuidarle el puesto al de adelante o al de atrás, y apreciar el video de la prosaica nuca del anónimo individuo que tiene delante. Báñese la nuca, pues la dejará en la retina de quien le cuida la espalda.
Siempre lleve un libro, revista, croché, rosario, ajedrez, crucigrama, para enriquecer la espera. Esos programas que pasan por el circuito interno de televisión en bancos y similares, no los ve un preso. Son repetitivos. Tiene infinitamente más poesía el tic tac del reloj de arena.
Se aprende más pelando un mango o haciéndole el pedicure a un ciempiés que mirando tales espacios. Mirándolos no se mata el tiempo: se le asesina.
Mientras hace cola, oídos despiertos. Ese individuo parlanchín que jamás volverá a ver, también tiene su historia. Sus historias. Donde menos se piensa salta el conejo de una buena ficción.
Parar la oreja sugiere el escritor italiano Antonio Tabucchi. No nos ha contado don Toño cuántos cuentos suyos salieron de una cola bien hecha. O de escuchar una ajena conversación por celular.
En la cola, la gente se extrovierte. A las primeras de cambio intercambia minucias con ese interlocutor-kleenex que en breve se volverá noche.
Es buena idea hacer cola en pareja. (Hay ideas peores). Usted coge una, su contraparte, la otra cola. Si los dos llegan al tiempo, no importa. Familia que hace cola unida…
Tome el ritual de hacer cola como un paseo de olla, pelota de números y pantaloneta en la cabeza.
Antes de hacer cola, devore algún capítulo del libro de Job, el manual de los impacientes. Así atenderá la cola con una buena dosis personal de paciencia. O de paz-ciencia, que es lo que se necesita en estos casos. Loor y gloria a quienes cobran por hacer cola por nosotros.