…y por qué Medellín es el paraíso con dirección postal
En Antioquia no nacemos: nos desocupan. Lo primero que nos echan encima no es un pañal, sino una carreta. Porque aquí, el que no sabe echar cuento termina de portero en un teleférico varado, y eso cuando hay suerte.
Si Dios decidiera tomarse unas vacaciones —y está en mora de hacerlo—, se vendría pa’ Medellín con toda la corte celestial, y las once mil vírgenes, que aquí pueden caminar tranquilas. En la Bella Villa, la amabilidad es un vicio, la hospitalidad una religión, y el buen humor… ese sí es peor que el vicio del aguardiente. Medellín no es la sucursal del cielo: es el cielo con buñuelo, natilla y chicharrón con arepa.
Mi abuela, que no sabía inglés pero sí “hablar bonito pa’ convencer”, decía: “El paisa no miente: acomoda la verdad, que suene más presentable”. Y así es: pregunte por una dirección y, además de explicársela, lo acompañan, lo invitan a almorzar y, si se descuida, lo terminan presentando como yerno potencial.
Aquí el carretazo es deporte olímpico. Un taxista le cuenta un trancón con tanto adorno que uno termina diciendo: “Pues que no se acabe, vea qué historia tan buena”. El político paisa promete puentes donde no hay ni charco, y lo dice con tanta seguridad que uno empieza a buscar el río en Google Maps.
En Medellín se le da de comer al ojo: las paisas son pispas, y si no son pispas, son amañadoras; y si no, mínimo le enseñan a jugar parqués, dominó, póker o zanahorio parqués (que nadie sabe bien qué es, pero todo el mundo jura que juega). Un aguardiente estampillado no se le niega a nadie, y si está caliente… tampoco, porque aquí el frío se espanta a sorbos.
El clima es una primavera que se quedó a vivir. El sol calienta sin incomodar y cuando se emberriona, Max Enríquez Celis le baja el volumen al mono Jaramillo —que es el sol, no el cantante—. Y sí, se puede hablar de Medellín sin meterle narcocharla, vea que sí.
Así somos los antioqueños: echadores de carretas profesionales, fabricantes de ideas, expertos en invitar a café, en despedirnos tres veces y en decir “no más” cuando ya vamos por la tercera botella. Aquí la tragedia se vuelve chiste, y el chiste, cuento largo (pero sabroso).
Y le advierto: lo estamos invitando con toda la buena intención… para que se amañe, se ría, se llene de ideas y, si se deja, termine casado con una paisa… o por lo menos debiéndole algo. Porque aquí el que no cae, resbala; y si no resbala, es porque ya está recostado, tomando tinto con galleta Noel en alguna sala ajena, opinando de política como si fuera ministro y pidiendo otro pedacito de quesito pa’ rematar.