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Francachela paisa de fin de año

" MARRANADA DECEMBRINA"
Por JULIÁN ESTRADA


Es un hecho que diciembre es el mes de los aromas. El día de los alumbrados tiene su aroma. La armada del pesebre y el pesebre en sí mismo tienen su aroma. De la pólvora ni se diga. El papel de aguinaldo tiene su aroma. Los globos antes de salir lo tienen, y cuando caen, mucho más. El aroma del árbol de Navidad es inconfundible. Ahora bien, en cuestión de aromas, la comida decembrina no tiene par y, sin lugar a dudas, en este asunto se gana el premio el aroma que desprende el helecho, el día que una familia paisa decide que el marrano no vuelva a respirar.

Y es en este punto donde queremos detenernos, pues consideramos que “la marranada decembrina paisa” es un acontecimiento sui géneris, del cual mucho se ha dicho, poco se ha escrito y mucho menos se ha reflexionado sobre él. Vamos por partes: en el mundo occidental -judeocristiano- la Navidad se celebra de diversas maneras, muchas de las cuales se han arraigado entre nosotros, desconociendo su verdadera significación (Santa Claus-árbol de Navidad). Sin embargo, lo importante es que dentro de nuestra cultura religiosa, alumbrado, novena, pesebre, aguinaldos y reyes magos, son manifestaciones que poseen significación propia, variando su importancia, no solo de país a país, sino también de región a región, celebrándose de manera específica en cada una de ellas, y teniendo todas, como regla general, un abundante acompañamiento culinario típico de la zona. En otras palabras, la Navidad en el mundo entero, contraria a la Cuaresma, corresponde a una época de proliferación culinaria institucionalizada.

Antioquia no es la excepción, pues llegada la Navidad la cocina paisa se alborota, convirtiéndose en auténtico taller de múltiples manjares, muchos de ellos de presencia cotidiana durante todo el año, los cuales, gracias al halo esotérico de la Navidad, toman sabor diferente durante estos días (arepas, buñuelos, morcilla, chorizos), además de otros tantos cuya presencia es exclusiva a la temporada decembrina (natilla, hojuelas, frutas en almíbar, ponqué negro).

Ahora bien, además del preámbulo que significa la natilla en esta época, lo más representativo de la culinaria navideña paisa es la muy afamada marranada. Seleccionado el día, la familia entera y muchos más, entran en un ritual ‘etílico-gastronómico’ sin parangón en el contexto de costumbres manducatorias en nuestro país y el resto del mundo. En efecto, mientras en otras partes de Colombia la Navidad se celebra alrededor de gallina, pavo, chivo y tamales, acá en Antioquia, cual chinos y romanos, nos devoramos el marrano haciéndolo desaparecer de cabeza a cola, como si fuésemos descendientes directos de los pueblos mencionados y con quienes, a la hora de la verdad, lo único que nos une es el apetito que le prdeesamos al animal en cuestión. Vale la pena preguntar entonces: ¿de dónde acá la costumbre paisa de sacrificar marrano el día que nace el Niño Dios? Y, aún más, ¿cómo es eso de que el marrano, animal símbolo de la impureza y la suciedad y con el desprestigio de contaminar a quien lo prueba o toca, lo convertimos de buenas a primeras en derenda divina?

Si bien doña Sofía Ospina de Navarro y don Tomás Carrasquilla escribieron -cada uno con su profundidad y estilo- memorables páginas sobre la vida cotidiana antioqueña, necesario es aclarar que ninguno de ellos responde en sus escritos las dos preguntas anteriores. Revisamos igualmente a don Benigno Gutiérrez y el asunto fue en vano. Consultamos al señor Agustín Jaramillo Londoño en su Testamento... y nada. Acudimos al especialista del folclor en Colombia -Guillermo Abadía Morales- y ningún comentario al respecto. Averiguamos en los escritos del sabio de Sonsón -Panesso Robledo- pero este de marrano no se unta. López de Mesa solo habló de la sardina. En cuanto a Gabriel Giraldo Jaramillo, su especialidad es la alimentación indígena antioqueña. Así las cosas, nuestra averiguación se limita a lo siguiente:

Día del sacrificio
1) Según Maguelonne Toussaint-Samat, la familia de los suidos, a la que pertenece el cerdo, apareció en la tierra en el primer período de la era terciaria; en el momento en que los mamíferos empezaron a diversificarse, cabe hablar de un cerdo en el norte del Mediterráneo, localizado en España, Francia y Grecia, pero también en el este, en Persia.

2) El cerdo es introducido en América por las islas del Caribe y, según los especialistas, esto acontece en el segundo viaje de Colón.

3) Las primeras piaras de cerdos que llegan a Antioquia entran por el sur, provenientes del Valle y acompañando las huestes de Robledo.

4) En cuanto a la relación cerdo-religión, debemos mencionar el día de San Antonio, cuya festividad es el 17 de enero, y en Francia se le considera el patrón de los chacineros (especialistas en carnes preparadas de cerdo), mientras que en Antioquia paradójicamente es el santo que se invoca para conseguir novio.

5) Si bien en España se celebra en el campo la iniciación del año culinario con una matada de marrano cuyas características son muy similares a la nuestra (efectuándose indistintamente entre noviembre y febrero, pero jamás 24 o 31 de diciembre), llama de manera muy especial nuestra atención lo que acontece en Francia, durante las fiestas del martes de Carnaval. Transcribo literalmente del libro de Toussaint-Samat: “La matanza del cerdo fue hasta antes de la guerra la gran fiesta de las provincias francesas. El día del sacrificio es en todas partes una fecha importante de la vida social. La petición de colaboración a los parientes y vecinos se hace bajo la fórmula de cortesía de una invitación a cenar. En todas las casas se produce una revolución en que las mañanas se inician con los gritos desgarradores del héroe de la jornada. En todos los corrales de las granjas, una hoguera calienta desde el alba ollas de agua destinadas a escaldar el animal sacrificado, que siempre parece, como el duque de Guise, más grande muerto que vivo. Por la tarde se pone a cocer la mija, el caldo corto de las morcillas para el que, desde que sangra el animal, las mujeres se dedican a remover la sangre en un enorme caldero -que suele ser comunal- observadas con interés por los perros que comparten la excitación de toda la gente de la casa. Los niños reciben su ración de capones, pues es muy grande la tentación de cometer travesuras, a pesar de que tienen permiso de tostar las cortezas de tocino con haces de paja. Son menos los voluntarios para ir a vaciar y lavar las tripas al río. Nada del cerdo se pierde, todo se descuartiza, se pica, se condimenta, y se sala en el día, de los mejores trozos a los menos buenos”.

Expuesto lo anterior, y ante la imposibilidad de encontrar una argumentación sólida que justifique la costumbre antioqueña de sacrificar marrano en la temporada navideña, no cabe sino afirmar y con total desconcierto, que en esto de la marranada decembrina paisa jamás pensamos ser tan parecidos a los franceses. ¡C’est la vie!

Fuente:
EL TIEMPO

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