Por Oscar Domínguez
Cuando se levante con ganas de mejorar su hoja de vida turística, péguese su trotecito por la Bella Villa de Medellín.
Cualquier policía le cuenta que la “tacita de plata”, uno de sus alias, fue fundada el 2 de noviembre de 1675, por Miguel de Aguinaga y que el primer censo sumó “doscientos ochenta cabezas de familia, con más de tres mil personas entre chicos y grandes”.
Esos tres mil tomaron muy a pecho el mandato bíblico de crecer y multiplicarse. Hoy sueñan en sus predios 2.930.000 habitantes, dato oficial, gracias a elevadas tasas de natalidad que empiezan a bajar por culpa de ese televisor de pared llamado preservativo.
En sus inicios, cuando estaba de pantalón cortico, Medellín tenía ocho cuadras de largo por ocho de ancho. Hace tiempos, la ciudad se salió del cuero y ahora llega hasta Ríonegro, en el oriente.
El fallecido gobernador Jaime Sierra, en su bello libro “Diccionario Folklórico Antioqueño”, editado por la Universidad de Antioquia, cuenta que a la villa se le dio ese nombre en honor don Pedro Portocarrero y Luna, conde de Medellín, España.
Si el hombre desciende del mono, Medellín deriva su gracia (nombre) del romano Metello, fundador de Medellín, en Extremadura, España, y olé. Para continuar alardeando con la etimología, Metello viene de Misthios, asalariado, y éste de Misthós (jornal), o sea que Medallo, como le dicen coquetamente sus moradores, sería la ciudad de los asalariados, del desarrollo industrial. (Tal vez por lo anterior, en una charla con cualquier paisa, va la madre si no le plantean un negocio).
No es exageración de tahúr: en 1825, el cronista sueco Carl August Gosselman, de paso por el poblado medellinense, se amañó tanto que hizo este comercial gratuito para la posteridad: “Aquí debió quedar el paraíso”. Y regresó al frío Estocolmo donde escribió un exquisito libro, “De viaje por Colombia”, editado por el Banco de la República. No se encuentra ni en las librerías “agáchese” de ninguna ciudad.
VERBOS DE TODO EL MAIZ
Tranquilo: ni crea que en Medellín todo el mundo se despeluca por conjugar el verbo trabajar, trabajar y trabajar. Desde siempre, trabajar ha sido virtud y tara del pueblo antioqueño. Como los paisas de hoy prefieren vivir, diría que los verbos que consumen prioritariamente son: trabajar, rumbear y rezar, en ese desorden.
Alístese para disfrutar de un clima tan bueno que él solito sirve para demostrar la existencia de Dios quien pasa sus vacaciones en Medellín, otra socorrida hipérbole. Dios aprovecha sus vacaciones para llenarse de ideas porque es artículo de fe que hay cinco ideas por antioqueño cuadrado. Antes había cuatro. (Perdón por dejar salir el paisa sectario).
En Medallo la amabilidad es un estado del alma. (Otro infame epíteto que nadie debe pronunciar, es Metrallo, residuo de la nefasta época del narcotráfico que hizo hasta para vender. Ahora la ciudad es mundialmente como la ciudad del Cartel de la Cultura desde que se aprobó la Gramática que llevará su nombre con presencia de los altos heliotropos de la lengua española, empezando por un enemigo personal de los elefantes: el Rey Juan Carlos. Por eso no lo invitaron al circo).
La hospitalidad es la otra religión del pueblo de la “dura cerviz” que lleva “el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa”, como reza el Himno Antioqueño que tiene letra del “Loco” Epifanio Mejía y música del maestro Gonzalo Vidal. No hay montañero que desde sus primeros teterados ideológicos y patrioteros no haya aprendido a desafinar cantando el himno. (Del paso de Epifanio por el manicomio quedó esta perla filosófica: “Ni están todos los que son, ni son todos los que están”).
