Las
Velitas
La Fiesta de la Luz
La costumbre de prender velitas el 7 y el 8 de diciembre
siempre ha tenido en nuestro país un soporte religioso. Además
concuerda con la celebración del día de la Virgen Inmaculada.
Las velas se encienden para agradecer a Dios por
todos los favores recibidos. Sin embargo, desde milenios el fuego ha despertado
en los hombres un sentimiento muy especial: salir de la oscuridad para
entrar a la luz, a la verdad y a la vida eterna.
Comparta esta sana tradición en compañía
de sus familiares y seres queridos. Que la luz de estas velas le guíen
hacia la realización de sus metas.
Raíces
del Día de los Alumbrados
Por: Jorge García Jaramillo
El propósito
de este trabajo busca generar reflexión y discusión en torno
al origen de la tradición del “Día de los alumbrados
o de la Inmaculada Concepción”. Entrar a cuestionar el origen
de las tradiciones puede ser un camino escabroso, pero es muy saludable
en aras de presentar un poco la historia en forma escueta, por lo menos
hasta donde los registros históricos así lo permitan y lo
corroboren, no obstante que al hacerlo se resquebraje el sentimiento que
acompaña siempre la tradición.
Todos los 7 de diciembre en
Colombia, al llegar la noche y con gran alborozo, las gentes inundan de
luces las calles, las aceras y los balcones de sus casas, y con alegría
de niño se apuestan al frente de su tradicional “noche de
velitas”, tal vez como encendiendo con ellas una luz de esperanza,
o como sintiendo la necesidad de mantener viva una tradición que
sin saberse de que modo, y desde qué tiempos ignotos, ha venido
a acomodarse en los intersticios de nuestra religiosidad; o tal vez para
imaginar que en ese sencillo acto de combustión se entiende el
devenir de la vida, como aquello que un día comienza pero que luego
se irá desvaneciendo en el tiempo para dejar en la memoria solo
la satisfacción de lo que fue intensamente vivido.
La historia eclesiástica
declara que el 8 de diciembre de 1854 y en ejercicio de su infalibilidad,
el Papa Pío IX promulgó una bula en la que expuso y definió
como doctrina revelada por Dios, y que todos los fieles deberían
creer, que la virgen María fue preservada de toda mancha del pecado
original desde el primer instante de su concepción, dogma que hasta
el presente prevalece. Pero llegar a este punto doctrinal no era cosa
de trivialidad, sino que se necesitó atravezar muchos pormenores
teológicos, sortear vacíos históricos y asumir posiciones
muy personales antes que llegar a esta consideración.
Los escritores de
los dos primeros siglos del cristianismo gozaron de extrema parquedad
al hablar de las dedicaciones festivas a la virgen María, porque
ni siquiera la biblia hizo mención de esto. Lo que sí quedaba
claro en medio de esas primeras comunidades llenas de pureza doctrinal
era esa frase contundente del evangelio: “Porque uno es Dios, y
uno también el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”
(1 Ti.2,5 Sagrada Biblia de Torres Amat) y es sugerente que en este sentido
no había otro motivo de adoración que no fuera el Hijo de
Dios. Fue en el correr de los siglos que la devoción a la virgen
María entró a jugar un papel protagónico en el gran
escenario del cristianismo y las causas originarias de aquella devoción,
aunque veladas, pueden encontrarse entre los pliegues de la misma historia.
Conjeturar que pudo consistir en una reminiscencia inevitable traída
desde tiempos remotísimos no sonará escandaloso, pues siempre
se supo que los pueblos antiguos anteriores al cristianismo (caldeos,
sumerios, egipcios, griegos) tuvieron su pléyade de diosas vírgenes
como Istar, Semíramis, Cibeles, Isis, Minerva, etc, a las cuales
rindieron honroso culto.
También se aducen razones políticas como la suscitada por
el emperador romano Constantino (s. iv), quien al hacerse cristiano pudo
ver colmadas sus ambiciones expansionistas de dominación, sintiéndose
por ello obligado a tomar decisiones en las cuales se comprometía
la religiosidad del pueblo romano, pues se sabe que este gozaba de más
de 100 maneras de invocar y representar a su diosa Venus, veneración
que se vino al traste después que algunos polemistas cristianos
la consideraron como encarnación del espíritu del mal, pero
cuya fiesta y dedicación habría de ser sustituída
para que no causara tan enorme traumatismo. Finalmente diríase
que entre la escritura original de la biblia y la posteridad, siempre
media la habilidad imaginativa del hombre, su apasionamiento religioso,
y las tradiciones que adquieren nuevos matices, cosas que irán
moldeando de manera cambiante las creencias en medio de los pueblos cristianos.
