SIQUIERA SE MURIERON LOS ABUELOS
Hubo una Antioquia grande y altanera
Un pueblo de hombres libres.
Una raza que odiaba las cadenas
Y en las noches de sílex,
Ahorcaba los luceros y las penas
De las cuerdas de un tiple.
Siquiera se murieron los abuelos
Sin ver cómo se mellan los perfiles.
Hubo una Antioquia sin genuflexiones,
Sin fondos ni declives.
Una raza con alma de bandera,
Y grito de clarines.
Un pueblo que miraba a las estrellas
Buscando sus raíces..
Siquiera se murieron los abuelos
Sin ver cómo afemina la molicie.
Hubo una Antioquia en que las charreteras
Brillaban menos que los paladines.
Una tierra en que el canto de la cuna
Adormecía también los fusiles.
Una raza con sangre entre las venas
Pero sin sangre niña en los botines.
Siquiera se murieron los abuelos
Sin ver los cascos sobre los jazmines.
Hubo una Antioquia en que las hachas eran
Blasones de la estirpe.
Una tierra de granos y espigas,
De cantos y repiques.
Una Antioquia de azules madrugadas
Y tardes apacibles.
Siquiera se murieron los abuelos
Sin sospechar del vergonzoso eclipse.
Hubo una Antioquia en que la Cruz de Cristo
Llenaba el corazón de los humildes,
Una tierra en que el pan era sin llanto,
Y el calor de hogar sin cicatrices.
Siquiera se murieron los abuelos
Frente a la dulce paz de los trapiches.
Hubo una Antioquia donde la esperanza
Medía su estatura en las raíces.
Una raza de hombres que ignoraban
La blanda sumisión de los rediles.
Un pueblo de Patriarcas
Con poder en la voz, no en los fusiles.
Siquiera se murieron los abuelos
Sin ver la omnipotencia de los alfiles.
Hubo una Antioquia de mineros fuertes,
De arrieros invencibles,
De músculos que alzaban el futuro
Como vara de mimbre.
Una raza enfrentada a la montaña
Con tesón de arrecife.
Siquiera se murieron los abuelos
Sin la sensualidad de los cojines.
Hubo una Antioquia donde la alegría
Retozaba en los ojos infantiles.
Un pueblo que creía en las campanas
De las torres humildes,
Y respetaba el grito de la sangre
Y la virginidad de los aljibes.
Siquiera se murieron los abuelos
Creyendo en la blancura de los cisnes.
Hubo una Antioquia de himnos verticales,
De azadas y clarines.
Un pueblo que veía en las estrellas
Dorados espolines,
Y le rezaba a Dios, mientras la luna
Templaba la nostalgia de los tiples.
Siquiera se murieron los abuelos
Con esa muerte elemental y simple.
NOTA BIOGRÁFICA
Jorge Robledo Ortiz (1917-1990) fue un poeta periodista colombiano. Nació en 1917 en Santa Fe de Antioquia y falleció en 1990 en Medellín. Inició estudios de ingeniería, que más tarde sustituye por los de Periodismo y Letras (cursados en España). Sirvió en el Cuerpo Diplomático colombiano como Embajador en Nicaragua y ejerció diversos cargos públicos en los ministerios de Educación y Relaciones Exteriores. Ejerció el periodismo en rotativos de Cali, Medellín y Bogotá. Poseía numerosas condecoraciones otorgadas por instituciones cívicas y culturales, tanto nacionales como extranjeras. Hombre cristiano, de educación jesuítica, fue laureado como “poeta mariano” con solemne ceremonia en la Catedral Metropolitana de Antioquia.
Ganó numerosos certámenes. Presidió numerosas justas poéticas y Juegos Florales. Correspondía a la vieja imagen decimonónica del rapsoda popular, declamando en audiciones de radio y grabando en disco sus propios poemas. Su poesía, emotiva pero sin exceso de artificio retórico, afín a la de otros vates del pueblo como Gutiérrez González y Epifanio Mejía, gozaba de excelente acogida pública. Se distingue por la exaltación a su amada región antioqueña, a sus gentes y tradiciones; por la repulsa a crueldad y despotismo. Ello le valió el honorífico apelativo de “Poeta de la raza.” Posee también abundante creación de tono intimista y sentimental. El volumen Barrio de Arriería presenta una antología de sus mejores poemas.fue un personaje importante en la literatura.
Fue, además, autor de la letra del himno del departamento del Quindío, ubicado en la región andina colombiana.