Los espacios urbanos, su gente y su naturaleza esconden un poco de la historia colombiana
Antes de viajar a Medellín, leí sobre sus tradiciones, los puntos de interés turísticos, y sus eventos económicos y sociales de impacto regional. Pero, ninguna lectura pudo anticipar las experiencias que viviría desde el instante en que puse un pie en el andén del Aeropuerto Internacional, José María Córdova.
De entrada, sorprende la enorme extensión territorial que la conforma, donde coexiste una diversidad de climas, naturaleza, comunidades y espacios urbanos. Eso se advierte tan pronto se comienza a bajar la montaña, donde está el aeropuerto principal (hay dos), en ruta al valle donde se concentra el área metropolitana.
Un fresquito agradable nos da la bienvenida y se mantiene a lo largo de los 45 minutos que dura el trayecto hasta el hotel Intercontinental, instalado justo en la zona de “El Poblado” -sector chic- desde donde se ve un panorama espectacular del valle sembrado de casas y luces en la noche.
A partir de ahí, todo fueron sorpresas. Descubrí una ciudad vibrante, moderna, que mira hacia afuera buscando el desarrollo y la sofisticación, pero que mantiene el sabor de sus costumbres. Así, disfruté de un concierto público que combinó la música de una orquesta sinfónica juvenil con “la danza” de los chorros de agua de una enorme fuente similar a la del hotel Bellagio, en Las Vegas; abordé uno de esos camiones coloridos a los que llaman “chivas”; visité un sector de familias marginadas donde se construyó un funicular como medio de transportación pública; disfruté de varios parques pasivos, del acuario y del jardín botánico y de un pueblo colonial que goza de un envidiable nivel de conservación.
Ahí también conocí a personajes como Ian Park, un geólogo canadiense que llegó a Colombia en busca de oro en 1983, estuvo diez años con una empresa minera y se fue huyendo de la violencia del país. Sin embargo, tras los cambios sociales y los esfuerzos de seguridad estratégicos, regresó el canadiense en 2003 al lugar que, según afirma, es el país donde más exploración de oro existe.
Ni hablar del culto por la comida y el café. La cocina tradicional, con sus arepas como plato particular, confeccionadas según la región; y la cocina moderna, que fusiona una rica diversidad de sabores, son atributos puntuales de la región.
Como parte de la visita, caminamos por los alrededores de las atracciones turísticas y por el centro de la ciudad. Nada como este ejercicio para tomar el pulso de la cotidianidad y ver que, por ejemplo, el país aún tiene una red de cabinas de teléfonos públicos, cosa que aquí ya casi no existen, y que algunos se paran en las aceras con decenas de celulares y venden los minutos al que lo necesite. A continuación, les cuento lo mejor de mi viaje a Medellín, Colombia:
Parque de los Deseos
Con este sugestivo nombre se bautizó la plaza donde se concentran las esculturas y figuras alusivas a los temas de astronomía, la energía, el agua y las telecomunicaciones, tales como fuentes de chorritos danzarines que emergen del suelo y en la que los chicos se divierten mojándose. También hay un reloj de sol y bancos hechos a la medida para acostarse a mirar el cielo.
Esta plaza tiene, en un extremo, el Planetario y, al otro, el Conservatorio de Música. Los interesados en el tema astronómico no deben obviar una visita al Planetario, coronada con una cúpula de 17.5 metros de diámetro en la que se observan proyecciones de la Tierra y el universo.
Parque Explora
Al cruzar la calle está este complejo de diversión y exploración al que no se puede dejar de ir. Tan pronto se cruza la boletería, en el exterior de los edificios hay estaciones en las que se puede jugar y retar las habilidades individuales o grupales como la pared para escalar, el péndulo gigante, la bicicleta estacionaria que al usarse mueve varias cuerdas y un aparato que al activarse mediante una palanca recoge y distribuye agua.
Uno de los edificios del complejo es el Acuario, en el que se exhibe una interesante variedad de peces a lo largo de las 25 peceras y los 580 mil litros de agua dulce y salada que las colman. Asombrará la belleza de algunas peceras de tamaño normal, repletas de peces, corales y plantas marinas. Otras lo dejarán boquiabierto por el tamaño de las peceras, que sobrepasan los 10 pies de altura, en cuyo interior hay árboles artificiales. En una de ellas habita el pirarucú, el pez de agua dulce más grande de Suramérica. Además de peces, allí podrá contemplar diversas especies de culebras, ranas, tarántulas y otras.
Jardín Botánico
Justo frente al Parque Explora, con sólo cruzar la calle, está el Jardín Botánico, cuya entrada es gratis para los niños en algunas épocas del año. Aunque está en una zona urbana, rodeado de carreteras y edificios, este pulmón verde ofrece tranquilidad tan pronto se pasa el umbral.
