Por Óscar Domínguez G.
La primera noticia de la que tengo memoria la escuché a los tres años en una destartalada radio de pedal: “El mundo se va a acabar”. La radio era al mismo tiempo radio, televisión e internet, el cachivache que no figuraba en la cabeza del más audaz Julio Verne enrazado en Bill Gates.
La noticia radial no precisaba si el mundo se acababa en la mañana o en la tarde, o después de que pasara el último tren a ninguna parte. ¿Esperaría siquiera a que se me alborotara el complejo de Edipo? Se supone que el último que quedara vivo apagaba la luz. Finalmente, la vida siguió su marcha. Fue un falso positivo.
La noticia me importó la diezmillonésima parte de un carajo. Ignoraba qué era el mundo. La voz fin tampoco figuraba en mi disco duro. No se llamaba así ese purgatorio donde archivamos las cosas útiles. Y las inútiles que le quitan espacio a las que sirven para algo.
(Antes de que el mundo agarre el sombrero y se vaya, les tengo propuesta a los interesados en labrarse su propia inmortalidad: ideen un mecanismo o menjurje que, insertado, tomado en pastillas, en gotas, o untado en el esternocleidomastoideo o en la silla turca, nos permita borrar la basura informativa que nos sigue a todas partes, como la espalda, el rencor o la sombra cuando calienta el sol).
Cuando escuché la noticia del fin del mundo, mi léxico cabía en la punta de un alfiler. Tal vez por eso era aceptablemente feliz. Además, algo me ladraba en mis entretelas que la niñez es la época en la que somos inmortales. Nadie piensa en la muerte. Después puede ocurrir cualquier cosa. “Por lo que potes potinges”, como dicen mis tías, tengo listo el seguro exequial.
Ese primer fin del mundo lo viví hace 64 octubres. Se ha acabado tantas veces desde entonces que si se produce, le pasará lo que al pastorcito mentiroso cuando empezó a disparar verdades: nadie le creyó. Desengañado, tuvo que regresar a sus ficciones. Y se volvió columnista.
Ahora, no es serio acabar el mundo un viernes 21. Las malas noticias se deben dar los domingos que todos tenemos las defensas bajitas. O un inofensivo sábado cuando el chip de la pereza está activado. Mejor si se produce durante un monótono puente Emiliani.
Este año le atribuyeron equivocadamente el final a los mayas que no tienen posibilidad ni interés en rectificar. Hicieron bien su tarea. Disfrutan su eterno sabático en sus plácidos cementerios.
La que nos ocupa es una noticia recurrente como el punto sobre la jota, la celulitis de las reinas en noviembre, el matrimonio natilla-buñuelos en diciembre, los corruptos todos los días.
Tengo razones para dudar de que el mundo se acabará mañana. Si ocurre finalmente, habría perdido el tiempo garrapateando estas líneas. ¡Qué vaina! (www.oscardominguezgirlado.com)