De acuerdo a las pesquisas
de Trens (1946) y sin atender a lo espontáneo y tradicional, los
documentos señalan una especie de fiesta en el siglo v, dedicada
a María y llamada “Conmemoración de Nuestra Señora”,
que más tarde al parecer alcanzó popularidad en Palestina
y se celebraba el 10 de Agosto. Pero de más notoriedad y consenso
es la alusión a una fiesta que se remonta al siglo viii y que los
católicos bizantinos llamaban oficialmente “La concepción
de Santa Ana, madre de María”, con celebración el
día 9 de diciembre. Con este mismo nombre, la fiesta se traslada
de Constantinopla a Sicilia y al sur de Italia en el siglo ix.
Posterior a esto se registra
que la fiesta se propagó por Irlanda, Inglaterra, Germania, Francia
y España, en donde se le conoció como “La concepción
de Nuestra Señora” y se celebraba el 8 de diciembre. Los
siguientes siglos estarían cargados de desacuerdos, rechazos y
controversias teológicas con respecto a la doctrina de María,
hasta que en el año 1476, Sixto iv impusiera la festividad en la
diócesis de Roma, y se le llamó “La fiesta de la concepción
de la Inmaculada”, mas no de la Inmaculada Concepción. Fue
después de la solemne declaración del dogma en 1854 que
la fiesta tomó el nombre definitivo de la “Inmaculada Concepción”,
que es la que ahora se celebra en todo el ambiente católico tradicionalista.
Llegados a este punto, se trata
en lo sucesivo de entender cómo, cuando y de que manera se encontraron
estas dos expresiones dispares, el fuego y lo religioso, las velas y la
Inmaculada, lo lúdico y lo ceremonioso, porque como puede notarse
en lo expuesto hasta aquí, si la festividad de la Inmaculada no
goza de prístino origen, mucho menos será la costumbre de
asociarle el encendido de las velitas, pues esta tradición también
tiene su propia historia (aunque la historia del fuego se remonte a tiempos
antiquísimos, no se tratará aquí más que lo
concerniente a su concurrencia con la fiesta en mención).
Las primeras menciones al uso
de velas o cirios se halla entre los etruscos, (s. xv a.c., civilización
que influyó en los romanos), quienes al parecer las fabricaban
de cera, sebo o pez, con mecha de fibras vegetales como el papiro o el
junco. Fue costumbre posterior en la Roma pagana alumbrar los santuarios
en sus ceremonias, con velas de cera, como ocurría en las llamadas
fiestas de Saturno o saturnalias.
Conviene ahora entender que
la primera centuria de vida del “cristianismo” nada sugiere
en torno al uso de las velas, excepto el uso que hubo de dársele
a éstas en el tiempo de la persecución. Mientras los cristianos
se refugiaron en sitios obscuros y subterráneos, la necesidad de
encender cirios para celebrar los santos misterios se convirtió
en una obligatoriedad:
“Los cristianos celebraban
al principio sus misterios en casas retiradas y en cuevas durante la noche;
y de esto provino que les llamaran lucifugaces...” (Voltaire 1981:184)
Cesada la persecución,
bien pudo haberse consolidado la costumbre en los siglos posteriores,
dijéramos, de una manera tímida, puesto que sólo
a partir del siglo xii empiezan a aparecer las velas colocadas en los
altares de ciertas iglesias, hasta que la costumbre enraizó y se
propagó definitivamente en los siglos xv y xvi, que es precisamente
la época en que América es invadida y colonizada.
Los hombres prehispánicos
tenían sus propias creencias y prácticas religiosas, pero
bastó mucho menos que un siglo para que las costumbres y la cultura
de aquellos aborígenes se hubiera trastornado ostensiblemente.
España se hallaba en plena fiebre de conquistas, y atravezaba además
una época de gran convulsión religiosa, aquella provocada
por Lutero en 1519, la cual había desencadenado ese letal movimiento
de la contrarreforma, de modo que ésta emigró también
con los españoles y marcó con huellas profundas la experiencia
religiosa andina. Acciones tales como instaurar Tribunales de Santa Inquisición
para indios, iniciar un “movimiento de extirpación de idolatrías”,
expropiación de las tierras de los indios por el derecho que así
les concedía una bula papal, y otras vejaciones (Bonilla, comp.
1992), indudablemente terminarían por cercenar las costumbres y
creencias de los nativos, a la par que estos se irían adaptando
a los hábitos de los colonizadores en un largo camino de mestizaje.
Y es en un panorama como éste que empezará en América
la costumbre de celebrar el día de la “Inmaculada Concepción”,
y lo que otrora se hiciera con identidad americana, vino a convertirse
en un sincretismo religioso por lo que las fiestas del hombre prehispánico
se reemplazaron por las tradicionales españolas. Caso concreto
fue la antigua fiesta del Inti raymi (fiesta del sol) que los incas celebraban
por la misma época de la solemnidad del Corpus Christi.
