Me preguntó por estos días un vecino que apenas conocía, que de dónde era yo. Le di a conocer mi nacionalidad colombiana y de inmediato le brillaron los ojos y sonrió con alegría incontrolada. ¡Medellín! exclamó de inmediato. Y fíjense lo que me dijo: “si pudiera me iría ahora mismo a vivir a esa ciudad”. Acababa de regresar de allí.
El joven que por su porte, ubicación residencial, auto deportivo, atuendo y actuaciones revelaba ser un hombre de negocios no paró en elogios hacia lo que en mi país llamamos “la bella villa”, una hondonada que también conocemos como el Valle de Aburra, llena de bondades de Dios. Tanto que en un arrebato de orgullo que no escatiman los paisas, la letra de un bambuco termina diciendo que “Dios es Antioqueño”.
Descubrí en el brillo de los ojos de mi interlocutor y en lo que poco a poco me fue contando que las “paisas” lo habían casi enloquecido. No hay como esas muchachas, que exhalan vida, hermosura, donosura, genio, figura, calidez. Ese dejecito al hablar, cadente, arrullador, melódico. Esos cuerpos esculturales que cultivan con dedicación al punto de haberse convertido en las mejores modelos del país y en auténtico producto de exportación que engalanan las portadas de muchas revistas de Nueva York a París, enloquecieron a mi vecino. “Si pudiera me iría ahora mismo”. Que tal.
Pues tiene la razón y no es el primero que lo dice. Mi nuevo vecino, cubano con pinta ejecutiva, habló y habló sin parar, de Medellín como ciudad encantadora, de la calidad humana de su gente, de la famosa plaza de esculturas de Fernando Botero, del Metro más aseado y querido del mundo por sus usuarios, de las montañas, la flores, del desarrollo urbanístico, pero sobre todo, de las paisas.
Paisa, antes de continuar, se llama a los … antioqueños, es decir oriundos del Departamento de Antioquía que es la zona más industrializada del país, creadora de riqueza, sede de grandes fábricas de textiles que han permitido el desarrollo de la moda colombiana. Lo digo para los pocos que desconozcan esa tierra promisoria. Paisas o paisanos. Y ellos lo aceptan sin la menor repulsa. Otra cosa son las paisas. Hay que verlas, hay que hablar con ellas, hay que verlas caminar. Tengo muchas razones para decirlo. Mi esposa Luz Elena es paisa. Y de las bellas. A mí me pasó lo del amigo cubano. Por ello lo entendí fácilmente.
Con razón el fenómeno que se ha dado aquí en Miami, en donde infinidad de matrimonios están conformados por paisas y cubanos o al contrario. Quizás por ello la integración que poco a poco ha ido germinando entre ambas comunidades. Como también ocurre con otras mezclas de amor. Además, se las ve en programas de televisión, como presentadoras, animadoras o modelos, en los periódicos, en las revistas de moda. Como también en encantadoras embajadoras de la belleza de los distintos países. Ni más faltaba que fuera a desmeritar a las demás. Lo que pasa es que no había visto un caballero más ansioso e impresionado por las de Medellín, que el hombre de mi historia.
La ciudad de la eterna primavera, es otro de sus apelativos. Hay quienes sólo la recuerdan por el narcotraficante Pablo Escobar, sus bombas, su guerra contra la sociedad. Pero los paisas todos, con ellas a la cabeza, se han encargado de ir borrando esa imagen del pasado. La ciudad ha recobrado su vitalidad, su tranquilidad. Los centros universitarios en los que es pródiga, con centenares de jóvenes graduándose anualmente en las más diversas profesiones, científicos que se han convertido en pioneros de fundamentales avances, líderes de … la industria y el comercio que contribuyen notablemente a la posición económica del país, presidido por uno de sus hijos, el Presidente Alvaro Uribe Velez.
ImagePero lo más preciado y que tiene a punto de trasladarse a Medellín a mi vecino y quien sabe a cuantos más, las hermosas paisitas. Eh… ¡Ave María pues!
Por Eucario Bermúdez
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