Si en agosto va a la Feria de las Flores, evento declarado Patrimonio Cultural de Colombia, a Colombiamoda, o a cualquier fiesta de las tantas que allí se realizan, lleve platica: los comerciantes que venden desde una salida hasta una puesta de sol, están preparados para cambalachearle su dinero por el mundo de cachivaches rebajados que ofrecen.
La consigna de los negociantes maiceros es: diviértase mientras lo dejamos sin un peso. Al comprar, no olvide conjugar el verbo barequiar, un deporte antioqueño que consiste en pedir rebaja hasta por dar un beso, o atravesar una calle.
En Medellín, un saludo, una sonrisa, un aguardiente, un juego de cartas, un bambuco, no se le niega ni al peor amigo. Ni al mejor enemigo.
Si es de los que mantiene celular directo con Dios, por misa no se preocupe: en la iglesia de La Candelaria, del Parque de Berrío, en pleno centro, hay ocho misas diarias, de 6am a 8pm, cantadas desde hace 35 años por el mismo Plácido Domingo, don Rigoberto Builes, de Angelópolis. Y le enciman todos los rosarios del mundo. Eso sí, cuente con que se encontrará limosneros en todas las puertas de la iglesia dispuestos a obligarlo a redistribuir su ingreso. Piden con tanta alegría, elegancia y seguridad que nunca se van a casa desplatados.
Para recargar las pilas de la buena suerte, lo espera Doña Bastante, la gorda de Fernando Botero situada en el mismísmo Parque de Berrío. Doña Bastante es sitio ideal como punto de encuentro, y para emparentarse con la buena suerte: rásquele el ombligo y cómprese así sea un quintico (fracción) de la más que septuagenaria y ahora florida Lotería de Medellín. ¿Aunque para qué más plata de la que uno se puede gastar?
UNA MUJER LLAMADA MEDELLIN
En una Feria de las Flores, la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía, impartió a la paisamenta (gentilicio de los antioqueños) la orden de gastarse parte del cerebro echándole un buen piropo a la ciudad.
El poeta español Quevedo y Villegas (1580-1645) utilizó la voz piropo “como requiebro, flores, palabra lisonjera que se dice a una mujer bonita”. La idea es darle a Medellín, a través del piropo el tratamiento de mujer bonita, o fatal, o novia, o amante, lo que sea. No solo en feria, cualquier día es bueno para piropiar la ciudad. Difícil encontrar a un colombiano tan dueño de su ciudad como un medellinense.
Las mujeres medellinenses bellas son por inercia, casi por vicio. Hay solteros perpetuos que vienen aquí a hacerse leer alguna epístola.
Además de sexapilosa, la mujer paisa es firme, amorosa, leal, romántica, celosa, brava y camelladora. Acompaña a sus amigos hasta el patíbulo y se ahorca con ellos.
Dese su rodadita por el viejo Guayaquil – Guayaco para los íntimos- , adonde solía ir el país paisa masculino a escuchar tangos, empinar el codo, perder la virginidad, o a pecar por fuera de la propia circunscripción matrimonial.
Como los antioqueños tienen la nostalgia por cárcel, en el Cerro Nutibara construyeron su propio pueblito paisa. Allí van a desatrasarse de saudades terrígenas
Prohibido NO montar en metro, ese “ascensor acostado” como lo definió certeramente un usuario de la llanura. Los antioqueños chicanean a morir con la “cultura metro” ya que a las demás ciudades apenas les alcanzó para Transmilenio.
En Medellín también hay metro con cargaderas o calzonarias: el metrocable que llega a las zonas empinadas de la ciudad.
Que no falten las escaleras eléctricas que trastean a los habitantes hasta las alturas de los barrios populares adonde no se atreven las águilas.
PROHIBIDO PROHIBIR
Por unos días, mande pa’ l carajo todas las dietas. Cuando vaya a Medellín, dele de comer a sus ganas con esa “segunda trinidad bendita” que cantó el poeta de La Ceja, Gregorio Gutiérrez González: “… salve, frisoles, mazamorra, arepa, con nombraros no más se siente hambre, no muera yo sin que otra vez os vea”.
