No. 6 “Los Salazar: Crónicas de una Familia ‘Rica de Mentiras'”

Bajo el vasto cielo de Dinamarca, testigo de la historia de nuestra familia, los Salazar, nos consideraban “ricos de mentiras” en un reino de sueños y ganado prestado. A la sombra de Don Delio Yepes, un capataz adinerado y cabeza de una familia prominente en Granada, allí mi padre dedicó todos sus años de trabajo.
Don Delio, propietario de extensas tierras incluyendo la Hacienda Dinamarca, nos sumergió en una opulencia desconocida tanto para nosotros como para los vecinos, contrario a nosotros vivían sumidos en una pobreza franciscana, quienes nos miraban como los afortunados inquilinos de este paraíso terrenal.

Mientras caballos galopaban y los cultivos florecían bajo nuestro cuidado, éramos más espectadores que propietarios, y nuestro pago era simplemente el derecho a alimentarnos de la tierra trabajada. Nuestra vivienda, la más antigua de tres caserones, cada uno con su carácter y encanto, compartían la falta de inodoros, un lujo inexistente que convertía nuestras necesidades básicas en aventuras diarias. Los árboles frutales, testigos mudos de nuestras visitas “fertilizantes”, nos recompensaban con frutos abundantes y dulces.

Cerca de nuestra casa, un pequeño lago ofrecía el escenario perfecto para mis travesuras infantiles. Yo, Pelusa, un niño con ideas malignas,  que se me daban  silvestres, logré con astucia capturar un patito amarillo, en un anzuelo puse un grantio de maiz, el patico inocente sucumbio. Aunque luego lo devolví a su hogar acuático, invadido por el remordimiento.

En este entorno, Doña Genoveva Osorno se erigía como la matrona gruñona de nuestra historia, transformando nuestra casa en un aula de disciplina férrea. Incluso Gonzalo, el mayor, recordaba cómo ella imponía orden ante todos cuando era necesario, nuestra madre dándole carta blanca para mantener el control en nuestro hogar lleno de vida y alboroto.

Gilberto, “el patrón bebe leche”, era una figura central en la finca, conocedor de cada rincón de la hacienda y convertido en el hombre de confianza de Don Delio, a diferencia de mi padre, cuya afición por la bebida era bien conocida. Gilberto, con su amor incondicional por las féminas del lugar y un éxito innato en cada encuentro, era la imagen del galante rural. Su encanto y carisma lo hacían el favorito de todos, un héroe romántico de sonrisa fácil y ojos aventureros. “Blanquito”, su fiel caballo, era su constante compañero en su trajinar y momentos de reconocimiento que se extendían hasta San Carlos y Granada. Su espíritu libre y corazón campechano añadían un toque único de humor, amor y pasión a nuestras vidas, enriqueciendo la crónica rural con su presencia colorida y emocionante.

Así, entre patos y árboles frutales, travesuras y regaños, se entrelazaron los días de mi infancia en Dinamarca, en una finca donde la riqueza era de aventuras, risas y aprendizajes. Mientras Doña Genoveva vigilaba nuestro universo con su presencia imponente y corazón de piedra, Gilberto, “el patrón bebe leche”, con su conocimiento de la hacienda y su posición como hombre de confianza de Don Delio, se convirtió en una figura inolvidable y entrañable, un símbolo de amor y pasión en nuestro colorido tapiz de personajes y momentos eternamente atesorados.

Despertar a la verdad: Una oda a la riqueza ancestral
Nos mintieron, con palabras dulces envenenaron nuestra verdad. Nos dijeron que la pobreza habitaba en nuestras manos callosas, que la miseria se tejía en nuestros telares humildes, que la desdicha brotaba de la tierra que cultivábamos con amor.

Nos mintieron, y les creímos. Abandonamos la tierra que nos vio nacer, cambiamos el maíz por harinas pálidas, la arcilla por zapatos que aprisionan el alma, la libertad del cielo por la luz artificial.

Nos mintieron, y nos convertimos en sombras de lo que fuimos. Olvidamos el canto de las aves al alba, la danza del sol en la piel, el sabor fresco del agua pura de la montaña.

Pero despertamos. Abrimos los ojos y vimos la verdad: la pobreza no reside en la sencillez, sino en la avaricia; no en la falta de bienes materiales, sino en la ausencia de espíritu.

Los verdaderos pobres son aquellos que no saben apreciar la belleza de la tierra, que no escuchan la música del viento, que no sienten el calor del sol en sus rostros. Son aquellos que han perdido la conexión con sus raíces, con la madre tierra que nos nutre y nos abraza.

Nosotros, los que un día creímos la mentira, ahora sabemos la verdad. Somos ricos en cultura, en tradiciones, en sabiduría ancestral. Somos ricos en la fuerza de nuestras manos, en la bondad de nuestros corazones, en la conexión profunda con la tierra que nos vio nacer.

Que este despertar sea un canto a la verdad, un himno a la riqueza que habita en nuestras raíces. Que sea un llamado a volver a la tierra, a revalorizar lo simple, a celebrar la vida en armonía con la naturaleza.

Porque la verdadera riqueza no se encuentra en el dinero, ni en los bienes materiales, ni en las marcas famosas. La verdadera riqueza reside en la conexión con la tierra, en la sabiduría ancestral, en la vida sencilla y en la alegría de compartir.

Y ahora que hemos despertado, no volveremos a dormir. Defenderemos nuestra verdad, protegeremos nuestra tierra y transmitiremos la sabiduría de nuestros ancestros a las nuevas generaciones.

Por Abelardo Salazar   
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Comments

    • Mary
    • febrero 2, 2024
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    Me encuentro muy motivado y expentante de leer tu maravilloso libro… he reido mucho

    • Beatriz
    • febrero 2, 2024
    Responder

    Al leer tu relato familiar, sólo tengo admiración por tan excelente forma de hacerlo. La verdad te felicito, no sólo por el estilo sino por toda la historia familiar tan pintoresca que logra absorver y a la vez deleitar con tan agradable historia.
    Muchas gracias por compartirlo. Beatriz

    • JJ
    • febrero 6, 2024
    Responder

    Hombe Abel que cronica tan espectacular , tan amena …tan…..genial!

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