Aquí se aprecian cientos de especies de plantas y flores y hay un lago. Una de las colecciones más llamativas es la de las orquídeas, flor emblemática de Colombia, que se ubican en la Orquideorama, una enorme estructura de madera cuya arquitectura se inspira en formas orgánicas.
Metro Cable
Este funicular surgió como proyecto social que da acceso a más de medio millón de ciudadanos pobres que viven en los cerros o comunas. Son zonas de acceso complicado que este proyecto ha ayudado a mejorar. El propósito también era entrar a esos sectores dominados por la violencia y llevar programas sociales y educativos. Pero su carácter innovador -es el primer sistema de teleférico usado como medio de transporte público-, lo han convertido en un proyecto turístico que merece la pena visitar.
De camino a una de las dos estaciones donde se abordan las cabinas, se ingresa al sector Moravia, lleno de casas apiñadas, con puntos de reciclaje de cartón y chatarra, así como de vendedores ambulantes. En medio de ese enorme sector gris, destaca la moderna y reluciente estación del teleférico que se construyó hace seis años y que está inspirada en las estaciones de funiculares de un centro para esquiar en Suiza, según me contaron los guías.
En la estación Acevedo, abordamos una de las cabinas que llega desde lo alto de los cerros y que no se detiene. Para abordarlas hay que aprovechar cuando abren las puertas, mientras se mueve despacio sobre los rieles. Desde ahí, comenzamos a subir por encima de las casas de ladrillo y techos de zinc, las callejuelas, las plazas y las canchas, en dirección a la montaña.
Se puede observar no sólo la enorme dimensión de estas comunas, sino la dinámica social, y la distribución de los barrios. Cerca de ocho minutos más tarde, llegamos a la estación Andalucía, donde abordamos otra cabina para seguir subiendo hacia al Parque Arví, una reserva natural que todavía se está habilitando. El funicular ha disminuido el tiempo, de 50 a 17 minutos, que le tomaba a los residentes bajar de la cima.
Nos detuvimos en una de las calles de la comuna para degustar algunas delicias de la cocina más típica: buñuelos, arepas y una especie de dona caliente rellena de queso, a 10 centavos cada una. Ahí también probamos los mango viche, rodajas de mango aderezados con sal, pimienta y limón.
En la comuna visitamos, además, el Parque Biblioteca España, una estructura moderna que contrasta con la estética del lugar y que ofrece servicios de computadoras y programas educativos. Como esa, hay otras cuatro bibliotecas públicas que se han construidos en sectores muy pobres para contribuir al desarrollo del lugar.
Parque Lleras
Este es el sector para comprar de día y “janguear” en las tardes y las noches. En estas calles se respira un ambiente de modernidad, decenas de restaurantes con mesitas al aire libre y bares que se confunden con discotecas y tabernas con música en vivo. Es donde se concentran los jóvenes de Medellín cada fin de semana.
Lo interesante es que en las discotecas se juntan ritmos modernos como el reggeaton y la salsa con música del folclor colombiano como la cumbia y le vallenato, que los jóvenes bailan con el mismo entusiasmo.
En ruta a Santa Fe
Es un pueblo colonial que fue capital de Antioquia -región donde se encuentra Medellín- hasta 1826, a dos horas de distancia por tierra.
Camino a Santa Fe nos topamos con dos sorpresas arquitectónicas. Una, el moderno Túnel Francisco Gómez, de 2.8 millas de extensión y que toma cinco minutos recorrer. Mientras se transita dentro del túnel los conductores pueden sintonizar una emisora que da información del mismo y alerta sobre cualquier accidente.
Más adelante está un extenso puente colgante que se terminó de construir en 1895 sobre el Río Cauca. El Puente de Occidente, de 291 metros de extensión, fue declarado Monumento Nacional en 1987. Impresiona por su longitud, por las enormes torres que lo sostienen en los extremos, construidas en madera. Recientemente reforzaron el puente con metal. Para cruzarlo, sólo se permiten vehículos de hasta tres toneladas, así que se puede tomar un bicitaxi (diminuto vehículo de motor con una sólo goma al frente) o se puede tomar una de las dos vías para peatones.
Santa Fe de Antioquia
Al llegar a sus estrechas calles adoquinadas, nos recibió una escena de antaño: libras y libras de café secándose al sol sobre mantas desplegadas en la calle.
Llaman la atención aquí también casas y edificios construidos en ladrillo, techos de tejas, ventanas y extensos balcones adornados con balaustres de madera. Es agradable ver que el pueblo, de 8,000 habitantes, se ha conservado en excelentes condiciones. Lo recomendable en Santa Fe es caminarla, disfrutar su arquitectura y ver cómo la historia del pueblo se plasma en edificios como Templo de Nuestra Señora de Chiquinquirá, el Museo Juan del Corral, la Alcaldía y la Plaza Simón Bolívar.