Por Fray Augusto
La aldea global enloquece periódicamente con toda clase de desfiles en los que los mandamases de la moda deciden los chiros que habrá qué usar para que usted señora, usted señor, no esté más atrás que la semana pasada en asuntos de moda.
Veamos algunos de esos vestidos, según los va detallando una sutil voz femenina en esos desfiles en los que causan estupor mujeres de viento llamadas modelos.
Este vestido de Pepa Ucrós de Michelsen está inspirado en la conjunción de Neptuno con Marte, en los tacos o trancones y en nuestros ancestros indígenas. Lo adornan escuálidos canutillos hechos por artesanos nuestros y está animado de un concepto minimalista encaminado a vigorizar la mujer de hoy que ama la libertad y la independencia, así tenga que coquetearle a la anorexia y renunciar a las fresas con crema. El traje evoca, entre melancólico y nostálgico, ese pasado mágico de las mamás que viajaban en tranvía y creían que los besos embarazaban. Es ideal para llevar en una noche de locura, en un té en el Palacio de Buckingham, con o sin Reina Isabel, o en una suntuosa piscina bailable para celebrar la corrida del catre de un traqueto…
A tono con la cultura zen y los besamanos palaciegos en tiempos de Santos es este traje de Floresmiro Ayerbe que invade la pasarela con la soltura y la esbelta fluidez de un potro (“atropellados, por la pampa suelta”) , de una etérea mariposa de Silva, o de un cocuyo – EPM en miniatura- de Robledo Ortiz. El 97.5% del entramado fue cosido a mano por delicadas y frágiles colombianas hechas para inventar y enaltecer el asombro, desafiar y enriquecer la fatiga. El resto del traje también es fruto del talento heredado por los arrieros que transportaron a lomo de mula los pianos de cola para las solteras perpetuas de Envigado. Aconsejable para lucir en el matrimonio de la peor amiga que se quedó con el novio…
No podía faltar esta muestra de la diseñadora ruso-franco-italo-inca-colombo-checa-lituano-boyaco-montebellense Coco Donatella Vélez. Varias nacionalidades y talantes se unen para hacerle un homenaje camuflado a nuestras fuerzas armadas y, de paso, resaltar las caderas y el perfil griego de la modelo, entallando preciosamente el cuerpo, resaltando el color mate de los ojos que lleva puestos hoy, el verde esmeralda del sombrero hecho de hojas secas de yarumo y algarrobo, y el rojo saldo bancario de quien pagará el traje, vale decir, el marido que debe estar en Londres comprando en Harrods para su amante, y en Mark & Spencer para su esposa.
La pasarela vibra con este vestido fabricado para “novias de caídas líquidas, es decir, aquellas que fluyen y se desgonzan, muy etéreas y volátiles”. (Con nuestro sentido pésame para el enamorado de esta novia que poco promete para la luna de miel)…
Para terminar, veamos ahora un homenaje a las máquinas Singer de las abuelas que en alguna forma abrieron el camino a eventos como este que son orgullo nacional. Esas máquinas de doble pespunte que inventó en 1846 el circuncidado señor Isaac Singer que no daba puntada sin dedal, se encargaron de coser la típica colcha de retazos con las que se aprovechaba la ropa que ya habían utilizado catorce hijos y cuarenta nietos. La colcha, bueno, la idea, porque escrito está que nadie sabe para quien trabaja, ha sido revivida en esta oportunidad por la aguja iluminada de Nefertitis Preciado, para darle estatus a la nostalgia con base en brocados y satines que han hecho grande esta pasarela. (El último que salga, por favor, apague la luz).