Ahora bien, las fiestas ayudaron
sobre todo al nativo para que aprendiera a integrarse en el nuevo estilo
de vida, y el elemento lúdico que sobresalía en toda fiesta
era la luz, así que las luminarias fueron como la parte visible
del júbilo en los villorrios, que en medio de la noche y de la
algazara adquiría otras connotaciones. Entre las clases de fiestas
que se celebraban, estaban las “repentinas” que consistían
en una representación del poder español (una carroza llevaba
el retrato del rey entre aclamaciones y vivas). Las “solemnes”
correspondían al calendario católico y en esas estaban incluídas
todas las fiestas patronales, Semana Santa y Corpus; además, las
“patrióticas”.
Algunos registros históricos
testimonian lo anterior con formidable detalle. Uno de ellos cuenta cómo
fue la llegada del virrey al pueblo limeño, en el año 1556:
“se regocijen cuanto
sea posible, y así mandaron que se pregone luego en las plazas
y calles de esta ciudad, que la primera noche todos los vecinos y moradores
de esta ciudad pongan a primera noche luminarias en lo alto de sus casas
y hagan fuegos a sus puertas...”(Libros...Lima, tomo 10,p.128 citado
en López 1992:66).
Y una de las más significativas
es la celebrada en Puerto Rico en 1747 y que se refiere a la exaltación
al trono de Fernando vi:
“Todos demostraron, su
alegría con muchas luminarias, que pusieron en ventanas, balcones
y calles. La real Fortaleza (morada del gobernador) estaba adornada con
cuarenta hachas y más de doscientas velas, tan simétricamente
en balcones, corredores y azoteas, que todos querían ver su hermosura,
obligados de su extraordinario y abundante adorno, y en la misma conformidad
se adornó todos los días que duraron las fiestas, haciéndolo
lo mismo el vecindario...” (Boletín...Puerto Rico, Relación
Verídica...,p.165 citado en López 1992:67).
Estas evidencias del uso temprano
de las velas en tiempo de la colonia, sugieren que su utilización
tenía más un sentido desde lo folklórico y festivo
que desde lo religioso y simbólico. De este modo arribamos entonces
al momento en que se introduce en Colombia, la celebración de la
solemnidad de la cual es objeto este trabajo:
“La fiesta que hoy inicia el período navideño, la
Inmaculada Concepción el 8 de diciembre, se impuso en la América
Española por cédula real en 1760, aunque dicha cédula
llegó al Cauca en marzo de 1762” (Miñana 1997:23)
y es Popayán la ciudad
que se lleva el honor de acoger, en primer lugar, esta orden que vino
por conducto del papa Clemente, quien decretó:
“que la Inmaculada Concepción
fuera tenida, reconocida y reverenciada como principal y universal patrona
de las Españas(...) se estableció la costumbre de iluminar
la ciudad la noche del 7 de diciembre, en lo que obraba orden infaltable
del teniente gobernador o del alcalde” (Arboleda 1956:310).
Cabe también mencionar,
antes de concluir, que las velas que hoy conocemos apenas llevan poco
más de un siglo de ser utilizadas. Fue en el año 1786 que
Chevreul descubrió la estearina, y a partir de entonces pudieron
fabricarse a manera de rollitos, como los que ahora conocemos. Posteriormente
el hallazgo de la parafina entrará a darle forma definitiva a ese
utensilio que hoy recorre el mundo entero, y que llena de colorido altares,
creencias y tradiciones.
Como puede desprenderse entonces
de este análisis, son poco más de 230 años que podemos
contar con certeza que la tradición de la “noche de las velitas”
existe entre nosotros, y una cosa muy particular es saber que solo a partir
de la promulgación del dogma en 1854, el resto del mundo católico
asocia también la celebración con el fuego. Se dice que
ese día se encendieron en todas partes antorchas, velas y luminarias
para significar la pureza de la virgen María, y llenaron de un
mayor contenido la fiesta, (Colmenárez 2001, arch. Internet), habiéndose
de perpetuar así una muy distinta y lejana tradición, que
hoy se sigue nutriendo de nuestra aceptación cómplice, de
nuestro desconocimiento acerca de la historia y de ese sentimiento festivo
que aunque irreflexivo, se contagia sin remedio.
Bibliografía
ARBOLEDA, Gustavo. 1956. Historia de Cali,
Universidad del Valle, Cali.
BONILLA, Heraclio. Comp., 1992: Los conquistados.
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Indígena de América, Tercer
Mundo Editores, Bogotá.
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CAMPO DE VÉLEZ, Olga. 1987: “Navidad
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COLMENÁREZ, Oscar. 2001: Tradiciones
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([email protected]). Buenos Aires/ Mar. 16.
LÓPEZ CANTOS, Angel. Juegos, fiestas
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MIÑANA BLASCO, Carlos. 1997: De fastos
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Popayán, Ministerio de Cultura, Bogotá.
TORRES AMAT, Félix. 1957: Sagrada Biblia.
The Grolier Society, Nueva York
TRENS, Manuel. 1946: María. Iconografía
de la virgen en el arte español.
Editorial Plus Ultra, Madrid.
VOLTAIRE. 1981: Cartas Filosóficas.
Edaf Ediciones, Madrid.