El turista siempre tiene licencia para andar de pipí cogido con el calumniado colesterol.
Si pide una dirección, no sólo se la dan sino que corre el peligro de que le encimen una invitación a almorzar, o a tomar el “algo” que son las mismas once bogotanas, un alimento de menor cuantía antes de los grandes “golpes” gastronómicos, el almuerzo y la comida.
Los paisas hiperbólicos dicen que, por ley, debería ser obligatorio para todo colombiano visitar la capital maicera siquiera una vez al año. Cárcel para quien no lo haga.
Prepare el alma y el ojo para ver pasar silleteros que son Gandhis sin taparrabos que hacen la revolución a punta de flores. Nunca faltan los paseos turísticos a Santa Helena para ver armar las silletas en su salsa.
Llegue a Medallo ligero de equipaje. En los centros comerciales puede comprar ropa buena, bonita y barata pa’ todo el año. En Itagüí encontrará ventas de fábrica y de paso puede improvisar un bostezo: no en vano, cada año, todo un domingo, se convierte en la capital mundial de la pereza.
¿Prefiere el turismo filosófico? Visite la casa-museo Otraparte, de Fernando González, en Envigado, la tierra del amor, de la morcilla, también llamada rellena o “tubería negra”, algo así como un embutido de cerdo. En Envigado lo espera la calle del Trifásico con restaurantes para despachar todos los antojos.
En Envigado, llamado el Mónaco colombiano, le contarán que el filósofo y escritor francés, Jean Paul Sartre, candidatizó al Brujo González para el Nobel de Literatura, en la década del cincuenta.
Aproveche para pasar frente a la casa de la pintora Débora Arango y aterrice en el andén más famoso del mundo: el de Envigado, donde en menos de cinco segundos el mesero que lo atiende le conoce hasta el ADN.
En el exclusivo Parque Lleras del barrio El Poblado existe el único “fashion show”, diario y gratiniano, ideal para juntar ganas y quitarlas en casa.
Si va a Medellín y no da la vuelta a Oriente (Ríonegro, El Retiro, La Ceja e intermedias) simplemente no estuvo del todo en Antioquia.
¿Hay un tango en su pasado? En la calle 45 de Manrique, Vaticano de la canción ciudadana, le alivian esa nostalgia musical. Cualquier parroquiano le cuenta con pelos y señales cómo fue la muerte de Carlos Gardel en un accidente de aviación en 1935. Miles de personas tienen “restos” de la guitarra y del avión en que se mató Carlitos, como le decimos sus fans.
Un aguardiente estampillado o una tapetusa – trago hecho en casa- que se niega a aportar al fisco, no se le niegan a nadie. Si le quiere arrancar el tute, dado, dominó, parqués, póquer, fierro, o la 31, no lo busque más: En Medallo y alrededores le alivian esa angustia de tahúr que todos llevamos dentro.
JUNINIAR ES UN ARTE
Prohibido NO juniniar. Junín es la cédula de ciudadanía de la “Veya Biya”, otro de sus alias. Tiene ritmo de bolero. Le dan a uno ganas de bailarse un bolero amacizado con la avenida. De agarrarla a picos.
Muchos matrimonios nacieron de dos pares de ojos ociosos que se toparon en esa vía. Junín sirve para demostrar la existencia de la ciudad. (Allí conseguí mujer pa todas mis vidas).
En Junín no se camina: se escriben disparatados poemas con los pies. Junín es un jacuzzi de caderas femeninas en el ojo masculino.
En las cafeterías del sector, perros calientes condenados a la silla eléctrica de las parrillas, le ladran al apetito de los transeúntes.
Por supuesto, en la ciudad de la eterna primavera, otro de sus apodos debido a la excelencia de su clima, el viajero se topará con algún concurso de la trova. Los juglares se dan silvestres.
Por todo lo anterior, dese un duchazo en Medellín, una flor en el ojal de la parroquia paisa.